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Esta será la última columna del año. De hecho, hoy, mientras mis palabras se publican, yo ya estoy de vacaciones.
Pensé con anticipación qué decir, qué escribir, pero, como la semana pasada, me encuentro tan drenada que la posibilidad de operar desde el orden y la planificación se me hace imposible. Los últimos dos meses fueron agotadores. Por lo bueno y por lo malo, ahora mismo me quedan diez centímetros de espacio mental desocupado, y mis palabras salen apretadas e incoherentes. Decido, entonces, que esta columna es para mí. Será un ejercicio de fin de año.
Me pasaron grandes cosas en 2023. Logros enormes por los que esperé toda una vida me vinieron a buscar y me dijeron que ya era digna de ellos. Pero no es solo eso lo que voy a recordar cuando mire para atrás. De hecho, estoy casi segura que serán los últimos ítems de una lista interminable de cosas que definieron este año para mí.
No quiero olvidarme del 2023. Lo disfruté menos que el 2022 pero sé que fue un año más especial e importante que cualquier otro. Creo que fue mi primer año adulto. Y quiero dejar registro de esas cosas que pasaron en sus detalles más mínimos. Quiero tener una forma de volver a él cuando me encuentre lejos.
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Enero fue frío, oscuro, como todos los eneros desde que me mudé. También fue luminoso porque vi a algunos amigos que no veía hacía mucho, porque María durmió en mi casa y me dijo “mirá cuánto me creció la panza” en ese mes en el que su embarazo era todavía un sueño que nos costaba creer. Si pienso en enero, hay una noche que se impone sobre todas las demás, un recuerdo automático que viene a mi mente. Ese bar que no conoce mucha gente, que ya era especial desde antes y lo fue mucho más después de esa noche. Yo no estaba tomando, entonces pedí una Coca Cola. Papas fritas también, porque tenía un poco de hambre. Hablamos sobre un futuro cercano que no podíamos todavía planificar. Imaginamos arreglos que deberíamos hacer, sistemas que teníamos que diseñar para hacer funcionar algo que no habíamos anticipado. Hice un ofrecimiento y recibí una pregunta. La esperaba, pero no esa noche. Pensaba que llegaría en unas semanas como mínimo. Mi respuesta fue sí, claro que sí. Me sentí ebria el resto de la noche. Fue una felicidad que no había sentido antes, una euforia instantánea que me bañó por completo. Sí, claro que sí. Soy otra persona desde esa noche. Supe que ese cambio se iba a dar en ese mismo momento. Decir que sí me convertiría en otra persona y no tuve miedo. Dije que sí. Fue la mejor decisión que tomé en todo el año.
Si pienso en febrero, pienso en comer mollejas en una parrilla argentina como recuerdo positivo. Pienso en unas cervezas en el centro y en cómo casi digo algo que ya sentía pero no quería hacer salir de mí todavía. Pienso en un evento con una poeta que me gusta mucho, en una tarde en la que fui a comprar libros que hacía tiempo quería leer. Otra vez, hay una noche que se impone por sobre las demás, un recuerdo que llega sin que lo busque. Creo que en realidad fue una tarde de oscuridad cerrada, pero esto es solo un detalle. Fue el comienzo de todo este año interminable de pelear contra una de mis compañeras de piso, una persona que nos usa como espejos para pelear contra ella misma. No entendía, en ese momento, que no tenía sentido ser razonable, que frenar los daños era imposible, que me tocaba transitar esa situación con coraje. Esa noche que en realidad era una tarde de oscuridad cerrada fue horrible. Sentí una sensación de peligro en el cuerpo que no se fue por muchos meses. Quise convencerme de que era un malentendido, que era posible calmar las aguas, que en cualquier caso el problema se solucionaría. Estamos en diciembre y el problema no se solucionó. Ya no me toca convivir con esta persona porque me pasaré un mes y medio viviendo fuera de casa, cuidando la gata de mis amigos, y cuando vuelva, si mis cálculos no fallan, esa persona tendría que haberse ido de mi casa. Pero mis cálculos pueden ser incorrectos, lo fueron más de una vez durante este año. Me gustaría creer que en los años que siguen no voy a acordarme de esta persona, de esta guerra diaria, pero es imposible. Fue la espina clavada en el año más lindo de todos. Olvidarme de esto sería contraproducente, desnudaría mis acciones, sentimientos y pensamientos de una verdad absoluta: todos ellos estuvieron teñidos por esta situación. Y, como dije varias veces, agradezco que la cruz que me tocó cargar sea esta: una externa, atravesada de problemas ajenos, espejo de mis inseguridades e incomodidades pero absolutamente circunstancial. Desde febrero y hasta el 20 de diciembre de este año, saber que me tocaba cruzarme con esta persona me puso alerta. Tuve suerte. Me tocó una condena bastante tolerable.