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El newsletter de hoy es distinto al de todas las semanas. Es distinto porque lo estoy escribiendo días antes de que salga, porque es abierto para todos mis suscriptores y porque trae consigo una confesión, una explicación y un anuncio. Siento que escribir de esta forma, públicamente y regularmente, tiene mucho de confesar, explicar y anunciar. Entiendo que es una parte intrínseca del proceso. No puedo escribir ensayos todas las semanas, por años enteros, sin ir cambiando en el camino, y la naturaleza conversacional de este espacio hace que quiera confesar los sentimientos que traen consigo esos cambios, explicar de dónde imagino que salen esos sentimientos y anunciar qué va a suceder de ahora en más. Si me ven cada un par de meses hablando desde este podio, dando declaraciones institucionales, es porque es mi forma de mantenerme conectada al proceso de escribir de forma sostenida y sincera.
Lo que quiero confesar es que estoy agotada de escribir. Exhausta, drenada, tan cansada que por momentos me olvido de cómo ordenar las palabras. Tengo energía para cualquier cosa que no sea este newsletter, pero como me gusta sostener los compromisos insisto en darle energía a mis ideas y el resultado no es siempre el que me gusta. A esta altura en mi carrera cuento con las herramientas necesarias para escribir algo sincero y coherente incluso cuando adentro de mi cerebro hay solo monos bailando. Quizás, por eso, mi agotamiento no se traduce tanto en las palabras. Pero lo siento en el cuerpo. Lo siento en la mente. Lo siento en las ideas, que siguen llegando pero no logran nunca tomar la forma que a mí me gustaría. Lo siento, sobre todo, en mis ganas. Tengo ganas de tener ganas de escribir como lo hice durante mucho tiempo pero no logro realmente convocarlas. Escribo algunos párrafos, miro una serie, escribo otros, juego con el teléfono, escribo dos oraciones, me escapo al gimnasio. No me gusta escribir así y no tiene que ver con el resultado sino con el amor al oficio. Yo amo escribir pero no lo puedo sentir en este momento. Esto me aterra, por eso sigo escribiendo. Seguro es una fase, pienso. Pero no parece ser una fase. Parece que necesito reconocer que después de cuatro años y medio de escribir de forma ininterrumpida, el pequeño duende escritor que existe adentro mío decidió hacer huelga por explotación, y yo estoy demasiado cansada para pelearme con él.
Pensé qué hacer y algunas ideas se me vinieron a la cabeza. Ninguna parecía del todo correcta, hasta que me encontré con un archivo en mi computadora. Era la compilación de mi diario entre 2021 y 2022. Lo había editado para publicarlo con una editorial, después de empezar a plantear un proyecto que por cuestiones externas a las partes interesadas no se pudo dar. Como era un diario escrito pura y exclusivamente para un hombre que quise mucho, y como en ese momento en el que todavía había posibilidades de terminar con él, me convencí de que tener que matar este proyecto era para mejor. Prefería que nuestra historia existiera en la privacidad, me dije. Pero pasaron tres años desde que empecé a escribir ese diario y lo que siento ahora por ese hombre es muy distinto. Hace un tiempo largo que estoy enamorada de otra persona que me hace sentir que mi existencia en el mundo es más que una casualidad cósmica. Tenemos una relación tranquila, divertida solo para nosotros, con conflictos domésticos que tienen que ver con ensamblar muebles y no con nuestra forma de ver la vida. Releyendo ese manuscrito, una recopilación de los poemas que escribí la última vez que estuve enamorada de alguien con desesperación y urgencia, recordé lo mucho que disfruté venir a en este newsletter durante ese tiempo en el que estaba desolada y sola.
Mis columnas favoritas surgieron siempre alrededor del amor. Siempre disfruté escribir de este tema más que de cualquier otro. Sé que escribir textos poéticos con el corazón en la mano sería tan maravilloso para mí que alivianaría todo el cansancio que siento, pero ya no puedo convocar esas palabras. El único problema de enamorarse de alguien que te ama es que las metáforas que funcionan como puñales no se te vienen a la cabeza. O por lo menos eso me pasa a mí. No puedo escribir sobre amores imposibles porque el amor es hoy para mí la constante más posible a mi alcance, porque le puedo decir lo que siento mirándolo a los ojos sin miedo a que se vaya. Pero sí puedo sentirme libre de publicar lo que hasta ahora existió solo en secreto, en las páginas de mi diario. Ahora que tengo la certeza absoluta de que el protagonista de esos textos no va a ser la figura del amor en mi presente o en mi futuro, puedo dejar que esa historia exista a ojos del mundo. Ahora que sé con qué historia me quiero quedar, puedo dejar que mis lectores hagan suyas todas las historias anteriores que ya no me pertenecen.
Durante el mes de junio, mandaré esta historia todos los jueves, de a un capítulo cada semana. Quizás este descanso de pensar temas nuevos sirva para volver en julio con energía renovada, lista para escribir cosas nuevas. Quizás tenga que decidir extender este descanso, pausando las suscripciones, colgando un cartel que diga “en un rato vuelvo”. Ya veremos, el futuro no es importante. Lo que importa ahora es lo que existe este mes. Este mes mis suscriptores van a recibir esos textos de amor que hasta ahora no me permití publicar. Los estuve leyendo mientras programaba las entregas semanales y más de una vez sentí que el corazón me saltaba adentro del pecho. No por ese hombre que hoy existe en mi pasado, sino por el anhelo y el deseo que todavía puedo reconocer como mío. Estoy feliz de que exista un registro de la persona que fui y que seguramente, si mi convencimiento de que ya encontré la persona para mí es correcto, no voy a volver a a ser. Estoy feliz de haber amado con angustia y haber tenido el coraje de poder ponerlo en palabras. Estoy feliz de haberme reencontrado con ese archivo, y de sentirme segura en mi presente para poder dejar que otras personas hurguen en mi pasado.
La edición de hoy incluye la introducción a esta recopilación. La escribí cuando terminé de juntar los retazos de llanto y esperanza que fui escribiendo a lo largo de un año. La semana que viene el primer capítulo estará en sus bandejas de entrada, y durante todo el mes de junio podrán leer esta historia.
Ojalá les guste. Ojalá les haga bien. Ojalá les haga sentir el entusiasmo y la ternura que yo sentí revisitándome.
Siempre me jacté de mi atención por los detalles. No pensé que existiese la posibilidad de que algo se me escapara. Por años, moldeé mi personalidad alrededor del peso de saberme perseguida por todo lo que veía contra mi voluntad. Aprendí a escribir gracias a este exceso de información con el que contaba. Creía que si estaba condenada a notarlo todo, tenía que darle un uso. Convertí todos mis momentos en historias, todas mis personas en personajes. Me despegué de mi propia humanidad para guionarla, narré hasta iluminar el rincón más oscuro.
A todos nos toca encontrarnos con la humildad. Yo tuve la suerte de reconocerme errada gracias a esta historia. La transité en medio de la penumbra, y no supe reconocerla como tal hasta que empezó a asomar el amanecer. Yo, que solía ver hasta lo invisible, viví el amor sin darme cuenta. Sin escribirlo, sin hacerlo historia. En los meses que siguieron gasté cuadernos enteros para recuperar detalles. No encontré muchos. No existe registro de la persona que amé. No existe registro de la persona que fui amándolo. Solo existe mi intento de olvidarlo, esta válvula en forma de diario que en cada nueva entrada amenaza con haberse cerrado y se abre una vez más para seguir escupiendo pena y anhelo.
Este amor, como el rocío, solo se impone por su manifestación. No sé cuándo apareció, no entiendo de dónde salió, pero tengo la certeza de que existió. Cuando se hizo de día y pude ver las cosas con claridad, mi mundo había vuelto a ser fértil, mis hojas ya no estaban secas.
En la escritura, la vida se plasma no solo en las palabras sino en la frecuencia. Por la insistencia de mi esperanza entiendo que ese año estuve enamorada. No puedo negarlo. Cada sábado a la noche volvía a mi casa y me deshacía en oraciones hablando de puertas. La misma metáfora una y otra vez, con pequeños cambios, como si intentara encontrar una respuesta cosida en el reverso de una pregunta. No podría usar la palabra sueño. Yo no soñaba con verlo entrar por la puerta de un bar. Yo lo veía entrar por la puerta de un bar. La imagen era clara. Y cada vez que llegaba a uno, me sentaba de espaldas a la pared, de frente a la entrada, esperando ver en el plano real eso que veía todo el tiempo adentro mío.
La escritura dice mucho en lo que esquiva. Por meses, yo me había negado a dedicarle palabras a la esperanza de otro amor. Entiendo ahora que escribía para invitarlo a volver rápido porque me desesperaba saber que él, como tantos otros, lo haría cuando ya fuese tarde. Sabía que íbamos a encontrarnos pero me angustiaba entender que no iba a suceder a tiempo. Cuando se me presentara la oportunidad de tener mis respuestas, ya me habría olvidado las preguntas.
Este diario no es solo un conjunto de poemas. Es la evidencia de un viaje, la frecuencia de mi deseo, la terquedad de mi postura, el pánico de que suceda lo inevitable, la soberbia de creer que yo podía cambiar el curso de la historia. En él no existen solo mis palabras, sino todas las palabras que no me permitía decir. Si se lee como un concepto grande, si se analiza como un material en conjunto, se entiende que mi historia de desamor no fue solo eso: fue un último enamoramiento inocente. Es la historia de una chica aferrándose a la esperanza de que la vida no sea cíclica, de que existan las explicaciones, las excepciones, las sorpresas.
Hoy sé que las historias no siempre terminan, que el amor no se borra por una incomodidad en las circunstancias y que las circunstancias no cambian porque así lo quiere el amor. Hoy tengo preguntas que no tienen respuesta y entiendo que seguramente esas respuestas llegarán cuando yo las deje de necesitar. Cuando me enamoro aún siento la intriga y la incertidumbre tomando posesión de mi piel, un sarpullido que se extiende hasta tocarlo todo, pero no intento rascarme. No sirve de nada, solo lo va a empeorar. Ya no escribo, porque dejé de pensar que todo tiene una explicación. Y estoy en paz, pero ya no escribo.
Ese diario fue, entiendo ahora, la desesperación de una chica que sabe que ya nunca más va a volver a amar y escribir así.
— Abril, 2022
Podés leer la historia completa en:
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