No sé por qué estoy escribiendo esto. No sé en qué categoría de este newsletter entraría este texto. Es martes y hacen 29 grados y me vine al parque a trabajar porque no tengo mucho trabajo y me pareció la mejor manera de mantenerme on call sin desaprovechar este día de verano. Llegó tarde y para mí está llegando incluso de una forma incómoda porque estuve todo el verano esperando esta semana en particular sabiendo que iba a disfrutar del calor en Portugal pero ahora parece que el calor va a quedarse exclusivamente en Londres y me da un poco de bronca. Por un momento pensé que esto me está pasando exclusivamente a mí, que el clima me lo hace a propósito, y después me dio vergüenza creerme el centro del universo y reconocí que 26 grados en Lisboa tampoco es un mal pronóstico.
Los días de calor no llegaron en todo el verano y están llegando ahora y por un momento yo siento que de verdad estamos en septiembre, el septiembre que yo conozco que es cálido y parece anunciar que las cosas serán mejores. Septiembre en este hemisferio es un mes de cierres, de muerte, de despedidas, pero mi cuerpo no lo siente así. Yo siempre estoy esperando el verano.
Decía que no sé por qué estoy escribiendo esto. No tengo motivos para hacerlo, tampoco obligaciones. Ya dejé la columna del jueves programada, ya le comuniqué a mis suscriptores pagos que no voy a aparecer la semana que viene. Vayan a dormir, le digo a mis dedos. Disfruten el atardecer, dejen que pase el tiempo, dejen que se vuelvan a acumular las ganas. Pero ellos quieren escribir y yo los dejo, aunque no termine de entender si están diciendo o no algo, aunque no sepa cuál es el fin de este texto que no es algo pero tampoco es nada.
“No sé cómo hacés para producir tanto contenido,” me dijo hace poco una de las chicas que hace una mentoría conmigo y yo le dije que este es mi trabajo, que no tengo otras obligaciones, que no tengo plata pero sí tengo tiempo y es por eso que puedo escribir lo que escribo. Pero sé que mentí, o no dije del todo la verdad, y no fue por querer guardármela sino porque a veces me cuesta verla. Yo escribo todo lo que escribo porque no puedo no hacerlo. Porque las palabras me buscan incluso cuando me propongo dejar de buscarlas. Porque no entiendo el mundo si no lo bajo a una hoja, un documento o esta página. Porque el pez nada y el viento sopla y los escritores escribimos. A veces bien, a veces mal, siempre desde adentro, siempre respondiendo a algo que existe en el alma.
Hace un año y unos meses escribí sobre la identidad y llegué a la conclusión de que no sé qué es uno, qué me constituye persona, o rosarina, o Juana. Todo puede cambiar, todo es relativo. Soy la hermana mayor pero a veces mi hermano parece ser más grande que yo en sus comentarios entonces no sé si realmente mi identidad es ser la más adulta de la casa. Soy argentina pero no estoy viviendo en mi país en este momento tan políticamente determinante entonces me siento menos argentina que los que nunca se fueron. Soy una niña nacida en verano pero ahora festejo mi cumpleaños en invierno. Mis circunstancias cambian todo el tiempo porque soy humana y lo que siempre fui deja de ser y yo siento que dejo de ser yo y no me preocupo porque me siento entera pero sí pienso que no sé qué soy. Y después pienso en la mesa del comedor en mi casa, en el lugar que ocupa cada uno, que no es fijo pero sí te espera. Una silla siempre me va a estar esperando. Entonces quizás mi identidad es ser una dentro de cinco, hija de mis padres, hermana de mis hermanos. Todos mis otros vínculos son relativos, pueden romperse, pero ese es inescapable. Es imposible saber qué parte de mí es mía y cuál le corresponde a los otros cuatro.
Además del amor que me constituye desde que nací, ese hilo que me teje y me ata a la única casa que siento realmente mi hogar, lo que le pertenece sin dudas a mi personalidad son las palabras. A los treinta años reconozco que muchas cosas demostraron ser pasajeras pero las palabras nunca se fueron. Tampoco sé cuándo llegaron. No sé si mi crianza me hizo lectora y escritora o si en realidad eso siempre estuvo esperando, si quizás solo necesitaba aprender a leer y escribir para consolidarme de esta forma tan entera, tan inescapable como mi familia.
Mi casa queda enfrente al Parque España. Ya no vivo en Rosario pero esto sigue siendo verdad.
Mi casa son las palabras, lo que escribo, lo que leo. No sé quién soy sin las historias.
Sé que lo que escribo no es contenido. No lo digo así porque piense que es arte. Lo que escribo es fotosíntesis. Es respirar. No importa que sea bueno o malo, que conmueva o aburra, que interpele o esquive. Es respirar, entonces es necesario. Lo que importa es que se constituya el acto. Lo que importa es escribir, el resto es accesorio.
No me gusta compararme con otras personas porque a veces me termino sintiendo mal y la única forma que conozco de sacarme de ahí es siendo mezquina. Parece que todavía no aprendí que hay maneras diferentes de hacer las cosas. Hablando sobre una creadora que no me cierra y cuyas formas me molestan, una amiga mía me dice que le parece poco genuina. Yo le digo que no estoy tan segura. A veces la gente es genuina y honesta y justamente es eso lo que nos saca de eje. Nos molesta que nos digan abiertamente y sin vergüenza que son diferentes a nosotros de formas que consideramos inapropiadas.
Lo que quiero decir es que no sé cuántas formas hay de hacer las cosas pero sé que todavía no encontré la mía y este suspenso me asusta y me encanta. Me gusta no ser organizada pero sí ser metódica. Me gusta saber que, aunque no cumplo con las promesas, sí soy una persona comprometida. Me gusta mirar para atrás y saber que en estos tres años que hace que trabajo de esto que no termino de saber qué es muchas cosas murieron pero la escritura siempre estuvo. Me encanta saber que también estuvo cuando era recepcionista, maestra, estudiante, hija.
A veces me pongo a pensar qué haría de mi vida si tuviera que ir a la cárcel de por vida o si me quedara varada en una isla desierta y siempre termino pensando en cómo haría para escribir. Hace unos años pensaba en forma de tweets pero después se me pasó. Ahora pienso un poco en forma de párrafos de newsletter pero no necesariamente los termino escribiendo. Y uno podría decir que esto es gravísimo, que la tecnología colonizó nuestras mentes, pero yo termino pensando que en realidad tiene que ver con hacerse compañía a uno mismo. Yo nunca me siento abandonada, ni siquiera cuando estoy angustiada, y creo que esto se debe a que siempre estoy hablando conmigo misma en mi cabeza.
El otro día pensaba en que nadie sabe qué canciones me hacen acordar a qué momentos o cómo me siento cuando huelo el jazmín y esto me encanta. Me encanta saber que hay algo que nunca voy a poder poner en palabras, porque significa que siempre va a estar adentro mío y no va a irse a ningún lado.
Los días de verano llegaron tarde y yo justo me estoy yendo a otro país donde no voy a poder disfrutarlos. Pero llegarán de vuelta, me imagino. Será el verano que viene, o será en otro continente, o quizás en un noviembre inusualmente cálido que me encuentre en esta misma mesa de este parque. Sé que me van a encontrar escribiendo. No tengo dudas de esto.
Gracias por leer esta edición improvisada de Todas Nuestras Palabras. Este es una publicación pública. Si querés, podés dejarme un mensaje para mostrarme que estás del otro lado.
Gusto mucho de esta carta improvisada 🫶🏼