🌱 SEMILLA 🌱
Un newsletter gratuito sobre escribir la vida y vivir la escritura
Ninguna idea se convierte en arte sin una mano dedicada, si no se la cuida de sus depredadores naturales, si no se la protege de un posible desastre. La inspiración y las semillas no hacen promesas.
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. Para mayor claridad, incluimos un índice de nuestras secciones:Pensando en voz alta, por
, directora en Todo Nuestro, Todo SuyoEnsayo personal, por
, coordinadora del taller La RondaReceta narrativa, por
Club de cine, por
Anuncios e Invitaciones
Carta de la editora
Links Útiles
Este es un newsletter largo, que se disfruta mejor si se lee en una sola sentada sin interrupciones. Te recomendamos reservarle una mañana tranquila, o quizás una noche estrellada tomando helado. Si este instante te encuentra con el espacio para leernos, sos bienvenido. Ya podés empezar a leer.
Pensando en voz alta, por
No es la primera vez que escribo sobre semillas. Algunas palabras o conceptos me atraen hace años. Es cosa de artistas, pienso mirando mi biblioteca. Todos los escritores que admiro tienen temas que los persiguen o los encuentran. Condena o bendición, depende como uno quiera verlo. Viene con la certeza de que no vas a poder decirlo todo. Viene con la tranquilidad de que siempre vas a tener algo que decir.
La semilla como símbolo siempre me ha dado qué hablar, repito. Me extiendo por fuera de sus significados comunes y encuentro ese que, para mí, siempre fue el más interesante de todos: la impredecibilidad. Solía pensar que la semilla era una promesa pero entiendo ahora que es más bien un deseo. El deseo de convertirse en rosal, tomate o roble, vacío de todo control y seguridad. La semilla solo será rosal si una mano dedicada la acompaña, el crecimiento del tomate está a la merced de los caracoles que se alimentan de sus hojas, el roble morirá apenas termine de nacer si un incendio pasa demasiado cerca. Nunca planté nada pero entiendo de semillas porque entiendo de deseos, porque entiendo de ideas, porque entiendo de dedicación sin garantías. Porque cuando me siento a escribir un texto, cualquiera, desde el más ambicioso hasta el más cotidiano, no tengo conmigo más que una semilla. Ninguna idea se convierte en arte sin una mano dedicada, si no se la cuida de sus depredadores naturales, si no se la protege de un posible desastre. La inspiración y las semillas no hacen promesas. Si quiero frutos, deberé trabajar la tierra, plantar mi idea en un párrafo fértil, dejarla crecer a un ritmo paciente, seguirla de cerca para que nada me la robe. Si quiero un texto, si quiero tener un rosal, un tomate o un roble que puedo señalar como propio, tengo que silenciar ese pedido de claridad que puedo satisfacer en otros ámbitos de mi vida y entregarme al deseo.
Existen quienes saben de semillas, esos que necesitan un vistazo para distinguir un futuro rosal de un tomate de un roble. Con las ideas no es siempre así. La novela que estoy terminando empezó como un relato de microficción, se hizo cuento, se hizo novela. A veces las poesías que escribo se convierten en cartas. A veces lo que empieza como una carta pasa a ser un ensayo. No puedo hacer crecer cualquier semilla. No podría filmar una película, componer una canción, pintar un cuadro. Filmo, compongo y pinto con palabras. Todas mis semillas son de la misma familia, pero al principio son un misterio. Necesito volcar cuantas palabras hay adentro mío para entender su color, su fortaleza, su altura. Cuando algunos brotes salen a la luz voy buscando los contenedores correctos: esto será un relato, esto será un podcast, esto no será más que estas anotaciones en mi diario. Quienes nos volcamos al proceso artístico buscando contar una historia por el mero hecho de hacerla existir en el mundo entendemos que esta es la única forma posible de entregarse. La entrega es por definición salvaje, desordenada, orgánica, y no hay arte sin entrega.
Los que nos resignamos a que el sentido aparezca ya hecho el sacrificio sabemos que la forma actual de usar el arte como vehículo y estrategia no es más que eso: un uso. Cuando el contenedor viene antes del brote, incluso antes de la idea, cualquier cosa que nazca estará vacía de color, tendrá hojas de plástico, nunca podrá soltar perfume. Observo el orden que atraviesa a algunos de mis pares, colegas y contemporáneos. Pasé incontables meses enojada con aquellos que usan el arte para su beneficio, esos que filman un video porque quieren vender un producto o le dedican sus mejores palabras a la construcción de algo tan insulso y vacío como una marca personal. Estaba enojada pero ahora solo siento pena. Pena de que para algunos sea tan difícil distinguir la publicidad egocéntrica del rugido del alma, pena de que confundan la foto que se orquesta para que compres una aspiración con esa imagen que solo existe para hacer eterno un pedazo efímero de mundo.
Primero viene hacer arte, después, quizás, el considerarse artista. Primero viene esta forma incómoda de habitar el mundo, el sentir que no es suficiente vivir sin estar dándole vida a historias nuevas. Primero vienen los instantes de desconexión de lo que está enfrente tuyo porque algo cruzó tu mente y de pronto lo más importante y urgente es ponerlo en palabras, convertirlo en ilustración, cantarlo en verso. Primero viene la sensación de que el mundo no se hizo para vos, el miedo de morirte antes de poder terminar lo que estuviste haciendo crecer en tus manos, el caer de rodillas en acto de gratitud por haber encontrado la forma de decir lo que hace tanto tiempo habita dentro tuyo. Primero viene la soledad de saber que lo que te llama existe solo para vos, que no vas a poder compartirlo hasta que no hayas hecho el trabajo de nutrirlo y cuidarlo para que pueda existir como algo más que un suspiro íntimo. Primero viene la frustración porque ninguna idea crece sin esfuerzo, porque no existe la posibilidad de llegar al final sin dedicación, porque para encontrar las palabras justas o capturar el instante perfecto es necesario salir de uno mismo por un rato, abandonar el yo y jurarle lealtad a eso que estamos haciendo crecer. No me arruinaría por nadie pero salí muchas veces de mí y traicioné mi imagen externa por mis ideas. Si esa es la única forma de presenciar y ser y vivir la creación, volveré a hacerlo.
Primero viene la idea, después la forma, por último el reconocimiento y mucho después la persona en la que te convertís por haber transitado ese camino. Primero viene la entrega, y mucho después el orden cómodo con el que se presenta hacia el afuera. Primero aparece nuestra identidad, vacía de palabras identificatorias, después los giros y las transformaciones. El momento de claridad donde es posible definirnos en un conjunto de palabras claves que nos permiten empaquetarnos no llegará nunca. Quienes buscamos hacer arte más que ser artistas o escribir más que ser escritores entendemos que este fracaso es en realidad un triunfo. Si hacemos las cosas bien, si creamos desde el deseo y la entrega, nuestra marca personal será difusa, un castigo para los ejecutivos de ventas, un testamento de nuestro paso crudo por el mundo real.
Primero viene la idea, en forma de semilla, y después el compromiso de hacerla crecer hasta donde ella pueda llegar. A veces no se llega muy lejos. Aparece un brote y no mucho más. Otras veces nos acompaña por algunas temporadas hasta que se llega a una primavera donde no vuelven a nacer las hojas. Y a veces las raíces se echan firmes, las ramas se extienden lejos, las hojas crecen en los verdes más vibrantes. Recién ahí la semilla pasa a ser algo que puede ser visto y admirado, algo que puede conmover. Mi más reciente obsesión es descubrir canciones que me cuentan una historia sin palabras. Canciones instrumentales, cantadas en idiomas que no entiendo, o llenas de palabras que no significan nada juntas. Las escucho de camino al parque, cuando cae el sol, y pienso en que la belleza que llega hasta mí debe haber nacido en un proceso incómodo, sucio, desprolijo. Pienso en que yo solo estoy viendo el árbol, o la rosa, o el tomate, pero también existieron los días de cavar de rodillas, las semanas cargando tierra debajo de las uñas. Una cosa no existe sin la otra. Porque hubo esfuerzo y entrega sin garantías durante meses o años yo puedo conmoverme durante cuatro minutos de camino al parque. Logramos tocar el mundo con nuestro arte solo si convocamos la paciencia de permitirle a la semilla crecer hasta donde ella puede.
Primero viene la semilla, después la entrega, por último el suspiro de saber que logramos llegar al final. Si tenemos suerte, llegarán los que puedan apreciarlo. Quizás, si caen desarmados, puede que sientan adentro suyo que una semilla los convoca a entregarse a la tierra. Y sí, quizás a esa altura sentiremos que lo que hicimos crecer es arte, y el mote de artista nos quede cómodos, pero no vamos a detenernos a dormir en esos laureles. Nuestras manos volverán a cavar de rodillas, volveremos a cargar tierra debajo de las uñas. El reconocimiento, si tenemos suerte, nos encontrará entregados a un próximo deseo, una nueva idea, una joven semilla.
Enseñanzas que dejan las semillas, por
Quiero plantar este texto y verlo crecer.
No quiero apurarlo, ni regarlo de más. Quiero tener la paciencia suficiente como para poder ver sus frutos. Tengo tantas ganas de hablar sobre esto que necesito ordenarme. Pensar lindas metáforas, no forzarlas, pulirlas con el tiempo. En un momento dije “plantar la semilla y esperar”, ahora sé que además necesito darle todo de mí para que pueda crecer.
Pienso en una semilla y pienso en la creatividad
Hay momentos semilla en la creatividad, donde parece que estamos llenos de ideas y queremos explorarlas a todas a la vez. Algo que podemos hacer es anotarlas, darles su espacio, descubrir hacia dónde van, pero podemos caer en la trampa de querer verlas crecer a todas a la vez y ahí es donde aparece la frustración. Quien mucho abarca, poco aprieta, dicen y, si planto muchas ideas juntas, es probable que no pueda darles a todas la atención necesaria.
A veces no regamos a nuestras plantas lo suficiente; otras veces, las ahogamos. Lo mismo pasa con nuestros proyectos. Darles poca atención puede hacer que nuestro entusiasmo se diluya. Darles toda nuestra atención también nos puede agobiar. Todo está en encontrar el balance.
Hay ideas que tal vez no se plantaron en la época correcta, o tal vez lo que no era correcto era el suelo. Nada puede crecer si el entorno no está preparado para ello, entonces no hay forma de que esas semillas prosperen. No hay que desesperarse. Cada uno crece a su ritmo.
Puede que en el camino nos demos cuenta de que algún proyecto ya no va, no es su momento de florecer. Hace un tiempo tuve una idea para un newsletter, logré darle forma, tenía el nombre, algo de estructura, incluso algunos textos listos. Me había propuesto una fecha de lanzamiento, pero cuando esa fecha llegó yo era otra persona. Mis ganas y motivaciones eran distintas, y ya no estaba convencida de querer mostrar mis palabras al mundo. Aunque lo hago mes a mes acá, sentía que un newsletter propio iba a ser distinto, les iba a abrir las puertas de mi casa a otras personas, y ya no quería. Por un momento pensé en que tal vez mis dudas tenían que ver con el miedo o la vergüenza de mostrarme, pero entendí que no eran esos los motivos. Recordé entonces la idea de la semilla. Las semillas van a seguir estando. Prosperarán cuando sea su momento.
Pienso en una semilla y pienso en los procesos
Está creciendo algo dentro de mí.
Desde que empecé a transitar este nuevo camino pensé que iba a estar muy ansiosa por ir llegando a las distintas etapas. Enseguida entendí que yo no puedo apurar nada y eso, lejos de desesperarme, me tranquilizó.
Obviamente me llamó la atención que mi ansiedad no se interpusiera como lo hace habitualmente, pero entendiendo a mi cuerpo como un terreno dónde está creciendo una semilla pude ver que a la naturaleza hay que aceptarla con sus tiempos. Nunca le pediríamos a un árbol que florezca en invierno porque sabemos que no es su época, no está preparado, ¿por qué entonces nos negamos a transitar algunos procesos?
Cuando sabemos el tiempo que pueden llevar es más fácil que tengamos paciencia. Pero cuando no sabemos cuánto puede durar, como en el caso de un duelo por ejemplo, nos gana la incertidumbre, la desesperación, y sólo queremos que todo termine, que llegue el final. Pasa también cuando estamos esperando algo bueno que sabemos que va a llegar, pero no sabemos cuándo. Ahí nos cuesta vivir el día a día. Por esperar ese futuro que creemos será mejor no disfrutamos del mientras tanto. Esto no pasa en la naturaleza. A ella la aceptamos con sus tiempos y ciclos.
Pienso en una semilla y pienso en el potencial
Cuando plantamos semillas estamos entregándonos a la esperanza. En nuestras manos sólo está la decisión de plantarlas, pero ellas en sí mismas tienen el poder de crecer. No hay manera de saber cuáles van a prosperar y cuáles no, entonces sólo queda confiar, regarlas un poquito cada día, creer en ellas y en que algún día podremos ver sus brotes.
En el transcurso del tiempo habrá momentos en los que parece que nada está pasando. La semilla tiene que tomar fuerza antes de salir a la luz. Lo que cultivamos en el jardín de la vida sigue creciendo, solo hay que seguir confiando, y regándolo.
Lo mismo sucede en todas las relaciones, proyectos, ideas. No tenemos forma de saber el futuro, no sabemos cuánto puede crecer, hacia dónde pueden ir sus ramas, pero sí podemos tener confianza en ese origen, después, hay que entregarse al proceso y seguir dando todo de nosotros aunque aún no se vean los frutos.
…
Entender a la vida como parte de la naturaleza, aceptar sus ritmos, entregarse a lo que tiene que ser cuando tiene que ser. Algunas de las enseñanzas que me vienen dejando las semillas.
La incertidumbre de la semilla, por
Yo sabía que algo iba a brotar cuando regresé transitoriamente a Mar del Plata.
La semilla la llevé adentro, en algún espacio aún oscuro. El terreno fértil fue la casa que habité diez años hasta abandonar el nido; las cuatro paredes donde vi partir a Mamá.
Yo sabía que algo iba a crecer, pero no tenía idea de qué. Igual que en el cuento de las habichuelas mágicas, sembré con fe y desconocimiento. El protagonista de la historia infantil tarda 24 horas en descubrir que dio origen a una enredadera que alcanza las nubes. A mí, sin embargo, me llevó un año entender qué fue lo que germinó durante los ocho meses que regresé a mi exhogar.
Es importante mencionar cómo aboné la tierra, pues si no el fruto que hoy traigo entre manos no hubiese visto la luz. La clave fueron las mujeres que aparecieron y sus recetas y sus historias. Hablo de las que me compartieron las cocineras que conocí para Raíces, sí, pero también de las de aquellas que aceptaron escribir o conversar conmigo para Guarnición. Sus voces enriquecieron el territorio para que la semilla tuviese de qué alimentarse. También conté con herramientas especiales para labrar el suelo: ollas de antaño, manteles bordados por Ella, incluso sus barajas de cartas para jugar a la canasta.
Lo que surgió fue inesperado, aunque yo sabía que algo iba a crecer. Yo sentía que tenía un espíritu semilla muy adentro mío, sepultado entre la maleza de la angustia y el duelo. Yo intuía que, en el entorno correcto, en algo iba a devenir.
Entendí entonces, rendida ante la sabiduría del tiempo, que son las artes domésticas las que me interpelan.
Es en la cocina de casa donde quiero profundizar y en cuya mesa deseo sentarme a escribir. Allí siento el sol que me impulsa a buscar el cielo, igual que la enredadera del cuento de hadas.
Sé que la lumbre que me insta a crecer es la voz tácita de mi madre.
Base de papa para tartas
Ingredientes:
· 2 papas medianas
· C/N de sal
· C/N de aceite
Preparación:
1. Lavar bien las papas. Con ayuda de una mandolina, o un cuchillo bien afilado, cortarlas en rebanadas muy finas.
2. Calentar una sartén con unas 2 cdas de aceite y cocinar las papas a fuego medio-bajo, con un poco de sal. No necesitamos que se doren, sino que se ablanden de ambos lados.
3. Una vez frías, disponerlas sobre la base del molde a utilizar de manera superpuesta, como el tejado de una casa o las escamas de un pescado. La idea es crear un entramado de papa que cubra toda la superficie.
4. Rellenar a gusto y hornear a 200 grados unos 20 minutos, hasta que el relleno esté cocido y las papas, bien doradas.
La Bella Durmiente (1959): semilla de amor, por
A mediados de los noventa, esa década de felicidad analógica, los fines de semana nos solían llevar a mi hermano y a mí a un videoclub que quedaba a dos cuadras de casa. Alquilábamos la película el viernes y la devolvíamos el domingo, rebobinada. En este videoclub alguna vez alquilé La Bella Durmiente y supongo que la habré alquilado tantas veces que mi papá, para cuidar el bolsillo, copió la película con la videocasetera de casa y otra que le prestaron mis abuelos. Gracias al noble arte de la piratería, ahora podía ver La Bella Durmiente cuantas veces quisiera (y gracias a eso hoy bajo torrents).
Lo que me tenía completamente enganchada al VHS trucho no era la historia de amor (imposible que exista una si Aurora ve una sola vez al príncipe y después se queda dormida), sino los colores, resplandecientes, brillantes, adictivos. Eran las tres hadas madrinas, Flora, Fauna y Primavera, vestidas de rojo, verde y celeste, que revolotean de un lado al otro y no saben hacer una torta ni un vestido. Eran los brillitos que salían de las varitas mágicas. Era la sutileza de los movimientos entre fotograma y fotograma. Eran los árboles del bosque. Era la música. Era la historia. Tenía entre siete y ocho años y ya había descubierto algo en el mundo que me fascinaba: las películas.
Hace un tiempo descubrí algo más. Contra cualquier previsible expectativa de que gracias a La Bella Durmiente hoy sería fan de Disney, deduje hace un tiempo que, en realidad, con esta película también nació mi gusto por el terror. Y digo “gusto” muy deliberadamente. No admito debate de que la villana más temible de Disney es Maléfica, que odia a Aurora porque sí y le desea la muerte a los 16 apenas nace. No hay registro en mi memoria de una primera sensación, pero lo que sí recuerdo (porque me sabía la película de memoria) era saber cuándo estaba por aparecer Maléfica, que emergía de una llamarada color verde veneno toda vestida de negro. Sentía la anticipación en el pecho porque me acuerdo lo fuerte que me latía el corazón. Y la pantalla oscura y la música tenebrosa me hacían morir de miedo cada vez. Aun así, veía la peli una y otra vez porque yo buscaba sentir todo esto. Quería sentir el terror que solo sentía con Maléfica, si total, estar sentada en el piso frente al televisor me resguardaba de su maldad.
A los años, cuando el videoclub a dos cuadras de casa ya no estuvo más, empecé a buscar terror en otros videoclubes, en otras películas que no me resultaran tan conocidas. Me estaba animando a más. Así fue que una noche alquilamos La casa de los 1000 cuerpos (Rob Zombie, 2003) para un pijama party con mis amigas, pero una por una fue cayendo ante el sueño (o aburrimiento) y yo terminé de ver la película sola y después me costó dormir. Así es que, al día de hoy, en mi lista de películas favoritas entran Hereditario (Ari Aster, 2018), Siniestro (Scott Derrickson, 2012) o Mártires (Pascal Laugier, 2008), que me hicieron sentir un miedo tan terrible que no sé si las quiero volver a ver. Porque el terror es eso, una puerta que te invita a recorrer lugares oscuros, dar una vuelta y salir ilesa. Y todo se lo debo a Maléfica.
Anuncios e Invitaciones:
La última edición de Conversaciones en Borrador, donde hablo sobre la autoridad en la escritura:
Lo último que apareció en mi newsletter en inglés:
Algo para que nos contestes:
Algo para que sean parte de nuestra comunidad: en septiembre vamos a explorar las semillas a través de la escritura. Van a recibir una actividad para conectar con la semilla de un proyecto y cuatro consignas para trabajar la temática a través de un ensayo, un texto hilado, un relato de ficción y una propuesta de conexión con tu diario. Aquellos que son parte del club de lectura recibirán una lista de recomendaciones de libros de ficción, no ficción y poesía que exploren la temática. Además, una edición exclusiva de Conversaciones en Borrador sobre volver a jugar con las ideas sin forzarlas. Si quieren sumarse, pueden investigar cómo funciona Patreon y encontrar las propuestas del mes en este link.
Algo para que lleven la escritura al próximo nivel: la temática de este newsletter también se tocará en nuestro taller grupal, La Ronda, un espacio de exploración narrativa para principiantes curiosos y escritores comprometidos. Cuatro clases para explorar la temática del mes a través de actividad dinámicas y modalidades de trabajo variadas. Encontrás más info en nuestra página o te sumás al espacio contestando este mail.
Carta de la editora
Se cierra una nueva edición de este newsletter y en mis manos centellean las ansias de lo que se viene. Todas Nuestras Palabras dejará de tener este nombre, estas secciones, estos parámetros conocidos y cómodos. Estoy nerviosa, como siempre antes de lanzar algo nuevo, pero contenta. Después de meses de hastío, de sentirme perdida y confundida con respecto a mi rol en este espacio, por fin sé qué contenedor le corresponde a esta nueva etapa para mis ideas.
Primero vino la semilla, esa curiosidad de querer decir otras cosas, de otra forma, en otros términos. La planté y entendí que iba a faltar tiempo para que ella pudiera salir a la luz. Me pasé muchas tardes escarbando en la tierra de mi propia identidad, fumigando las plagas de vicios antiguos. Le tuve paciencia, una paciencia que no había tenido nunca antes. Que pasen los meses, que pase el verano, que esta planta crezca como le parezca. Hay un motivo por el cual me permití publicar un libro, ponerle mi nombre y mi cara en la solapa. Es porque en él hablé de cosas que entendía, de experiencias que viví, de un proceso que hice cuerpo. Si me tocara escribirlo hoy, seguramente incluiría este aprendizaje. Primero vino la semilla, y con el tiempo vinieron las certezas: un nombre, una frecuencia, una identidad, un mensaje.
Quedan pocos días para que este newsletter tome su nueva forma. Cuando llegue septiembre, se abrirá el telón y van a poder conocer el resultado de varios meses de experimentación a puertas cerradas. Todavía estás a tiempo de contarme cómo te gusta interactuar con estas palabras y con los newsletters en general completando una encuesta. Si me dejás tu correo, vas a entrar a un sorteo para recibir una membresía paga en septiembre.
Si tenés algo que decirme, ¿me escribís a txt.juana@gmail.com? Sería un honor leerte.
Gracias por llegar hasta acá,
Juana
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