En mi mesa de luz hay un mazo de cartas de Tarot. Están como decoración. Hubo un momento, hace poco tiempo, en el cual recurría a ellas todas las semanas, a veces más de una vez al día. Necesitaba más respuestas y tenía menos miedo. Ahora miro estas cartas y no sé qué preguntarles. Hay muchas cosas que quiero saber pero son tan pesadas que prefiero mantenerme en la duda. Si hubiese preguntado, hace cinco años, si me iba a tener que ir de Londres en algún momento, saber que la respuesta sería sí me hubiese angustiado y me habría sido imposible imaginar un conjunto de circunstancias que habrían hecho de este un escenario positivo. Lo que quiero decir es que es mejor no desesperarse de antemano, y creo que no necesito darle respuestas monosilábicas a preguntas complejas que con el tiempo se resolverán solas.
Ya no me tiro las cartas pero creo que mi conexión con la intuición está más abierta que nunca. A fines del año pasado decidí el orden de las palabras que sostendrían este newsletter y, mes a mes, cuando las saco a la luz y escribo algo alrededor de ellas, me encuentro con que la historia de este 2024 estuvo esperándome ahí, en las palabras, para que yo la descubra. Honestidad, espejos, movimiento, naturaleza, herida, propósito. Un proceso sincero, confrontativo, vertiginoso, propio, doloroso, significativo. Hubiese preferido no tener que atravesarlo. Hubiese preferido que fuese más lento, menos abrupto, pero quizás a esta altura tendría que aprender a dejar ir mis expectativas. No dejo de pensar que algo adentro mío sabía que esto se venía, que por eso elegí estás temáticas y no otras. La temática que le sigue a esta, la última que tengo en la lista, es espacio. Me pregunto hoy qué significa, y me preparo para otro duelo para el que hoy no estoy lista pero entiendo quizás llegue.
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Especial de este mes: ¿Qué decisiones tomás como escritor? - mirá el sexto encuentro de Equipo Newsletter
Cuando pensé en la temática de este newsletter, propósito, me dejé una nota para el futuro, que es el presente de hoy: propósito como misión o como condena. En los meses que pasaron desde que esta temática me llamó la atención, estuve muy atenta al sentimiento de propósito que veo en mis pares. En cómo hace crecer la inspiración, sí, pero también en como parece ser una condena pesada para algunos. Sé que para mí fue ambas cosas, que es imposible separar las presiones y angustias de la calidez que siento cuando pienso que existe un propósito para mí. Propósito como misión o como condena, como algo que puedo pero también debo hacer cuerpo en mi vida. Como una versión de mí que tengo que alcanzar. Me pregunto si hay una forma de embeberme en la inspiración sin dejarme hundir por las presiones, una tercera opción secreta que existe para el que tiene ganas de buscarla. Espero encontrarla en estas palabras.
Para esta edición voy a pensar en voz alta y dejarles algunos retazos de lo que me convoca alrededor de esta temática. Además, Sofía Dómine Fantasía, coordinadora de nuestro taller grupal La Ronda, nos trae su interpretación de la temática. Como hace algunos meses, les traigo una receta de la casa, un club de cine por escrito y un poco de escritura terapéutica.
Pensando en voz alta
No puedo pensar en la idea de propósito como misión separada del mandato de tener una vida extraordinaria. Pienso en la palabra “extraordinaria” y la analizo en su estructura. Extra-ordinaria: distinta, separada de las demás, superadora de las vidas comunes que llevan las personas que nosotros preferiríamos no ser. Pienso en la forma en la que en esta era el propósito se suele encontrar casi siempre ligado al trabajo o al logro pero también a la pasión. Llegar a la cima del campo que elegís, terminar una maratón en un tiempo admirable, establecerte como una de esas personas que son conocidas por más personas de las que entran en una teatro, convertir eso que te enciende en lo que te hace admirable. Lo que hacemos tiene que responder a una pregunta más grande que la que se responde a simple vista. Cada acción que realizamos nos ayuda a contar una historia que nos hace sentir importantes. El porqué que nos motiva se ramifica en beneficios maravillosos: libertad, realización personal, respeto y admiración. Todo eso con una música inspiradora de fondo.
Lo veo sobre todo en el campo donde me desarrollé por los últimos cuatro años. Quienes elegimos emprender alrededor de la creatividad sabemos que es tan importante lo que hacemos como la persona que elegimos mostrar que somos, por eso se habla de marca personal. El propósito máximo es la expansión de tu nombre, por eso se habla de llegada y alcance. Tiene que venir aparejado de un interés claro de parte del que está del otro lado, por eso se habla de engagement. No somos ni cínicos ni estúpidos. Si nos importara más la plata y el renombre que hacer algo hermoso con nuestras manos y nuestras ideas, nos habríamos dedicado a las finanzas. Por eso nos convencemos de que nuestro propósito es en realidad generar un cambio en el mundo. Tejer redes, inspirar a los demás, generar comunidades. Sostener la mano que habita adentro del otro, escribí en mi libro.
Nada es más natural que la necesidad humana de encontrarle sentido a existir, y tener un propósito es, muchas veces, la respuesta a las preguntas más existenciales. Es noble, hasta que lo ensuciamos. No conozco las ecuaciones ajenas, pero sé que en las mías el sentido pocas veces gana. Mi angustia no nace del propósito (o la falta de él) que habita en lo que hago. Mi angustia pasa por factores terrenales, medibles y vanidosos. El dinero que vuelve a mí como representación de mi valor, la cantidad de gente que me asegura conectar con mi arte, la forma en la que mi vida va creciendo exponencialmente cuando me establezco como figura en mi campo. No digo que el propósito ya no importe, pero sí pienso que si solo alcanzara con el propósito, seríamos felices con solo una persona valorando lo que hacemos. Que un solo ser humano encuentre sentido en tu creación es un milagro. El milagro no vale más solo por multiplicarse. Mi realización personal alrededor de lo que hago poco tiene que ver con los números, pero en esta era el propósito dejó de ser solo el significado que buscamos darle a la vida y pasó a convertirse en un objetivo medible. Ser escritora ya no es solo escribir. Es hacerlo y publicar, es publicar y vender bien, es vender bien y que reconozcan tu nombre. Habitan en mi dos pulsiones contrarias: la plenitud absoluta que encuentro en mis palabras y la insatisfacción porque alguna de mis tantas ecuaciones no da con la medida correspondiente.
Hace treinta años todos queríamos ser astronautas o cantantes. Hoy solo queremos ser nuestra mejor versión. Para algunos será la versión más flaca, para otros la más rica, para otros la más políticamente comprometida. No te confudas, pienso cuando me siento fuera de peligro y me convenzo de que yo no estoy corriendo esta carrera. Todos le rendimos culto al progreso personal, aunque nuestras palabras digan lo contrario, aunque no lo hagamos de la forma más obvia. Cuando pienso que no estoy midiendo nada, que estoy exenta de exigirme ser un humano en constante evolución, observo mi vínculo de cien días con Duolingo o el de tres semanas que vengo forjando con el gimnasio. Miro el orgullo con el que me miro ahora en comparación con lo que fui e identifico que sí soy parte del discurso social que solo valora el presente como versión superadora del pasado y promesa potencial de un futuro. Estoy mejor que ayer, eso significa que estoy alineada con mi propósito. Tengo que sostenerlo, para estar aún mejor mañana.
¿Querés conocer nuestra comunidad? Nos encontramos semanalmente en La Ronda! En este espacio de exploración narrativa para principiantes curiosos y escritores comprometidos traemos clases dinámicas para que trabajes la temática de este newsletter y te conectes con otras personas que compartan tus búsquedas e intereses. Podés sumarte a una clase de prueba y comprobar si el espacio es para vos.
¿Para qué? ¿Qué nos empuja a contar nuestra propia historia como una serie interminable de contrastes siempre positivos? ¿Por qué insistimos en registrar lo que somos y nos pasa ahora para poder usarlo como el antes de un después que añoramos? Juramos que es porque así podemos estar seguros de estar en sintonía con nuestro yo más real y auténtico. Ya no sé si nos creo. Siento que el propósito dejó de ser algo concreto y alcanzable como plantar un árbol y tener un hijo pero no se convirtió tampoco en algo abstracto y autosatisfecho como la gratitud diaria de estar vivos. Estoy empezando a pensar que como generación nos generamos nuestro propio esquema piramidal y nos lo vendemos a nosotros mismos para poder seguir comprándolo. Nuestro propósito es estar alineados con nuestro propósito. En el medio, nos miramos al espejo para ver cuánto se nos endurecieron las piernas desde que empezamos a entrenar, mantenemos un ojo atento nuestra cantidad de seguidores, escribimos en nuestros diarios las diez cosas que aprendimos en el último año, nos emborrachamos de orgullo enumerando nuestros méritos. Somos cada vez más versiones, somos cada vez menos personas.
Hace treinta años todos queríamos ser astronautas o cantantes. Hoy hacemos fuerza para convencernos a nosotros y a los demás de que tenemos en claro qué somos y hacia dónde estamos yendo. Como si nuestra esencia fuera algo en lo que tenemos que trabajar, como si existiera algún lugar adónde ir. La pregunta “¿qué estás haciendo con tu vida?” habita en los discursos populares, en los chistes entre amigos, en los retos de las madres. No alcanza con cualquier respuesta. Tenemos que dar fe de un sentido superior, moralmente valorado, anclado en lo colectivo pero lo suficientemente brillante como para que también te realice como individuo. Los trabajos que parecen no alinearse con nuestros deseos son malvados, la entrega de nuestro tiempo al cuidado de otros seres humanos es servidumbre, la expansión de nuestros talentos por el disfrute mismo es egoísmo o delirio. Solo vale aquello que te aporta, te suma o te impulsa hacia algo mejor. Tu mejor vos. ¿Qué estás haciendo con tu vida cuando pasás nueve horas por día llenando planillas, contando las horas para llegar a tu casa y ver una película? ¿Qué estás haciendo con tu vida cuando dedicás años a la crianza de tus hijos, dejando tu profesión de lado? ¿Qué estás haciendo con tu vida cuando dejás pasar la oportunidad de convertir tu pasatiempo en tu carrera o tu personalidad pública? Para responder con un simple “lo que puedo, lo que elijo, lo que me sale” hace falta mucho coraje. No todos lo tenemos. Algunos solo podemos ejercerlo por un ratito. A veces me pregunto cuándo nos vamos a hartar lo suficiente como para contestar “esto, ¿qué más hace falta que haga?”.
Quiero dar en el clavo con lo que me grita en los oídos cuando pienso en el propósito como misión y como condena pero, como siempre que pienso en voz alta, el punto se me escapa. Sé que, de acuerdo a lo que estuve pensando este último tiempo, el mandato del propósito y la realización personal como una meta a alcanzar existe en un mundo donde la jerarquía es reina. Entendemos que hay un lugar mejor, un lugar respetable y respetado, y hacemos lo que está a nuestro alcance para alcanzarlo. Muchos de nosotros profesamos nuestro amor al próximo, a la comunidad, al otro, pero existimos —y habitamos nuestro propósito— en un paradigma de competencia. Incluso cuando entendemos que hay recursos ilimitados y que un colega teniendo éxito no significa que nosotros vayamos a sentir su falta, la brújula se nos descalibra seguido. Seguimos queriendo tener éxito. Seguimos queriendo que nos vean y nos escuchen miles de desconocidos. Seguimos haciendo lo que está a nuestro alcance para convertirnos en alguien que es más que otros alguienes.
Trato de pensar de dónde sale esta necesidad colectiva de ocupar un lugar en el trono imaginario de la sociedad. La respuesta más fácil es apuntar a los ídolos y a la cultura del fanatismo. Hace unos años una persona que trabaja en mi rubro definió como mentalidad de seguidor a esa actitud de poner a cualquier persona con una plataforma pública en un pedestal, como una figura bidimensional que funciona como espejo de aspiraciones personales del observador, desnudándola de cualquier rastro de humanidad. Pienso que si existe esta postura, también existe su opuesto. Lo podemos llamar mentalidad de personaje. Lo veo en mí y en mis pares: el interés por ocupar el pedestal, el deseo de ser admirado por una masa de gente sin rostro, la propia despersonificación que aparece cuando nos comemos el cuento. Mi mayor curiosidad reside en el futuro. ¿Será tan ridículo el concepto de marca personal en veinte años como lo es ahora la oda a las dietas de los noventa? A veces siento que es el único futuro lógico posible, pero después pienso que hace años que este culto existe y todavía nos cuesta encontrarlo tan irrisorio como las NFTs. Me pregunto cómo vamos a ver en unos años este culto a la mejor versión, esta creencia de que realmente podemos construir a gusto la clase de persona que queremos ser. Como si nos hubiésemos olvidado que somos lo que hacemos con lo que no podemos controlar. Como si no hubiésemos aprendido que, incluso habitando el mejor de tus yos, es imposible liberarse de todas las falibles versiones anteriores que van a existir para siempre adentro tuyo.
Escribo esto convencida, pero dentro de un rato seguramente entre a Instagram, como todos los días, y por un segundo demasiado largo asentiré frente a una infografía que le rinde culto a la construcción de la personalidad. Escribo esto con la consciencia de que le estoy hablando a una audiencia, mi audiencia, que está compuesta por personas a las que dejé entrar en mi vida mediante la narración de una historia. Escribo esto sabiendo que mi voz existe en este ecosistema como monólogo y no como diálogo. Soy persona pero no logro liberarme de mi personaje. Me siento en un cuarto de espejos donde todo lo que veo a mi alrededor es un reflejo de lo mismo y la salida parece inexistente.
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Creo que nos estamos tomando a nosotros demasiado en serio. Eso es lo que quiero decir. Creo que bajo el lema de que nuestra vida tiene que tener un sentido y un propósito, nos terminamos convenciendo a nosotros mismos de que lo superfluo es importante y lo importante es superfluo. Estamos agudamente al tanto de que todo lo que hacemos puede repercutir en nuestro futuro y en la posibilidad de evolucionar hacia esa versión de nosotros que es mejor que la que somos ahora. Mientras tanto, los pequeños milagros de todos los días se nos escapan porque no repercuten necesariamente en nuestra historia general, porque nos sacan del personaje que cultivamos o porque, como decimos ahora, no está on brand. Se nos escapa la maravilla de que una hoja elija caerse adelante nuestro porque estamos ocupados documentando nuestro día a día para contarle a incontables desconocidos lo felices que somos. Sé que siempre termino cayendo en el mismo punto, pero pienso que es imposible salvar el milagro íntimo cuando vivimos de forma pública. Entiendo que no me corresponde predicar ningún mensaje, que a cada cual le corresponde vivir como quiere, pero no puedo dejar de hacerme esta pregunta y extenderla hacia el afuera: cuando transitás tus días frente a una audiencia ¿cuán seguro estás de que tu vida está en línea con tu deseo y tu esencia?
Entiendo que existen grises, que no es lo mismo compartir lo que se vive que vivir para compartir, que una cosa es registrar momentos y otra cosa es generar contenido. Pero pienso en Luján que definió a las redes como un escenario, y en cómo mis años haciendo teatro me enseñaron que uno puede darle mucho de sí al personaje pero actuar es genuinamente dejar de ser vos mismo por un rato. Si no somos nosotros mismos frente a la cámara, y si por nuestro autoconvocado rol de figura pública vivimos una vida en la cual la cámara está presente todos los días de nuestra vida, ¿estamos existiendo como nosotros mismos, en nuestro cuerpo, o estamos regalándole nuestra existencia a nuestro personaje? Pienso en esa frase de Margaret Atwood que dice “sos una mujer con un hombre adentro mirando a una mujer”. Se habla mucho de la mirada masculina que habita en los ojos de las mujeres, en cómo nos miramos al espejo desde la mirada del hombre al que, la sociedad nos enseñó, queremos gustarle, y en cómo, incluso después de años de deconstrucción, sacarnos a ese hombre de adentro por completo es imposible. Me pregunto si vamos a hablar en algún momento de que muchos de nosotros también somos personas con un seguidor adentro mirando a un personaje. Me pregunto si no queremos hablar del tema porque es demasiado tétrico reconocer que sí.
Hace más de un año que dejé de compartir mi vida como lo hacía y hace algunos meses que decidí proteger mi privacidad radicalmente. No publico donde vivo, ni lo que como, ni muestro fotos de mi jardín. No recuerdo cuándo fue la última vez que me apunté a mí misma con mi teléfono para capturar una selfie que no sea para enviar exclusivamente a un ser querido. Todavía me cuesta verme a mí como un simple yo, todavía existen momentos en los que escaneo mi vida con la mirada de un seguidor. Todavía pienso en cómo voy a mostrar un viaje incluso antes de haberme subido a un avión, todavía entiendo mi vida como historia y a mi persona como personaje. Pienso en lo extraño que me resulta hoy haber compartido con gente desconocida noticias importantes a las horas de haberlas recibido, o en cómo esas veces que había una cámara filmando mis reacciones a cosas genuinas y emocionantes, como la final del mundial de fútbol, yo me sentí observada no solo por el lente que me apuntaba sino por los miles de ojos hipotéticos que lo verían después. Me pregunto si, como sucede con la mirada masculina, la mirada del seguidor también va a ser imposible de erradicar por completo. Me pregunto si todos aquellos que decidimos generar plataformas públicas, para compartir nuestro arte pero también para actuar por un rato, firmamos sin saberlo un contrato que promete hacerle un lugar eterno adentro nuestro a la mirada ajena masiva. Aprendimos a vender nuestra vida tan bien que logramos que miles de personas se interesen por ella y nos olvidamos de tejer redes íntimas y privadas con el cuidado que merecen. Nos convencimos de que compartirnos con una audiencia pública es honrar nuestra existencia y dejar una huella pero me animo a decir que es al revés. Si cualquiera que tenga un teléfono y se cruce con mi perfil es capaz de ver una foto de mi habitación o conocer la voz de mi novio, ¿qué reservo para mis seres queridos o incluso para mí? Si transito mi vida con la cámara en la mano, ¿qué resguardo de la mirada ajena que habita incluso adentro mío? ¿Soy consciente de lo que estoy sacrificando? ¿Soy consciente de cuánto personaje habita adentro de mi persona?
Lo que más me angustia es preguntarme para qué. Podemos consolarnos y decirnos que lo hicimos porque estábamos habitando nuestro propósito, porque el arte necesita intrínsecamente a la audiencia. En el fondo creo que es porque nos comimos el personaje, porque nos creímos que nuestra vida es más interesante que la media solo porque podemos mostrarla y siempre alguien querrá consumirla. Somos el personaje principal en la vida que nos toca, pero también somos director y guionista, vestuarista y maquillador. Aquellos que tienen los medios para decorar sus hogares como sets de película son también departamento de arte. Nos tomamos a nosotros mismos demasiado en serio y le imponemos demasiada presión a una vida que en realidad intentamos vivir como nos sale. No alcanza con solo salir de la cama, hacer tus cosas, conversar con alguien, leer un libro, volver a dormir. Tenemos que tener morning routines y mostrar behind the scenes de nuestro trabajo, tenemos que ser filósofos modernos y críticos de arte, tenemos que escribir nuestras gratitudes antes de apagar la luz para luego mostrarle al mundo que lo estamos haciendo. Nos convencemos de que esto es natural porque es como vive mucha de la gente que nos rodea pero nos olvidamos que no vivieron así nuestros padres, ni nuestros abuelos, ni esos ídolos que existen como faro en nuestro camino de inspiración. Nos convencemos de que no tenemos un problema, que si quisiéramos frenar lo haríamos, pero rara vez hacemos la prueba de dejar de existir públicamente por un tiempo sostenido y descubrir quiénes somos y cómo vivimos cuando sacamos a la audiencia de la ecuación. Nos creímos el cuento de que la falta de narración le roba importancia a la existencia. Ya no alcanza con vivir, tenemos que contarlo todo, explotarlo como si fuese una novela para sentirnos realizados en nuestro propósito de sentirnos realizados en nuestro propósito.
Mi cruzada es contra las redes sociales en general y con el rol del creador en particular, pero sé que para escaparnos del discurso que instalan no alcanza con usarlas sin compartir o incluso estar fuera de ellas. Cuando la mayoría de las personas que nos rodean existen dentro de un mundo digital, alternando entre los roles de personaje y espectador por varias horas al día, las redes terminan trasladándose a la vida concreta y real. Para los que comparten, porque llevan sus teléfonos a sus bares y sus gimnasios, convirtiendo su vida en una película y a los presentes en extras involuntarios. Para los que observamos, porque somos permeables a evaluar nuestra propia vida en comparación de esas que consumimos en nuestros teléfonos. No alcanza con repetir que nosotros no nos comemos el verso, que entendemos quién es auténtico y quién busca vendernos algo, que nosotros podemos elegir mostrarnos como somos. Cuando vivimos rodeados de personas que tienen un escenario en la mano en todo momento —y sobre todo si nosotros también hacemos uso de ese escenario— somos vulnerables a creer que para vivir al máximo hay que existir como personaje principal, y que no poder o querer hacerlo es una oportunidad desperdiciada. En el mundo de hoy, considerarnos exentos de que nos tiemblen los valores frente a la tentación de construir y publicitar vidas extraordinarias es tan idealista como salir al patio en medio de la tormenta y pretender que la lluvia no nos moje. Los recaudos que tenemos que tomar son múltiples, el ejercicio de sostenerlos constante.
La mejor prueba que tengo de que el discurso de las redes se vuelve real incluso para las personas más atentas y cínicas es la desazón que veo en familiares y amigos frente al estado del mundo. “La humanidad se está yendo a la mierda,” repiten, a pesar de que todos los días presencian muestras de solidaridad en la calle entre desconocidos y en la intimidad entre seres queridos. La humanidad no se vuelve más humanidad en su acumulación. Es angustiante saber, gracias a las redes, que existe una cantidad masiva gente que piensa cosas horribles y muchas veces actúa en consecuencia, pero hay esperanza en el mundo real. Sí, la humanidad son las personas que justifican muertes inocentes en Medio Oriente, pero también sos vos pagándole un boleto de colectivo a un hombre que no tiene saldo en la tarjeta. La humanidad soy yo acomodando mi semana para poder llevar a la abuela de mi pareja al médico y la humanidad es la tía de tu amiga que se acordó que te habías quedado sin trabajo y le escribió a su cuñado para ver si en su empresa están tomando gente. Cada persona en su individualidad es representación de la humanidad tanto como lo son las mayorías y las masas. Por eso creo que la humanidad no se va a ir a la mierda mientras hagamos lo que está a nuestro alcance por ser decentes con el prójimo. El único peligro que corre, pienso, nace de la desesperanza que tiñe a aquellos que creen que la porción de humanos que vemos en los diarios y las redes representa a la humanidad en general. Es la desesperanza que nos lleva a pensar que nada importa. Es la desesperanza que nos lleva a creernos el cuento de que el único sentido que podemos encontrar en la experiencia humana nace de ubicarnos en el centro del escenario y brillar nuestro yo más auténtico mientras el mundo arde alrededor.
Vine a hablar de propósito y terminé hablando del mundo digital y del mundo real, de los mundos que habitamos, de los personajes que elegimos ser, del peso que tiene entender a nuestra vida como historia narrativa. Me fui de tema, pero no puedo evitarlo. Siento que es imposible separar una cosa de la otra. No puedo explorar de dónde sale la idea del propósito como meta a alcanzar si no la enmarco primero dentro de una sociedad obsesionada con medir absolutamente todo para poder dar fe de una trayectoria ascendente. No puedo hablar sobre por qué nuestra generación se toma a sí misma demasiado en serio sin analizar primero la tendencia generalizada a pensarnos como personajes. No puedo hablar sobre lo triste que es entender que estamos persiguiendo la persecución misma sin preguntarme primero cuándo fue que empezamos a desconectarnos de lo que realmente tiene sentido y significado. No puedo cerrar este newsletter sin decir que existir en un estado de constante observación nos hace daño no solo a los que elegimos existir en redes sino a la humanidad en su conjunto. Incluso los más alineados con lo real terminan creyéndose el discurso del propósito como meta. Lo veo en la angustia con la que algunos ven sus vidas normales en contraposición con esas vidas bien narradas que muchos elegimos documentar. Lo veo en la vergüenza con la que algunos hablan de sus trabajos tradicionales, como si estuvieran fallándole a la misión de su alma por no ser astronautas o cantantes. Lo veo en el egoísmo que existe debajo de la priorización personal radical que hoy reina, esa que demoniza la vida en comunidad, la interdependencia entre pares y la entrega desinteresada al cuidado de aquellos que nos necesitan.
Las redes no inventaron la idea de propósito como meta final. No es mi generación la primera en debatir, por ejemplo, si es posible que una mujer se realice como persona sin ser madre y si es posible que una madre se realice como mujer mientras cuida de otra persona. La idea de que hay vidas que valen más que otras por ser extraordinarias existe desde hace décadas, pero sí creo que las redes empeoran todo. Porque nos vuelven egoístas y egocéntricos, vanidosos y competitivos, pero sobre todo porque, como dije antes, nos convencen de que lo superfluo es importante y lo importante es superfluo. A través de las miles de herramientas de medición que nos proveen (cantidad de seguidores, biografías con interminables banderas de países visitados, fotos de cuerpos atractivos en un formato antes y después), nos mantienen inmersos en la mentalidad de que la existencia es un camino ascendente. Gracias al género narrativo que existe adentro de ellas (los dolores son adversidades a vencer, las fortunas son recompensas que nos ganamos con esfuerzo), nos convencemos de que nuestro propósito es hacer suceder cosas maravillosas, expansivas y extraordinarias.
La lluvia te moja aunque lleves paraguas. Trabajás en vos misma para poder hablar más idiomas y ganar más plata, levantar más peso y correr más kilómetros, escribir más libros y tener más lectores. No recordás cuándo fue la última vez que pasaste una semana entera sin querer cambiar ningún aspecto de lo que sos, pero te sentís mejor que todas las personas que fuiste, y elegís creer que alcanza. Llenás de mística tu vida, embelleciendo tu rutina, ofreciendo tu historia como fuente de inspiración y recopilación de moralejas. No recordás cuándo fue la última vez que pasaste una semana entera sin mirarte a través de los ojos de los demás, pero lograste encontrar un poquito de sentido a la mierda que pasaste antes, y elegís creer que alcanza. El propósito siempre está a punto de cumplirse, pero no se cumple nunca. Nunca fue tan fácil sentirse importante, y nunca valió tan poco la pena.
Escribí mucho porque esto es una purga. No estoy solucionando nada. Mañana miraré mi cantidad de suscriptores o el músculo que se me marca en la pierna y analizaré si estoy mejor o peor que ayer. Me miraré enfrentada a otras personas, sufriré la forma en la que sus virtudes enaltecen mis defectos y me consolaré corriendo la mirada y comparándome con aquellos que no lograron resolver lo que yo sí. Mañana, por un rato o durante todo el día, el propósito será una meta y lo superfluo parecerá importante. Cuando lo identifique, elegiré salir al jardín y pisar el pasto para recordar que vivo en una casa con jardín y que esto es un milagro. Iré al gimnasio y moveré las piernas solo para sentir que mi cuerpo me habla a través de los músculos que no sabía que tenía. Sacaré mi manteca preferida de la heladera media hora antes de usarla para poder untarla con facilidad encima del pan caliente y dejar que se derrita adentro de mi boca. Haré el esfuerzo por dejar de pensar qué puedo hacer para cumplir un objetivo superlativo. Haré el esfuerzo por recordar que el propósito detrás de cada acción minúscula no es dar un gran salto en el futuro sino sentirme segura y firme en mi presente. No se lo contaré a nadie. No existirán fotos ni videos. Dejaré que los momentos de mi día a día existan por la existencia misma, sin exigirles que sean reflejos de la persona que quiero ser, sin esperar que en su acumulación se conviertan en un éxito que sueño alcanzar. Recordaré que yo también soy la humanidad, que mi entrega es amor, que mis decisiones seguras no son traiciones a mi deseo, que no necesito que mi arte me convierta en alguien frente a otros porque existe para ayudarme a mí a entender quien ya soy.
Haré el esfuerzo de convencerme de que el propósito no es aquello que me propulsa para llegar al futuro, sino el acto de devolverle la importancia a lo importante.
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Nuestro archivo completo incluye la grabación de seis encuentro grupales donde debatimos algunas temáticas como ¿cómo definirías tu práctica?, ¿buscás la inspiración o dejás que ella te encuentre?, ¿qué rol tienen tus palabras?, ¿dónde encontrás la confianza para publicar?, ¿cómo te comprometés con la escritura? y ¿qué decisiones tomás como escritor? Podés acceder a todos estos encuentros y sumarte a los que sigan por solo £5 al mes o £40 al año, y podés cancelar tu suscripción en cualquier momento.
El Arte del Newsletter, un taller on demand:
Quizás tu estilo es más bien autodidacta y no querés necesariamente trabajar en equipo. Está bien! Ahora tenemos un taller on demand llamado El Arte del Newsletter, y todos sus módulos ya están disponibles.
En palabras de una persona que ya pasó por este taller:
“Compartiste conceptos muy importantes. Y siempre hay comentarios que, quizás parecerían obvios, pero a veces una necesita escucharlos para empezar a ponerlos en práctica.
Yo siento que leerte acrecientan mis ganas de escribir y me hace escribir mejor. Haciendo este taller esas ganas aumentan aún más y la confianza en lo que estoy haciendo también.”
¿Tenés alguna pregunta sobre cómo funciona este espacio? Escribinos a info@todonuestrots.com y te contamos más.
Mi objetivo primordial, hace cuatro años, es el de unir escritores y darles una plataforma para que puedan expresarse. Hoy les traigo un texto de mi colega Sofía Dómine Fantasía, coordinadora de La Ronda, una receta, una reseña y un ejercicio de escritura terapéutica. Todas nuestras palabras, para ustedes.
La más flamante incorporación a este espacio es
, que forma parte de mis talleres desde hace años y en marzo abrió su propio grupo de La Ronda. Después de tomar mentorías conmigo por mucho tiempo, y cargando años de docencia encima, Sofi se acerca a nosotros incorporando esta faceta nueva que acompaña escritores en su proceso. Pueden sumarse a tomar clases con ella el martes a las 18:30 en horario ideal de after office argentino o los sábados a las 10 AM. A continuación, su interpretación de esta temática, a través de un texto que captura su esencia y su brillante mente.La búsqueda
Durante mucho tiempo estuve convencida de que tenía que encontrar mi propósito. Ese objetivo único que se alineara con lo que quería o debía hacer. Desde la primera persona que te pregunta, cuando sos chico, “¿qué querés ser cuando seas grande?”, se abre un portal de posibilidades del que parece que tenemos que elegir sólo una.
Lo veo ahora con mis alumnos del último año de secundaria. Ellos están en esa búsqueda desesperada de esa carrera que cumpla todos sus requisitos: que les guste, les de plata, les sea fácil, los llene para toda la vida. Veo en ellos una desesperación que también fue mía.
Durante los últimos años de secundaria creí firmemente que quería ser diseñadora, y ante la pregunta que no paró de repetirse en ese último año “¿qué querés estudiar?” recuerdo haber paniqueado porque de un momento para otro me di cuenta de que no quería ser diseñadora, pero no sabía qué quería ser.
“El propósito no es ni más ni menos que contestarse a la pregunta de ¿para qué estás en el mundo?” leo en la primera página que me aparece al googlear propósito, y descubro una nueva pregunta que carga tanto peso como las anteriores. ¿Cómo puedo saber a los 18 años qué quiero estudiar? o peor, ¿cómo puedo saber a los cinco qué quiero SER?
La búsqueda del propósito como algo único lleva a la frustración más que a otra cosa. Cambié de carrera varias veces hasta que encontré algo que me gustaba, casi por casualidad. Y aún así, en el camino me encontré con que esa pasión no siempre me llena.
En la pandemia tuve la primera gran crisis. Mantener la atención de adolescentes era una tarea ardua, y por momentos desmotivante. Sentía que nada de lo que yo hiciera tenía valor, que no estaba cambiando ninguna vida. Hacía unos meses que había empezado a practicar yoga, y la posibilidad de hacer el instructorado vino a cumplir con lo que creía que necesitaba: enseñar algo, lo que sea. Si no era inglés podía ser otra cosa, pero yo creía que había venido al mundo a enseñar.
Estudié durante un tiempo no tan largo como para darme cuenta de que no podía hacerlo, en parte porque no estaba lo suficientemente preparada pero principalmente lo que pasaba era que no me entusiasmaba tanto como enseñar inglés. Y ahí encontré algo importante.
Mi propósito no tiene que ser algo que necesariamente vengo a hacer, no existe una fuerza superior que dictamine cuál es ese objetivo que vine a cumplir. Cuando entendí que a lo que realmente que vinimos fue a disfrutar, me saqué un peso de encima. Dejé de buscar qué era aquello que vine a hacer, y empecé a buscar qué era lo que me divertía.
Así me encontré también arrancando actividades sólo porque me gustaban. Volví a bailar después de muchos años sin pensar en que lo estaba haciendo para algo. No todo tiene que tener una finalidad. El disfrute es suficiente.
En el camino de la búsqueda, también descubrí que mis propósitos se pueden combinar. Cuando me encontré incluyendo la escritura en mis clases de inglés, disfruté más esas clases. Cuando les hice hacer a mis alumnos ejercicios de meditación, entendí que todo se puede relacionar.
Ahora que escribo, me surgen otras preguntas, ¿seré una escritora de novelas? ¿de cuentos infantiles? ¿de no ficción? Puedo jugar a mezclar todo, solo me guía el disfrute.
Buscar nuestro propósito como algo único nos impide explorar la infinitud de posibilidades que tenemos. ¿Cómo que vine a hacer una sola cosa? ¿Y si no la encuentro? ¿Voy a estar fallando como humana?
No tengo por qué tener un solo propósito. Si parto de la premisa que tengo que hacer aquello que disfruto, probablemente voy a encontrar muchas cosas que me gusten, y puedo jugar a crear sus distintas combinaciones.
Cuando llegó la posibilidad de enseñar escritura lo primero que me planteé, como con yoga, fue si estaba preparada para hacerlo, pero esta vez lo encaré distinto. No pensé el enseñar como esa única cosa que había venido a hacer a este mundo, para la cual tenía que haberme formado durante años, sino como una oportunidad para divertirme, para compartir lo que sé, pero principalmente, para aprender.
Si encaro todo lo que me gusta como una oportunidad para aprender, habré encontrado mi propósito. Pensar que mi propósito es enseñar me pone mucha presión. Pensar que es aprender, me libera. Al fin y al cabo, creo que a eso es a lo que vinimos al mundo.
Como todos los meses,
nos trae una receta narrativa para que incorpores la temática de este newsletter en tu cocina y reclames las hornallas como un espacio creativo.3x3
Una constante se repite, más allá de los caminos que encare a través de las décadas. Aunque mis búsquedas personales luzcan inconexas entre sí, las une el encuentro con el otre.
Durante mis veintis me dediqué a la música para intentar acortar la distancia que nos separa. Ahora, escribo para llegar a quienes están fuera de mi alcance cercano. Lo de cocinar como trabajo llegó casi sin que me diera cuenta. Sostenidamente, llevé las manos a la masa con la misma disciplina que le dedico al gimnasio, por ejemplo. Fui enfocando toda mi energía vital en la comida y el resultado apareció.
Desde que encontré mi porqué, resulta más sencillo identificar aquellas oportunidades que se alinean conmigo. Los japoneses lo llaman IKIGAI: esa conjunción cósmica entre pasión, vocación, misión y profesión.
¿Dónde encuentro propósito, entonces?
En alimentar a un otre. Contribuir a su nutrición. Brindarle ingredientes reales transformados en un plato que satisfaga su apetito, necesidades e imaginación. Desmitificar la cocina como espacio reservade para “elegides” (aquellos que tienen utensilios, ganas, tiempo), y encontrar la manera de proveer alimento más allá de los recursos. Sin interés de romantizar la falta, creo que en la escasez triunfa la creatividad.
En generar felicidad a través de los sentidos y el estómago. Más allá del aspecto meramente biológico de la comida, me interesa que sea un espacio de placer. Pienso que merecemos disfrutar de lo que nos llevamos a la boca. El premio de mi labor reside en escuchar las interjecciones de los comensales, que con cada “Mmmm” buscan dar cuenta de una experiencia placentera.
En armar mesas comunales. Alrededor de estos espacios busco compartir desde anécdotas hasta tristezas, e incluso debatir asuntos urgentes. Las barreras —es decir, los prejuicios— tienden a relajarse cuando comemos juntes. Mucho mejor si nos servimos de la misma fuente, todes lo mismo, en un gesto de horizontalidad que atraviesa toda la experiencia.
La reunión comunitaria argentina por antonomasia es el asado. Hablo del ritual que abarca horas de preparación y disfrute, más allá de si encima de las brasas se tira un trozo de carne, un chorizo o una hamburguesa vegana. Cuando mis amigues sugieren armar un fueguito, elijo hacerme cargo de las ensaladas. Te regalo hoy tres ideas alrededor de las cuales jugar.
Rúcula, tomate y verdeo. En lugar de acompañarla con queso, reemplacé el picor del parmesano por el de la cebollita de verdeo. Para óptimos resultados, obligatorio emulsionar la vinagreta en un frasquito o un bowl, en lugar de verter los condimentos por encima, separados.
Vinagreta: 3 partes de aceite (prefiero de oliva) por 1 de vinagre (prefiero de vino); sal, a gusto; magias (½ cdta de mostaza, miel, hierbas picadas), a discreción.
Batatas, naranja, tahini, cilantro. Horneé las batatas en cuña con antelación y, al momento de servir, las dispuse en una linda fuente. Agregué gajos de naranja a vivo recién pelados, hojas de cilantro enteras, almendras picadas groseramente, y aderezo a base de tahini, es decir, pasta de sésamo.
Aderezo: 2 cdas de tahini, 2 cdas de agua, ½ cda de miel, jugo de ½ limón, 1 diente de ajo pequeño rallado, sal y pimienta. Batir todo hasta emulsionar.
Coleslaw a mi manera. Si tenés mandolina, esta ensalada se resuelve en 10’. Caso contrario, hace falta cortar cada ingrediente lo más fino posible. Rebanar el repollo blanco y colorado en tiras delgadísimas, quitando las nervaduras rígidas del centro. Rallar la zanahoria. Pelar la manzana verde y cortar en gajos que, a su vez, rebanarás finitos como papel. Hervir el choclo 9’ y luego quemarlo directamente sobre la hornalla. Masajear todos los vegetales con el aliño en un bowl grande. Dejar reposar al menos 45’ antes de servir.
Aliño: 1 pote chico de yogur sin sabor, 2 cdas de mayonesa, 2 cdas de aceite de oliva, 2 cdas de vinagre de alcohol o manzana, 1 cdta de azúcar, sal y pimienta. Mezclar bien con ayuda de un batidor.
Reality Bites (1994) & Perfect Days (2023): contentarse con la vida
Como no termino de amigarme con el concepto de ‘propósito’, esta vez voy a hacer la prueba de analizar dos películas que, a mi manera de ver, son cara y cruz de la misma moneda. Reality Bites y Perfect Days: reseña o breve ensayo, ustedes dirán.
Vi Reality Bites por primera vez muy oportunamente entrando en mis 20 y por mucho tiempo fue una de mis películas favoritas por varias razones que, fuera de Winona Ryder y los outfits que luce, tienen mucho que ver con que es una representación bastante certera de ese salto liminal que damos –medio por inercia u obligación— hacia la versión adulta de quien supuestamente tenemos que ser. Graduada con honores, Lelaina (Winona Ryder) está grabando su ópera prima, un documental sobre sus amigos, pero como le explica a Michael (Ben Stiller, quien dirige la película), es un documental sobre jóvenes que tienen que descubrir quiénes son sin tener figuras de autoridad o modelos a seguir muy presentes. Convencida de que ella tiene todo para convertirse en la voz de su generación (es decir, veinteañeros universitarios que no encuentran trabajo, no tienen techo propio y tienen mala suerte en el amor), Lelaina de 23 se desilusiona al ver que a esa edad todavía no es nadie. A su edad, yo pensaba igual. Una década más tarde, entiendo lo duro y cruel que es someterse a una expectativa tan exigente.
No tengo en claro de dónde surgió toda la presión alrededor del propósito o del “ikigai”, ya que estamos, esa hermosa noción que la literatura de autoayuda de este lado del charco se encargó de manosear hasta dejarla hecha una mercancía. Creer o, peor aún, insistir con que tenemos un propósito o una finalidad de ser no hace más que transformar la experiencia humana en una cadena de suministro de satisfacción y descarte. Lelaina sufre una crisis de identidad que la deja desorientada por meses y esto no es más que el resultado de una mentalidad impuesta de que llegar a ser o hacer algo importante es lo que, en definitiva, nos dota de valor.
Por eso, como contracara a la figura de Lelaina, propongo pensar en Hirayama, el protagonista de Perfect Days (2023), una coproducción entre Japón y Alemania dirigida por el alemán Wim Wenders (París, Texas). Hirayama es un hombre de mediana edad que trabaja limpiando baños públicos de Tokyo, con una dedicación y minuciosidad digna de un ser que contempla. Perfect Days es una oda al disfrute del silencio y la cotidianeidad. Siguiendo su día a día, vemos que Hirayama tiene una rutina marcada. Se levanta, se cambia, trabaja, almuerza un sándwich en el mismo banco de plaza, sigue, termina, y vuelve. Los fines de semana lava la ropa, busca un libro usado nuevo, anda en bici, escucha música y revela las fotos que le sacó a la copa de un árbol que cambia según cómo le dé el sol. Hirayama vive una vida serena, casi sin hablar con nadie, pero con una habilidad muy sabia para comunicarse. Al final de la película, alguien cercano amenaza con desarmar la paz de Hirayama cuestionándole que limpie baños para “ganarse la vida”. A Hirayama le duele, pero a fin de cuentas sabe que no se trata de tener una vida ganada. Al día siguiente, se levanta y sale a trabajar, abierto a lo que depara el porvenir.
Puede que haya gente que necesite de un propósito para sentir que la vida vale la pena, y no soy quién para oponerme o no. En mi caso, en vez de buscar un propósito grandilocuente, creo que prefiero hacer lugar en mi vida para los pequeños placeres del día a día.
Como hace algunos meses,
nos trae un poquito de escritura terapéutica para que no nos quedemos solo en el saber y pasemos al hacer a través de las palabras.A propósito de vivir
Yo nunca vi que mi mamá se replanteara cuál era el propósito de su vida. Muchos menos mi abuela. Supongo que cuando se casó y vivían en una habitación de conventillo con el baño a tres calles, como ella siempre lo recuerda, no había tiempo de pensar en cuál era el sentido de su vida. Vivía. Vivía y se fueron de España cuando no tenían para comer. Vivía y se vino para acá, se instalaron en Quilmes con la ayuda de una tía y al tiempo conoció a mi abuelo en el centro lucense. Supongo que mi abuelo, con una historia bastante parecida pero de la que no conozco tanto porque a él ya se le escapan los recuerdos, tampoco pensó si su propósito era ser camarero, dueño de una carnicería o socio de un restaurante.
Las cosas cambiaron cuando empezamos a tener un poco más de libertad (algunos y algunas, por supuesto). Todos esos hijos de la clase obrera inmigrante se encontraron con alguna casa de herencia, con la posibilidad de estudiar algo o de tener, al menos, un baño bajo el mismo techo en el que dormían. Hoy, décadas más tarde, nuestra generación se destaca por la banalización del desarrollo personal. Abunda la oferta de talleres y acompañamientos coordinados por personas que se sienten habilitadas por su única y debatible experiencia personal a enseñarte a curar tu herida y analizar tu trauma. Es innegable que hoy, y de forma cada vez más aceptada, es aspiración y mandato explorar y perfeccionarnos en temas de la vida personal que hasta hace unos años no se sometían al escrutinio público.
A la lista de cosas con las que tenemos que cumplir en estos tiempos como trabajar, surfear pandemias, crisis habitacionales, cambios en los modelos de trabajo que hacen que una carrera se vuelva obsoleta en dos años y revisar tu propia historia en terapia, se le suma encontrar tu propósito. Es en estos momentos cuando nos quiero, a nosotros, los humanos, un poco más, con cierta ternura. ¿En serio creemos que podemos entender o descubrir el propósito de que estemos acá? Yo creo que es todo mucho más sencillo, que el propósito de tu vida no es más que eso, vivirla. Y tal vez te gustan cosas etiquetadas como simples, los domingos en familia, las calles del pueblo en el que naciste, el trabajo en la oficina, y estás agobiado porque sentís que hay algo malo en eso. Que tiene que haber algo más. Pero tal vez ese algo más sea contentarte con la vida que te gusta aunque el mundo te diga que no alcanza. Tal vez ese algo más significa aprender a disfrutar más de esas 3 horas libres que te quedan entre el trabajo y la cena. O volver a lo de antes: ahorrar para viajar, comprarte algo que te va a dar más comodidad.
La palabra propósito automáticamente nos remite a que todo existe con un objetivo, y la realidad es que vivimos porque nuestros padres o progenitores así lo decidieron. Ese es, en esencia, para mí, el único propósito de vivir. Y aunque hoy algunas vidas parecen más válidas que otras porque se centran en actividades especiales (¿es lo mismo Taylor Swift que un médico sin fronteras?), existen miles y millones de vidas en este momento que se regocijan con el placer que da la tranquilidad. Si te da culpa ser de este último grupo, del que no pretende nada más que lo que tiene o seguir en la línea de cosas o acciones que la gente considera normales, aburridas, convencionales, preguntate: ¿para qué querrías ser diferentes?
Quiero que te animes a responderte, escribiendo a mano, una pregunta: Si mi vida es esto, ¿con qué me alcanza?
El propósito, en pedacitos:
Algo que me tocó vivir: empezar el gimnasio como excusa para salir de mi casa. Recordar que siempre me calma la cabeza caminar escuchando música.
Algo que disfruté leer: algunos capítulos sueltos de All About love de bell hooks.
Algo que disfruté ver: películas, series y el noticiero en el sillón, en familia.
Algo que disfruté escuchar:
Algo que te quiero compartir:
La última edición de Conversaciones en Borrador, donde hablo sobre el problema del trabajo ideal:
Los últimos diarios de lunes, que me fueron acompañando en este proceso que estoy viviendo:
Lo último que apareció en mi newsletter en inglés:
Algo para que nos contestes:
Algo para que sean parte de nuestra comunidad: en junio vamos a explorar el propósito a través de la escritura. Van a recibir una actividad para explorar qué mandatos quieren invitar y soltar en su escritura y cuatro consignas para trabajar la temática a través de un ensayo, un texto hilado, un relato de ficción y una propuesta de conexión con tu diario. Aquellos que son parte del club de lectura recibirán una lista de recomendaciones de libros de ficción y no ficción que exploren la temática. Si quieren sumarse, pueden investigar cómo funciona Patreon y encontrar las propuestas del mes en este link.
Algo para que lleven la escritura al próximo nivel: la temática de este newsletter también se tocará en nuestro taller grupal, La Ronda, un espacio de exploración narrativa para principiantes curiosos y escritores comprometidos. Cuatro clases para explorar la temática del mes a través de actividad dinámicas y modalidades de trabajo variadas. Encontrás más info en nuestra página o te sumás al espacio contestando este mail.
Mañana es mejor, dijo El Flaco. Lo recuerdo cuando me hace falta. Mañana es mejor. Es una certeza y una promesa.
Mañana, no nosotros. Lo que sea que venga mañana será más amable, nos encontrará más enteros, nos regalará más amaneceres. Nosotros seremos iguales. Siempre vamos a ser los niños que querían ser astronautas. Nunca vamos a ser más o menos importantes que los demás seres humanos que nos rodean.
Dije muchas cosas y me quedé con otras en la punta de los dedos. Pienso, antes de cerrar, que la forma de desenmarañarme sea quizás volver al propósito. No a la idea moderna de él, sino al para qué natural que existe detrás de cada mínima acción. La respuesta con la que elijo quedarme es para cuidar, para honrar, para amar. Para cuidar mi porción de humanidad, para honrar la experiencia de vivir en mi cuerpo, para amar a las personas que se cruzan en mi camino.
Me entrego al ejercicio constante de rechazar la pregunta interna de quién quiero ser para conectarme con quien ya sé que soy. Algunos días será más difícil. Mañana será mejor.
Si tenés algo que decirme, ¿me escribís a txt.juana@gmail.com? Sería un honor leerte.
Si querés sumarte a la comunidad que tenemos en Substack y hacerte parte del equipo newsletter, sos bienvenido. Si no, nos veremos de vuelta en tan solo un mes.
Gracias por llegar hasta acá,
Juani
A continuación, te dejo algunos links útiles, que antes solías encontrar a lo largo del newsletter.
No es necesario tener mucho tiempo o energía para cultivar tu amor por la escritura. Si te acercás a nuestro Patreon vas a encontrar diferentes opciones para seguir creciendo en este campo. Este mes, vamos a seguir explorando la temática del newsletter. Si te interesó leerme hablando sobre el tema, imaginate qué interesante va a ser escribir.
Todas Nuestras Palabras tiene varias secciones que llegan a vos con diferente frecuencia. Para entender un poco más, pasá por nuestra página de presentación.
Si querés convertirte en parte de esta familia de desconocidos que ahora comparten una vida, sumate a nuestros talleres. Tenemos clases grupales, individuales y talleres asincrónicos. Conocé las distintas opciones.
Conocé nuestra casa vieja y leé los newsletters del 2020.
Este espacio funciona a base de amor por la propuesta, libros que leo para crecer todos los días un poco más y Coca Cola que me acompaña cuando tengo sueño. Si quieren ayudarme a solventar esos libritos y coquitas, pueden hacerlo desde cualquier parte del mundo o desde Argentina.
Dios mio, me llegó este news al alma ♥ justo estoy pasando por un período donde no me hallo, donde me doy con un caño porque deseo tener un progreso ascendente en mi vida y es como... no mi ciela. Ayer justo vi un video que nada que ver con esto, pero donde la chica decía que no entendía por qué nos encasillamos tanto y queremos ser de una sola forma, ser "smooth" cuando en la naturaleza hay tanta textura. Los árboles no son de 1 solo color y su textura no es homogénea. Si la naturaleza no es así, ¿por qué como humanos queremos serlo? Claramente es algo que hemos construido socialmente y es re difícil salirse de ese libreto.
Yo estoy intentando desconstruir el consumismo desmedido con el que viví gran parte de mis 20s, y parte de documentarlo en un podcast y un newsletter había nacido de la necesidad de que existan más voces que narren el proceso y no solamente el "resultado final", pero hasta eso se me hace pesado. Es esa presión de mostrar que siempre estoy yendo para adelante y nunca para atrás. Es intentar llegar a algo que... al día de hoy no se si quiero yo genuinamente o me lo metí en la cabeza de tanto verlo en las redes.
Y obviamente, como vos decís, después de leer esto, de escribir sobre estos temas, uno vuelve a la vida rutinaria y se olvida y vuelve con esos patrones que nada nos sirven.
Excelente!!