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Una vez más, estas palabras están siendo escritas en el aire. El verano se está terminando pero yo encontré la manera de estirarlo un poco más. Cuatro días en Italia, visitando por primera vez esta país. Cuatro días con esa amiga que en Londres me lleva a todos lados en auto y me llama a la madrugada para saber si llegué bien. Cuatro días que pensé que no me merecía tener pero me regalé igual, porque este es el año de descansar de los sacrificios innecesarios y de decir que sí. Me da un poco de odio descubrir que las leyendas son reales. En el momento en el cual te permitís amarte, la vida te devuelve ese amor. Digo que puedo, que quiero, que merezco. Y de alguna forma todo parece acomodarse para que yo pueda, para que lo que quiero se de, para terminar sintiendo que merezco las cosas.
El verano se está terminando. Siempre me dolió esta transición pero desde que vivo en el hemisferio norte le tengo pánico. Viví tres inviernos en la ciudad que elegí. Eso es el amor. Transitar lo malo para poder ganarte lo bueno, quedarte incluso cuando sabés que podrías escapar hacia fantasías más ideales. Por primera vez desde que me mudé, dejé de tenerle miedo al invierno. Tiene que ver con que el anterior no fue tan malo, pero también con que este verano fue demasiado bueno. Existe realmente un exceso de placeres. Solía pensar que negarse a vivir de vacaciones era una imposición cultural de nuestra sociedad mártir pero después de este verano entendí que no es así. Chloe Williams habló en su último newsletter sobre su necesidad de volver a ella misma en septiembre. La entiendo. Mis amigas se reían porque anuncié con pesar que después del festival me tocaba irme a Italia como quien se queja por tener una colonoscopía agendada pero saben también a qué me refiero. Estoy muy cansada de existir en el mundo, y en un verano eso es lo que uno más hace. Este verano me convertí de vuelta en una nena que camina por la calle y roza las plantas con la punta de los dedos, en todos los sentidos. No se me escapó nada. Me sobran recuerdos y ahora me falta tiempo. Quiero y deseo, por primera vez, hibernar y desaparecer de las emociones, incluso las buenas. Quiero volver a habitarme, volver a tener tiempo de escribir en mi diario, volver a cansarme de tener todo el tiempo para mí.
Creo que este verano fue bueno porque le permití ser lo que este quería ser. No me puse botas cuando hacía calor ni forcé una ida a la pileta cuando llovía. Acepté cada clase cancelada de cada uno de mis alumnos que eligió irse de vacaciones y renuncié a la idea de ir en contra de la corriente. Si me toca no trabajar, lo tomaré como una obligación más. Este verano mi prioridad fue escuchar el aire y soltar el tiempo. Decir que sí a todo lo que me llamara la atención y dejar pasar toda obligación que no podía concretar a mi manera. Convencerme todas las noches de que tenía que ser paciente y aguantar los meses de vacas flacas, negarle a la ansiedad salarial arruinarme momentos lindos. Y funcionó, realmente pude transitar tres meses en un estado de absoluta paz, incluso cuando había turbulencias afuera. No voy a mentirles, no fue un verano fácil por ningún lado, pero en ningún momento dejé de creer que todo lo que me pasaba era fantástico. Tuve miedos, angustias, dolores, rechazos, pero supe en todo momento que eran pequeños inviernos dentro de este verano. Sacudones que van a pasar. Lo que queda, en el recuerdo y en el fondo del alma, es lo vivido afuera, no lo temido adentro.
Hay algo hermoso en las estaciones. Cada verano es una nueva oportunidad de aprender a darse regalos, cada otoño una invitación a enamorarse del silencio. En el invierno nos toca ser y estar con nosotros, cuando llega la primavera podemos animarnos otra vez a soñar. Todo esto ya pasó alguna vez y va a volver a pasar. Puedo permitirme descansar y también puedo permitirme ritmos más lentos. Descansar del miedo que siempre me carcome la cabeza y me dice que tengo que estar todo el tiempo produciendo si no quiero perder la vida que tengo. Permitirme un ritmo más lento para las lecciones y transitar las cosas que me pasan como un ser humano errante que seguramente se equivoque en lugar de intentar ser alguien que ya aprendió a vivir. No estoy desperdiciando nada, no estoy dejando pasar ningún momento único. No estoy perdiendo el tiempo ni estoy postergando momentos de crecimiento. Nos quedan mil veranos, tendremos mil inviernos. Los abrazo y los suelto. Esto también es el amor: ver como las cosas se van y celebrarlo porque sabemos que van a regresar. Cuando vuelva el verano que ahora estoy despidiendo voy a poder contarle todo sobre los meses que nos habrán separado. Vamos a sostenernos en el reencuentro. Seremos otros. El invierno seguramente me convertirá en alguien que no imagino ser, y me chocaré con un verano que no podré anticipar, solo descubrir. Y como me pasa con el amor que aprendí a soltar y abrazar y soltar y abrazar, tendré una reunión gloriosa. Qué bueno que volviste, vamos a decirnos. Esto es todo lo que pasó mientras no estabas.