El diario de los lunes suele ser una sección exclusiva para suscriptores pagos. Esta semana, sin embargo, quiero hacerle llegar a todos el principio. Tiene que ver con devolver un poco de lo que últimamente vengo recibiendo. Hace unas semanas me avisaron que fui seleccionada como una de las veinte finalistas del #Merky Books New Writers’ Prize. El ganador se anuncia en enero, y el sábado pasado asistí a un evento que duró todo el día, en el cual conocí a los demás finalistas, a los ganadores de la edición pasada, a una editora que me dio feedback sobre mi trabajo y el equipo editorial de Penguin UK. El diario de hoy, entonces, es mi forma de pasar en limpio este día. Es un diario más largo de lo habitual, y el comienzo está disponible para todos mis suscriptores. En los casi cinco años que llevo viviendo en este país y los casi diez que hace que escribo ficción, pasé por algunos momentos dorados de fe y otros de angustia y desesperación. La mayoría del tiempo, sin embargo, transcurrió para mí en un estado de incertidumbre tan brillante como terrorífica. Leer a otras personas contando sus historias me mantuvo en la búsqueda. Por eso cuento esta historia. Es mi mayor deseo que mis palabras hoy sirvan de compañía para aquellos que necesitan capturar su momento dorado de fe, salir de la angustia o abrazar la incertidumbre brillante.
Este logro se lo debo, en gran parte, a las personas que eligen apoyar mi trabajo independiente. Vengo pasando varios años de estrés financiero y muchas veces pensé en abandonar todo pero seguí porque sentía que este era el momento de intentarlo. En esos momentos, fue el apoyo de esta comunidad lo que me permitió no solo sentarme en la mesa de un bar a leer, sino también comprar comida y pagar la electricidad. Sin ese apoyo, vivir con menos recursos y más tiempo para escribir no hubiera sido una opción. Porque tuve ese apoyo pude elegir esta vida y porque elegí esta vida llegué el sábado a un lugar en el cual escuche, de boca de gente que realmente sabe, que mi trabajo tiene potencial. Gracias, entonces, a mis lectores. Si querés convertirte en uno de ellos, la puerta siempre está abierta. Y si no está en tus posibilidades hacerlo, te agradezco igual por estar del otro lado.
¿Cómo te sentiste cuando descubriste que habías quedado seleccionada? La pregunta llega a mí desde el otro lado de la cámara. La luz es brillante, tengo un micrófono abrochado al cuello de uno de mis sweaters favoritos. Descubro que me resulta fácil contestar. Me sorprende. Cuando me buscaron para dar una pequeña entrevista de cierre, me escondí detrás de uno de mis compañeros. Él fue primero y yo lo miré desde lejos. Cuando terminó, me dijo que era mi turno. Podía decir que no, pero lo mejor era animarme.
¿Cómo te sentiste cuando descubriste que habías quedado seleccionada? Puede que este sábado no cambie mi vida en absoluto pero también es posible que sí lo haga. Quizás esta es la primera de muchas preguntas. Tengo que contestarla porque me lo debo a mí misma. Tengo que dejar de esconderme. Estoy acá porque me presenté frente a la luz, porque escuché las preguntas y las respondí. Sonrío. Cuento la anécdota: estaba a punto de dar clases online, entonces entré al Zoom en un estado de disociación, y me pasé una hora deseando que se pase rápido el tiempo para poder leer ese mail con atención. El entrevistador se ríe. Yo me siento más tranquila.
Estamos cerrando un día maravilloso. Saludo a los pocos que todavía quedan en el salón, me envuelvo en el gamulán de mi abuela Martha. Esa mañana me había vestido cuidadosamente. El sweater que compré con mis papás en mi último día en Argentina, los pantalones de mi abuela Clara, las medias gruesas que dejó mi novio en mi casa. Llevaba conmigo a toda la gente que quiero. ¿Necesitaba apoyo? Pienso, ahora que me estoy yendo, que así lo sentí a la mañana pero no, no necesitaba nada. El evento fue todo lo que esperaba y más. La gente fue cálida, me sentí bienvenida. Por primera vez, en los casi cinco años que llevo viviendo en este país, mi nombre está en una lista reducida, una lista a la que llegué por mis palabras. Por primera vez la industria me invita, me espera, me recibe y me agradece por mi presencia. Pasé casi cinco años sintiéndome una invasora, alguien que no tenía que estar ahí, y este día cambia algo en mí a nivel celular. Esta mañana creía que necesitaba el apoyo de mi gente, necesitaba sentir cerca de mi piel el amor incondicional que me trajo y me mantuvo acá. Mientras empujo la puerta para salir al exterior, pienso que no necesité su apoyo pero me alegra haberlos traído. Fue mi manera de mostrarles que llegué al lugar que soñaron para mí.
Hace un año, mi papá me mostró un video de Wos. Mirá mamá, estoy arriba, y te juro que no hay nada más que la vida, rezaba la letra. Ya cerca del río, después de contarle a mi familia y sobre el día que tuve, antes de llamar a mi novio, miro una foto que saqué esa misma tarde. Una que no me apuro en subir a redes. Una foto que enseguida se vuelve mi wallpaper, para que pueda verla todos los días. El sol se asoma entre las nubes, un regalo que no habíamos esperado. La lluvia prometida eligió quedarse en casa para que podamos ver la luz. Ella se cuela entre los edificios, uno de ellos el Big Ben, ese que no pude ver hasta hace poco, ese que estuvo cubierto por varios años cuando me mudé. Lo que vine a ver a esta ciudad estuvo cubierto para mí durante un tiempo largo. Me pregunté más de una vez para qué me mudé, si al final todo lo que buscaba parecía escaparse de mí. Pero ahora el Big Ben está a la vista, y puedo verlo brillar desde esa terraza donde pasé diez horas sintiendo que merezco el lugar que siempre quise ocupar.
Estuve arriba, lo sigo estando. No hay, de verdad, nada más que la vida.