En 2021 está temática llegó en marzo, en 2022 en febrero. Este año es enero el mes en el que voy a hablar de amor. Las pruebas demuestran que no aguanto un año entero sin hacerlo, y pienso que tiene lógica. Por más que lo haya negado por mucho tiempo, el amor es lo que más me interesa. Podría escribir de esto todos los meses, y quien lee las columnas semanales va a hacer bien en pensar que de hecho ya lo hago.
Ya lo dije más de una vez. Los temas de este newsletter gratuito, que se tratan después en Terapia Creativa, aparecen en los espacios comunes. En los once meses que hace desde que escribí sobre amor, descubrí que todas las personas que me rodeaban terminaban de alguna forma hablando del tema. Me pasé todo este tiempo escuchando sobre el amor y sus manifestaciones y faltas, el romántico y el propio, el que nace y el que muere. En el medio, yo intenté ponerlo adentro mío en un lugar menos protagónico, enmarcándolo en otros contextos para que no se notara que esto es lo que me despierta cada mañana y me deja a la noche sin dormir. Fallé cada vez, por suerte. Estoy ahora en un momento de ejercicio constante. Peleo contra mis costumbres de siempre y le intento dar al amor el lugar que merece, el que en realidad ya tiene desde siempre adentro mío. Intento que no me de vergüenza decir que es lo que más me importa en el mundo. Me doy cuenta que comanda mis acciones mucho más de lo que quiero reconocer, y que todo lo que soy y aspiro a ser tiene un poco que ver con esta fuerza que tanto me cuesta definir.
Empiezo con las preguntas, y te invito a que las respondas anónimamente. ¿En qué lugar ponés al amor?
El Semillero, mi taller favorito, vuelve en forma de edición especial. Solo hasta febrero de 2023 van a poder acceder a la actualización de este taller que ahora gira en torno a la temática BALANCES y ofrece pequeñas herramientas para honrar el 2022 y apostar a un 2023 que florezca en creatividad. Pueden encontrar la información completa en este link.
En noviembre terminé Conversations on Love y desde entonces mi visión del amor fue nutrida por lo que encontré en el libro. Natasha Lunn habla mucho del anhelo (longing en inglés), y compara su época de anhelar el amor de una pareja con la que vivió anhelando un hijo después de perder su primer embarazo. La maternidad para mí sigue siendo un anhelo del futuro, no conozco lo que es angustiarse mes a mes esperando la confirmación de que la vida se engendró adentro tuyo, pero entiendo, gracias a las conversaciones que aparecen en este libro, que el anhelo de amor es el mismo toda una vida, a lo largo de las etapas. En la infancia y adolescencia se desea encontrar amigos, en la adultez se pasa a la pareja, cuando esto se encuentra muchos empiezan a soñar con sentir el amor por su descendencia. En todas las etapas anhelamos, además, el cariño de nuestros padres y hermanos, y el amor por un propósito propio que le de sentido a nuestra vida. Hay anhelos que no se calman nunca. Hay personas que nunca tendrán hijos, otras que nunca tendrán recuerdo de sentir el amor de sus padres, otras que se pasarán la mayor parte de su vida necesitando el amor de un compañero que perdieron siendo demasiado jóvenes. A todos nos toca cargar con un anhelo que nunca se apaga, armar una vida donde las otras formas de amor alcancen para que no nos duela tanto no haber conocido o haber perdido esa en particular que nos quema adentro. Yo sé cuál es mi falta, ustedes sabrán cuál es la suya. A todos nos toca aprender, en algún momento, una doble lección: es anhelo es inmortal, eterno y persistente, pero no tiene el poder de cambiar nuestro mundo y sus circunstancias. Lo dice Elizabeth Strout en Oh, William!: Me digo a mí misma que mi mamá me amó. Creo que lo hizo de la forma que le fue posible a ella. Como dijo esa adorable señora psicóloga una vez, “El Deseo nunca muere.”
Eventualmente entendemos que a este anhelo se lo lleva en la piel. Cualquiera que nos preste atención va a saber verlo. Va a estar con nosotros siempre y para siempre, y vamos a tener que aprender a llevarlo, intentar que no nos condicione la vida, sabiendo de antemano que seguramente en algún punto lo haga. Mi Deseo nunca murió, ni siquiera después de haber enterrado al cuerpo que lo hacía nacer. Muy seguido me digo a mí misma que mi abuela me amó, de la forma que le fue posible a ella. Llegué genuinamente a creérmelo, tanto que ahora el anhelo se convirtió en uno diferente. Ya nunca voy a poder sentirme amada por ella en su presencia. El momento para vivir eso pasó, y me toca cargar con el peso de saber que cada vez que la abracé sentí con más fuerza la falta que el cariño. Me toca, además, cargar con el peso de saber que ella lo supo todo. Busco la forma de creer que aunque sea una vez me abrazó y se sintió suficiente, sintió que para mí su amor era suficiente. No tengo forma de saberlo. A veces le hablo, me pongo sus sacos y me miro al espejo y pienso para mis adentros perdón, te quiero, perdón, te quiero. Nunca se lo dije en voz alta. Ella no creía que después de irse pudiese seguir estando, pero no es por esto. No se lo digo porque me da miedo que sea tarde, que su Deseo sí se haya muerto, que me escuche y mi perdón no le alcance.
Hay, también, anhelos que funcionan como brújulas. Son los que existen cuando todavía queda esperanza. El anhelo de una amistad, de una pasión, de una pareja. Anhelar es un verbo cargado de voluntad. Es una acción que se hace todos los días. El problema, creo, es que no sabemos habitarla. A algunos nos angustia mirarla. A otros nos da vergüenza. A otros nos hace sentir desagradecidos. Nos cuesta reconocerla como una necesidad vigente. Personalmente, mi anhelo siempre fue el de estar enamorada. No creo que sea del todo fácil habitar el mundo sin una compañía que pelea para tu lado, pero sé que fue más difícil hacerlo mientras simulaba que no me dolía. Dancé por años entre dos polos: el de sentir que nada importaba si no tenía ese tipo de amor y el de asegurar que no lo necesitaba porque tenía otros. Tardé mucho tiempo en entender que habitar el anhelo sin dejar que te consuma es una lucha que no tiene salidas fáciles. Hay que hacer el esfuerzo por medir nuestra vida en su totalidad, pero también hay que hacer el esfuerzo por mirar al vacío y aceptar que está ahí. Es un desafío complejo que a veces se hace insoportable. Creo que por eso existen revistas, libros, podcasts y tutoriales que prometen ayudarte a que le des una vuelta a la historia. Todo nace de la necesidad, y no imagino necesidad más grande que la de sacarse de adentro el anhelo. Personalmente, todos estos atajos me sirvieron para aprender sobre el comportamiento humano, pero ninguno me hizo realmente más fácil el camino. Solo me ayudó tener personas que me aman y me acompañaron en cada intento, cada desesperanza, cada llanto ahogado. Me ayudó tener una y otra vez a mi mamá sentada como Laura Dern mientras yo colapsaba diciendo, como Jo March, “estoy harta de que la gente diga que las mujeres solo viven por amor… pero me siento tan sola.”
Dije que estos últimos anhelos funcionan como brújula. Nos señalan, si les prestamos atención, la dirección en la cual hay que ir. Creo que el problema muchas veces es que no sabemos leer esta brújula. Siento que vivimos en un mundo donde nos hicieron creer que siempre hay que apuntar al norte, cuando en realidad para los anhelos el norte está en todos lados. Ayuda, pienso, recordar que no podemos anticipar de qué forma se va a satisfacer nuestro anhelo. El amor existe entre fuerzas orgánicas, no responde a conceptos. Le doy muchas vueltas a esto cuando hablo, nunca en voz alta, con mi abuela. Quizás si yo hubiese podido separarla del concepto de abuela que yo esperaba de ella, habría podido reconocer, antes de perderla, que su cariño no dejaba de ser genuino y profundo solo por ser distinto. Me choco contra esta brújula rota todo el tiempo. Pienso, erróneamente, que hay una forma de habitar mis anhelos que tengo que alcanzar, una que está preestablecida por alguien. Lo pensé incluso esta mañana, sentándome a escribir esto. Hace casi tres años que me peleo contra la barra de parámetros de cómo debería ser mi rutina. Tuve un día horrible porque a la mañana nada me salía porque estaba cansada y este mini fracaso impactó en el resto de mi día. Recién cuando renuncié a poder hacer algo y me permití ver tres capítulos de una serie al hilo, pedir una hamburguesa y dar la jornada por perdida, apareció una chispa de inspiración. Esta oración, por ejemplo, está siendo escrita a las once de la noche. Podría maravillarme porque las palabras vinieron a su manera a mi encuentro, pero todavía pesa más el reproche de que no lo hayan hecho como yo esperaba. Ni siquiera me gusta necesariamente escribir a la mañana, pero soy esclava de los preconceptos. Mi brújula funciona, pero yo no sé leerla. Trato de arreglarla recordando que no existe ninguna representación absoluta y viva de un concepto. Mi amiga se casa en doce horas y todavía no saber si ponerse o no un accesorio. Me comenta su culpa, lo alejada que se siente de ser una novia. Le digo que su pareja se está casando con ella, que no existe ser una novia, que existe ser ella y ponerse un vestido y casarse. Mi relación tiene términos concretos que funcionan para nosotros y nos hacen felices pero no vi en su imagen y semejanza en ningún otro lado. Me ataca un pensamiento automático que me hace cuestionarme todo. Hago el esfuerzo de recordar que pareja es una palabra vacía que cada uno llena a su manera. La brújula es el alma y cómo le habla al cuerpo. El norte está en el único par de brazos entre los que se siente bien quedarse.
¿Cuál es tu Deseo que nunca muere? ¿Cómo podés llenar, a tu manera, los conceptos vacíos?
Otra sección de Conversations on Love habla de mantener el amor, y leyéndolo pensaba en todo lo que aprendí últimamente sobre la reciprocidad. Toda mi vida pensé en el amor en términos que yo creía universales pero en realidad eran solo míos. Pensaba que querer a una amiga te hacía, por ejemplo, llamarla seguido y compartir tu tiempo con ella, y pasé por momentos largos de no entender por qué algunas amigas decían quererme pero después priorizaban otros vínculos o incluso su propia compañía. Mi mejor amiga me enseñó el poder de hacer regalos, y desde entonces le pongo un montón de empeño a sorprender a las personas que quiero. Pensaba que esta era una regla básica del amor. ¿Por qué alguien habría de omitir el gesto de darle un presente a alguien que ama cuando se siente tan bien hacerlo? Si no lo hacés, entonces el amor no es tan fuerte, ¿no? Pensaba que el enamoramiento te lleva a querer escribir cartas y más de una vez me decepcioné porque nunca recibí una carta de parte de alguna de las personas que dijeron tener sentimientos por mí. Si miro para atrás, todas mis historias de amor fueron atravesadas por un aprendizaje acerca de qué es la reciprocidad. Es un aprendizaje que incluso hoy tengo que seguir haciendo.
En los momentos en los que sentí estar dando más de lo que recibía, me encontraba con una pregunta interna que parece que retumba en muchos de nosotros: ¿por qué yo tengo que dejar de hacer lo que me nace para equilibrar este vínculo? Era verdad que la única forma de sentirme en balance con amigos que estaban muy ocupados era dejando de escribirles, pero esto se me hacía doloroso. Sentía que la desatención ajena se estaba metiendo con mi identidad. Ellos me estaban convirtiendo a mí en una persona desatenta, creía. Lo mismo pasaba cuando en un vínculo romántico yo parecía tener más tiempo para el otro que el otro para mí. Ocupaba mi agenda y rechazaba encuentros y me obligaba a sentir que eso alcanzaba para que todo se sintiera recíproco y equitativo, pero una vez más caía en esa angustia de sentir que no podía ser del todo yo para habitar esa unión.
Creo que las cosas empezaron a cambiar cuando crecí. No es que quiera hacerme la grande y madura, pero es verdad que el paso del tiempo ayudó mucho. No podría ver a la persona que fui hace cuatro meses e identificar sus errores porque todavía se sentiría como algo que está muy cerca de casa, algo que me ataca a mí personalmente. En cambio hoy, con treinta años, puedo ver lo que fue mi vida a los veinte y veinticinco y señalar que sí, es verdad que tenía mucho amor para dar, pero muchas veces no fue el amor lo que comandó mis acciones. Es difícil admitirlo, pero necesario. Yo fui una persona que rompió la reciprocidad pidiendo de más muchísimas veces. Y no es pedir de más querer ver seguido a tus amigos, o generar un vínculo en el cual se asume que uno va a hacerse y recibir regalos. Pedir de más es poner al otro en un lugar que no puede ocupar, y rogar que con tu deseo y tu voluntad alcance para que las cosas cambien. Entiendo también que cuando uno conecta de verdad está ocupando un espacio en el otro, y el espacio siempre es finito y limitado. Con María, a quien nombro por acá muy seguido, hacemos chistes sobre lo imposible que sería tener con alguien más otro vínculo como el que tenemos, pero lo que decimos es real. No tengo el tiempo y la energía para mantener al tanto a una persona de cada cosa que pasa en mi vida y escuchar las suyas, porque ese es tiempo que ya ocupo con ella. De la misma forma, no puedo tener otra amistad incondicional y profunda como la que tengo con Victoria, porque ella tiene partes de mí que ya no puedo darle a alguien más. No quiero ponerme a enumerar las formas en las cuales tengo vínculos únicos pero sí quiero explicar que para mí todos los amores son, a su manera, monogámicos. Le puedo dar a mi hermana solo lo que le doy a mi hermana, a mi madre solo lo que le doy a mi madre, a mi gata solo lo que le doy a mi gata. Y de la misma forma, no puedo darles el amor que les doy a ellas a nadie más. Y si bien el amor es infinito y el corazón es el músculo que más resiste, no tengo tiempo ni espacio para ejercer activamente el amor profundo con todas las personas que quiero. Existió en mi vida una resignificación de mis gestos. No soy ni seré esa que pide que no le manden audios o se borra de grupos de WhatsApp de gente que quiere porque no tiene tiempo de estar. Yo estoy, pero a mi manera. Doy solo lo que puedo dar, lo que realmente tengo para dar. Estoy descubriendo que doy mucho más y mejor de esta manera. Por lo general tengo diez o doce conversaciones esperando a ser contestadas, pero la gente que me quiere sabe que yo eventualmente aparezco siempre, solo necesito hacerme el momento para poder prestarles atención. Ya no hago regalos para cumplir, tampoco voy a reuniones cuando estoy cansada. Si tengo ganas y medios para dar mi amor, no dudo en hacerlo, pero dejé de tenerle miedo al “no”. Nunca es un “no” mezquino. Es, por el contrario, amoroso. Elijo creer que es el sello de certificación de que todos mis “sí” son de verdad.
El eco natural de empezar a decir que no fue entender a todas las personas que lo hicieron conmigo alguna vez. Pude encontrar en mis limitaciones un montón de entendimiento para las limitaciones ajenas. Descubrí que por años yo estuve dando lo que realmente no tenía. Iba a cumpleaños a puro bostezo y compraba regalos con plata que me faltaba y escribía cartas que me dolía entregar. Creo que lo hacía esperando que los otros me dieran eso que yo no sabía darme. Esperaba que me devolvieran en tiempo, gestos y cariño eso que yo no lograba encontrar en mí. Lo hacía porque cargaba con la soberbia de creerme ilimitada, alguien que no dice que no porque no lo necesita, porque puede con todo. También lo hacía, sobre todo, porque cargaba con la inseguridad de no poder sentir que lo que me daba a mí era suficiente. Un proceso de reestructuración me ayudó de a poco a encontrar el balance y el eje. No pude sentir enseguida que el tiempo que me daba a mí misma contaba como validación. Tardé mucho en convencerme de que elegirme como compañera es un acto que solo me puede satisfacer si lo direcciono hacia adentro. Empecé de a poco, quitando el amor que me daba cuenta que no estaba poniendo en lugares fértiles. Dejé de llamar a mis amigos que no se acordaban de escribirme, dejé de guardarme noches en el calendario para los hombres que no podían salir conmigo. Lo hice, admito, con enojo, pero en la tranquilidad que dejaba este acto de soltar el control absoluto de la relación, admití que el acto tenía algo de sentido. Me empecé a despegar de lo que yo creía que esos vínculos tenían que ser. No todas las amistades necesitan contacto constante, no todos los amores están hechos para convertirse en una pareja. No puedo ser yo la encargada de nutrir y hacer florecer todos mis amores, incluso contra la voluntad de los demás. Muchas veces, y me animaría a decir todas, aprendí que las personas que decían quererme realmente lo hacían, solo que a su manera, y que la conexión recíproca que podíamos tener funcionaba mucho mejor que la relación imaginaria que yo intentaba forzar.
De a poco se hizo más fácil este acto de darme directamente las cosas que quiero y dejar de tercerizar. Empecé a comprarme regalos a mí misma sin imaginar quién podía darme cosas para mi cumpleaños. Me saqué al cine los sábados porque me parecía la mejor forma de llenar mi fin de semana. Descubrí que era mucho más fácil identificar lo que quería si me correspondía a mí dármelo, y entendí con pesar que muchísimas veces había dado de más para que me dieran. Entendí lo duro y a veces violento que es recibir cosas que vos no pediste de personas que sabés que esperan algo de vos. Empecé a descubrir que yo también era la que a veces necesitaba menos de algunos vínculos, o quizás un trato diferente. Sentí lo triste que es expresarle a un ser querido que necesitás silencio o espacio y recibir en cambio más energía que no podés devolver. Me sentí en falta y pedí perdón y descubrí que muchas veces las personas perdonamos sin hacerlo, esperando que el otro cambie lo que sabemos que no va a cambiar. Anuncié los términos que podía tener en algunos vínculos y me di el lugar de sentir que si el otro se negaba a cumplir con ellos porque buscaba persuadirme con otros distintos, entonces era una falta de respeto. Insistirle a alguien para hacer algo cuando sabés que está ocupado es una exigencia y no una muestra de amor. Darle al otro un lugar protagónico en tu vida sabiendo que no tiene espacio para dártelo a vos es una forma de manipulación. Declararle tu amor a alguien que sabés que no tiene la capacidad emocional para lidiar con eso no es el gesto romántico que creés que es. Y lo que es más importante: solo porque tus intenciones sean buenas no significa que las repercusiones no sean, de alguna forma, malas.
Hoy estoy en un momento en el cual es realmente muy fácil para mí mantener mis relaciones en términos recíprocos. Empecé a separar el cariño de las acciones, y dejé de creer que el amor es una planta que si no se riega se muere. El amor es una fuerza que si no se controla se transforma. Lo hace, siempre, en busca de la comodidad. Lo hace para escaparse de la muerte. Si la dejamos bailar como ella quiere, confío en que va a ser cada vez más fácil seguirle el ritmo.
¿Por qué le pedís a los otros lo que podés darte vos?
Para seguir la división que plantea el libro de Natasha Lunn, quiero hablarles en última instancia sobre perder el amor. Perdí casi tantos amores como los que encontré, y en muchos casos me tocó perder los mismos muchas veces. Es quizás el miedo más válido que conozco. Temer la pérdida del amor es temerle a todo. Cuando uno anda por la vida con el alma rota, pienso que nos perdemos del mundo en el camino. Nos deja de interesar lo que nos encendía el alma, la música ya no surte efecto, puedo jurar que hasta la Coca Light me deja de llamar la atención por momentos. No puedo, por suerte, hablar sobre perder al amor de tu vida. Creo que los hombres que perdí no eran eso para mí, y la persona que hoy elijo está lejos de perderse. Tampoco quiero hablar sobre perder amores que ya no están en este plano. En el newsletter de duelos hablé sobre los que se fueron y la forma en la que todavía están para mí. Quiero, en su lugar, hacer la prueba de ver la pérdida como otra cosa, a ver si le dejamos de tener tanto miedo.
Una de las primeras certezas que se me vinieron a la mente cuando oficialicé mi relación fue que, ahora, tenemos que realmente dejarnos si queremos dejar de estar juntos. Ya no podemos hacer que las cosas se disuelvan como me ha pasado en otras relaciones. Tampoco somos personas que vayan a ghostearse sin dar aviso. Si el amor se muere, que es algo que creo improbable pero posible, vamos a tener que pasar por el ritual de la ruptura. No es con angustia que pienso en esto sino con fascinación. Si bien soy portadora de algunas historias de amor fantásticas, nunca viví ninguna en un marco como el que tengo ahora. Nunca elegí, abierta y oficialmente, a alguien que me elegía a mí. De esa forma entiendo que estoy parada en un lugar en el que no estuve nunca. Por primera vez en mi vida, estoy expuesta a que alguien quiera separarse de mí. Podría ser potencialmente un golpe más duro que cualquiera de los que ya he tenido, y tengo que decirlo así porque es importante que se entienda el riesgo al que uno se somete cuando elige darle un espacio al amor. Todo puede salir muy bien, pero todo puede también salir muy muy mal. No se puede minimizar este hecho. No podemos vivir como si enamorarse y apostar por ello no fuese el desafío que es. Es verdad que por un lado pienso que de cualquier rotura de corazón se sale, y que nadie se muere de desamor. Es verdad que cada vez me cuesta menos dar el salto porque aprendí que no es tan imposible superar esas angustias. Todo esto es verdad, pero también es verdad que no es fácil andar por la vida desarmado, y que no podemos realmente culpar a la gente que, en ciertos momentos, elige no arriesgarse a hacerlo.
Pienso, cuando miro los amores que creí perder, que en realidad no creo que exista el riesgo de que eso pase. Todos se fueron transformando y cambiando en intensidad, pero para bien o para mal no pude realmente dejar de querer a nadie que quise alguna vez. No digo que mi amor sea una fuerza infinita, tampoco que sigo enamorada de la persona que me quitaba el sueño a los veinte. Digo que creo, desde siempre, que el alma tiene una memoria imborrable. Digo que no pienso que sea posible que el amor se pierda. Y con esto no quiero decir que yo haya perdonado a todas las personas que alguna vez me lastimaron, o que esté esperando la ocasión para volver a ser amiga de las personas que ya no son parte de mi vida. Creo que el dolor, la decepción, la angustia y el enojo pueden convivir con el amor. Estoy segura de que lo hacen. No quiero decirlo desde un lado moralista, dando cátedra de que hay que encontrar el lugar en nuestro corazón para seguir amando incluso en la pena. Digo que para mí, y es una opinión meramente personal, no es una elección que se dé esta dualidad. Digo que nos guste o nos pese, el amor sigue estando adentro nuestro incluso después de golpes que podrían haberlo borrado.
Pienso que esta manera de ver las cosas no habilita necesariamente una lectura simple. Sería mucho más fácil pensar que las personas a las que lastimás pueden dejar de quererte para siempre. Permitiría que todo fuese más claro, y que lidiar con nuestros sentimientos no costara tanto. Ver al amor como una fuerza que es incluso incómodamente inmortal me parece algo muy difícil, pero es la única visión que para mí tiene sentido. No creo que permita, por ejemplo, que vayamos por la vida lastimando personas porque contamos con la seguridad de que el amor será eterno. Por el contrario, nos obliga a honrar los vínculos dándoles el respeto que merecen. Si no lo hacemos, quizás tengamos que cargar con saber que existe alguien que nos ama a su manera y no puede tenernos cerca porque el dolor de nuestra presencia es muy grande.
Quizás nunca deje de tener miedo de que el amor se transforme. Es, al fin y al cabo, el miedo a lo desconocido. No imagino un mundo donde mis amores mutuos dejen de tener la forma que tienen ahora. Creo, sin embargo, que estoy dejando de tener miedo a que el amor se termine, o se muera, o se pierda. No necesito más que mi propia experiencia para asegurar que esto es imposible. Incluso en los momentos de más angustia y enojo, supe que existía un lugar en el cual mi amor seguía siendo inmortal. Quizás alguna vez deje de elegir a las compañías que tengo, quizás ellas dejen de elegirme a mí, pero estoy casi segura de que nunca vamos a dejar de sentir, aunque sea en un rincón recóndito del alma, que todavía nos queremos.
¿A quién seguís queriendo, aunque te cueste reconocerlo?
Por cuarto mes consecutivo, me doy el lujo de invitar a este espacio a alguien a quien disfruto leer. Ceci es subscriptora de la columna semanal, pero antes de serlo fue lectora fiel de mi diario de octubre, y un mensaje recurrente en mis DMs de Instagram. Una de las cosas más hermosas de escribir es descubrir las palabras de otras personas que se encuentran en las mías, y encontrarme en las suyas. El texto que escribió Ceci para esta edición es de las cosas más lindas que leí sobre el tema, y me honra realmente que sea parte de este newsletter.
La densidad del amor, por Ceci Pellegrini
Juana me propuso que escriba sobre el amor.
En lo primero que pensé fue en la complejidad del amor, en lo denso que se va poniendo a medida que avanza, que crece, que se hace más profundo. Denso por cargado, por saturado de partículas y particularidades, y palabras no dichas o dichas de más, pero también denso porque sostiene, porque no se evapora, porque cobra forma, cuerpo, espesor, solidez. Cuando el amor es denso se le puede construir encima, se banca que se lo agujeree para incorporar algo nuevo, que se resquebraje un poco por algunos sacudones, que se lo descascare para encontrar las capas escondidas.
Pienso en cómo con los meses y los años un amor nuevo, de agua, transparente, movedizo, fluido, en el que podés nadar a la deriva, sin tomar muchas decisiones, va cobrando espesor, se va cargando de experiencias y complejizando. ¿Cuántas son las cosas que pasan en dos vidas que deciden ir a la par, que en un punto se fusionan? ¿Cuántas preguntas, miedos y desafíos tienen que aguantar los amores? ¿Cuándo son demasiados? ¿Cuál es el punto crítico del desbalance inevitable de toda dupla?
Sin dudas hay personas a las que la idea de dos vidas fusionadas las ahoga, que respiran mejor en agua en movimiento. A mí, en cambio, siempre me gustó conocer mucho a las personas. Me gusta descifrarles las caras cuando piensan que nadie se está dando cuenta que algo les molesta, me gusta saber de antemano la anécdota o el chiste que van a contar en una determinada situación, me gusta poder aburrirme de alguien y seguir eligiendo escuchar a esa persona y no a otras. Me gusta que mi vida esté fusionada con la vida de mis amores, todos, los románticos, los amistosos y los familiares, si es que existe una diferencia real entre esos tipos de amores. Me gusta hartarme de sus formas de ser porque me parece necesario, me parece parte de esa densidad que a veces raspa. En parte porque necesito saber que mis amores también se bancan mis asperezas y me eligen igual.
Pienso también en la cantidad de veces que nos dijeron que el amor era ciego. ¿Cómo se puede amar si no se puede ver a la otra persona, si no puede aprender a ver lo que nos quiere mostrar, y aprender a descifrar lo que no nos puede mostrar? El amor denso no puede evitar ver a la otra persona en el propio deseo, en los propios proyectos y en el propio futuro. No puede evitar imaginar con esas personas, que aparezcan en la foto y que sean parte. El amor real, intenso, denso, no puede ser ciego, necesita ver para defenderse. Se banca las verdades que duelen sin agrietarse. Se anima, se expone porque sabe que su solidez lo protege. Se arriesga para salvarte. Escribiendo esto me resulta ridícula la insistencia (¿exigencia?) que muchas veces tenemos en que todos nuestros amores logren ser densos. A lo mejor sea injusto, y algunos amores pertenezcan al agua, vayan y vuelvan, o no vuelvan nunca. A lo mejor está bien que algunos se evaporen para poder volver a ser lluvia en otro lado.
Ahora inevitablemente pienso en mi mamá y en la idea salvadora (para alguien que no cree en casi nada como yo) de que el amor es lo único que engaña, de a ratos, a la muerte. Por lo menos la relativiza, la suspende en algunos sueños y en un montón de recuerdos. Ese amor que grita en la panza, que pesa y por eso se siente, que ocupa espacio, que se traga, que a veces da risa y otras veces se cuela en un día cualquiera en una conversación cualquiera y se te escapa del cuerpo en alguna anécdota o un llantito disimulado. Quiero pensar que el amor denso es el que no se puede perder, no se puede desvanecer en el aire, no se puede dejar de ver.
El amor y la pérdida. Enero de 2023.
Cada enero es lo mismo: incomodidad que no entiendo, angustia en la panza, dormir mal, pesadillas que tampoco entiendo, hasta que algo hace caer la ficha y no puedo esquivar más el dato: es enero de nuevo. Empieza otro año sin mi vieja.
Así que más que cualquier otra cosa, sobre el amor y en enero, creo que quiero decir que vale la pena. Vale la pena amar tanto que se instale una pepita de oro adentro del cuerpo. Vale la pena que te amen tanto que sientas que nadie puede reemplazar ese amor, porque entonces vas a aprender a coleccionar amores, tantos y tan densos y profundos que a lo mejor lleguen a “valer su peso en oro”. Vale la pena porque todo va a sumar su color, el de la persona que te amó profundamente: todas las flores pájaro van a ser suyas, todas las orejas suaves van a ser de su perro. Todos los personajes de todos los libros pueden tener un poquito de esa persona y todas las canciones van a parecer escritas para esa historia. Vale la pena porque no hay mayor lujo que que te quieran bien y permitirse querer con todo el cuerpo. No hay mejor decisión que animarse a fusionarse con otras personas, y a incorporar el peso de un amor denso, y creo que eso solamente se aprende y se busca si lo pudiste disfrutar. Vale la pena llorar a mi mamá cien mil años más con tal de haberla tenido. Poder seguir riéndome cuando soy demasiado Astutti y la gente me quiere matar, o cuando me agarra la veta posmo y quiero creer en las brujas. ¿Cómo no va a valer la pena sentir algo tan fuerte que logra evadir el cerebro racional, encorsetado, calculador, que no llora en público, y te hace largar una lágrima desprevenida o soñar un abrazo?
El amor sale así, a lo bestia, a los gritos, tirando pasos, metiendo miedo, cagándose de risa. El amor pesa, en todo el cuerpo, para que no nos volemos a historias menos importantes, para que no nos evaporemos entre los fantasmas del día a día. El amor nos sostiene frente a todo, hasta después de la muerte, firmes y abrazados.
Para que consideren su forma de ver el amor:
Algo para leer: Rayuela, de Cortázar. No lo terminé todavía, pero vale la pena por muchas frases que no son las que conocemos. Lo recomiendo de verdad.
Algo para ver: When Harry Met Sally, siempre, porque es mi película favorita. Aftersun, porque es la última que me tocó el alma.
Algo para escuchar: un álbum hermoso a cargo de Jack Antonoff
Algo para que sean parte de nuestra comunidad: en febrero vamos a enamorarnos de la escritura. En Patreon vamos a leer La historia de tu vida de Ted Chiang, vamos a tener consignas semanales inspiradas en la temática de este newsletter, vuelve el club de cine a cargo de Anita Zanelli con una propuesta nueva y van a recibir instrucciones para escribir sus propios votos de auto-amor. Si quieren sumarse, pueden leer más info y hacerlo en cualquier momento (sí, ya no hay que esperar al primer día del mes!) por acá.
Algo para que lleven la escritura al próximo nivel: la temática de este newsletter también se tocará en nuestros talleres de Terapia Creativa para Escritores. Cuatro clases de una hora (a veces más, a veces menos), la oportunidad de trabajar de forma individual y en parejas, debates abiertos sobre la temática mensual y la oportunidad de participar de nuestro mundialito regional para poner lo aprendido en práctica. Si es tu primera vez participando del taller, tenés un 30% de descuento y si venís con un amigo tenés un 2x1. Encontrás más info acá y te sumás al espacio contestando este mail.
Durante meses viví dentro de la misma rutina: elijo la temática del próximo newsletter y una semana después aparece la que sigue. Hace tiempo que no me preocupo por encontrar de qué quiero hablar. Enero fue diferente. Cuando se acercaba la fecha de cierre del newsletter anterior, yo estaba en cero. No tenía idea de qué quería hablar, y no encontraba en el colectivo que me rodea algo que me ayudara. Decidí hablar de amor a regañadientes, porque ya es una temática conocida a la que había prometido volver anualmente. Me di cuenta de que en mi rechazo aparecía algo obvio: mi miedo. No quería hablar de amor desde el lugar en el que estaba parada. Al principio de este mes, yo era un puñado de alegrías y dudas. No podía ponerme el sombrero solemne de la pena porque no la estaba habitando, pero no me sentía lo suficientemente segura como para hablar, efectivamente, de amor. El amor que tenía en mis manos era, citando a Ceci, agua.
Fui escribiendo este newsletter en momentos que le robé a las demás obligaciones de mi rutina. Dejé que el amor entrara en mi discurso diario. Lo hice, como digo, contra mi voluntad, o quizás contra mi miedo. No hay nada que me cueste más que reconocerme como persona que ama. Quizás sea porque para mí el amor ocupa lugares que, creo, no son tan protagónicos en otras personas. Quizás porque algo, en algún momento, me hizo creer que está mal estar a la merced de un sentimiento que siempre sale de uno y se mete en un otro.
En las clases de Terapia Creativa de este mes, una de las chicas dijo que la suerte es todo eso que no se puede controlar. Pienso lo mismo del amor. Existe una canción de Luis Miguel que dice “si no existieras, yo te inventaría” pero creo que yo no podría jamás inventar a la gente que más quiero. Hoy veo a mi novio siendo quien es, una persona completa con hábitos que me preceden y sueños que recién ahora me incluyen y pienso que jamás habría tenido el poder de juntar sus partes para hacerlo aparecer. Me parece el milagro más enorme haberlo conocido, no porque sea perfecto sino porque cruzarnos cuando lo hicimos dependió de factores que nada tenían que ver con nuestras ganas de estar con un otro. La profundización de todo esto aparece (y asumo que seguirá apareciendo) en las últimas columnas pagas, porque no me siento cómoda dejándolo a la vista de cualquiera. No es vergüenza sino protección. Sin embargo, hay una última cosa que quiero decir. Me pasé una vida entera intentando entender al amor. Dónde se busca, cómo se protege, por qué se muere. Busqué darle forma, entenderlo en palabras limitadas para definirlo como algo que pudiera ser digerido, algo que pudiera tomar en mis manos y hacer mío. Los treinta no son el fin de una vida pero creo que sí marcan una adultez nueva que cuenta con algunas certezas. El significado y propósito del amor no es una de ellas. Creo que nunca voy a terminar de entender esta fuerza que, para mí, guía el universo. Sé que es algo que escapa a mi control, no puedo inventarlo ni matarlo. Está en más lugares de los que creo, vive mucho más de lo que espero, duele menos de lo que temo.
Mirando en retrospectiva, entiendo que hace un año vengo explorando el camino del amor, propio y ajeno, en las columnas de cada jueves. Creo ahora que ahí está lo mejor y más lindo que escribí y escribiré alguna vez. Si tienen ganas de leerlo, les dejo un descuento del 20% en todos los planes de esta columna por un año. Pueden acceder a la oferta hasta el 31/01 por acá. Este es un descuento que no anunciaré en otros lugares, porque quiero que lo tengan solo los que leen hasta el final de lo que escribo. Si quieren estar, gracias.
Hoy tengo la suerte de estar pudiendo darle cierre a esta edición en el mejor de mis momentos. Puede que en un año las cosas cambien. Sé que van a hacerlo, y sé que no puedo anticipar cómo. Voy a disfrutar, entonces, poder hablar del amor desde la alegría. Mientras pueda, cómo pueda.
Gracias por leer lo que tengo para compartir sobre el tema. Me sorprende que las cosas que a mí más me gusta escribir sean también las que más disfrutan leer. Siempre me sentí bastante sola en mi forma de habitar la densidad del amor, pero estoy descubriendo que este es un prejuicio mío. Si ustedes también tienen ese prejuicio, los invito a pelearle como vengo haciéndolo yo este año. Si quieren escribir sobre el amor de una forma densa, acá estoy para leerlos. Últimamente estoy pasando mucho tiempo en Substack, y me encantaría encontrarlos mientras scrolleo por ahí.
Hasta el mes que viene, excepto que nos encontremos antes en otro lado.
Gracias por leerme. A continuación, te dejo algunos links útiles, que antes solías encontrar a lo largo del newsletter.
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Lo que adoro tenerte en mi vida:
1. Como amiga, por los consejos
2. Como lectora, por la lucidez y la hermosura.
Este mes saldré destrozada del taller! 🤡 Menos mal que el grupo es de oro y nos acompañamos muchísimo💞
Juani eso que decís sobre las expectativas y le reciprocidad me hizo acordar a eso de los lenguajes del amor. Me pareció rarísimo que yo todavía no me había encontrado con eso antes, con lo que me obsesiona el tema amor, pero en fin, lo descubrí el año pasado mientras también descubría todo el asunto de los distintos tipos de attachement (de esto te voy a dejar un comentario en la otra columna pues ante todo organizada).
Capaz que ya sabés, pero en resumen es que un tipo escribió un libro (el libro es malísimo, no recomiendo, solo me interesa el concepto) acerca de los distintos lenguajes del amor, entonces están más o menos así:
1. el lenguaje hablado - decirle al otro las cosas lindas que sentimos
2. los regalos - no como algo material sino como ese gesto maravilloso que es ver algo y pensar en que al otro lo haría feliz
3. el contacto físico
4. quality time
5. acciones - por ejemplo preparar el desayuno u ordenar la casa
Me costó un montón aceptar que no todos son como yo, (que te manejo los 5, políglota del amor) y que eso no signfica que te quieran menos. Sin embargo, también me llevó a entender que lo que el otro pueda llegar a dar no siempre se condice con lo que nosotros necesitamos, y no significa que haya menos amor, solo que a veces no alcanza con amarse mucho si las formas de amar no coinciden.
Me encanta este tema dame más!