Podría contar la historia en quince tomos distintos o podría decir esto: entre esta exploración y mi partida existió un momento en el que quise quedarme, y cuando ese momento terminó necesité irme como nunca antes. (...) Este mundo idílico fue demasiado débil y cobarde como para volverse realidad, y cuando me expulsó se me hizo imposible habitar mi ciudad. Empecé a planear mi ida, esta vez con determinación, datos fácticos y planes de ahorro concretos. Podría enumerar lo que hice en quince pasos o podría decir esto: llegó un día en el que me subí a un avión y me fui. Me fui a una ciudad donde me sobraban las calles, donde el tiempo que me separaba de mis amigos era cuatro veces más largo, donde podía ser lo que quisiera menos lo que había sido siempre. A esta ciudad me la comí con gusto. La devoré como si alguien más pudiera ganarme de mano, porque había muchos alguienes más que podían efectivamente ganarme de mano. Porque a esa ciudad le sobran calles pero también gente y sueños. Porque quien vive ahí siempre está corto de tiempo y plata y por eso comerte la ciudad termina siendo la única forma de saciar el hambre.