El diario de este lunes habla sobre la elección de ayer y por eso, naturalmente, está abierto para todos.
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Una frase que se repitió en cada instancia de estas elecciones presidenciales, desde todas las esquina, es “no me entra en la cabeza”. Cuando Milei sacó ventaja en las PASO lo dijeron abiertamente casi todos los que no habían votado por él. Cuando Massa se impuso en las generales, le tocó decirla a los que tradicionalmente pelean contra el kirchnerismo. Ahora nos toca a muchos que no hubiéramos pedido un ballotage como este jamás en nuestras vidas pero creímos que quizás lo que considerábamos mejor podía imponerse. Yo soy una persona como cualquier otra, por lo cual la desolación me atacó a la noche, antes de irme a dormir, y me dejó despierta mirando el techo algunas horas. Pero ahora, con el correr de las horas, mientras escribo, me conecto con las palabras y aparece una sensación nueva que no es ni esperanza ni resignación. Creo que es la aceptación de que esta es la historia que nos está tocando vivir ahora, y nos corresponde atravesarla para llegar al otro lado, donde tenemos más respuestas de las que hay ahora.
Cuando pasa el shock inicial de cualquier cosa inesperada, yo dejo de decir que algo “no me entra en la cabeza”. No es por superioridad moral, tampoco por tener una empatía más abarcativa o por ser más analítica que el resto. Es una cuestión de oficio. Soy escritora y sé que algo que no puedo permitirme es que las cosas no me entren en la cabeza. Para escribir buenas historias hay que inventar situaciones que reflejen la realidad y para hacer esto es importante que tengamos personajes diversos, algunos de ellos distintos a nosotros. Es necesario, sobre todo, que los entendamos, que nos entre en la cabeza su forma de manejarse, las decisiones que toman. Es necesario que no sean ni buenos ni malos, que sean contradictorios, porque no existe ser humano que no lo sea. Entonces sí, que gane Milei me tomó por sorpresa, pero pasan las horas y me parece cada vez más entendible. Y por lo menos yo encuentro en esto un poco de consuelo.
Para escribir buenas historias es importante encontrar un medio que las acompañe. Es el canal que le da sentido a lo que estamos viendo. El medio en estas elecciones fueron las redes sociales. Ni los diarios, ni YouTube, ni el boca a boca. Si hubieran sido los diarios, seguramente Juntos por el Cambio habría entrado mínimamente al ballotage. Si la historia se hubiera contado en YouTube, habría ganado Massa en primera vuelta. Si el boca a boca hubiese primado, el resultado habría sido menos divisivo. Pero la historia se contó por redes. Por Twitter, por Instagram, por TikTok. Se contó por ahí y esto significó que un gran sector de la población, sobre todo el joven, votó de formas que no se supieron predecir desde afuera. Se contó por ahí y esto significó que los discursos fueron cortitos y al pie, y que la batalla se dio a cuchillazos cortos y limpios de 280 caracteres, dando poco lugar a la exploración de ideas profundas. Se contó por ahí y estoy segura de que es por eso que el nivel de violencia es tan enorme, porque todos olvidamos que del otro lado hay una persona.
Esta historia se contó por redes y en este caso el medio decidió quién era el mejor protagonista. Milei es el candidato de esta época y ahora, con el literal diario del lunes, me parece raro que hayamos creído por tanto tiempo que estos resultados iban a ser tan diferentes a lo que fueron. Esta época entera está marcado por su medio, y creo que es de las más alienantes que nos tocó vivir alguna vez. La angustia y la desolación son absolutas, pero en lugar de unirnos como quizás pasaba en otro momento, nos divide y nos enfrenta. Las redes sociales traen consigno un conjunto de retóricas y costumbres propias que no son para nada democráticas. Me genera un poco de inocencia que hayamos querido militar una alternativa a la individualidad en medios naturalmente individualistas. Instagram se maneja por plata, para que te vean tenés que pagar, mostrar tu cuerpo o vender tu paz mental generando polémica. ¿Cómo no va a ganar la militancia de un candidato que considera que cualquier cosa que tenemos, desde nuestros hijos hasta nuestros órganos, puede mercantilizarse? Twitter se maneja en el chicaneo, es un campo de batalla. ¿Cómo se puede realmente generar empatía en un contexto así, donde estamos todos, literalmente todos, a la defensiva buscando tener razón? TikTok se maneja entre ilusiones y hackeos mágicos que prometen traerte el amor de tu vida, abundacia y éxito a través de creencias como el lucky girl syndrome, ¿de verdad creíamos que era posible instalar un discurso que estaba anclado en la realidad para desterrar promesas tan incumplibles como brillantes?
Las historias no deberían escribirse pensando primero en sus lectores, pero sería un error olvidar que alguien del otro lado terminará leyendo tus palabras. Esto condiciona un poco tu escritura, siempre. Creo que a esta historia la escribió el lado que supo captar bien a su lector ideal. Si sectores diferentes de la sociedad como los credos, el campo, los artistas, los clubes de fútbol y los intelectuales, por nombrar algunos, salieron a repudiar a Milei y él ganó igual, es porque evidentemente la gente ya no se siente representada por aquellos que dicen hacerlo. Y no puedo evitar pensar que tiene que ver una vez más con esta época verticalista donde es tan obvio quién está arriba y quién está abajo, donde prima la aspiracionalidad ante todo. Para que a un lector le guste una historia tiene que reconocerse en los arquetipos, y los arquetipos de esta época son paupérrimos. Se ubican todos tres escalones por encima del resto, prometiendo enseñarte cómo llegar a estar donde están ellos pero postergando siempre el momento de revelar su verdadero secreto. Si algo unía a las propuestas que no ganaron en esta elección fue la mesura con la cual pintaron la cima. Ninguno prometió grandeza, ninguno se juró capaz de hacerte tocar ese pico máximo en el que vos, día a día, ves a esos privilegiados que aparecen en tu pantalla. Lo que es más importante, ninguno apareció a prometer algo particularmente renovador, y los pilares de la campaña de Massa en este ballotage fue defender lo ya conseguido. Pero los lectores de este momento de la historia se caracterizan por querer más. El consumismo que nos atraviesa todo el tiempo, ese mismo que nos hace acumular ropa que no usamos y libros que no vamos a leer nos lleva, invariablemente, a creer que también queremos libertades abstractas que ni siquiera sabemos si necesitamos. ¿Era posible realmente que ganara cualquier otro que no fuera este candidato que prometía hacerte llegar a esa cima? Me angustia menos pensar que no, que ya era una batalla perdida que tocaba atravesar.
Podría decir muchas cosas más pero creo que este es mi límite. Me refugio una vez más en las limitaciones de la narrativa. No es posible contar historias nuevas, todas comparten el tronco con una que ya pasó hace mucho. Muchos temen que esa historia que se va a repetir sea la más oscura de nuestros tiempos, pero yo elijo, sin más pruebas que mi creencia íntima, que el pueblo argentino no va a dejar que esas cosas se repitan. Pienso, en cambio, que se viene la repetición de otros momentos complicados, otras crisis injustas que deberán pagar los que menos tienen, como viene pasando hace años. También creo que se viene, quizás más temprano que tarde, una oleada también conocida de decepción de parte de los ilusionados que votaron con convicción a alguien que prometió ser antisistema, pero se alió con la casta para ganar y les agradeció incluso antes de asumir. Sobre todo, espero que se venga una tregua entre pares. Espero que esta elección sirva para que entendamos que hacer campaña tildando de fascista a cualquiera que se anima a expresar una duda o ignorando a quien presenta ideas a nuestro entender extremas es peligroso. El amor solo puede vencer al odio cuando se practica hacia todos, no solo hacia aquel que nos cae bien y se alinea con nosotros. Y la militancia se hace todos los días de todos los años, independientemente de quién esté en una fórmula presidencial. Se hace en lo inmediato, en lo cotidiano. No pasa solo por lo que uno dice sino por cómo lo dice. Lo primero que vamos a necesitar de acá a cuatro años, lo más urgente, es cambiar las costumbres discursivas, y eso empieza en los grupos de WhatsApp, en las conversaciones entre amigos, en tu propio uso de redes.
Si, como yo, se despertaron desolados, les mando un abrazo. A descansar un día y después seguir, que nos toca pelear por nuestro derecho a escribir también esta historia.
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