Quiero hablar de cambios. Valentina me explicó que gran parte de mi carta natal tiene aspectos en signos mutables, pero yo hubiese sabido esto incluso si no fuese una persona interesada en la astrología. Por mucho tiempo creí que odiaba las rutinas pero terminé entendiendo con el tiempo que en realidad la amo: mi rutina es el cambio constante. Es imposible realmente saber qué puedo creer fervientemente en una semana. María se ríe porque cuando vuelve de trabajar desbloquea su teléfono y encuentra dos mensajes míos que dicen:
14:55, 2022/5/6 - Juana: Por suerte ya no tengo nada más para decir sobre el tema.
16:18, 2022/5/6 - Juana: Igual recién se me ocurrió algo
Me aferro a las pocas cosas a las que me puedo aferrar (me gusta la Coca Cola, mi serie favorita es The Office) porque el resto de mí es un constante vamosviendo. Mi identidad fija entonces se reduce a un cuestionario simple que podría llenar si quisiera completar un test de personalidad. No hay nada que pueda decir con convencimiento que sea para siempre eterno y a la vez se defina interesante. Lo que tiene sentido y es estable, es aburrido y chato. Toda la textura rica de lo que soy cae en denominaciones que van cambiando a medida que pasan las estaciones. No puedo prometerte nada, solo jurar que mi deseo es quererte siempre.
Esta columna también tiene que cambiar. Me molesta hablar en términos de espacios porque no soy arquitecta como mi mamá. Además, si digo que algo me queda chico quizás parece que quiero decir que yo soy enorme y no lo soy, nadie lo es. Pero mis palabras están en edad de crecimiento y transformación y esta columna, como es, se parece a un pantalón tiro bajo usado en 2004. Me está deformando, me está convirtiendo en quien no quiero ser. No porque no quiera ser una mujer que tiene una columna con esta forma, sino porque me molesta ser una mujer que necesita que sus columnas tengan siempre la misma forma para tener sentido. No puedo prometerte nada, ni siquiera que nos sigamos encontrando acá el año que viene, solo puedo jurar que cambiar es mi forma de hacer todo lo posible para quedarme.
No me acordaba cómo se guardaban las conversaciones de WhatsApp cuando las mandás en un archivo de texto como en el ejemplo de arriba entonces abrí Outlook y tipee “WhatsApp history” y me encontré con muestras de una vida entera que existió solo en 2013 y yo pensé que estaba perdida. Releí las conversaciones que tuve hace nueve años con el primer hombre del que me enamoré y no podía parar de pensar en cómo los dos cambiamos durante el vínculo y cuán cambiados estamos ahora, nueve años más tarde. Ya no me reconozco en mis palabras y esa Juana de 20 años no podía reconocer el cambio en el chico que amaba. Entonces quizás las cosas no cambiaron tanto. Quizás siempre me costó y me costará ver lo que es obvio: él ya no era el mismo rebelde que se negaba a reconocer que me quería, yo ya no soy esa chica que está tan preocupada por demostrarle al otro que nadie puede ganarle. Me cuesta pensar en los arrepentimientos porque amo la vida que tengo ahora y no me gustaría cambiarla, pero me permito tener algunos. Son exclusivamente aquellos que no mejorarían necesariamente mi pasado, pero sí lo harían con otras personas. Si hoy fuese 2013, no cambiaría esos momentos en los que me expuse de más y terminé lastimada, tampoco cambiaría mi tendencia a esperar lo mejor de las personas incluso cuando me gritan en la cara que no es certero, pero sí cambiaría mi resistencia al cambio. Me gustaría haber sido alguien que entendió que las segundas oportunidades nunca se le dan a la misma persona, sino a una versión completamente nueva que merece un poco de espacio para demostrar quién quiere ser. Volvería para darme un abrazo y decirme al oído “dale un abrazo, decile “te quiero” al oído”.
La identidad no puede ser nunca una promesa escrita en piedra, dije en esta columna hace un par de meses, y sigo sosteniéndolo. Primero viene la experiencia, después lo que se hace con eso. El resultado de apilar esas cosas se convierte en algo similar a una definición de lo que somos. Soy lo que me pasó y lo que elegí hacer y seguramente me pasó lo que me pasó por elecciones que hice antes y seguramente hice esas elecciones por otras cosas que me pasaron entonces no hay huevo ni hay gallina, todo está pasando siempre al mismo tiempo. Lo único constante es el cambio.
Esta columna me queda incómoda pero ustedes todavía no pueden ver por qué. Hasta ahora, parece la misma columna de siempre. Soy yo hablando de algo y usándome de ejemplo a mí misma porque soy narcisista pero también soy escrupulosa. Me niego a venir a hablar de lo que no sé. Para eso está Twitter. Y yo no sé muchas cosas, pero sí sé quién soy, aunque no pueda escribirlo con precisión. Soy toda mi historia, y por eso siempre caigo en mí cuando quiero ilustrar un punto. Nunca fui buena dibujando, pero podría hacer bocetos de mi vida con los ojos cerrados.
Lo primero que voy a introducir en esta columna es una parte de mis borradores mentales. Esta parte no es nueva para los suscriptores pagos, pero ahora puedo prometerles que va a llegar siempre. El borrador de hoy es un extracto de mi diario, que escribí mientras escribía esta columna.
De ahora en más, esta columna será un collage de cosas. Ya tuvieron las palabras reales, también tuvieron la poesía, ahora les toca esa página de las revistas en las que los editores tiran todo lo que no saben dónde poner en una misma hoja.
No se olviden las boludeces
(El título de esta sección es un guiño para mi amiga María que me contó una historia muy graciosa que incluía una versión de esta frase)
¿Qué estoy leyendo?: The Candy House, Jennifer Egan
¿Qué estoy escuchando?: Carly Rae Jepsen
¿Qué estoy viendo?: Stranger Things, Everything I Know About Love
Cuenta de Instagram que recomiende: Alexa Chung, para no caer en la tentación de vestirse como en el 2004
El momento más especial: cuando vi Lorde con mi amiga Angie.
Comida favorita: una galletita de chips de chocolate sin gluten que compré en un puesto en Spitalfields Market.
Un descubrimiento: el actor que hace de Jonathan en Stranger Things tuvo un hijo a los 20 años con una mujer que en ese entonces tenía 32. Se pueden cocinar fideos en la sartén.
Una idea para una historia: ¿cómo viven los hijos de esas mujeres y hombres que se pasan todo el día despotricando en Facebook? María dice que seguro tienen un mantel de plástico y las persianas siempre están bajas. Yo le dije que a la hora de la merienda sacan un paquete de galletitas abierto mal atado con una bandita elástica vencida. También me imagino que son excelentes cebando mate.
Mejor cosa que leí: esta edición de Unsupervised, un newsletter de Anna Fusco.
Una pregunta para la que me gustaría tener respuesta: ¿habrían sido diferentes las cosas si en lugar de chistes me hubiese animado a decir “te quiero”?
Algo que hice: me compré una torta de cumpleaños para comer yo sola aunque mi cumpleaños sea en noviembre. Visité el Barbican. Me compré un collar con una sodalita.
Algo que no hice: llamar a mi papá.
Algo que me gustaría hacer: visitar Old Brompton Cemetery. Seguir a mi amor de 2013 en Instagram.
Las ediciones normales de la columna semanal son más largas y más íntimas, pero el estado público de esta me impide extenderme. No me queda más alternativa que hacer los saludos finales. No puedo prometerles nada, pero sí puedo jurarles que nunca voy a dejar de cambiar, porque nunca voy a dejar de aprender, porque nunca voy a dejar de preguntar, porque nunca voy a dejar de buscar respuestas que ya sé que no existen para problemas que en realidad no son problemas. Mientras me vean cambiando, pueden contar con la certeza de saber que tienen la mejor parte de mí con ustedes. Es más de lo que me he dado a mí misma. Es más de lo que le he dado a mi pasado. Pero cambié, aprendí, y juro hacer todo lo posible para no volver a cometer ese error de vuelta. Aunque ya saben, no puedo prometerles nada.