Dicen que el inconsciente no entiende de años. Quizás, entonces, mientras llega este newsletter a sus bandejas de entrada, yo estoy llegando al mundo, hace treinta años.
Hoy es mi cumpleaños, y quiero hablar de todo lo que existió en estos doce meses. Caigo en el lugar común de venir a cerrar el año cuando el año se cierra. La vida tiene demasiados puntos inciertos como para no elegir esta comodidad. Estamos terminando el año y yo estoy terminando mis 20s y me toca hablar de balances porque yo elijo que me toque. Todo es una decisión, también lo es atravesar los calendarios como ellos mandan. Tengo la suerte de que mi año vital se termine casi cuando se termina el año real. Voy a aprovecharla.
Estoy escribiendo la edición de hoy mucho antes de que les llegue a ustedes porque el fin de noviembre me va a recibir en mi ciudad, rodeada de mi gente, preocupada por la humedad rosarina y no por cumplir con deadlines. La empiezo como un regalo de cumpleaños adelantado. Haré el balance de este último año de mi vida porque así me permito volver a vivirlo. Volvería a vivir este año una y cien veces más.
Voy, además, a linkear mis columnas favoritas de cada mes, las que mejor se relacionen con lo que estaba viviendo en cada momento. Pueden leerlas completas si acceden a la prueba gratuita de 7 días y no tienen que pagar ni un centavo si se acuerdan de cancelar la suscripción a tiempo. Me parece la forma más honesta de honrar este espacio que tanto me acompañó durante este año en el viaje de averiguar quién soy.
La pregunta de este mes es una sola. ¿Qué aprendiste en los últimos 12 meses? Si quieren contestarla anónimamente, pueden hacer click en el link que aparece arriba. Si quieren dejar su respuesta en los comentarios de esta edición, son bienvenidos. Si quieren debatirla en grupo, los invito a sumarse al taller de Terapia Creativa. Este mes tenemos solo tres clases y un brindis de celebración. Pueden sumarse solo por diciembre para regalarse un ritual de creatividad en este fin de año y comienzo del siguiente. En este link está la información completa. Si tienen consultas, pueden contestar este mail.
Es mi cumpleaños, así que me doy el regalo de anunciar un taller nuevo. El Semillero, mi taller favorito, vuelve en forma de edición especial. A partir de hoy, y solo durante tres meses, van a poder acceder a la actualización de este taller que ahora gira en torno a la temática BALANCES y ofrece pequeñas herramientas para honrar el 2022 y apostar a un 2023 que florezca en creatividad. Pueden encontrar la información completa en este link. Por única vez, voy a ofrecer cupos limitados a $2511 pesos argentinos. Esta ofertá está disponible hasta el 25/12 o hasta agotar stock. Pueden adquirirla por acá.
La edición de hoy será diferente a las demás. Será un recorrido por la historia de estos doce meses. Quizás, cuando le de los últimos toques, logre entender el punto central de toda esta historia. Quizás no. Quizás no sea más que un montón de piezas brillantes que conforman un rompecabezas que no entiendo pero estoy disfrutando mucho armar.
En noviembre de 2021 entendí que se me acercaba un año difícil. No difícil porque supiera qué era lo que me esperaba, pero sí porque a todo el mundo le cuestan las transiciones. Me acababan de diagnosticar celiaquía, una condición que, me dijeron, me iba a acompañar para siempre. Me tocaba dejar atrás mis veintes, con todo lo que eso conlleva. En noviembre sabía que me esperaba enfrentarme a un montón de cosas que no había querido ver hasta entonces. No sabía exactamente cuáles eran esas cosas pero sabía que existían. Todos somos conscientes de que tenemos una sombra. El 15 de noviembre me dijeron que nunca más iba a poder comer o tomar nada que tuviese gluten. Empecé a escribir un blog que después abandoné. En noviembre no sabía que hay duelos que se transitan en silencio, de a poco, que duran mucho más que solo meses. Cumplí 29 años y me enojé con mis amigos porque no habían confirmado si venían al festejo. En retrospectiva, una estupidez enorme que trajo consigo una pelea necesaria. El amor nace en la fascinación y se afianza en la decepción. Necesitábamos discutir de una forma que no le era cómoda a nadie para descubrir qué no queríamos ser y qué amistad elegíamos. Muchas cosas son una cuestión de perspectiva. La amistad, y cualquier vínculo con el otro, es una visión subjetiva de algo que simula ser claro. Yo estaba segura de que olvidarse de contestar en un grupo significaba un abandono y elegí ese día el enojo. Las reacciones instantáneas son a veces incontrolables pero no lo es lo que queda después. Supimos encontrarnos en el perdón. Yo a su olvido, ellos a mi reacción. En noviembre no sabía cómo aman mis amigos. En noviembre no entendía que a veces el cariño es tan indudablemente incondicional que uno se olvida de confirmarlo.
En diciembre tuve ideas que nunca despegaron pero sueño algún día lo harán. Creí por un momento estar enamorándome de una amiga y entendí después que a veces la admiración y el respeto se manifiestan de esta forma. Me agarré COVID y pasé navidad comiendo pizza sin gluten mirando mi película favorita. Aprendí a ser celíaca y aprendí que es horrible. Estuve muy sola y muy acompañada. La llamé a mi mamá porque caí en lugares muy oscuros que hubiesen preocupado a cualquiera. Perdí la perspectiva, quise dejar de ser quien soy, quise retirarme por un tiempo del mundo. Le dije que no aguantaba más vivir una mentira que parecía estar contándoles a todos. Sentía que mi felicidad era un globo que se inflaba más y más con cada regalo de tiempo, espacio o bienes materiales que me permitía hacerme. Creía que toda la gente que quiero y respeto miraba mi historia desde afuera como una que eventualmente iba a salir mal. Estaba segura de que todos creían que me estaba equivocando pero no sabían cómo hacérmelo saber. Hablé con mi mamá, hablé con mis amigas, hablé con mis hermanos, hablé con mi terapeuta. Corté sutilmente algunos vínculos y me tomé un descanso de otros. Me aferré a las alegrías inmediatas porque nadie asegura aquellas que van a venir más adelante. En diciembre no sabía que mi familia quiere lo mejor para mí de la forma que yo considere correcta. En diciembre no sabía que no tengo que despertarme cada día sabiendo qué es lo mejor para mí. En diciembre no sabía la extensión de la incondicionalidad con la que soy amada. En diciembre creía que todos estaban listos para verme fallar porque en diciembre no sabía que quien te ama ni siquiera te ve como un ser que triunfa, sino como alguien que aprende, alguien a quien desearle que las cosas le salgan bien.
En enero me decepcioné, me ilusioné y me enamoré otra vez, todo en el transcurso de una semana. Pude cortar un vínculo que no existía realmente. Entendí que las relaciones son de a dos pero no lo es siempre el interés. El interés puede existir de un solo lado. A veces, muchas, es interés de conocer al otro, de hacerle bien. A veces es un interés más egoísta. Es el interés de que el otro nos vea y nos recuerde que existimos, nos de algo de qué hablar, algo en qué pensar, algo que sentir. Hice una línea histórica tratando de entender cuándo fue el momento en el que existí sola en mi cerebro. Entendí que nunca me había permitido vivir en una soledad hipotética. Podía aceptar la falta de compañía presente pero no podía imaginar un futuro sin un par. No podía siquiera soñar con un futuro siendo solo yo. No entendía por qué, tampoco sabía cómo cambiarlo. Solo sabía que era muy responsable por muchas cosas que siempre le había atribuido a otros. Prometí embarcarme en un camino de exploración. Prometí intentar ser suficiente conmigo misma. Me crucé de frente con una persona de la que me había enamorado a la que no había visto en muchos meses. Empecé a creer en la magia. En enero escribí un diario en el día concreto de mi primer retorno de Saturno y entendí que todo lo personal inmediato es siempre parte de un proceso. En enero me pregunté ¿por qué busco, con tanto empeño, tocar todos los costados del amor si sé que voy a perderlo? y no supe responderlo. Empecé el año haciendo yoga, conociendo a una persona nueva, prometiéndome a mí misma darle al tiempo su lugar para que mis historias se sintieran propias. Todo parecía ir marchando bien pero todavía no sabía algunas cosas. No sabía que lo que yo disfrazaba de convicción era en realidad terror de considerar ideas nuevas. No sabía que a veces las cosas salen mal por mala suerte y otras veces salen bien de casualidad. No sabía que mi esperanza es tan propia como lo son mis ojos y mi nariz, y que me ayuda a encontrarle sentido al mundo y entender lo que me rodea. En enero no sabía que es en vano luchar por eliminar los deseos antes de satisfacerlos.
En febrero viví catorce días de angustia porque me costaba creer. Creer en que iba a poder realmente viajar a Argentina. Creer que iba a poder olvidarme de la persona que acababa de conocer, con quien las cosas no habían salido como buscaba. Creer que me esperaban cosas buenas. Lloré antes de embarcarme diciendo que nada estaba dándose como yo esperaba. Estaba viajando a mi casa, al fin, pero lo estaba haciendo triste. Triste por alguien que ni siquiera lo merecía. Yo, en cambio, había buscado llegar a Argentina resplandeciente, feliz, en paz. Le quería dar a mi gente la mejor Juana, no la Juana de siempre que se angustia por gente que no la elige. En febrero empecé a entender, de a poco, que no estaba bueno ver a las personas solo por el papel que ocupan en nuestra vida. Entendí que hacía tiempo que no me enamoraba de alguien por quien era en sí mismo. En febrero pude ver cuán incómodo era mirar a los demás en una sola dimensión: la del rol que vinieron a ocupar en mi mundo. En febrero mi hermana me dijo que no me preocupe por estar a veces triste, que eso también era una parte de mí, algo que ella había extrañado. En febrero entendí que la gente no me quiere ver feliz solo porque soy más aburrida estando triste. Quieren que esté bien porque realmente me aman.
En marzo me reencontré con muchas cosas. Me crucé por la calle con amigas a las que no me animaba a llamar para reencontrarnos. Compartí charlas con personas de las que años atrás había estado enamorada. Volví a contemplar la idea de un futuro en mi ciudad. Abracé a mis alumnos. Lloré con mis padres. Descubrí que no sirve tratar a las cosas que no pasaron como cosas que podrían haberlo hecho. No existieron, y punto. Los sueños pasados no son siempre futuros posibles. Conocí a mi terapeuta en vivo. Tuve mi último pico de ansiedad hasta la fecha. Le dije a mi mamá que no quería volver a Londres, que no creía poder hacerlo sola. En marzo había tenido tan poco espacio conmigo misma que me olvidé de mi fuerza. Creía que si me sacaban la compañía que había recuperado no iba a poder seguir adelante. Me subí a un avión casi temblando, rogando poder quedarme en mi país. Apenas este avión despegó, me encomendé al desafío. Me prometí a mí misma que iba a volver apenas lo sintiera. Me di una fecha límite que era en realidad una fecha de escape. Le dije a Londres que si quería que me quedara iba a tener que hacer el esfuerzo y cautivarme. En marzo no sabía cuán liberador es convertir tu única alternativa en una mera opción entre tantas otras.
En abril conocí amigos nuevos, me reencontré con Londres, confirmé que puedo existir sola. Viajé a Frankfurt, conocí la casa de María. Después de dos años de pandemia, me arriesgué a ser económicamente independiente. Tuve mucho miedo. Rechacé la ansiedad diciéndole que por favor me diera la chance de intentar aunque sea vivir sin esperar el peligro, sin asumir que algo malo estaba siempre a punto de suceder. La casualidad me regaló un encuentro. Releí mis diarios, recordé el amor. Volví a ver a mis amigos, empecé a vivir la llegada de la primavera.
En mayo le puse mucho énfasis a seguir adelante. Tuve una cita desastrosa que me dejó llorando en el suelo, porque en mayo no sabía que no puedo apurar la sanación. Prometí que iba a dejar de controlar las cosas pero no pude hacerlo. Empecé a ver Girls. Terminé de ver Girls. Soñé con encontrarme a alguien, nunca pasó. Descubrí que podía sostener mis finanzas sin ayuda. Encontré un hogar en un grupo nuevo de amigos. Leí mucho, caminé más. Me metí para adentro. Empecé a escribir poemas en la columna. Empecé a tener más suscriptores pagos que me decían que les gustaba el nuevo estilo del newsletter. Escribí mucho. Escribí mejor. En mayo empecé a entender que la historia de mi año tenía que ver con el amor. Su búsqueda sin prisa, su rol en mi vida, su vínculo conmigo.
En junio vi jugar a Messi, vi cantar a St Vincent, Soccer Mommy y Lorde. Paseé por Camden con amigas, recibí en mi casa a dos amigos. Me decepcioné por última vez por una persona que igual ya me había decepcionado. Escribí una de mis columnas favoritas del año sobre aferrarme al dolor acompañado porque la posibilidad de ser feliz sola me daba miedo. Entendí que me tocaba estar sola en verano. Me tocaba abrazar por completo mi compañía. Me tocaba arriesgarme, hacer la prueba de poder realmente conmigo y descubrir cómo es la vida en la que no quedan vacíos. Dije en voz alta algo que había tardado mucho en entender: siempre había dejado espacios en blanco porque me aterraba llenarlos y que después no quedara espacio para nadie. Sin apuro y sin esfuerzo, ocupé por completo mis horas. Lo hice sin dejar en ningún momento de compartirme con otros. Me juré lealtad. En una ceremonia propia de la que no hablé nunca me prometí dejar de creer que un amor mejor existía en otro lado. Entendí que todos esos años de sentirme abandonada nacían de haberme abandonado siempre a mí. Ante cualquier distracción había salido corriendo. Prometí no distraerme más. Salí con mis amigas, salí con chicos, salí sola. En todo momento me tomé la mano. Trasladé esto de ser mi propia prioridad a cada decisión. Logré entender que gracias a mi celiaquía había comenzado un viaje que recién ahora se hacía obvio, el de poner mis necesidades primero. Fue un mes intenso, hermoso. Fue el comienzo del verano más solitario y más acompañado de mi vida.
Doce meses en obsesiones, por las chicas de La Pausa
Hace algunos días salió a la luz un episodio al que me invitaron Guada y Juli, las chicas de La Pausa.
Ellas son alumnas de Terapia Creativa, y creativas que estoy segura pronto llamaré, de alguna forma, colegas. Elegí invitarlas a que hicieran el balance de su año en sus obsesiones, para que mi comunidad las conozca. Con ustedes, sus balances:
Pensar qué implica ser mujer, por Guadalupe Viero
Este año no hice una lista de propósitos. Encuentro que nunca me funcionan y como venía teniendo un par de años difíciles en cuestiones de identidad y deseos, decidí arriesgarme. Todavía este año no terminó pero puedo casi confirmar que creo que me salió bien la jugada. Vine sin pretensiones y me voy con descubrimientos. Lo único que quería era vivir experiencias. Y gracias a ciertas ficciones me descubrí como persona, como mujer, como persona que anhela cosas, personas, experiencias y todas las posibilidades que existen de tenerlas.
Me consideraba una persona superficial, en el sentido de que no le daba un seguimiento a mis pensamientos. Solo aparecían y ya está, los dejaba correr. Pero justo cuándo estaba atravesando un momento difícil con mi cuerpo, no sólo en el sentido físico, apareció un libro que fue mejor que la terapia. Nena o Girlhood de Melissa Febos me sacudió el mundo que creí habitar y me abrió las puertas a uno nuevo. Este libro está compuesto por varios ensayos que la autora escribió a lo largo de su vida mientras luchaba con cosas parecidas a las que alguna vez llegamos a luchar todas las mujeres. Cómo nuestra vida se divide en dos desde el momento en que nos convertimos o empezamos a sentirnos como mujeres. Cómo se supone que el convertirse en mujer debe ser motivo de orgullo cuándo en realidad es muy normal transitar ese cambio como un padecimiento, con mucho dolor por dejar a la niña que éramos y convertirnos en algo que no tenemos ni la menor idea que es o debería ser. Melissa Febos me enseñó a reconocer y a habitar mi cuerpo, que el camino a amarlo implica darle un nombre. Y no tengo las palabras suficientes para agradecérselo.
“No explicaba, ni siquiera reconocía, que lo que le estaba pasando a mi cuerpo había cambiado mi valor en el mundo” – Melissa Febos
Y desde ese momento empecé a pensar qué implica ser mujer, cuántas capas tiene esta identidad, género, oficio. Y como sobrellevar o habitar esta condición. Como actuar como mujer, cómo sentirme como mujer, qué es lo que se supone que la mujer que soy debería ser. Y valga la redundancia tengo que agradecerle a una escritora que se convirtió en una de mis favoritas por guiarme de la mano en este proceso de descubrimiento: Annie Ernaux. Qué mujer. En el libro La mujer helada, Ernaux analiza, desde los comienzos de su vida, a las mujeres que la rodeaban. Disecciona sus actos, sus comportamientos, sus prioridades. Habla de su deseo de mejorar, de subir de clase social y lograr cosas que ni su propia madre, su modelo, jamás habría logrado. Y cómo cuándo está a punto de lograrlo se le impone el más difícil de los obstáculos: su deseo por los hombres. Cómo ese deseo la vuelve loca, la aleja de sus principios y la convierte en esas mujeres que ella espiaba y en las qué no quería convertirse. Algo en mí se movió con este libro. Sigo tratando de articular las palabras para describirlo, pero simplemente no las encuentro.
“Girándome delante del espejo del armario con catorce años solo me faltaba la mirada del otro, ante mis ojos me había reducido ya a mera apariencia” – Annie Ernaux
Gracias a distintas mujeres descubrí este año un poco más de mí, de mi identidad, de mis deseos y prioridades. Espero seguir por este mismo camino, quién sabe, tal vez…
Aprender a convivir con lo bueno y lo malo de la vida, por Julieta Andrade
Me gusta pensar en este año como el que abandoné mis grandes expectativas (no así mis sueños porque ante todo soy muy fantasiosa). Como una persona que se considera muy obsesiva y exigente con todo lo que hace, muchas veces no disfruto de las cosas buenas que me pasan por estar siempre pensando en lo que se viene. Aunque vivo en el presente, estoy todo el tiempo esperando ese futuro prometedor. Y una de las cosas que aprendí este año fue disfrutar de las cosas más simples y pequeñas de la cotidianidad de mi rutina: desde la música que elijo para ir en el colectivo todas las mañanas hasta las salidas espontáneas que organizo durante la semana.
Una de mis pasiones es el cine y veo demasiadas películas por año, pero cada vez me cuesta más conectar en cuerpo y alma con las historias. Hace poco volví a ver About Time (2013) de Richard Curtis, que había visto por primera vez hacía cinco años y no tuvo el mismo impacto que esa vez. Pienso que no son las películas las que cambian, sino que es uno el que le da un diferente significado, por eso disfruto mucho cuando me llegan en el momento indicado. La trama va sobre un hombre muy tímido que le cuesta tomar decisiones y, básicamente, el control de su vida. Todo cambia cuando su padre le cuenta que los hombres de su familia pueden viajar en el tiempo —si bien juega con los saltos temporales, no es una película fantasiosa—. Gracias a este descubrimiento su vida empieza a mejorar porque tiene la oportunidad de modificar hechos del pasado o de revivir momentos de felicidad. A su vez, también deja de preocuparse por las exigencias u obligaciones que se autoimpone porque ahora puede volver a intentarlo la cantidad de veces que sienta necesario; como por ejemplo encarar a la chica que le gusta que le sale terriblemente.
“Y entonces me contó su fórmula secreta para la felicidad. La primera parte del plan era que siguiera adelante con la vida ordinaria, vivirla día a día, como todos los demás. Pero luego vino la segunda parte del plan de papá. Me dijo que volviera a vivir todos los días casi exactamente igual. La primera vez con todas las tensiones y preocupaciones que nos impiden darnos cuenta de lo dulce que puede ser el mundo, pero la segunda vez notándolo”.
¿Quién nunca sintió esa felicidad efímera que te desborda y pensó que le encantaría poder repetir ese momento miles de veces más? ¿O cuántas veces pasamos situaciones adversas, pero que después al final del día nos damos cuenta que no era tan terrible como pensábamos?
Lo que más me gusta de About Time es que a pesar de ser una comedia romántica muy linda por la simpleza de la relación entre los protagonistas, es una historia sobre las relaciones familiares y, al fin y al cabo, de cómo vemos la vida. Cómo nos tomamos las cosas que nos pasan y cómo enfrentamos las situaciones de la vida nos definen.
Mi propósito para el año entrante va a ser ese, desdramatizar muchas de las cosas que me pasan y aprender a convivir con lo bueno y lo malo de la vida. Me gustaría cerrar este balance con la siguiente pregunta: si pudieras volver el tiempo atrás, ¿qué aspectos o momentos de tu vida corregirías o revivirías?
En julio viví mi portal de días mágicos yendo a nadar, leyendo abajo de un árbol, cocinándome cosas ricas. Escribí sobre tener fe incluso cuando nada te da motivos. Descubrí que es una elección. Recibí a mi mamá en mi ciudad. Tuve que aprender cómo ser hija en mi propia casa. La llevé a conocer mi mundo, mis amigos, mis tiempos. Hablamos mucho. Nos reímos más. Nos peleamos un poco y le perdí el miedo al enfrentamiento. Descubrí que nada puede amenazar un amor tan grande como el nuestro. En julio se volvió a hacer claro que el aprendizaje de este año era la búsqueda de la compañía sin dejar de lado la independencia. Hice algunos avances pero no todos. Seguí buscando sin saber si estaba haciéndolo bien, sintiéndome cada tanto culpable de que no me alcanzara conmigo misma. A pesar de sentir la falta de un amor romántico, en julio no sentí en ningún momento la falta de mi propia compañía, pude volver siempre que quise a mi propio centro, prometiéndome que nada iba a tocarnos, que nada nos iba a hacer dejar de estar juntas. Fuimos dos, la Juana que necesita amor y la que tiene que dárselo.
En agosto escribí sobre los amores de verano. Esta también fue una de mis columnas favoritas. Dije que “espero poder dejar de escribir sobre esto. Espero que algún día este exceso de posibilidades sea un recuerdo, y sentir la nostalgia que sienten esos que saben que nunca más van a volver a dudar de que existe alguien para ellos.” Fui al casamiento de María. Bailé cuarteto tomando fernet en Alemania. Viajé con mi mamá. Despedí a mi mamá. Me felicité bastante por haberme animado a darle un espacio en mi presente sabiendo incluso que iba a tener que extrañarla cuando se fuera. La extrañé pero pude con eso. Una noche de calor me encontró juntando todas las respuestas que jamás había tenido. Tuve una despedida que no supe reconocer como tal en ese momento. Escribí una columna usando a Idea Vilariño como esqueleto. En agosto escribí mucho y bien. Sentí, después de meses, la superioridad de los acontecimientos planeados por alguien que no soy yo. Empecé a ver los frutos de renunciar al control. Me emocionó la sorpresa constante.
En septiembre dormí en una carpa cinco noches y no paré de hablar del tema. Lloré de risa con amigos que se sintieron como de toda la vida. Vendí libros, volví a ver a Soccer Mommy, me compré una bata dorada. Entendí que no se necesita más que amor para justificar un enamoramiento. Bajo la luz de la luna me hice leer las cartas de Tarot y escuché cómo me decían que tengo que dejar de justificarme, que no es necesario que lo haga, que si me alcanzan a mí mis decisiones, le pueden alcanzar a los demás. Hablé mucho con la gente que me quiere. Supe leer mis prejuicios en las opiniones que siempre les había atribuido a ellos. Prometí que la próxima vez que me enamorara lo iba a hacer con honestidad y valor, dos actitudes que nunca me había permitido habitar del todo. Volví agotada, no llegué a descansar lo suficiente. Viajé a Italia y comí tres platos de pasta en una sola sentada. Dormí todas las horas que no había dormido en el campamento. Nadé, visité, me reencontré con viejos amigos. Volví más cansada que antes. Lloré a la una de la mañana por estar cansada, como lo hacen los bebés. Reprogramé planes porque no tenía energía para ellos. Abracé a una amiga que estaba rota y no pude arreglarla. Empecé a pasar mi tiempo en compañía de un hombre bueno. Elegí no hablar con casi nadie del tema. Anuncié que iba a irme de Instagram. Escribí algo que le gustó a mucha gente. Hablé de algo que había estado procesando en soledad mucho tiempo. Confesé que no soy la persona que prometí que iba a ser. Descubrí que realmente a nadie le importa. Descubrí que soy suficiente así, como soy ahora. Dejé de esperar a cumplir con algunas metas para aceptar que me quiero. Declaré que me quiero así como estoy, con todo lo bueno pero también con todo lo malo. En septiembre renuncié a la mejoría constante. En septiembre me sentí más acompañada que nunca.
En octubre escribí las mejores columnas del año y todas comenzaron con una en la que renuncié a la tragedia. Empecé a darle una oportunidad a las cosas simples y mundanas. No aparecí en redes en ningún momento. No las extrañé. Empecé a apostar a una vida más alejada de las pantallas. Fui casi todos los días a escribir a un café y me pedí un caramel latte cada una de esas veces. Habité el amor y la incertidumbre y casi no hablé del tema con mi gente. Transité el gris con curiosidad y no con miedo. Entendí que no puedo cargar a los demás con mis necesidades emocionales. No puedo pedirle al otro que me prometa cosas que yo no puedo prometerle. No puedo pedirle a mis amigas que funcionen como placebos para calmar la ansiedad. Aprendí a vincularme con madurez. Lloré mucho por una semana entera duelando los amores inmaduros que ya no van a volver. Compré vino y compré flores. Junté hojas. Leí libros y abandoné otros. Conocí personas nuevas. En octubre conocí una nueva yo. Hice las valijas. Di un último abrazo. En octubre volé hasta los brazos de mis padres.
En noviembre me reencontré con la versión de mí que existía antes de irse a vivir a otro país. No me desesperaron los calendarios ni me ahogaron los encuentros. Me olvidé que iba a irme. Dejé de hacer cuentas. Dejé de pensar que tengo que retener cada segundo rodeada de mi gente porque en unos meses voy a extrañarlos mucho. Viví como si nunca me hubiese ido, como si no me fuese a volver a ir. Me reencontré con mi gata, mi casa, mi ciudad. Me permití estar sola, estar en mi centro. Canté canciones con mi familia, viví dos días en Buenos Aires. Me hice un tatuaje, comí empanadas, dormí la siesta. Dejé que me abrazaran. Soñé con volver a Londres. Soñé con demostrarme a mí misma que puedo con los desafíos. Me animé a buscar nuevos desafíos. Me vi inundada de esperanza y tuve mucha vergüenza de esto. Me dio mucho miedo creer en las cosas buenas y pensé que me iba a traer desgracias. Hice el ejercicio de pedirle a mis miedos que se fueran y me dejen intentar habitar quien ya soy. En noviembre acepté que naturalmente soy alguien que cree. No sé en qué. En que las cosas van a salir bien, en que si salen mal no va a ser tan grave, en que si tiene solución no es un problema. Aprendí que se aprenden las mismas lecciones una y otra vez. En noviembre prometí enmarcar estos aprendizajes como oportunidades nuevas y no fracasos repetidos.
Puedo decir lo que no sabía en enero, en marzo, en junio. No sé qué cosas voy a aprender en el futuro, no sé qué cosas todavía no sé. Entiendo que los balances aburren, pero son necesarios. Por lo menos para mí, quizás para ustedes. En los balances encuentro una invitación a ser agradecida con la vida y compasiva conmigo misma. Pienso en todo lo que sí sé ahora y en cómo la vida sigue siendo difícil. Miro para atrás y me encuentro con esa versión de mí que sabía menos y podía con menos. Pienso en todo lo que logró con la mitad de las herramientas que tengo ahora. Siento una admiración muy grande por esa joven persona que fui.
La pregunta de esta edición es ¿qué aprendiste? pero hay otras preguntas que no puedo dejar de extender a quien quiera contestarlas. ¿Con quién te compartiste? ¿Qué compartiste? ¿Qué cosas pudiste vivir? ¿Qué cosas dejaste morir? ¿Cómo se murieron? ¿Cómo te moriste? ¿Cuántas vidas viviste este año? ¿Cuántas de ellas disfrutaste? ¿Cuál fue tu mayor miedo? ¿Cuántas chances le diste a tus sueños? ¿Dónde fuiste? ¿Qué escribiste? ¿Qué parte de vos floreció sin que lo esperaras? ¿A quién se la diste?
Para que consideren su forma de ver los balances:
Lo mejor que leí este año: además de Tomorrow, and Tomorrow, and Tomorrow, que recomendé en la edición pasada, me gustaron mucho little scratch, Oh! William, y Conversations on Love. Si de disfrute para pasar el rato hablamos, me quedo con My Year of Rest and Relaxation y Exciting Times.
Lo mejor que vi este año: estos doce meses no hubiesen sido lo mismo sin las películas de Spiderman de Andrew Garfield y las temporadas Girls.
Lo mejor que escuché este año: Spotify Wrapped todavía no llegó, pero puedo adivinar que:
La canción que escuché más veces en un día fue la sesión de Bzrp de Quevedo.
La canción con la que lloré de alegría ese viernes de enero fue Graceland Too de Phoebe Bridgers.
La canción más romántica fue Right Down the Line.
El artista que empecé a escuchar este año fue Sam Fender.
El disco más lindo que descubrí fue An Overview on Phenomenal Nature.
El momento musical más especial fue poner una noche el lado B del vinilo de Color Theory.
Algo para que sean parte de nuestra comunidad: en diciembre vamos a permitirnos hacer balances con la escritura. En Patreon cambiamos solo por este mes el club de lectura por un club de lectores en el cual vamos a juntarnos a compartir las mejores cosas leímos este año, vamos a tener consignas semanales inspiradas en la temática de este newsletter y van a recibir un advent calendar creativo que consiste en 25 mini consignas para que hagan inventario de su año buscando detalles e imágenes significativas. Si quieren sumarse, pueden leer más info y hacerlo en cualquier momento (sí, ya no hay que esperar al primer día del mes!) por acá.
Algo para que lleven la escritura al próximo nivel: la temática de este newsletter también se tocará en nuestros talleres de Terapia Creativa para Escritores. Cuatro clases de una hora (a veces más, a veces menos), la oportunidad de trabajar de forma individual y en parejas, debates abiertos sobre la temática mensual y la oportunidad de participar de nuestro mundialito regional para poner lo aprendido en práctica. Si es tu primera vez participando del taller, tenés un 30% de descuento y si venís con un amigo tenés un 2x1. Encontrás más info acá y te sumás al espacio contestando este mail.
Mi año empieza y termina en noviembre. El de ustedes puede hacerlo cuando tengan ganas. Cumpliendo años en julio si son de cáncer. En marzo si son maestras de escuela. En enero si están en China. Puede que su año dure tres de los míos, o solo medio. Si los miden en aprendizajes quizás vivieron siete en los últimos doce meses. Si los miden en angustias ojalá sean menos de tres.
El tiempo como construcción social no importa. Sirve solo para no llegar tarde a las reuniones, y esto tampoco es tan importante. Pero el tiempo como elección es la más esencial que tenemos que tomar. Cuántos minutos me regalo para estar con la gente que quiero, cuántas horas pierdo contra las preocupaciones, cuántos meses me permito transitar en estado de duelo, cuántos años prometo pasar amando lo que hago.
Pensé que iba a llegar a los treinta y lo iba a notar en los logros y los fracasos. Esto es todo lo que me alegra haber logrado, estas son todas las promesas que me avergüenza no haber cumplido. Eso no me toca ni de cerca. Si siento orgullo es por haber aprendido a valorar el presente antes de que fuese tarde, las promesas que me da culpa no haber cumplido son las de darle mi atención a las personas que la merecían. Y si estoy contenta no es porque soy la persona en la que soñaba convertirme a esta edad. Es porque llegué a esta edad. Llegué sana, llegué entera. Todo parece indicar que todavía me queda tiempo. Tiempo para lograr más cosas y hacer nuevas promesas, sí, pero sobre todo tiempo para derrocharlo en la calma.
La historia de mi vida antes de los treinta se cierra y ya no puede ser escrita de nuevo. No puedo elegir otros sueños, editar los momentos en los que mi personaje dejó de ser querible. Todo lo que pasó en estas tres décadas está escrito en piedra. Lo que no fue nunca será, como yo pensaba que sería, jamás. Y jamás se va a borrar nunca lo que no quiero perder. Lo que sigue va a ser, entonces, lo que sea que tenga que ser. No me quedan expectativas que me mantengan expectante, no me presionan las presiones. Me quedan pocas estrellas en el horizonte a las que puedo seguir cuando me sienta perdida. Me sobra curiosidad para descubrir estrellas nuevas. Lo que sigue es un misterio. Puede pasar casi cualquier cosa. No va a pasar como yo espero, porque ya no espero nada. Me ilusiona todo.
Gracias por leer todo lo que existió en este espacio, gratuito y pago, durante estos doce meses. No sé qué historia sienten que les conté a ustedes, pero espero que haya sido entretenida.
Gracias por leerme. A continuación, te dejo algunos links útiles, que antes solías encontrar a lo largo del newsletter.
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¡Qué columna, madre mía! Nunca más orgullosa de ser parte de TS/TN en este 2023 ❤️