Quizás lo correcto, si es que eso existe, es reconocer que estoy escribiendo esto mientras siento culpa. Debería haber empezado antes, pienso. Ya tendría que tener el newsletter listo, o al menos debería estar en vías de estar terminado. Tendría que tener ganas de escribir sobre la culpa, uno de los temas que más me competen. ¿Por qué me niego a sentarme? ¿Por qué postergo el momento?
Siempre tengo ganas de hacer algo diferente a lo que se supone que tendría que estar haciendo. Disfruto todas las aristas de mi trabajo pero siento, casi constantemente, que me estoy escapando de algunas. Exceptuando el diario de los lunes, un ritual que uso para re-centrarme, el resto de mis obligaciones alrededor de la escritura son flexibles y puedo hacerlas cuando quiero. Cuando las estoy haciendo las disfruto, pero siempre me tengo que forzar a empezar. No me malinterpreten, nadie tiene que forzarme a escribir, pero sí parece que vivo queriendo escribir eso que es menos urgente. O quizás, pienso, la culpa logró hacerse cuerpo en todos mis proyectos. No alcanza con organizarme, no es cuestión de reservarme un día para hacer algo. En primera instancia pienso que no es posible organizar el deseo, pero sobre todo descubro que incluso cuando logro alinear lo que tengo que hacer con lo que quiero hacer, la culpa me encuentra.
Quiero hacer un experimento en este newsletter. Quiero hacer algunas cosas que por lo general me darían culpa. Voy a escribirlo a contrarreloj sin poder escaparme en pensamientos y reflexiones que suelo usar para postergar mi encuentro con la hoja. Escribir rápido sin detenerme detrás de cada oración me da culpa, pero también me da culpa tomarme mi tiempo y no cumplir con compromisos, así que me imagino que el experimento es una doble terapia de shock. Prometo editarlo para que llegue a ustedes siendo de alguna manera claro, pero también me prometo a mí misma hacer una gran edición que se sienta suficiente en lugar de perderme en micro ediciones casi diarias que buscan algo perfecto. Voy a escribirlo en los últimos días posibles, en una sola sentada (esta, mientras escribo), que es algo que también me da mucha culpa. Por último, voy a permitirme traer más preguntas que respuestas. A veces me olvido que el newsletter busca explorar, no enseñar. Quiero alejarme de objetivo de maestra que a veces me empuja a venir a este lugar a ser más de lo que soy o saber más de lo que sé.
En resumen, daré lo mejor de mí sabiendo que no es tanto como me gustaría. Esto me va a dar culpa, pero este newsletter lo necesita.
Empiezo, entonces, con la primera de las preguntas (podés contestarlas a todas anónimamente en el link): ¿Qué actividad culposa te podés permitir hacer durante una hora?
Me propuse algunos temas para explorar en este newsletter y el primero es la culpa como concepto, sus definiciones y nuestras percepciones. (Me da culpa que el tono de este newsletter esté siendo menos poético, que mis introducciones no tengan tantos firuletes como siempre.)
Hace un tiempo escuché en un podcast que ahora no puedo identificar (me da culpa traerles las cosas a la mitad) que la culpa es diferente a la vergüenza. La vergüenza es algo que te separa de los demás y te hace sentir inadecuado. La culpa existe adentro tuyo y no tiene siempre que ver con los demás. De hecho, mis culpas más profundas aparecen alrededor de mi vínculo conmigo misma. Algunas cosas que aparecen en internet (me da culpa no estar buscando más allá de la primera página de Google) hablan sobre la diferencia de culpa y vergüenza de esta forma:
La vergüenza es una emoción que se origina de la desaprobación de los demás y que precisa de la presencia real o imaginada de otros, mientras que la culpa es una emoción que surge de la propia desaprobación y no requiere de observadores externos (Benedict, 1946; Ghem y Scherer, 1988; Mead, 1937).
Mientras la culpa viene asociada al hacer, la vergüenza tiene mucho más que ver con quienes somos.
La diferencia que para mí más vale la pena destacar es que no hay repercusión positiva de la vergüenza. Sentir que quien sos no es suficiente o es inadecuado es siempre malo, te separa de tu identidad, te impide vivir tu vida de una manera auténtica y te aleja del mundo por motivos que no están justificados con la realidad. La culpa, en cambio, sí puede ser buena. Es la culpa la que te permitió no volver a cometer lo primero que sea que hiciste que te hizo sentir culpa. En mi caso fue robar una figurita de Chiquititas en el año 1998. Me acuerdo y me sigue dando culpa porque sé que la nena a la que se la robé se puso muy triste. Gracias al entendimiento racional pero también gracias a la culpa entendí que esas cosas no se hacen, y puedo decir orgullosamente que no volví a robar nada en mi vida desde ese entonces. Y es verdad que me gustaría dejar de sentir vergüenza por los errores que cometí en los últimos años, sobre todo eso que hice hace algunos años que lastimó a una persona que quería mucho y me alejó de mi propia persona. (Me da culpa no estar hablando de esto en detalle pero también me da culpa mencionarlo, convertirlo en material.) Me da vergüenza haberme convertido aunque sea por un tiempo (o quizás para siempre frente a los ojos de algunas personas) en alguien capaz de herir y traicionar. Por meses y meses me dio mucha vergüenza saber que mis errores eran discutidos en círculos de personas que me conocían, saber que tenían justificadas opiniones negativas de mí. Me daba mucha vergüenza haber hecho cosas que yo había criticado en los demás y haberlas hechas a conciencia, en pleno uso de mis facultades. La vergüenza, durante todo ese tiempo, me impidió interactuar con ciertos círculos de personas, pedir perdón a quien lo merecía, sentirme digna de cariño y aceptación. La vergüenza nunca fue buena y con los años logré librarme de ella. Logré entender que cargar con esas historias es humano, que nadie se salva de hacer las cosas mal o en cualquier caso yo no pude. La culpa, sin embargo, nunca me dejó del todo. Ahora es un remordimiento chiquito pero sólido. Apenas pasó todo, casi no existía, o yo no quería hacerme cargo de ella. La vergüenza no me permitía sentir esa culpa y por eso empecé a relativizar mis acciones. A medida que la vergüenza bajó, logré sentarme con mis sentimientos y reconocer que esa culpa era mía, que tenía que sentirla, que solo así iba a poder asegurarme de no volver a ser lo que había sido, no volver a cometer los errores que había cometido. ¿Tiene sentido lo que estoy diciendo? (Cuando me da culpa no estar siendo del todo clara pregunto esto.)
La culpa es buena y gracias a la culpa puedo ser más de lo que fui. Gracias a la culpa pude vivir por años sin volver a acercarme siquiera a los errores que cometí alguna vez. (Mientras escribo esto me duele la espalda y me da culpa no estar sentándome derecha, no estar prestándole atención a mi estado físico, no estar haciendo yoga como prometí que iba a hacer hace ya un mes y medio.) Hay un momento que existe entre la llegada de la vergüenza y la presencia sólida de la culpa. A veces ese momento dura segundos, a veces meses, a veces años. A veces pasamos muchísimo tiempo sin asumir una culpa que tiene nuestro nombre y apellido porque la vergüenza no nos permite realmente reclamarla. La palabra culpa suena horrible, pero no es más que un color distinto que tiene la responsabilidad. En mi caso, creo que la vergüenza que me da no estar a la altura de expectativas irreales propias me impidió muchísimas veces hacerme cargo de mis acciones, tomar responsabilidad, hacer algo para no terminar sintiendo culpa. Siempre fui de postergar las cosas, como este newsletter. Soy consciente de que no sé tanto de este tema como de otros que toqué en el pasado. O quizás es que no tengo tan en claro como yo me siento con el tema. No me quería enfrentar a una escritura mía menos clara o incisiva que las que busco en estos newsletters. Me daba vergüenza mirar a los ojos a mis palabras reales porque sabía que estaban muy alejadas de las que pretendo dejar acá. Entonces negué el sentido de responsabilidad real que me llamaba a escribir. Me decía que tenía tiempo. Finalmente, tuve que hacerme cargo de esa vergüenza para aceptar que esta es una responsabilidad que tomé y que tengo que respetar si quiero seguir construyendo mi espacio y hacer crecer mi trabajo. (Recién desbloqueé el celular y me dio culpa desconcentrarme.) La culpa que estaba empezando a nacer se calmó cuando hice algo al respecto (escribir) y la culpa que siento por no estar siendo mi *mejor versión* se está calmando a los golpes mientras me repito a mí misma que no existe realmente eso. ¿Se entiende lo que estoy diciendo?
Esto no es una conclusión de lo que vengo diciendo, o sí, pero creo que una forma de identificar a la culpa y tratar con ella es clasificarla es dividirla entre la culpa buena (esa que te hace cambiar el curso de tus acciones para no repetir errores) y la mala (esa que te mantiene estancado en el pasado y no te permite avanzar). También podemos dividirla entre la culpa que se calma haciendo algo (escribir este newsletter y no postergarlo) y la que solo se va si nos permitimos hacer lo que nos sale sin presionarnos a hacer lo que nos gustaría poder estar haciendo (escribir este newsletter como sea que me salga).
Te pregunto, ¿con qué culpas podrías encontrarte si te despegaras de la vergüenza?
El mes pasado hablé de miradas y no puedo hacer menos que relacionar en este newsletter las miradas con la culpa. Pienso en seguir categorizando la culpa de distintas maneras, a ver si puedo terminar de entenderla y puedo explicar de qué manera siento que distorsiona lo que veo.
Pienso en la culpa que no tiene que ver con lo que hice sino con lo que no hice. Es la culpa de ser feliz. Pienso en la forma en la que todo se tiñe de ella, sobre todo en momentos como este en el cual realmente soy una persona alegre con cosas buenas sucediendo en su vida. Hay cosas que me demandaron esfuerzo pero me las olvidé. Supongo que es por eso de que las células se regeneran cada siete años y en mi caso las células del sufrimiento parecen haberse ido. A veces no se necesitan siete años. Hace siete meses que estoy saliendo con una persona buena que me permite querer de formas muy fáciles. Hace siete meses que tengo una relación simple, llena de afecto, compasión y risas. No hay nada más sencillo que estar juntos, no estoy haciendo ningún esfuerzo en ningún momento. Y la felicidad es tal que me olvido que la vida no fue siempre así. Me olvido que pasé años añorando un vínculo como este, exponiéndome a citas que no salieron bien, luchando con mi vergüenza, cargando mi esperanza. Me olvido que ahora es fácil porque no lo fue por años enteros, más de diez de hecho. Y pienso que algo tan fácil no puede ser real, no puede ser tan bueno. Entonces empiezo a ver mi relación como algo efímero, algo que no solo puede sino que se debe terminar pronto. Y como no imagino un escenario en el cual alguno de los dos pueda decidir irse, porque es absoluta la certeza de que por ahora queremos quedarnos, que me imagino que me muero, o que se muere él, o que algo terrible nos separa.
Hay cosas que nunca me demandaron el mismo esfuerzo que al resto del mundo. Crecí rodeada de tragedias pero ninguna me tocó a mí. Nadie cerca mío se fue antes de tiempo, no me tocó irme a mí. Muchísima gente que quiero tuvo que lidiar con duelos prematuros. Crecí viendo el esfuerzo que hacían para mantener la entereza sabiendo que yo no podía hacer nada para ayudar. Y esto me hace sentir culpable, porque siento que me gané la lotería más importante de todas. Entonces pienso que tengo muchísima suerte, mucha más suerte que las demás personas. Mi vida, entonces, se tiñe de obligaciones. No tengo excusas para no estar dando todo de mí, para no escribir una historia extraordinaria con mi existencia. ¿Qué me detiene? Definitivamente no me detiene lo mismo que a otros. Tengo un cuerpo sano, una familia entera y feliz que nunca fue arrancada de cuajo. Entonces la culpa de haber tenido una existencia sin duelos duros da a luz a otra culpa: la de no estar a la altura de lo que se supone que yo tendría que dar.
La culpa que más culpa me da es la que me hace pensar “si le diera mi vida a alguien más, seguramente sabría vivirla mucho mejor”. Aprendí con los años que cualquiera que recibiera mi vida recibiría también todo lo malo, que no es mucho pero existe, y seguramente tendría las mismas herramientas y falencias que tengo yo. Lo aprendí pero me lo olvido.
Hay otra culpa particular que siento, esta en particular tiñe mi forma de ver los vínculos. Sé que todo en la vida es un balance justo. Sé que a mí me corresponde hacer el cincuenta por ciento de un cien. El resto depende de las circunstancias, o de la otra persona, o del azar. Pero cuando hay un malentendido con alguien de mi vida, siempre siento más culpa de la que debería. Mi reacción natural es hacer de más, faltarle el respeto al balance y cargarme sobre los hombros el peso de toda la relación. Eso es, claro, cuando el malentendido es eso, un malentendido. Es diferente cuando sé que hice algo mal y la vergüenza me impide hacerme cargo de mis responsabilidades, como ya expliqué antes. Pero cuando hay una incompatibilidad lógica y bienintencionada, la culpa me vuelve miope. El balance se rompe, todo pasa a ser mi responsabilidad. Anulo la voluntad y la responsabilidad del otro, me olvido que cada vínculo es tan del otro como mío, y por ende no me corresponde controlarlo.
Hay una última culpa que me hace ver las cosas de una forma que no es real. Es la culpa de salir lastimada. Hace un tiempo la psicóloga me pidió que escribiera cómo me siento cuando me traicionan o me lastiman. Después de hojas y hojas en las que saqué para afuera todo lo que me pasaba, escribí que el sentimiento más fuerte que existe al fondo es culpa. Culpa por no haber sabido a tiempo que eso me iba a pasar, culpa por haber permitido que eso me pasara, pero sobre todo culpa por haber hecho algo mal, algo que justifique que me lastimen. Pienso que quizás tiene que ver con mi absoluta negación a pensar que la gente que quiero es capaz de hacerme mal. Es mucha la fuerza que hago para mantenerlos en un pedestal. Y pienso, también, que quizás es porque me da miedo que mi amor sea débil, que no pueda bancarse las decepciones y las traiciones. Y una vez más siento culpa. Culpa por no poder ser alguien que se da el espacio para enojarse u ofenderse, pero también culpa por tener treinta años y no haber aprendido todavía a manejar el dolor de una manera más sana, que no lo profundice tanto. Culpa por no saber defenderme, o por no poder expresar un enojo.
¿Te qué formas tus culpas tiñen tu mirada?
En el newsletter del silencio decidí terminar con una lista y descubrí que en las listas existe una libertad de forma que me permite decir más de lo que me permitiría en otros casos. Por eso, acá va la lista de mis culpas más frecuentes:
Perderme voluntariamente tantos eventos de mis seres queridos en Argentina. Los casamientos y los cumpleaños, sí, pero también los chistes pequeños, las noches de compartir programas de televisión.
Tomar café después de las cinco de la tarde, porque me encanta pero me deja despierta todo el día.
Gastar plata en café.
Gastar plata en general. Siempre me da culpa gastar, excepto cuando encuentro algo muy muy barato en oferta. Por eso me da menos culpa gastar 100 en algo que sale el doble que gastar 3 en algo que podría salir la mitad.
No poder afrontar los mismos gastos que la amplia mayoría de la gente que me rodea y que los planes terminen siendo condicionados por mi realidad económica.
Seguir eligiendo esta vida porque me permite escribir y dormir cuando quiero.
No dormir lo suficiente.
No escribir lo suficiente.
Dormir demasiado.
Escribir demasiadas cosas en lugar de enfocarme en una sola lo cual significa que en al menos siete áreas de mi vida estoy en el casillero tres cuando podría estar en el casillero quince en una sola.
No salir de mi casa cuando está lindo el día.
Salir de mi casa siempre que está lindo porque siempre termino gastando plata.
Gastar plata x 2 porque me da mucha culpa de verdad gastar plata.
No tener suficientes cosas.
Tener demasiadas cosas.
Ser demasiado filosófica en conversaciones prácticas.
Ser demasiado práctica en conversaciones filosóficas.
No terminar de entender qué cosas me dan culpa y qué cosas me dan vergüenza.
No estar haciendo lo que debería estar haciendo, casi todo el tiempo.
No estar haciendo lo que quiero hacer, cuando estoy haciendo lo que debo hacer.
¿Me compartís tu lista de culpas?
Mi objetivo primordial, hace tres años, es el de unir escritores y darles una plataforma para que puedan expresarse. En los meses anteriores traje invitadas especiales para que escribieran algo relacionado a la temática, y hoy no es la excepción. La culpa en el duelo, la culpa en la comida, la culpa en el cine. Todas nuestras palabras, para ustedes.
Liza Giacomotti nos trae su visión de la culpa, a través de un texto áspero y honesto. Nos pregunta si sentir culpa es tener una deuda, y yo no puedo contestarlo, pero voy a seguir preguntándomelo. Cuando elegí la temática para este newsletter, Lichu fue la primera persona que se me vino a la mente. Hace algunos meses que trabajamos juntas, redireccionando su duelo a través de la escritura, descubriendo su identidad en las palabras. Es un honor y una alegría para mí que puedan leerla a ella, una palabra autorizada, hablando de un sentimiento tan universal y a la vez tan único.
Una carta a la culpa; y a vos, por Liza Giacomotti
Querida culpa,
Te conozco más profundamente desde que tengo 9 años. No puedo describir con certeza el momento exacto en el que mi cuerpo empezó a teñirse de vos… Mi hermana estaba internada en un sanatorio de Rosario, luchando contra una leucemia que la separó físicamente de mí, 8 meses después de que se la diagnosticaran. Desde que tengo 9 años que te me empezaste a clavar. En mi forma de caminar. En mi forma de hablar. En mi forma de relacionarme con otros. Hasta en mi forma de respirar.
A mis 10 años eras ya prácticamente mi piel. Me decías que no llorara enfrente de mis papás porque su dolor ya era suficiente; el mío no tenía lugar. Hacías ruido, cada vez que alguien me preguntaba si estaba bien, para que respondiera que sí; admitir que estaba rota y que nadie supiera qué hacer ni qué decir no parecía una buena idea. Te manifestaste a lo largo de muchos años de todas las maneras que encontraste y en cada momento que pudiste. Me enseñaste a esconderles el dolor a todas las personas que me rodeaban. Te hiciste notar en cada vinculo que pasó por mi vida.
Me costó mucho tener el poder de decidir cuándo permitirte entrar a conversar y cuando hacerte a un lado. Hace un tiempo elegí vivir sin tanto peso y decidí que ya no seas más parte de mí. Pero entiendo que sos una gran parte de quien fui y eso es lo que hoy me hace estar acá. Y me gusta quien soy.
¿Qué es la culpa para vos? ¿Es no animarte a decir algo que te molesta por miedo a que un otro le duela? ¿Es forzarte a un encuentro con un vínculo con el que ya no te hallás, pero no te animás a dejar ir? ¿O es tal vez hacer eso que no querés por el simple hecho de que hay alguien más que espera algo de vos? ¿Sentir culpa es tener una deuda?
Me pregunto una y otra vez si para todos está tan presente este sentir como lo estuvo durante tantos años para mí. Te pido perdón de antemano si lo que para mí es culpa, para vos no lo es. La culpa es un registro tan propio de cada cuerpo, de cada persona que, si tuviéramos que ponernos de acuerdo para definirla, estoy segura de que nos enredaríamos en una conversación sin final.
Para mí, sentirse culpable es también sentirse responsable, muchas veces de cosas que no nos corresponden. Es ponernos un peso que generalmente no nos pertenece. Y ahí es cuando te empezás a perder, te empezás a alejar de vos mismo casi sin siquiera darte cuenta. Hacés propias expectativas que no te corresponden. Sentimientos que poco tienen que ver con vos. Dolores que son ajenos. Te perdés. Como si se construyera poco a poco - o a veces de golpe - una torre de control dentro de tu cabeza, de tu cuerpo. Porque cuando te perdés, cuando te desconoces sin siquiera ser consciente de que te está pasando porque te encontrás con lo no genuino, es como si tu cuerpo lo controlara alguien más. Algo más. No te reconocés en tu forma de hablar, no te reconocés en tu forma de caminar. Tus ojos miran distinto porque no es tu mirada la que atraviesa otras. Es una mirada que se tiñe de un sentir – o muchos - que empañan tu verdad. Que te empañan a vos.
‘Somos libres de hacer lo que queramos, siempre y cuando no jodamos a otro.’ Pero qué línea más fina. Que gris más enorme. ¿En qué momento elegimos no ser egoístas con otro, pero empezamos tal vez a ser egoístas con nosotros mismos? ¿Quién me marca esa línea? ¿Cuál es la razón ‘suficiente’ que me permita a mi SER, más allá de tus expectativas? ¿De tus deseos?
Qué complicada es. Lo sé. No hablo livianamente como si no sentirla fuera sumar dos más dos. No. Me llevó muchísimo tiempo reconocerme perdida. A veces más del que me habría gustado. Darme cuenta de quien estaba llevando los hilos, no era yo. Y cómo cuesta recuperarlos. Cómo cuesta no perderse. Todavía, a veces, me pierdo. No es fácil. Lo que digo es que, no creo que seamos totalmente conscientes de cuáles son los momentos en que empezamos a perder NUESTRO norte. No sé si somos conscientes de cuáles son las cosas que nos hacen girar el timón y navegar hacia lugares que nosotros no elegimos.
Se puede sentir culpa de tantas maneras como la cantidad de vínculos que tenemos en nuestra vida, e incluso en cada vínculo, de mil maneras más. También en nuestro vínculo con nosotros mismos. No lo sé, solo te pregunto, ¿de dónde viene esa culpa? ¿Es tuya o tiene que ver con un otro?
No me mal interpretes. No te estoy alentado a que actúes de ahora en más sin importar la gente que está a tu alrededor. No, porque sé que eso tampoco sería genuino. No estoy en contra de ceder. Ceder por amor y porque uno quiere. No hay mal, ni bien. Solo te aliento a que mires para adentro. A que te replantees lo que te gusta y lo que no. Las cosas que hacés porque querés VOS. Y a preguntarte en los momentos en los que el barco está por tomar una nueva dirección, si también lo estás haciendo por vos.
Y vos, ¿sabés qué te hace girar el timón?
Luján.mv nos regala una receta rápida para que comamos rico y sin culpa. La idea fugaz que tuve de agregarle pequeñas recetas a este newsletter fue contestada automática con un nombre: el suyo. Luján amasa palabras que nutren el alma, y estoy feliz de que mis lectores puedan conocerla y cocinar con ella.
Municiones para el alma
Considero este plato mi placer culposo por varios motivos: lo decadente de su textura cremosa, el combo “carbohidratos y grasa” sin grandes aportes nutricionales más que la arveja (sobre todo si es fresca) y la manera golosa en que nos invita a devorarlo a cucharadas directamente del bowl. Podés usar otro fideo sopero chiquito como dedalitos o estrellitas si no conseguís municiones. La receta admite mil variantes pero, honestamente, esta versión bien básica es la que más preparo. Son mínimos los ingredientes, ergo la importancia de que cada uno sea de la mejor calidad posible. Eso sí, porfa no uses arvejas de lata porque no son dulces y tiernas. Necesitas esa frescura para equilibrar el bocado.
Municiones con arvejas (receta adaptada de Comer y pasarla bien de Narda Lepes)
Ingredientes (para 1 porción)
· Fideos municiones, 1 tacita de café.
· Arvejas congeladas o frescas, un puñado.
· Caldo de verduras, ½ cubito
· Pimienta negra, a gusto
· Queso crema, 1 cda
· Manteca, 1 cda
· Queso rallado bien fino, 2 cdas
Preparación
En una olla pequeña hervir 2 tazas de agua con el trozo de caldito. Agregar las municiones y cocinar el tiempo que indique el paquete. Cinco minutos antes de que estén listas, agregar las arvejas. Llevar a hervir nuevamente y probar para verificar si está listo o si necesita unos minutos más al fuego. Cuando alcanza el punto deseado, colar y volcarlo nuevamente en la olla caliente, con un poco del líquido de cocción. Sumar la cucharada de queso crema, la manteca fría, el queso rallado muy fino, sal (si hiciera falta) y pimienta negra. Batir enérgicamente hasta incorporar bien todo y lograr una textura cremosa y cuchareable. Disfrutar preferentemente en el sillón viendo Netflix.
Anita Zeta nos trae un club de cine en comprimido con una película alusiva. La culpa de no estar viendo las suficientes películas o no estar leyendo los suficientes libros corre sin límites en las venas de las personas de nuestra comunidad. Sin ir más lejos, en mi escritorio duerme la novela que inspiró la película que Anita nos trajo. Hace tres años que no es leída, y la culpa me habla. Una de las respuestas a la culpa es recordarse que uno está haciendo lo que puede. Por lo pronto, yo leeré a Ian McEwan a través de las palabras de Anita. Los invito a hacer lo mismo.
Expiación, deseo y pecado (2007)
Inglaterra, 1935. En una lujosa mansión de la campiña inglesa, retumba por toda la casa el golpeteo de teclas de una máquina de escribir, que suenan como pasos que se están acercando a la recta final. Briony (Saoirse Ronan), una niña de 13 años, acaba de terminar su primera obra de teatro. Ansiosa, corre por todas las habitaciones para mostrarle a su familia su más reciente logro literario. En la búsqueda, los golpes de tecla se funden con una música que marca la prisa. A las horas y de vuelta en su dormitorio, otra historia empieza a escribirse en la mente de Briony: desde la ventana, ve a su hermana mayor, Cecilia (Keira Knightley) parada delante de una fuente, sacándose casi toda la ropa frente a Robbie (James McAvoy), el hijo del casero de la mansión. Briony se asusta y corre la vista, pero la curiosidad es más fuerte. Vuelve a mirar. Su hermana sigue parada en el mismo lugar y parece correr peligro.
Expiación, deseo y pecado juega con la (re)interpretación de lo que vemos, por eso el director, Joe Wright, nos muestra la misma escena más de una vez. Lo que en realidad sucede al lado de la fuente es casi el punto de ebullición de un amor que ni Robbie ni Cecilia pueden decir en voz alta, pero está ahí, latente, lo sienten. De regreso en su casa, Robbie se siente avergonzado y confundido, por lo que decide escribirle a Cecilia una carta de perdón. Tras varios intentos fallidos, lo que redacta, en un juego con su imaginación que no debe salir de la habitación, es una carta concisa, pero cargada de erotismo. Una vez más, la intensidad, esta vez del deseo, está marcada por el golpeteo sobre cada tecla de la máquina de escribir. Y es que en Expiación… cada palabra que se escribe tiene un impacto.
Durante la luz del día, en un lugar idílico subrayado por colores pasteles y sedosos y blancos delicados y lustrosos, se acumula una tensión que termina de explotar en la oscuridad de la noche, durante una cena con invitados: Robbie y Cecilia finalmente expresan lo que sienten, pero minutos después, un evento atroz tiene lugar. Desafortunadamente, Briony presencia ambas situaciones. Convencida de que es protagonista de una historia que sabemos no le pertenece, cree que es su deber salvar a Cecilia de lo que ella percibe como una conducta inmoral.
Como lo dice parte de su nombre, Expiación, deseo y pecado es una película sobre enmendar un mal accionar. La lectura errónea de la realidad por parte de Briony condena a Robbie (y por extensión, a Cecilia) a un destino que no merece, un desenlace injusto que germinó en la imaginación desenfrenada de una niña inmadura que observa lo que sucede a su alrededor desde un pedestal de superioridad moral. Por un lado, Briony debe aprender a vivir con las consecuencias de lo que hizo, pero también necesita ser perdonada. Por eso, en Expiación…, el remordimiento y la culpa no solo sirven como medio para limpiar la conciencia y hacer más liviana la existencia, sino también como mecanismo para rearmar una historia que la falta de culpa o, mejor dicho, la convicción de que se obró bien según un sentido autopercibido de moral se encargó de romper.
Para que consideren su forma de ver la culpa:
Algo para leer: este artículo de Substack que me hizo pensar en todas las cosas que quiero querer hacer, y la culpa que siento al no querer realmente hacerlas. Mi vínculo con la lectura se está repensando constantemente, y este texto me sirvió para seguir trabajando esa revisión:
Algo para ver: Can You Ever Forgive Me?, una película del 2018 que vi en algún avión, esa forma infalible que hace que las películas se me olviden, algo que me llena de culpa. Me animo a recomendarla, sin embargo, porque sé que en el momento la disfruté un montón, y quizás escribirla acá me empuja a verla de vuelta, esta vez para recordarla.
Algo para escuchar: esta playlist que armé con recomendaciones de esta comunidad, mientras cuento los días para que algunas tensiones se vayan.
Algo para que sean parte de nuestra comunidad: en mayo vamos a explorar nuestras culpas a través de la escritura. En Patreon vamos a darnos el gusto de leer un placer culposo, esos libros de romance que quizás no te hagan ser el más intelectual de una reunión pero se devoran en una noche, te hacen reír y demuestran un excelente uso de la estructura. Para esta ocasión elegimos Una luna sin miel, de Christina Lauren. A partir de mayo, el club de cine girará en torno a la película que reseñó Anita y mutará a ser un club escrito, en lugar de un encuentro virtual. Además, vamos a tener consignas semanales inspiradas en la temática de este newsletter y vamos a liberarnos de la culpa atada a la procrastinación a través de una actividad especial. Si quieren sumarse, pueden leer más info y hacerlo en cualquier momento (sí, ya no hay que esperar al primer día del mes!) por acá.
Algo para que lleven la escritura al próximo nivel: la temática de este newsletter también se tocará en nuestros talleres de Terapia Creativa para Escritores. Cuatro clases de una hora (a veces más, a veces menos), la oportunidad de trabajar de forma individual y en parejas, debates abiertos sobre la temática mensual y la oportunidad de participar de nuestro mundialito regional para poner lo aprendido en práctica. Si es tu primera vez participando del taller, tenés un 30% de descuento y si venís con un amigo tenés un 2x1. Encontrás más info acá y te sumás al espacio contestando este mail.
Se termina otro mes. Este fue para mí un mes muy difícil. Los últimos dos lo han sido, de hecho. Por un lado, estoy viviendo eventos personales hermosos. Si me hubiesen descripto hace un año lo que sería mi abril, habría empezado a tachar los días para que llegara. Hace algunos días la respuesta a una pregunta que no me animaba a hacerme llegó, trayendo luz. Ese día había sol, así que lo miré un poco a través de mis lentes y le di las gracias. Lorde dice que el sol nos muestra el camino y no se equivoca. Pero el invierno es largo en Inglaterra, y la primavera es gris. El sol no sale mucho, y el camino se vuelve borroso. Aparecen dudas, tensiones. Ninguna es mía, ninguna amenaza mi presente, pero sí lastiman mi optimismo y mi apreciación al presente. Me encuentro deseando que abril se termine, y esto me da culpa, porque abril viene siendo hermoso.
Pienso, no por mi primera vez, que lo que escribo acá se imprime en mi vida. En mayo voy a hablar del deseo, y esto ya me hace sentirme mejor. Me desligo de la culpa, me meto de lleno en lo que quiero. No es un tema simple, pero se lleva de forma más liviana.
Si querés conversar de estas cosas conmigo y con nuestro grupo de escritoras, podés sumarte al grupo de Terapia Creativa. Tengo el presentimiento de que este mes será fascinante.
Me da culpa no estar contestando sus correos con la rapidez que merecen. Si me escribiste, ¿me perdonás? Si no lo hiciste, pero quisieras descargarte y para eso necesitás un destinatario, ¿me escribís a txt.juana@gmail.com? Sería un honor leerte.
Si querés sumarte a la comunidad que tenemos en Substack y hacerte parte del equipo newsletter, sos bienvenido. Si no, nos veremos de vuelta en tan solo un mes.
A continuación, te dejo algunos links útiles, que antes solías encontrar a lo largo del newsletter.
No es necesario tener mucho tiempo o energía para cultivar tu amor por la escritura. Si te acercás a nuestro Patreon vas a encontrar diferentes opciones para seguir creciendo en este campo. Este mes, vamos a seguir explorando la temática del newsletter. Si te interesó leerme hablando sobre el tema, imaginate qué interesante va a ser escribir.
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Este espacio funciona a base de amor por la propuesta, libros que leo para crecer todos los días un poco más y Coca Cola que me acompaña cuando tengo sueño. Si quieren ayudarme a solventar esos libritos y coquitas, pueden hacer acá desde el exterior o acá desde Argentina.
Para mí la culpa no es agradable, es una forma rancia de invitarnos a ser algo que queremos. Existen formas mucho más amorosas de hacerlo. Compartimos todas las culpas que nombraste. Todas las tengo. No estamos solas.❤️