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Los conceptos no alcanzan, necesitan volverse carne. Es por eso que la vida tiene sus complicaciones. Amar al prójimo, ser auténticos, vivir en el presente. Podemos empapelar el mundo con estas frases y lo que pasa adentro no cambiaría en nada. El corazón que rellena la experiencia humana es la experiencia. Hay que pasar los conceptos por el cuerpo, volverlos propios, sacarles lo abstracto. Yo trato de buscar mi manera de amar al prójimo, de ser auténtica, de vivir en el presente. Sé que solo puedo hacerlo a base de pruebas, intentándolo todo. Solo así voy a encontrar qué color concreto tienen para mí estas abstracciones que todos entendemos como reales pero cada uno siente correctas de una manera distinta.
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Parece que todos estamos intentando vivir en el presente en este momento. Cada uno invocando diferentes motivos, soñando con alcanzar varios miles de objetivos, pero todos empapelamos nuestro mundo mental con la misma frase. Vivir el hoy, para convertir el mientras tanto en un ahora mismo. Para mí esto es difícil porque siempre viví a la espera. Mi vida nunca se terminó de sentir suficiente, y me pasé muchos de mis mejores años creyendo que lo mejor iba a venir. Es difícil saber qué me pasa con esto porque por un lado rechazo por principio esta forma de vivir a la expectativa pero por el otro tengo que admitir que lo mejor terminó efectivamente viniendo y mi presente es un sueño pasado que tomó forma. Supongo que encuentro un equilibro en admitir que incluso sabiendo que estuve peor que ahora, extraño mi pasado. Hace unos días, sentada en el sillón después de recordar anécdotas de mi década de los 20, le dije a Luján algo que no había podido vocalizar hasta ahora: ya no salgo de noche porque me angustia mucho. Cada bar se me presenta como el cementerio de cosas que ya no tengo. Ya no tengo la energía para quedarme despierta hasta las 6 de la mañana, ya no tengo un grupo enorme de amigos con los que puedo dar por sentado voy a salir cada fin de semana, ya no tengo el vacío ancestral que tuve siempre, ese que me gritaba que yo era una persona singular en un mundo de pares, y me hacía salir de mi casa para ir a buscar eso que me faltaba. Renuncié a salir porque viví los momentos más especiales de los años más inciertos de mi vida en los lugares más decadentes y ahora me duele darme cuenta que ese lugar donde encontré tanto ya no tiene nada para mí. Existió una época en la que tuve que dejar de salir para cuidarme, porque no quería ver ni ser vista, y empecé a encontrar la felicidad en otros mundos menos decadentes pero no siempre igual de brillantes, y ya nunca pude volver. Sin darme cuenta perdí algo —un color de juventud, un conjunto de sensaciones únicas— que nunca más pude encontrar en ningún lado. Y cuando miro para atrás, cuando pienso en esos lugares decadentes donde viví momentos especiales que conformaron mis años más inciertos, puedo ver mi insatisfacción. Puedo sentir ese vacío que me llamaba, que me hacía estar triste incluso cuando había tomado lo suficiente como para no sentirlo. Sé, porque no puedo negarlo, que me pasé todas esas noches sintiendo que eran el mientras tanto, que estaba ahí porque no podía estar donde quería, que solo valía la pena ese presente si me ayudaba a llegar al otro lado. Y ahora estoy del otro lado, y es un lugar que sé que quiero habitar mucho tiempo, y pienso que ese pasado valió la pena en sí mismo y que me hubiera gustado ser consciente de eso. Agradezco que no exista la posibilidad de tener que elegir un momento de mi vida por sobre otro, porque no podría hacerlo. Los lugares eran decadentes y mi futuro parecía incierto y quizás lo que yo cargaba no era felicidad pero era algo mucho más especial que solo le pertenecía a ese momento de mi vida. Tengo toda mi vida para recolectar alegrías sanas, pero solo en esos años tuve al alcance de mi mano la fuerza incansable que nace del deseo de llenar un agujero.
Todos los presentes, incluso el que tengo ahora, ese que soñé siempre, tienen sus mientras tanto. Ahora mismo estoy suspendida ante la resolución de tres cosas concretas que en otro momento me habrían hecho sentir que el hoy no alcanza. No soy buena para el suspenso pero esta vez me siento capaz de hacerle frente. No es por las lecciones abstractas aprendidas —algún día extrañarás la decadencia, y va a ser muy tarde para recuperarla— ni por los mensajes inspiracionales que llegan desde afuera —recordá ese momento en el que soñabas con tener todo lo que tenés ahora—. Es porque estoy pasando la espera por el cuerpo, encontrando el color que tiene para mí vivir donde me toca estar, sin que se empañe por el contraste con aquello que aguarda del otro lado.