Hace algunos años escribí un poema. Los 8 de marzo vuelve a aparecer, porque alguien lo encuentra. Cada 8 de marzo recibo un mensaje. O dos. O tres. Gracias por escribir esto, dicen. Hace unos años, cuando escribí el poema, pensé que estaba haciendo algo. Pensé que quizás el arte podía cambiar el mundo. Mi mundo. Pensé que un poema podía conmover, y que conmover era suficiente para hacer algo. Cualquier cosa que se sintiera suficiente.
En mi país piden un cambio desde hace años. El cambio llega, pero nunca como las mujeres queremos. Nuestras mejores épocas vinieron por nuestras propias próceres. Ningún hombre nos dio más que alguna de nosotras. No quieren, no les conviene, no se dan cuenta. Un hombre bueno sigue siendo un hombre. No me importa entenderlos, me urge entendernos a nosotras. Para variar, para sobrevivir.
Se renuevan los tiempos y siempre aparece una nueva forma de minimizar nuestra humanidad. La receta particular de este 8 de marzo es hiperbólica. Nuestra deshumanización existe en los extremos, extrema. En Occidente hacen deepfakes con nuestra cara para violarnos de una forma innovadora y en Medio Oriente, en los escombros de un bombardeo, nos hacen menstruar sin insumos, parir sin anestesia y amamantar sin leche. Somos holograma y animal, objeto y basura. Solo nosotras nos acordamos que seguimos siendo mujeres, y que eso también significa ser persona.
Ya no sé qué es feminismo y qué es decencia. Ya no sé qué es machismo y qué es el mundo. Hace unos años escribí un poema porque creía que algo podía cambio pero ahora le temo al cambio porque el mundo no hizo más que empeorar. Nadie nos salva y cuando queremos hacerlo nosotras nos castigan. Por desobedientes. Por caprichosas. Por desagradecidas. Si sos mujer conocés la mirada amenazante. Conocés el miedo. Conocés todo menos la libertad de existir en el mundo así, solo existiendo. Llevás a todos lados y en todo tu cuerpo la experiencia de saberte perseguida, odiada, en peligro. Existe un peso que no lográs sacarte nunca.
No sé qué es feminismo y qué es angustia, desesperación, impotencia. Sé que ser feminista no es odiar al hombre, pero sin el hombre que nos odia no existiría el feminismo. Sé que no conocemos lo que somos, sino lo que logramos construir con lo que nos obligaron a ser. No sé si vivir así es libertad. A veces siento que solo cuando estamos solas, entre nosotras, nos podemos permitir ser afirmación, anuncio, historia. Cuando hay un hombre cerca, nos convertimos en respuesta. Son ellos los que hacen las preguntas, incluso cuando no se dan cuenta. Un hombre bueno sigue siendo un hombre.
No me alcanzan los slogans. El 2018 se murió hace rato. Me pregunto qué más hace falta decir cuando lo dijimos todo. Lo decimos para sentirnos vivas, algunas lo siguen diciendo muertas. Es 8 de marzo es un día de lucha pero todos los días son una pelea cuando sos mujer en un mundo que nunca cambia para vos, donde todos los hombres buenos siguen siendo hombres. Cuando era más ingenua y escribía poemas creía en el peso de mi palabra. Ahora estoy probando hacer silencio. Ya no quiero entender qué somos, quiero que me alcance con los momentos en los que podemos solo ser. Ni holograma ni animal, ni objeto ni basura. Mujeres, personas.
Mi silencio lo practico leyendo las palabras de estas mujeres:
Gracias Juani, leerte es aliciente y compañía hoy 💜