Buscar en el tumulto de los quemados
y todo aquello que sí es escribir como práctica artística.
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Un tema recurrente aparece hace tiempo en este espacio. Mis opiniones, a veces expresadas en un tono confrontativo, se concentran en un solo punto: la creación de contenido como antítesis del arte. No inventé esta postura, me la apropié con el tiempo. Cuando escribo sobre ella la paso por mi cuerpo porque sé que solo tengo razón cuando cuento mi historia. Nadie puede pelear mi verdad. Yo sé que la creación de contenido no es arte porque me dediqué a ambas y sé que una cosa es usar la creatividad y otra es dejar que ella te reclame y haga con vos lo que quiera. Esto último es el arte. Es una práctica incómoda, imposible de empaquetar para el consumo, constituida lejos de cualquier audiencia. El contenido no deja de ser creativo solo porque no sea del todo arte. Es interesante, inspirador, divertido, útil, práctico. Es, a veces, algo que pone nuestros talentos artísticos en movimiento. Pero no es arte porque sirve a un propósito y se gesta en el deseo de lograr algo concreto. Ojalá el arte fuera así de fácil de manipular, entender y desarrollar.
Descubro con pesar que pasé años convenciéndome de que estaba pasando mi tiempo dedicada con devoción a mi práctica cuando lo que estaba haciendo en realidad era ajustarla a ella a mis objetivos para poder ganar dinero. Que es un fin noble, porque el mundo es difícil y todos necesitamos poder solventarnos, pero yo soy, a mi pesar, una purista. Creo que mi arte puede traerme la fortuna que merezco pero no quiero pedirle que lo haga. No quiero invocarla para poder pagar mis cuentas. No quiero llegar a la conclusión de que paso más tiempo escribiendo para mi negocio en la búsqueda de recompensas inmediatas que rendida ante una novela que no me promete nada pero siempre me termina dando todo. Quiero que mi arte se haga cuerpo, como ella tenga ganas, con compromiso y constancia, confiando en que si tenemos algo para decir entonces es porque existe alguien que necesita escucharlo. De este ida y vuelta los artistas viven, es posible tener una vida estable gracias a los frutos del arte, pero en la era del arte digital donde todo lo que hacemos existe para ser mostrado de forma inmediata y usamos a nuestra creatividad como empleado, yo descubrí que lo que estaba trabajando, independientemente de mi deseo, era la construcción de una vida en la que mi práctica era una mera herramienta, y no el motor.
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Algunos descubrimientos alcanzan con solo aparecer para comandarme a tomar decisiones, y este fue uno de ellos. No se dio de forma inmediata, estoy tardando mucho tiempo en desarmar este monstruo que no termino de entender cómo construí. Di el primer paso allá por principios de 2022 cuando dejé de escribir sobre técnicas de escritura y me permití explorar en este espacio mis procesos personales, sin un plan de contenido ni un programa lógico que sirviera para convertir a mis lectores en clientes. En el medio perdí seguidores y gané lectores, un balance que anunció que iba por buen camino. En 2023 me dediqué a escribir sobre todo lo que no quiero ser, lo que resiento, lo que no puedo tolerar. Ahora, en 2024, me siento llamada a escribir sobre mi práctica de una forma distinta a cómo lo hice en 2020. No quiero hablar de técnicas, ni recursos, ni quiero encarar temas de una manera ordenada y útil. Para eso escribí un libro y no hay nada que pueda decir que no haya dicho ya. Lo que quiero este año es escribir sobre el milagro de la creación que se da cuando uno empieza a llenar con convicción una hoja en blanco. Quiero dejar de hablar de todo lo que no es arte y enfocarme en lo que sí. Quiero definir lo que quiero, no lo que dejé de querer.
La columna de hoy es solo para suscriptores pagos, y no incluye extracto gratis. Es una exploración de todo lo que sí es escribir, una oda a la práctica comprometida y honesta. Si algo de lo que dije en esta introducción te llamó la atención, podés descubrir más newsletters del estilo en mi lista temática Dinero y frustraciones de la vida creativa.
La columna de hoy dice algo como:
Escribir, solo a veces, es contar una historia, o trabajar en un ensayo. La mayoría del tiempo, escribir es todo lo que sostiene una vida. Es comer con tus amigos, caminar por el parque, tomar drogas y sentir culpa porque qué pensaría tu mamá si se enterara. Es amar a quien no te ama y dejar ir por inmadurez a aquellos que sí. Es una casa sucia después de una fiesta o de unos meses de tristeza. (…) Escribir, casi siempre, es intentar encontrar lo que otros descartan, “buscar en el tumulto de los quemados el hueso del brazo que corresponda al hueso de la pierna,” como dice Pizarnik. Es unir cosas que parecían hechas de la mismísima diferencia, separar lo que se creía destinado a estar unido. Es darle un nombre a lo que se intenta esconder.
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