Si estás recibiendo esto y no estás suscrito al newsletter pago, este es tu día especial. Este fin de semana me dio material para escribir de más y quiero compartirlo con ustedes. A mis suscriptores pagos, no teman, esta semana tendrán la columna de siempre, que sale el jueves (nuestro día oficial).
Tiempo estimado de lectura: 11 minutos
Siempre le digo a Mica, alumna grupal e individual, que cada uno tiene sus medios para contar historias. Ella usa YouTube, Substacks, reels de Instagram, todo lo que esté a su alcance. Lo mejor es que lo hace bien. Yo solo puedo escribir. Me gusta hacerlo, y sé que alcanza para aquellos que quieren conocer mis historias. Sería un error que me esforzara en mutar contra mi voluntad y me obligara también a hacer Vlogs. Pero Mica fluye en lo audiovisual, y va a contar el lado B (o A) de todo lo que estoy diciendo en su canal de YouTube. Les recomiendo que lo visiten.
Mica y yo empezamos a trabajar juntas cuando estaba punto de lanzar su newsletter, pero de a poco la mentoría fue mutando y hoy me siento con derecho a recomendarle cosas que no tienen que ver necesariamente con la escritura. Yo no sé mucho de tarot y tampoco consumo muchos videos, pero sí da la casualidad que todo mi inicio de YouTube está plagado de tarotistas. Sé perfectamente lo que busca una persona que necesita las palabras —y las lecturas— de una desconocida de internet: respuestas, calma, dirección. Le propuse entonces una idea: ¿por qué no grabamos un Vlog en el cual me enseñás a hacer una tirada? Sé que es lo que hubiese necesitado hace un año, cuando me faltaban certezas y me sobraban dudas. Sé que quizás lo que voy a necesitar más adelante, si este momento de paz al que llegué me abandona. Con respecto al día que pasamos, Mica dijo que el arte te acerca a personas maravillosas. Tiene razón. Esta es la historia de un día en Brighton, del miedo del artista y los límites que nos ponemos al tomarnos demasiado en serio. De los puentes de la vida y ser hermana mayor. Y es la historia de como terminé pasando un día hermoso con dos personas maravillosas, gracias al arte.
El día empezó temprano de forma natural. Antes, cuando todavía era más adolescente que adulta, festejaba al descubrir que había podido dormir hasta las doce del mediodía. Hoy soy una persona que se acuesta temprano, incluso cuando se acuesta tarde, y se siente conforme si abre los ojos a las nueve de la mañana naturalmente. Pienso en otras épocas de mi vida, cuando tenía 21 y me parecía terrible que el sábado de las personas más grandes que conocía consistiera en ver una película y volver a su casa antes de la medianoche. ¿A hacer qué?, pensaba. Claro que esta era la evolución de un pensamiento de mi infancia. Cuando mis primos dejaron de querer jugar al cuartito oscuro, me atacó la pena. ¿Por qué eran de pronto aburridos? ¿Qué bicho te ataca a los quince años que te hace querer dejar de hacer eso que te hace feliz? ¿Me va a atacar a mí? Hoy en día, por ejemplo, me parece terrible la idea de vivir en una ciudad chica mientras comienzo la crianza de un recién nacido. Si bien quiero ser madre algún día, me imagino un tránsito apesadumbrado por esta etapa. ¿Pasar todo el día con un bebé? ¿No poder ser dueña de mi tiempo? ¿Por qué habría de aceptar eso? Pero asumo que, de alguna forma, esto es crecer y también vivir en el presente. Está bien que una nena de ocho años no pueda imaginar una vida en la cual omitir el cuartito oscuro sea una buena idea. Está bien que una chica que sale todas las noches aborrezca la idea de ir al cine y volver temprano para poder aprovechar el domingo a la mañana. Y está bien que una mujer que está disfrutando por primera vez en su vida la extensión de una independencia que todo lo toca no pueda soñar realmente con una vida abocada a otro ser humano. Significa que no estoy lista, significa que estoy viviendo lo que me toca vivir ahora. Y si en algún momento me toca vivir otra cosa, será bienvenido y se sentirá natural.
Cuento todo esto porque sirve para el contexto de lo que me dijo Mica cuando hicimos la tirada de tarot. Hay momentos que son el puente para llegar a otros. Mi puente favorito de Londres es el Waterloo. Es bastante aburrido si lo ves desde abajo, pero cruza desde Southbank hasta Somerset House y la vista es increíble. No es un puente que te interese mirar, es un puente que querés recorrer. Y creo que hay puentes y puentes en la vida. Cursar la facultad fue más parecido al Albert Bridge. No es fea la vista, pero tampoco dice mucho. Es un puente que observás con anhelo cuando no lo cruzaste y luego recordás con cariño. Estudiar en la facultad fue, por momentos, bastante aburrido, hasta diría tedioso, pero yo había soñado mucho tiempo con esa época de independencia temprana teñida por la constante estimulación intelectual de lo que me interesaba. Cuando se terminó, supe que no iba a extrañarla, pero siempre cuento las anécdotas que me quedaron de ese momento, estampadas ahora como mitos de la historia de mi vida. La facultad fue un puente sobre el que podés escribir. En este momento de mi vida, estoy cruzando el Waterloo Bridge. No hay mucho que pueda decirles porque cuando la belleza es tal, las palabras no alcanzan. Vengo de un lugar de disfrute, de comunión con otros, y camino firme hacia un espacio de madurez que también sabe recordar el arte de pasarla bien. Estoy parada en la mitad del camino y puedo ver todo lo que podría vivir hacia mis costados. De un lado me llama la modernidad y del otro la tradición —en este puente podés ver la city con todos sus edificios altísimos y del otro lado el Big Ben y el parlamento—. Las posibilidades son plenas, puedo elegir lo que más me llame la atención. Este es un puente que hay que caminar, un puente que quizás después no sirva para escribir. No podré contar anécdotas de estos años que me alejan de la jovencita que fui y me acercan de a poco a la mujer que busco ser. Algunas van a ser demasiado íntimas, otras serán solo importantes para mí. Si me miran desde afuera, quizás el puente no les diga nada, pero puedo asegurarles que es fantástico estar acá arriba.
Les decía que me desperté temprano. Me hice un café en la prensa francesa que volví a usar porque decidí que es una ridiculez no tener cuatro minutos para hacer un café rico. Leí un poco en la cama y después encaré viaje para Brighton. Pensé que no iba a esta ciudad que me queda tan cerca hacía años. La razón es que siempre recuerdo que Brighton existe porque tiene playa. Imagino la opción de ir cuando hace calor, para nadar un rato. Me olvido que también tiene calles hermosas, una cultura súper particular, opciones de comida gluten free que una chica celíaca como yo necesita y celebra. Pienso en Brighton solo en torno a lo que se sabe que puede darme, lo más básico de sus atributos. Y pienso que esto también tiene un poco que ver con lo que salió en nuestra tirada. A veces uno se olvida de jugar, de relajarse y tomarse las cosas un poco más a la ligera. No todo tiene que ser siempre lineal, y no todo tiene que ser siempre coherente desde el afuera. Sí, a veces vale la pena ir a una ciudad de playa un día nublado. Todas las ciudades —y las personas y las situaciones— pueden darte mucho más de lo que imaginás si te permitís darles un espacio para que te sorprendan.
Mica y Giuli me pasaron a buscar por la estación y fuimos a comer. Después paseamos por las callecitas, llegamos hasta el muelle y finalmente nos tomamos un colectivo hasta su casa. Seguimos hablando sobre Harry Styles y cómo perdimos interés en él —no me cancelen, soy una chica dispuesta a cambiar de opinión— y riéndonos mucho. Finalmente Giuli se puso a moler café y nosotras nos dispusimos a grabar el video que habíamos decidido hacer. Una tirada, tres preguntas, tres cartas. Ya verán el video completa en el canal de Mica, y van a poder hacer también su tirada, pero quiero escribir acá sobre lo que yo pensé después, en el tren de vuelta a casa.
El tarot no es una ciencia. No te va a decir la verdad, no va a adivinar el futuro. En mi caso, es una herramienta de autoconocimiento, un espacio de reflexión. Cuando veo tarotistas en YouTube haciendo lecturas intuitivas, entiendo que no me están hablando directamente a mí, pero hago el ejercicio de pensar en qué cosas se salen de lo que resuena y en qué casos soy efectivamente la persona a la que está dirigida el mensaje. El momento en el cual más recaí en el tarot fue el año pasado. Venía de vivir situaciones de mucha incertidumbre con respecto a todos los ámbitos de mi vida, algo así como cruzar un puente sin entender qué hay del otro lado y tampoco poder distinguir realmente lo que te rodea. Tenía algunas sensaciones que me llamaban a imaginar ciertas claridades, pero me faltaban confirmaciones. Por eso caía en las artes esotéricas. Necesitaba esperanza para seguir caminando. Hoy estoy en un momento opuesto. Todas las respuestas que estuve buscando y me resigné a no tener terminaron llegando, de sorpresa, hace no mucho tiempo. Ya no hay niebla, pero cuando aparece una nube me animo a imaginar que del otro lado sigue estando el sol. Estoy bien, estoy muy tranquila. Y sí, necesito menos al tarot, porque aprendí a escucharme con más atención, pero el crecimiento nunca es absoluto y la dependencia nunca se termina de erradicar.
Durante la tirada hablamos con Mica sobre los miedos de arriesgarme como artista, de permitirme jugar sin intentar ser cien por ciento la mejor versión de mí y de dar saltos de fe. También hablamos sobre el tomarse a uno mismo en serio, sobre lo necesario que es hacer esto como artistas y lo terrible que puede ser para tu persona si no sabés poner un límite. La realidad es que mi tranquilidad también llega porque acepté que estoy en un puente, porque me permito no ser perfecta, porque dejé de creer que mi presente es una multa de sacrificio que tengo que pagar para conseguir el futuro que anhelo. Hay mil cosas que estoy haciendo y dejando de hacer que en otro momento me hubiesen pesado y mucho. Por suerte me acerco de a poco a un tipo de amor propio incondicional que todo lo calma. No seré jamás un ejemplo a seguir, una historia que vale la pena contar. Incluso antes de que llegue el momento de mirar mis méritos, renuncio a ellos. No quiero estar arriba de ningún pedestal, no quiero que nadie venga a decirme que soy una inspiración. No quiero cargar con el peso de llevar una vida personal impoluta, no quiero que la primera palabra con la que se me relacione sea “buena”. Ya no quiero, como sí me pasaba hace unos años, contar mi historia con orgullo. Siempre voy a estar orgullosa de quien soy, porque soy la única persona en el mundo entero que vivió mi vida y soy la única que tiene que cargar con la responsabilidad de averiguar cómo conviene vivirla, pero no tengo ganas de tener que justificar mis puentes o cuidarme en cada paso. La paz es inmensa desde que empecé a vivir así, aceptando la naturalidad no solo de mis equivocaciones honestas sino también de mis maldades esporádicas, mis egoísmos irremediables, mis defectos que no son tiernos.
Entiendo que quizás esto no resuene con todos. Mirando mi grupo de amigas, mi familia y algunos amigos individuales, reconozco en mis palabras solo a los hijos mayores. Creo que es fascinante la forma en la cual tu rol en una familia te convierte en esta persona que se esfuerza por hacer todo bien, por contar una historia impoluta. La mayoría de mis amigos hijos menores o del medio abrazan la libertad de ser y parecer lo que más les llama la atención, sin que les importe tanto el resumen que se dará después de su vida. Los que somos hijos mayores parecemos haber crecido, vaya uno a saber por qué, con el peso del mundo entero sobre nuestros hombros. No son siempre los padres los que lo ponen ahí. En mi caso, puedo dar fe de que mi mamá y mi papá fueron permisivos y nunca me exigieron nada. Yo, en cambio, adopté naturalmente una visión bastante horrible y crítica de todos los puentes que me tocó vivir.
El puente que estoy transitando ahora es por momentos polémico, por momentos emocionante, por momentos aburrido. Es el mejor puente que transité en toda mi vida, nunca fui tan feliz como este año, y a la vez creo que hay poco que pueda decirles al respecto. Esta es la liberación absoluta, sobre todo para los escritores. Vivir, como queremos, sin importar la historia que se está escribiendo.