Cuando veo documentales o leo sobre lo que pasó en Argentina durante la última dictadura militar, siempre pienso en las personas que hoy conozco que estuvieron vivas en ese momento. Con algunas, como mis padres y abuelos, pude hablar lo suficiente como para saber dónde estaban, qué pensaban, qué sabían, qué ignoraban. No es un tema feliz, y como alguien que nació mucho después de que el horror se constituyera terminado, siempre tuve vergüenza de preguntar de más a aquellos que no son tan cercanos. Pero la duda, como la libertad, siempre está. Dónde estaban, qué pensaban, qué sabían, qué ignoraban.
Las dictaduras no se establecen de un día para el otro. A veces pienso en esa escena en The Handmaid’s Tale, novela que Margaret Atwood escribió inspirada en la historia de nuestro país, en la que June explica que todo sucedió muy de a poquito. Primero los dictadores llegaron al poder, después prohibieron por ley que las mujeres trabajaran, después cerraron sus cuentas de banco. Fue un tiempo después que las secuestraron y obligaron a trabajar como sirvientas o esclavas sexuales, pariendo bebés para mujeres de clase alta que dependían de su marido para todo. La democracia se fue perdiendo paulatinamente, de a movimientos tan pequeños que cualquier señal de alarma se sentía exagerada, hasta que fue demasiado tarde.
Cito a Margaret Atwood y su dictadura ficticia porque no puedo hablar de la consciencia colectiva que se compartía en el 76 con conocimiento de causa. No estuve ahí y mi entendimiento nace solo de relatos. Por eso, quizás, me atraviesa tanto la necesidad de saber cómo fue que se dieron las cosas. Puedo conocer las líneas históricas, saber lo que se comentaba en los diarios, pero no puedo estar en la calle, en los almacenes, en las escuelas, escuchando lo que gente común como yo comentaba. Pero les creo. Les creo a los que dicen que cuando se dieron cuenta, ya era demasiado tarde. Les creo a los que aseguran que se dio de una forma tan macabramente disimulada que todos sirvieron de testigo incluso sin saberlo.
Hoy estoy pensando en eso porque mañana se cumple un aniversario de este golpe de estado pero también porque, como ciudadana de un mundo globalizado, no puedo evitar sentir que estoy siendo testigo del horror más expansivo y cruel, y que es imposible saberlo sin ser tratada como si no lo supiera. Nos mandan a informarnos pero la información está siendo controlada por las personas que controlan cómo se cuenta la historia. Cuando elegimos hablar desde una opinión personal, a veces con soberbia y a veces con humildad, muchos de nosotros llenos de dudas y de desesperación, recibimos como respuesta insultos directos a nuestra integridad como personas. Quien encuentra el coraje para llamar genocidio a lo que está pasando en Gaza es automáticamente tildado de antisemita, pierde oportunidades de trabajo y se encuentra frente a la posible cancelación pública. Quien deja un comentario anunciando que marchará en las calles para reclamar por la memoria, la verdad y la justicia, recibe el mote automático de tirabombas. Nos están tapando el horror con espejitos de colores y cuando elegimos mirarlo, haciendo el esfuerzo que conlleva elegir la consciencia en un mundo de distracciones para volvernos testigos conscientes de lo que está pasando, somos transformados en ignorantes, ladrones, enemigos de la libertad, la bondad, el prójimo y el futuro.
Estoy pensando en esto porque hoy pasé un tiempo largo en Instagram leyendo comentarios y no puedo parar de preguntarme qué va a pasar si lo que hoy es para muchos una falsa alarma se termina transformando en el horror que otros tememos. Cada cosa que denunciamos es minúscula para los que no quieren verla, la acumulación todavía no es suficiente. Ruego que haya un punto límite. Tiene que llegarse, en algún momento, a una saturación de horrores tan grotesca que incluso los más optimistas van a tener que reconocer que estamos frente a algo que entrará en la historia, un periodo por el cual vamos a tener que contarle a nuestros hijos y nietos qué pensábamos, sabíamos o ignorábamos. Pasa un horror nuevo y pienso, es este, este es el punto límite, pero todo se sigue justificando y se suma a la lista de cosas que no cambian en nada. Me descubro extrañamente preparándome para que las cosas malas escalen, para que la humanidad se desintegre de a poco cada vez más. Me incomoda, parece como si quisiera que todo se vuelva peor. Me consuelo pensando que es la desesperación que me hace sentirme así, porque me cuesta creer que las cosas vayan a mejorar naturalmente, porque sé que el horror estuvo y estará siempre y que solo puede ser controlado cuando uno elige ser testigo, y la gente hoy parece querer lo contrario.
No tengo pruebas pero sí fe de que en algún momento seremos mayoría los que diremos basta. Quiero creer que el negacionismo es una moda antigua, como los bigotes, que definitivamente volvió pero no va a poder quedarse. Me pregunto qué va a pasar, entonces, con todas esas personas que están dejando sus huellas en el paisaje digital, diciendo la cosas más terribles para ganar el concurso de quién es el más basado. ¿Qué van a decir los que todavía hoy anuncian orgullosamente su apoyo a algo que no terminan de conocer porque todavía no se ha visto lo suficiente pero que, según ellos, promete traer las respuestas? ¿Qué va a pasar si la respuesta es esa que nosotros, los que no podemos parar de mirar el horror, tanto tememos? Me gustaría ser ingenua y pensar que, frente a lo obvio, llegará el momento de bajar la cabeza y hacerse cargo, pero no creo que pase. No creo que pase porque el escenario en el que estamos viviendo en este momento se acuerda de todo, contiene cada movimiento que hicimos y lo archiva para la posteridad. Yo no tengo pruebas acerca de qué pensaban, sabían o ignoraban las personas que vivieron la dictadura del 76, pero en un mundo donde todo pasa por internet, las pruebas sobre quienes somos en este momento de la historia son ineludibles. Lo que es peor, son todo el tiempo usadas en nuestra contra, seas quien seas y estés parado en el lado de la vereda que elijas. Es imposible arrepentirse, pedir perdón y aprender de un error en una actualidad en la que todo el tiempo están buscando etiquetarte de la peor forma posible, donde la gente tiene la capacidad de juntar una carpeta de pruebas de que una vez supiste ser menos de lo que hoy estás orgulloso de ser.
Lo que quiero decir es que incluso si nuestras sospechas son correctas y todas esas señales que para nosotros son alarmantes y para otros son exageraciones se acumulan y dan como resultado un horror ineludible, no está garantizada la transformación positiva en los discursos digitales. Me gustaría ser menos cínica o tener menos miedo, pero eso también sería ignorar mi propio rol en todo esto. Porque yo también he disfrutado señalar con el dedo opiniones que envejecieron mal y declaraciones que no se sostuvieron en el tiempo. Yo también reduje personas al candidato que eligieron meter adentro de una urna y yo también hablé y escribí desde el entendimiento de que existe un grupo de gente que sabe verla y otra que no.
Lo único que puedo ver ahora es el horror que es real ahora mismo: un video de un grupo de hombres musulmanes siendo pulverizados por un dron, una militante siendo abusada y amenazada en su propia casa. No necesito ver qué pasó antes o imaginar qué puede llegar a pasar después para sentir que este es mi punto límite. El horror no puede ser justificado por el pasado, el horror no se vuelve horror en su posible acumulación futura. El horror es horror, y punto.
Me gustaría tener respuestas pero estoy llena de preguntas.
Me pregunto si hay lugar para la memoria cuando elegimos manipular la historia para quedar bien parados.
Me pregunto si hay lugar para la verdad cuando nos permitimos ser crueles con tal de tener razón.
Me pregunto si hay lugar para la justicia cuando elegimos cuidar nuestra reputación e imagen por sobre nuestra consciencia.
El año pasado, todos fuimos al cine a ver Argentina 1985. Algunos lloramos, otros hicieron análisis, todos deseamos que ganara un Oscar. Pasó poco más de un año y ese mensaje que en ese momento pareció haber quedado, una vez más, tan claro, se desdibujó como nunca antes. Es necesario cantar de nuevo una vez más, dice Charly, y cada uno cantará como pueda, y yo lo hago escribiendo.
Hoy, viendo la película de vuelta, me frené en el alegato final, ese que hoy, 39 años más tarde, sigue conteniendo palabras justas y precisas. Esas que alcanzaron para que se hiciera historia. Esas que, si uno está lejos de las pantallas, lejos de las peleas que se hacen en comentarios, lejos de las ganas de tener razón y quedar como un basado, suenan inapelables:
“Salvo que la conciencia moral de los argentinos haya descendido a niveles tribales, nadie puede admitir que el secuestro, la tortura o el asesinato constituyan "hechos políticos" o "contingencias del combate".
(…)
Los argentinos hemos tratado de obtener la paz fundándola en el olvido, y fracasamos: ya hemos hablado de pasadas y frustradas amnistías.
(…)
A partir de este juicio y de la condena que propugno, nos cabe la responsabilidad de fundar una paz basada no en el olvido sino en la memoria; no en la violencia sino en la justicia.”
(…)
Señores jueces, nunca más.
Elijo creer que decir Nunca Más no una promesa que se hizo hace años y que hoy amenaza con romperse, sino la tarea de hacer lo que cada uno puede para que la historia no se repita. Si alguien está pensando en marchar pero no tiene la información suficiente, Página 12 compiló una agenda para CABA, Mar del Plata, Rosario y La Plata.