🎭︎ IDENTIDAD 🎭︎
Un newsletter sobre como escribir la vida y vivir la escritura
Pensé que no iba a poder escribir este newsletter. Pensé que nada que sucediera en mi tiempo en Rosario iba a ser lo suficientemente interesante de compartir con otros. Y si imaginaba que algo interesante podía llegar a pasar, pensé que no iba a tener las armas emocionales para escribir sobre eso. Quizás no las tengo. No sé si este va a ser un newsletter fácil de escribir, pero sí sé que quiero hacerlo. Porque en los últimos dos años pensé que hacía terapia para tratar mi relación con mi trabajo, con mis vínculos, con mi casa, pero resulta que hago terapia para entender mi relación conmigo. Siempre fui muy del agua, escribí hace más de 10 años, y con la corriente viajo a lugares que nunca habité antes. En el camino me pierdo, me hago vapor, entro a una nube, lluevo, y termino pensando que quien soy tiene que ver con la forma del agua que me rodea, cuando en realidad es lo que existe en la molécula más chica de mi alma.
Mi hermana no era la chica que conocía patovicas. Tampoco era la chica que tenía novio. Ahora es ambas cosas. Cambió algo pero no cambió todo. Y Rosario no solía ser la ciudad donde no encontrabas taxis, pero no deja de ser Rosario ahora, a pesar de estas circunstancias.
Salí de un bar con mi hermana y sus amigos y les dije que la noche tenía olor a una noche de 2017 volviendo de un asado y Lucio me contestó que era olor a humedad. Y los dos teníamos razón. Pienso que existen mil líneas temporales que se cruzan y que todas existen al mismo tiempo y mientras yo llego a mi casa caminando con mi hermana y sus amigos también estoy llegando en el auto del chico que me gustaba hace cinco años y quizás también estoy llegando en taxi con mi marido y mi hijo que quiere visitar a sus abuelos y todo eso pasa al mismo tiempo todo el tiempo porque Rosario es un montón de historias que no se terminan ni después de terminadas. Pero eso no es Rosario. Rosario tiene olor a humedad. Rosario es una ciudad como cualquier otra, solo que para mí es la mía. Es la que me recuerda que existo desde que empecé a existir. Que todo lo que hice, todo lo que hago y todo lo que haré existió, existe y existirá de verdad. Soy una persona de verdad. Ni un personaje en la vida de alguien más, ni una promesa que se tiene que cumplir. Soy una persona que siempre intentó de alguna manera hacer las cosas bien y siempre pensó que estaba haciendo todo mal. Soy alguien que está peleando para convencerse de que no todo lo que hace es un error.
Pisé esta ciudad después de dos años y medio de no poder visitarla. Llegué con miedo. Miedo de volver a ser todo lo malo que fui alguna vez. Nunca fui mala pero hice cosas malas pero eso no me daba miedo. Alcanza con sentir la culpa de haber herido a otros una vez para prometer una vida entera de intentar evitarlo. Nunca fui mala pero me hice muy mal a mí. Y llegué a la ciudad con miedo de volver a caer en esos lugares de los que tanto me costó salir. Porque pensé que Rosario era la vergüenza de esperar algo que nunca va a llegar, la tristeza de pedir lo que no quieren darte, la soledad de alejar a los que llegan para ayudar. Pensé que acá solo podía ser quien había sido, pero estaba equivocada, también soy quien aprendí a ser.
Me gusta hablar del lenguaje y los sentimientos. Me gusta saber quien soy en inglés y en español. Me gusta que en Londres se me reconozca por hábitos que en Rosario jamás tendría. Es como tener una amiga con la cual ves películas y otra con la que salís a bailar. Se puede tenerlo todo, pero es peligroso porque sentís que no tenés nada. Yo llegué a sentir que no era nadie. Llegué a pensar que esquivando todas las etiquetas me quedé también sin forma. Pensé que nadie me conocía del todo, no realmente, porque todos conocían solo una parte. ¿Pero qué es una parte sino una manifestación del centro del todo? Soy muchas Juanas diferentes pero en todas ellas soy la misma. Quizás solo puedas ver los ecos de lo que soy, pero créeme que todo sale del mismo canto inicial. Es el mismo que cantaba cuando todavía era una nena.
Me pude ver a mí misma de bebé, pude escuchar mis primeras palabras, pude verme crecer. En lugar de salir a bares me encerré en mi casa a ver en VHS la historia pasada que marca el tempo de la presente. Me encontré conmigo, y entendí que nunca me perdí. Había llegado a pensar que mi dramatismo, mi histrionismo y mi sobreestimulación eran hábitos de la era digital. Pensé que actuaba porque crecí rodeada de pantallas que hacen a veces de escenario. Y descubrí que no. Descubrí que en realidad yo era una nena que vivía en su propio mundo donde todo lo sensitivo importaba más que cualquier apariencia. Y, da la casualidad, los efectos de esta actitud eran algo muy gracioso de ver y muy necesario de filmar. O sea, a veces sabemos quienes somos, pero no entendemos cómo deberíamos mirarnos.
Este newsletter no va a tener la forma de siempre. Ya no se puede. No se puede sostener todo como está solo para que los demás estén cómodos. Yo no puedo. Tampoco puedo decirles que va a ser siempre como será ahora. No sé quién soy y tampoco sé cómo quiero escribirles esto. Pero lo estoy escribiendo. A veces es más importante hacer, comprobar y después concluir. O sea, cuando este newsletter esté escrito, todos vamos a saber qué forma tiene.
La identidad no puede nunca ser una promesa escrita en piedra. Si es, como vengo investigando, una manifestación de un íntimo deseo, entonces se necesita que de base sea fluctuante. Solo es honesto el presente. El pasado, como también he demostrado en este viaje, es una historia inventada. El futuro es esperanza y miedo. El presente es lo que es. Incuestionable, definitivo, efímero en su definición. Por eso digo, mientras se me escapan los días de las manos, que no sé realmente quién soy y a la vez nunca estuve tan segura de mi identidad.
Siempre fui la chica que decía que quería vivir en otro país. Después fui la chica que lo hizo. Y uno pensaría que una promesa cumplida es un logro, pero a veces es una condena. Nuestras decisiones no pueden ser definitivas. Ya no sé si quiero vivir siempre en otro país. Y este no es un newsletter sobre emigrar, que es el tema que más me interesa esquivar en general. Siento que toda persona que se fue del país cree que tiene que hablar sobre haberse ido del país. A mí solo me gusta hablar del tema con mi gente cercana o con otras personas que también se fueron y entienden exactamente lo que quiero decir con dos o tres palabras que menciono. No es para hacer de cuenta que yo entiendo más que el resto. Es que irse a vivir a otra sociedad es algo que te cambia la médula de lo que conociste. Así como yo no entiendo realmente lo que es ser madre, o lo que se siente perder a un hermano, tampoco entenderá qué sentimos los expatriados aquel que nunca se subió a un avión con planes de no volver.
Y este es el tema central del que quiero hablar ahora. Yo me fui con planes de no volver. No tenía exactamente un plan de cómo quedarme en Londres, pero sabía que no quería volver a Argentina. Sentía, y no me culpo porque no me equivocaba, que la vida que yo tenía me había quedado incómoda, que nada tenía Rosario para ofrecerme. Esta visita llegó a mí para romper con todo eso que siempre había creído. Y digo siempre porque realmente yo siempre había creído que me iba a ir a vivir a Londres. Explico la extensión del siempre: literalmente desde que tenía uso de razón y entendí que mi tío vivía en esta ciudad. Así como algunos nenes chiquitos escuchan que su mamá es doctora y asumen que a ellos también les toca lo mismo, cuando pude dimensionar que mi tío Ramiro vivía en Inglaterra yo asumí que ahí terminábamos viviendo todos en mi familia. Cuando elegí mi carrera, profesorado de inglés, el plan encajó a la perfección. No sería ni seré la única teacher que alguna vez quiso irse a la tierra de la reina. Y cuando finalmente tomé la decisión, compré los pasajes y vine para acá, en mi mente el plan B siempre se estableció como un fracaso. “Si no me la banco, vuelvo” prometí a mi familia y amigos. La vida quiso que no solo me la bancara sino que disfrutara mucho. Hoy tengo amigos que se sienten como familia, lugares preferidos, hasta contactos interesantes en mi campo. No existen, realmente, motivos que hagan que Londres se me siente incómoda. Pero la cuna es la cuna.
Se da algo muy extraño cuando uno se va a lugares tan distintos al propio en soledad. Tu identidad se ve desnudada de todo lo que no sale literalmente de vos. O sea, no dejás de ser en el fondo esa persona que se compra chipá por la calle, pero como no hay nadie que te venda chipá por la calle, dejás de hacerlo. Así sucede con todo. Y cuando pasa el suficiente tiempo y nada de lo que te rodea te ata a todo lo que supiste ser, aprendés a encontrar la piedra fundacional de tu identidad, eso que queda cuando no queda nada ni nadie. Este proceso a mí me llevó en primera instancia a desarrollar aspectos de mí misma que jamás podría haber desarrollado en Rosario. Leyendo mis diarios entiendo que yo no era feliz relacionándome en mi ciudad. Nunca me interesó la danza del apareamiento virtual, me incomoda mucho no saber si realmente voy o no voy a ver a alguien y jamás fui convincente cuando dije que no estaba buscando enamorarme. Desde que llegué a un país estructurado y diseñado para que lo habites en pareja, me despojé de esas reglas de juego que jamás se habían sentido propias. Ser extranjera, además, me da la posibilidad de manejarme realmente como quiero porque sé que el que tengo enfrente va a ver mis actitudes como diferencias culturales que puede o no aceptar pero jamás puede cuestionar. Dicho de otra forma: en Londres descubrí que puedo enamorarme como yo tengo ganas y no tengo que circunscribirme a lo que se puede o no hacer o lo que me hace o no quedar mal. No existe el quedar mal, solo existe el comprobar la diferencia. Es liberador y mucho más auténtico.
Algo similar me pasó con mi carrera. Estando en Argentina, jamás hubiese podido llamarme escritora. Jamás me hubiese animado a dar talleres, escribir este newsletter, contar mis aspiraciones como proyectos. Allá yo era profesora de inglés. Después de una vida completamente académica, no existía realmente la posibilidad de definirme fuera de lo que habilitaba un título. Cuando vine acá, en cambio, me permití presentarme con las credenciales que yo misma me había otorgado. Me convertí, entonces, en una versión de mí misma que solo podría haber nacido lejos de los ojos de conocidos.
Lo que es interesante de todo esto es que uno de los motivos por los cuales me imaginaba una vida entera viviendo en Londres es la creencia de que todo eso que había construido no podía sobrevivir lejos del suelo inglés. Y un poco así fue, apenas llegué a Argentina. Por dos semanas volví a sentirme la Juana de 2019. En mis contestaciones, mis impaciencias y mis inseguridades, seguía siendo esa persona que todavía no había aprendido a ser sí misma. Mi psicóloga dice que me faltaba integrarme, y eso llegó con el correr de las semanas y las experiencias. Tanto en el plano profesional como en el personal, me encontré de frente con situaciones que me hicieron entender que la Juana de Londres es la Juana de todos lados. Es la que existe cuando yo elijo sacarla a la luz. Entendí, sobre todo, que las enseñanzas no son una planta autóctona. Puedo llevarlas a donde quiero, mostrarlas como quiero, siempre y cuando tenga ganas de hacerlo.
Y he aquí lo que más nos compete cuando hablamos de la relación entre identidad y espacio: las ganas. Siempre digo que las personas llegan a tu vida por algo pero uno no sabe para qué. En mi paso por Rosario tuve tres conversaciones que no esperaba tener con personas que se fueron a vivir afuera, encontraron una estabilidad y hasta una posibilidad de construir una vida en otro país y aún así decidieron volver. Volvieron porque querían, porque tenían ganas de estar en su país. Hay muchísima ignorancia dando vueltas de parte de aquellos que jamás pudieron establecerse en otro lado. Creen que realmente el pasto es más verde en Europa o Estados Unidos y que aquellos que no estamos de acuerdo sufrimos una especie de amnesia. Sería imposible contar la cantidad de veces que me hablaron sobre mi experiencia viviendo “en el primer mundo” (expresión que yo jamás usaría pero la gente así usa siempre) y se negaron a escuchar realmente mi versión de los hechos. Cuando me animo a decir que vivir es difícil en todos lados, me contestan de forma condescendiente diciéndome que eso lo digo porque me olvidé de lo que es vivir en Argentina. No puedo hablar por todos los que nos fuimos, pero yo jamás ignoro lo que es vivir en Argentina. Los vínculos más cercanos de mi vida se dan con gente que todavía está en el país. Entiendo perfectamente lo fácil que te roban y lo difícil que es alquilar. Mi certeza de que Argentina es un país donde tranquilamente podría ser feliz no sale de una ignorancia o una visión fantasiosa. Tengo muchos argumentos para defenderme, pero parte de estar tranquila con tu identidad es sentir que no tenés que defenderte frente a nadie.
Y entonces, se preguntarán ustedes, ¿por qué estaba tan segura de que quería irme para siempre? Porque no entiendo de grises, porque soy categórica, porque una vez dije que me iba a ir y solo volvería si no me la bancaba y como me la banqué asumí que quería quedarme. Pero ahora entiendo que no estoy sola, que hay otras personas que vivieron mi experiencia, realmente encontraron la felicidad en otro país y aún así decidieron pegarse la vuelta. Después de tres años, volví y descubrí que Argentina ya no me obliga a ocupar el lugar de siempre. Si quisiera instalarme en mi país, no debería vivir mi vida anterior. Tendría proyectos, aspiraciones, de la misma forma que los tuve cuando vine a Londres. ¿Es esta una decisión que quiero tomar ahora? Claro que no. Me queda mucha tela por cortar, muchas cosas por vivir, pero por primera vez cuento con una alternativa. Si no hay opciones, una elección no es realmente una elección sino una obligación. Es solo ahora, que me permito imaginar un futuro que me encuentre en mi país, que siento que libremente estoy eligiendo vivir en otro. Y como sé, ahora, que puede no ser para siempre, encaro esta experiencia viviendo lejos desde otro punto de vista. Más presente, menos definitivo, más libre, con más aire.
Ustedes se preguntarán qué tiene que ver esto con la identidad. Todo. Siempre fui la chica que dijo que se iba a ir a vivir a Londres y lo fui. Y en lugar de tomar eso como un lindo guiño de mi vida, lo tomé como una promesa cumplida que no podía deshacer. Es mucho más difícil renunciar a un sueño que a una imposición. Admiro siempre a las personas que consiguieron lo que siempre quisieron y decidieron buscar otros horizontes. Por mucho tiempo en mi vida me persiguió una frase que le dijo un profesor a una compañera mía de la facultad: sos una promesa que nunca se cumple. Creía que cumplir mis sueños era algo que le debía al mundo, pero ahora entiendo que solo me lo debo a mí, si realmente quiero hacerlo. Algunas cosas no cambian, sigo siendo la nena que cuenta historias en voz alta, pero no soy más aquella que piensa dejar cualquier cosa de lado por una vida extraordinaria.
Si hablamos de identidad, no soy la chica que se fue a vivir a Londres. Soy una persona que, cuando puede, busca lo que quiere. Lo que quiere en el momento, no lo que se prometió que iba a tener. Si mañana elijo volver a vivir a Argentina, teniendo una huerta de tomates en Rosario o un monoambiente en Colegiales, será porque así lo quiero. Y estaré cumpliendo con la promesa más importante: la que me hago todos los días a mí misma.
Sé que no soy ni un tercio de todo lo vieja que puedo llegar a ser algún día, pero hoy soy lo más vieja que fui alguna vez. Nunca en la historia de mi vida supe tanto como hoy. Eso hace que todos mis recuerdos se pinten de colores que nunca tuvieron antes. Veo con los ojos de hoy lo que fui ayer. Es difícil, no siempre me gusta. También hace que el futuro que se me presenta me resulte más fácil de atravesar. Sé que si pude antes, voy a poder ahora. Nunca tuve que ser una persona que se enfrente a lo terrible, pero tampoco fue fácil ser yo estos últimos diez años. Y lidiar con el presente nunca se me dio bien. No lo hago a propósito, pero tiendo a desconectarme de lo que está pasando. Accedo a mi hoy cuando ya se convirtió en un ayer, cuando ya aprendí qué hacer con él.
Durante estas cinco semanas, me encargué de traer el pasado al presente y hacerme cargo de todo eso que había quedado dando vueltas. En realidad, estoy mintiendo. No tenía planes de hacerlo, solo viajé para estar con mi familia, pero Argentina quiso otras cosas para mí. Me encontré frente a frente con mis dos errores más imperdonables y descubrí que de alguna forma habían sido perdonados. Si hablamos de identidad, es imposible no hablar del momento en el que se perdió la inocencia. Durante veinticinco años de mi vida creí que lo más importante en el mundo era ser buena persona. También creía que una buena persona no lastima jamás a nadie, ni hace eso que está moralmente mal. Si cae por algún motivo y se muestra errante, es por ignorancia y no malicia. Una buena persona jamas podría ser mala. Hace unos años fui mala por acción y omisión y, como no entendía los grises, pensé que eso me convertía automáticamente en alguien que nunca podía ser considerada una buena persona. Atar tu identidad a la forma de tratar al otro es un error. Nunca se es realmente fiel a los parámetros propios cuando hay alguien enfrente. Y con esto no quiero culpar a las víctimas de mis errores, sino poner las cosas en su lugar. Ni soy buena por cuidar de mis amigos ni soy mala por ignorar un extraño. Soy un ser humano que responde a un estímulo ajeno y elige qué hacer con eso. Es muy fácil ser bueno con tus hermanos, es muy difícil no infringir daños colaterales si te llevan a hacerte bien. Por eso, de alguna forma, estar en Argentina y entender que no soy mis mejores o peores actos me dejó libre de culpa y méritos.
También traje el pasado al presente en el amor. Rosario siempre tiene una manera de cruzarte con las personas que conociste alguna vez. Habían pasado dos días desde mi llegada cuando vi pasar al primer hombre que amé más que a mí misma. Más de una vez compartí bar con ese compañero de inglés del que estuve enamorada a los 14. Ese vecino con el que tuve una historia antes de terminar la secundaria vino a saludarme y se sentó en mi mesa, y como si el tiempo no hubiese pasado, mi cuerpo tembló cuando su codo tocó el mío. Me encontré enfrente de dos personas que me intrigaron mucho hace mucho tiempo. A una la ignoré porque ya no me quedan curiosidades, con la otra compartí un café que me demostró lo acertada que estaba cuando pensaba que él era alguien que valía la pena conocer. Busqué por todos lados a un chico que hace diez años, exactamente en esta fecha, ocupaba cada centímetro de mi cerebro. No lo encontré nunca, pero leí todo mi diario de ese momento y logré poner ese pedazo de mí de vuelta en su lugar. Pensé siempre que encontrarte con las personas que supiste amar se siente como un regreso de los muertos vivos, pero en realidad tiene poco que ver con ellos y todo que ver conmigo. Exceptuando a las personas que realmente me hirieron con malicia y lo seguirían haciendo si se los permitiera, no creo que haya nada más sano que estar de vuelta en la presencia de alguien que te puso en contacto con la parte más real de vos misma.
La parte más real de mí es la que se enamora. Cuando amo a mi familia y amigos, me sale fácil. Me gusta quien soy, casi no tengo capas. Por supuesto hay en mí cosas que seguramente ellos no consideren ideales, pero amarlos se me da muy bien. En cambio, cuando tengo enfrente de mí a una persona con la que espero dormir en algún momento, el eje de todo lo que soy se corre, se acomoda de formas que no entiendo, se rompe. No me gusta siempre quien soy cuando me enamoro. Habitan en mí inseguridades que no existen en otros ámbitos, no sé hablar sin dudar de cada palabra, me lastimo a mí misma sin que el otro tenga que hacer nada. No me gusta quien soy cuando me enamoro pero si miro los enamoramientos de mi pasado, es ahí donde puedo verme tal cual fui. No es mi forma racional de encarar mis proyectos, ni en la lealtad que le regalé a mis amigas. La forma más concreta y pura de lo que Juana es existe con ojos brillosos, mirando a alguien más. Entiendo la cultura de soltar, generar un contacto nulo con quien te lastimó, pero no es siempre necesario. No quiero dejar de saludar a nadie que alguna vez me haya hecho escribir, sentir, llorar. No quiero encontrarme con esas personas en diez años y no saber nada de ellos. Quiero tener la posibilidad de amarlos por siempre como lo que fueron, porque solo así puedo recordarme y amarme a mí como lo que fui.
Para que consideren su forma de ver la identidad:
Algo para leer: sus diarios viejos, o algunos textos que tengan escondidos en algún lugar. Conversaciones de WhatsApp del 2017, posteos en Facebook del 2009. Cualquier cosa que los lleve de nuevo en un viaje al pasado.
Algo para ver: jeen-yuhs, A Kanye Trilogy. La pueden encontrar en Netflix. Un case study sobre la identidad, cumplir promesas y convertirse en lo que quisiste ser siempre.
Algo para escuchar: una lista de reproducción de la música que escuchabas en tu infancia o preadolescencia. Yo hice esta:
Algo para que sean parte de nuestra comunidad: en abril vamos a meternos de lleno en lo que es la identidad. En Patreon vamos a leer Los siete maridos de Evelyn Hugo de Taylor Jenkins Reid, vamos a tener consignas semanales inspiradas en la temática de este newsletter IDENTIDAD y vamos a preparar nuestra biografía de autores, para que la tengamos lista para presentarnos a concursos. Si quieren sumarse, hoy es el día perfecto para hacerlo. Pueden encontrar las propuestas de abril acá.
Algo para que lleven la escritura al próximo nivel: la temática de este newsletter también se tocará en nuestros talleres de Terapia Creativa para Escritores. Cuatro clases de una hora (a veces más, a veces menos), la oportunidad de trabajar de forma individual y en parejas, debates abiertos sobre la temática mensual y la oportunidad de participar de nuestro mundialito regional para poner lo aprendido en práctica. Si es tu primera vez participando del taller, tenés un 30% de descuento. Encontrás más info acá y te sumás al espacio contestando este mail.
Even as a Swiftie, hay que reconocer que Kanye es un gran personaje.
Dentro de una nota - Milagros Baraldi
(Todos los meses hacemos una competencia en los talleres de Terapia Creativa llamada el Mundialito Regional, un oxímoron que nos copa bastante. Les chiques escriben, sus compañeres les votan y así tenemos a les ganadores. En esta ocasión, la ganadora es Miliperritos, a quien queremos mucho. Pueden leer los textos ganadores anteriores haciendo click acá y ver los videos completos en nuestro canal de YouTube.)
Que lindo es quererte tranquila.
Sin miedo.
Que el amor que siento por vos me traiga paz.
Que no haya espacio para la inseguridad.
Saber que tu mensaje está llegando tarde o temprano.
No extraño pasar la tarde mirando las notificaciones a ver si llegó algo.
No extraño esperar una respuesta y pensar si es cortada o no.
Si la conversación sigue o se terminó.
No hay reglas para responder demasiado rápido.
No hay dudas cuando tardás un tiempo en responder.
Pensarte es lo más natural.
Dudarte no tiene lugar.
Tenerte presente es más automático que respirar.
Y esto me lleva a pensar que no importa cuánto tiempo pasemos sin vernos.
Porque en medio de los cambios sos mi constante.
Porque en este momento que las cosas varían día a día, vos estás ahí de vuelta todas las mañanas.
Entre mil cosas que no están en mi control, tengo la libertad de seguir eligiéndote.
Y ni siquiera se siente una elección.
Nuestro amor es el lugar más seguro del universo.
Después de toda esa declaración sobre tranquilidad, esto va a sonar una contradicción.
Cuando intente describir lo que generas en mí.
Lo mucho que me hacés falta.
Porque estamos hace tanto tiempo y las ganas de vos no se tranquilizan.
La idea de tenerte cerca me acelera el pulso.
Me vibra el cuerpo.
Se contraen músculos.
Se me afloja todo.
El aire que nos separa se carga de electricidad.
Siempre me dio un poco de vergüenza admitir que yo realmente pienso que lo nuestro es magnético.
Camino al lado tuyo y necesito darte la mano.
Necesito un punto de conexión.
Te tengo sentado al lado y nuestras piernas se rozan y empiezo a ser consciente de todo mi cuerpo.
Porque tu cuerpo hizo que me reconecte con el mío.
Cada parte de mí quiere entrar en contacto con vos.
Siempre quiero más.
Como si estar pegados tampoco fuera suficiente.
Hasta que deje de haber un vos y yo separados.
Vení adentro mío, yo voy adentro tuyo.
Este mes podría haber elegido hablar de historia, de infancia, de regresar, de cualquier cosa, pero me tocó hablar de identidad. Digo me tocó porque no lo elegí. Yo llegué a Rosario envuelta en vaya uno a saber qué (en realidad sí sé en qué: en miedos y expectativas y una necesidad de ser abrazada y abrazar que no me animaba a expresar con palabras). Yo llegué a Rosario creyendo que Rosario podía hacerme entender quién soy. Es muy difícil estar en una ciudad que en nada te recuerda quien sos. En Londres absolutamente todo te conduce a convertirte en una versión de vos misma que no conociste antes, sobre todo si sos rosarina. Duermo con la ventana cerrada porque no existen los mosquiteros y me da miedo que una paloma se meta volando, no uso riñonera porque mis distancias son largas y necesito espacio para llevar un libro, no soy nunca el centro de atención en una conversación grupal porque no tengo la soltura lingüística que se necesita para ocupar ese rol. Podría seguir enumerando cosas: no soy copiloto de nadie porque mis amigos no tienen auto, uso secador de pelo porque sino me enfermo, resiento de mi cumpleaños porque ahora sucede en invierno. Realmente nada en Londres me ayuda a recordar quien fui siempre. Por eso, aunque dije que volvía a Rosario en busca de un abrazo de mi mamá, una caminata por Oroño y un amargo obrero, en realidad volvía a buscarme a mí.
Algo que me hace ser quien soy es el hecho de que me crié compartiendo habitación con mi hermana. Y en este caso crié es un término amplio. Hasta los 26 años, dormí en la cama de al lado de Amelia. Cuando ella era chica yo era la que la despertaba a las siete de la mañana cuando volvía del boliche, pero con los años ella se convirtió en mi consejera de medianoche. No fue hasta que me encontré otra vez sentada contra la ventana otra vez hablando con ella que recordé cuánto de todo lo que soy sale de esas charlas. En este viaje hablamos de muchas cosas, pero para este newsletter quiero compartir lo que pensamos sobre las ciudades en las que uno nació.
Rosario es una ciudad lo suficientemente grande como para que no conozcas a nadie que está en el mismo colectivo que vos y lo suficientemente chica como para que no puedas estar afuera de tu casa por más de dos horas sin ser reconocido por alguien que alguna vez te conoció. Es una ciudad extraña. Crecer bajo la mirada de tu círculo sin posibilidades de escaparse a otro lado es rarísimo. Hay personas que logran emigrar dentro de Rosario, pero son aquellas que siempre ataron su vida a un solo barrio y de grandes se mudan a otro opuesto. No fue mi caso. Mi mejor amiga de la escuela vivía en Alberdi, fui a un club de Zona Sur que me hacía rodearme de gente del centro, estudié inglés en Barrio Martin y tengo familia de Fisherton. Yo me crié enfrente al río pero en todos lados termino conociendo a alguien. La posibilidad de escaparme de la opinión ajena es nula, y esto siempre fue un problema. A ver, la opinión ajena está también en ciudades enormes, pero es una opinión anónima. No conozco a la señora que va siempre al mismo supermercado que yo a comprar verdura. Realmente lo que ella opine de mí nunca puede tocarme y, lo que es más importante, tengo toda la libertad del mundo para elegir yo qué historia quiero contarle. Esto no se puede hacer en Rosario. Independientemente de lo que yo elija decir, hacer o vestir, siempre va a haber del otro lado un otro que decide pintarme con sus colores basándose en una opinión que formó de mí hace años. Yo no me fui para escapar de nada pero sí quise esconderme de los ojos que siempre me miraron. Me imaginaba, y estaba en lo cierto, que nunca iba a poder averiguar quién era si no me desnudaba de esa opinión.
Ya les hablé de esto en el apartado anterior, pero ahora quiero hablar sobre la belleza que se encuentra cuando uno deja de renegar de lo que no le gusta. Sí, es fantástico el anonimato que te da una ciudad grande, es buenísimo poder definirte como lo que vos querés ser, pero poco se habla sobre la belleza de sentirse conocido por alguien. En mi primer día en Rosario le dije a mis hermanos que teníamos que apostar a ver cuánto tardaba en cruzarme un conocido. La respuesta fue inmediata, en la esquina de mi casa ya estaba mi vecina Sasán. Nos dimos un abrazo y ella me dijo que estaba feliz de verme y le creí. No saben (y tampoco lo sé yo) cuánto tiempo puede pasar hasta que me encuentre con alguien conocido en Londres y lo abrace de esa manera.
Hay algo hermoso en sentirse conocido por el otro. Sí, es verdad que sus opiniones te condicionan. Tenemos la tendencia a querer agradar y por eso solemos quedarnos en los moldes que nos asignamos a nosotros mismos a pesar de que nadie nos lo pida. Pero no sé realmente si yo podría haber llegado a desarrollar mi identidad por elección sin el apoyo de las personas que entendieron mi alma sin que se las explique. Porque pertenezco a una ciudad chica y tejí muchas redes, sé que puedo disfrazarme con cualquier etiqueta porque siempre alguien me va a traer de vuelta a mi esencia. Adoro encontrarme en los ojos de alguien que me quiso antes de que fuese quien soy ahora. Sé que me van a querer en todos mis momentos, a través de todos mis procesos, a pesar de que quizás no logre nunca nada. Pienso que tiene sentido que Messi esté casado con su amor de la escuela, o que Taylor Swift siga teniendo de mejor amiga a la misma colorada hace millones de años. La gente que te conoce desde siempre y te vio ser vos mismo en todas tus versiones no necesita que le expliques nada. No necesita que compruebes que sos esa promesa que puede ser cumplida. Te quieren y te conocen porque te quisieron y te conocieron siempre. Van a estar. Son los que te dejan volar porque saben que siempre pueden hacerte volver.
Renegué mucho de mi vida en mi ciudad de conocidos, pero no imagino existir para siempre lejos de ella. No sabría quien soy si no existiera la posibilidad de cruzarme por el cantero central de Oroño con una persona que me conoció cuando era un manojo de preguntas y se quedó en mi vida el tiempo suficiente como para averiguar la respuesta.
En el primer subte que me tomé cuando volví a Londres me encontré con una sorpresa: nada me sorprendió. Solo sentí el recuerdo que un poco te obliga a detenerte, como cuando olí por primera vez después de casi tres años el jabón del baño de mi mamá. Esta ciudad que yo elegí me es completamente familiar, de una forma subatómica. Todas sus partes tienen sentido para mí y mi cuerpo sabe reaccionar a ellas. Queda decir, entonces, que tenían razón esos que me dijeron que mudarte a otro país rompe para siempre la matriz de lo que sos. Si lográs realmente pertenecer a un lugar donde no naciste, nunca vas a sentirte del todo en tu hogar. Como sucede con los hombres que amé, una parte mía vive en Londres y solo estando en ella puedo sentirme completa. Esto es una apreciación pero no una promesa. No estoy diciendo que elijo a la Juana de una ciudad o la otra. Siempre estamos haciendo concesiones. Donde sea que termine viviendo en el futuro, como sea que termine habitando el mundo, siempre voy a ser la suma de mis partes que nunca están juntas. Y podría entristecerme sentir esto, pero por el contrario me alegra. Quizás no me toque nunca una vida extraordinaria, pero me tocaron dos vidas (por ahora) que me abrazan y me contienen.
Este viaje siempre tuvo que durar cinco semanas. Mi cuerpo lo supo y se acomodó acorde a ese tiempo. Como esos sueños que saben que la alarma está por venir y se cercioran de terminar justo cuando me despierto. Son muchas las conclusiones que podría sacar si hubiese llevado un diario, pero no tuve tiempo. Me queda dividir la diferencia, hacer brillar la respuesta por contraste. Quien llegó no es la misma que se está yendo. Viví todos los epílogos de la última década de mi vida y contesté esas preguntas que nunca habían tenido respuesta. Y las dudas que todavía quedan, porque no hay vida en la certeza, vienen a mí envueltas en la emoción del descubrimiento.
No sé qué me espera en esta nueva etapa, pero sé que me llevo el todo de mí conmigo.
Closing arguments
Gracias por leer, una vez más, y por estar del otro lado mientras exploro la identidad de lo que soy y lo que escribo. A continuación, te dejo algunos links útiles, que antes solías encontrar a lo largo del newsletter.
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Jamás me imaginé que iba a llorar al leer lo que sentía y le pasaba a otra persona, siento que te leí y me encontré un poquito en tus palabras. Gracias Juana
qué lindaza esta edición del news