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Sobre la fe en el amor

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La columna de hoy es una exploración de mi fe, mi formación espiritual y mi alejamiento de la religión. Es también un deseo escrito como rezo, un ejercicio de convicción, mi forma de recordar que ese Dios en el que yo creo es el amor en su estado más puro. Hoy, el extracto es más largo. Dice algo como esto:

Yo intenté ver a Cristo en la hostia bendecida por el cura y nunca lo logré, y sé que es desesperante llamar a una fe que no podés sentir, pero mi fe en el amor que habita adentro mío y que corre entre todos nosotros aparece siempre que la necesito. Guía mis decisiones y moldea mi forma de ver al mundo. Sé que es una decisión pero también un privilegio poder acceder a ella con tanta facilidad. Sé que cargo con una educación espiritual que por mucho tiempo di por sentada y muchas veces me quita la posibilidad de disfrutar sin culpa pero hoy me mantiene a salvo de caer en decisiones desesperadas o visiones terroríficas del mundo. Sé que hay personas que quieren sentir esa fe y no saben cómo. Me pregunto si sería más fácil sentirla si la desnudáramos de cualquier atisbo de religión o magia, si dejáramos de hablar de un Dios creador, maestros celestiales y diosas femeninas y nos concentráramos en nombrarla como algo conocido. Porque yo no pude ver nunca a Cristo en la hostia pero veo el amor todos los días, en las cosas más grandes y las más pequeñas. Veo el amor con el que le damos a comer a nuestra gata, veo el amor con el que los extraños le sonríen a los bebés y los perros que cruzan por la calle, veo el amor que hace que sintamos dolor y alegría por gente que vive del otro lado del mundo.

Todo lo que dije hoy tiene que ver. Mi angustia por sentir que quizás lo que busco no llegue nunca tiene el mismo origen que la avaricia con la cual se inician guerras y se oprimen poblaciones. El miedo a lo escaso, a lo finito, nos lleva a vivir en un mundo mucho más hostil que el que realmente se nos presenta. Sentirme en falta con la humanidad en general y con las personas concretas que me rodean es un espejo del sentimiento de injusticia que a todos nos posee por momentos y nos hace creer que hay alguien que nos saca ventaja. Esa creencia de que lo que damos y lo que recibimos debería ser una transacción que siempre da un balance redondo nos lleva a vivir sintiéndonos deudores o adeudados incluso en vínculos donde este concepto no debería existir. La solución a todo esto es el amor. No solo el accionar desde el amor que nosotros le damos al mundo o el amor propio con el que nos sostenemos, sino la fe en el amor y las buenas intenciones del otro.

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