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La columna de hoy es un ensayo sobre cómo descubrí, un mes dentro de mi convivencia con mi pareja, que lavar ropa es un asunto mucho más importante para mí del que pensaba. Habla sobre sentirse al día con la vida y hacer espacio para los demás. Dice algo como:
Mientras escribo esto, me quema la frustración de saber que vamos a irnos de viaje en dos días y todavía hay un puñado de ropa oscura, lo suficientemente chico como para que no le moleste a nadie pero lo suficientemente presente como para que me moleste a mí, que no voy a llegar a lavar antes de mi partida. Repito, como si fuera un hechizo de curación, que esta frustración no nace de la ropa acumulada sino de la vida misma, que la sentí en otros lugares todos estos años en los que pude lavar cuándo y cómo quería, que si la satisfacción de estar al día con la ropa era una ilusión puedo encontrar otras ilusiones que me den satisfacción.
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