Mi deseo más urgente en este momento es cambiar, renovar este espacio mientras admito que no soy la misma que fui el mes pasado, la semana pasada, hace media hora. Me pasé los últimos cuatro meses escribiendo lo que será mi primer libro publicado, mandando dos newsletters por semana, colaborando con otros escritores. Empiezo a escaparle a esta edición gratuita mensual porque me duele no ser lo que era. No tengo el tiempo para explorar algo en extensión y tampoco tengo la concentración que se necesita para abrir dos o tres puertas al mismo tiempo. En esta ocasión quiero hablar del deseo a través de varias aristas. Es la edición que más quiero hacer porque esta temática me parece el centro de absolutamente todo. El deseo es destino, brújula, identidad. El deseo es la lucha que vale la pena luchar. Pero estos últimos meses me encontraron lejos de un montón de respuestas, más cerca que nunca de las preguntas. Me da miedo venir acá, terminar diciendo algo que no dice nada, explorar algo que no llega a ningún lado. Por eso quiero cambiar. Una vez más, este espacio se adapta a mis capacidades y mi energía. Será una edición más corta que de costumbre, menos conclusiva, pero espero que despierte la misma curiosidad de siempre.
Links útiles: mis talleres de escritura, mentorías individuales, Patreon, recursos de escritura gratuitos, las mejores 15 ediciones de Todas Nuestras Palabras.
Para esta edición me voy a permitir pensar en voz alta. También voy a responder algunas preguntas que ustedes me dejaron como entrevistadores anónimos. Mis preguntas seguirán estando presentes, y podés responderlas anónimamente en este Padlet. Esta edición trae también las palabras de una escritora amiga admirada, una receta de la casa y un club de cine por escrito.
Pensando en voz alta
Mi deseo es el verano. Voy caminando hacia él aunque no lo busque. Cuando te gusta mucho el verano te dicen que no estás considerando a las demás personas. Las que tienen que trabajar al rayo del sol, las que no tienen vacaciones, las que no tienen agua. Lo mismo te dicen cuando te gusta mucho el invierno. No estás pensando en la gente que no tiene calefacción, o la posibilidad de pagar el gas sin complicaciones. Muchas veces mi deseo me da culpa. Escribir todas las tardes, llamarle a esto mi trabajo. Apagar la alarma y darme vuelta en la cama para abrazar a mi novio antes de seguir durmiendo. Ponerme la ropa que más me gusta sin que me preocupen las miradas ajenas. Algo me dice que no estoy considerando a las demás personas. Las que no pueden disfrutar su trabajo ni pueden seguir durmiendo. Las que no tienen a alguien para abrazar. Las que no sienten cómodas en la ropa que tienen, o en el cuerpo que habitan. Algo me dice que perseguir mi deseo es egoísta y que debería darme vergüenza conseguirlo tan rápido. El resto de mí me dice que esto es una estupidez, pero mentiría si no hablara de esto. Muchas veces siento que perseguir mi deseo es como festejar el verano. Solo se me pasa cuando recuerdo que el verano llega igual, independientemente de mi disfrute. Lo mismo pasa con mi deseo. Ignorar mis oportunidades de aprovecharlo no genera una redistribución en el universo. El verano no deja de ser agobiante si renuncio a pasarlo nadando en una pileta. El mundo no deja de ser injusto para todos si me niego la posibilidad de disfrutar esos momentos en los que siento que el viento sopla a mi favor. Si hoy dejara de vivir en línea con lo que quiero, tendría un trabajo fijo que me haría infeliz, me despertaría a las siete de la mañana contra mi voluntad, usaría ropa que tapara lo que existe debajo. Y allá afuera todo seguiría igual. La gente seguiría teniendo trabajos que no nutren el alma, abandonando la cama contra su voluntad, existiendo en un mundo que premia a los cuerpos delgados y castiga a los demás. No me sirve de nada ser feliz si todos alrededor mío están lejos de serlo, pero no puedo poner la balanza en orden con mi propia infelicidad.
Perseguir el deseo es más que solo una elección. Es un privilegio y, como tal, invoca una responsabilidad.
El deseo me hace pensar en Carlos y Camilla. El deseo da revancha cuando se lo ignora. El deseo no siempre tiene la forma que uno quisiera. No es la decisión correcta, la que cualquiera podría tomar por vos. El deseo te persigue, se adelanta a todos tus engaños. El deseo de estar en compañía de un otro me persiguió hasta que lo reconocí. El deseo de escribir arruinó todas mis chances de ser feliz con otra profesión. Intenté vivir como una mujer independiente que no sufre su soledad. Intenté convencerme de que no es tan grave pasar todos mis días trabajando de algo que me aburre el alma. Conformarme era más fácil que mirar mi deseo a la cara. El deseo es ese agujero que no querés reconocer, el que solo se llena cuando deja de ser deseo y se convierte en realidad. Pero sostener la realidad es difícil. Ahora que estoy en pareja pienso en Adam en Girls diciendo “si te murieras el mundo se volvería borroso, no sabría lo que es un árbol”. A veces la idea de que el mundo se vuelva borroso me hace escaparme adentro mío. Solo salgo cuando me extienden una mano, porque el deseo compartido de ser dos personas observando los árboles es más fuerte que el miedo de dejar de reconocerlos algún día. Sostener mi realidad profesional es una lucha diaria. Me enfrento a ella en cada compra del supermercado, cada email que busca convencerme de que no tengo derecho a cobrar por lo que sé que merezco. A veces el cansancio de estar constantemente preocupada por dinero me hace soñar con la idea de escaparme. Volver a esos trabajos que no me hacían bien pero me permitían dormir tranquila sabiendo que podía pagar el alquiler. Pero pienso en Carlos y Camilla, la historia más famosa en la cual el deseo le ganó a la racionalidad. Pienso en que no existe hacer las cosas bien, que ninguna decisión se puede tomar separada de los humanos que las llevan a cabo. Un deseo nuevo se gesta adentro mío: una vida larga al lado de la persona que amo, sosteniéndome sin tener que soltar mi creatividad. Lo reconozco, miro el agujero de frente. Camino hacia él, busco llenarlo con todo menos indiferencia.
El deseo me hace pensar en esa noche de verano del año pasado en la cual confirmé que el deseo no es necesariamente una respuesta. El deseo es el perfume que estoy sintiendo en este momento, ese que usaba el hombre que nunca amé a la tarde. Existimos en el asiento trasero de un taxi, a la madrugada, como un secreto. El deseo nos cruzó muchas veces, exigiéndonos un reconocimiento. Parecía que nos estaba diciendo “pueden negarse a hacer lo que quiero, pero no pueden olvidarse de mi existencia”. Nuestro último encuentro fue una rendición. Habíamos intentado darle un espacio a la lógica, pero el deseo seguía ahí. En calles anónimas que no volvieron a encontrarnos confesamos nuestro engaño, la mentira que habíamos estado sosteniendo. Hablamos de todo ese tiempo pasado en silencio, haciendo de cuenta que mantenernos lejos era una coincidencia y no una táctica de supervivencia. Sacamos el deseo de abajo de la alfombra, lo escuchamos hablar. Entendimos que lo que habíamos querido todo ese tiempo no era necesariamente estar juntos, sino reconocer que entre nosotros había algo más que nada. No volvimos a cruzarnos, y supongo que es porque ese deseo de honestidad ya no existe. Contrario a lo que había temido, darle palabras a nuestro deseo hasta entonces silenciado no nos arruinó la vida, atándonos para siempre a un amor imposible de sostener. En mi caso, me liberó y me permitió encontrarme con la persona que elijo hoy. Me gustaría pensar que en su caso, pasó algo parecido.
Los niños tienen deseos que ponen en peligro su bienestar. Comer una bolsa entera de caramelos sin parar, saltar desde un lugar alto, mirar películas de terror. Los adultos de nuestras vidas nos enseñaros a reprimir estos deseos, estudiarlos con paciencia, entender su riesgo. Pienso que en el camino nosotros corregimos de más, infundiéndole un miedo irracional a cualquier cosa que presente un mínimo nivel de adrenalina y se haga por el mero impulso de acceder a un disfrute. Muchos de mis deseos se presentan en mi inconsciente envueltos en cintas de peligro. Estoy reaprendiendo que querer por el querer mismo no es un capricho, o un acto imprudente.
El deseo es esa pista que aparece en los videojuegos, iluminando un objeto que hasta entonces había pasado por alto. Lo tomo en mis manos, lo doy vuelta, entiendo que es la clave que necesitaba para seguir mi camino. El deseo me indica cómo seguir avanzando en la historia.
El deseo es lo más genuino en mí. Cuando llego a encontrarme con su forma más pura, lejos de los disfraces y los condicionamientos, me encuentro conmigo.
Te pregunto, entonces:
Entrevistadores anónimos
Todas las preguntas de esta sección fueron enviadas de forma anónima. El newsletter del mes que viene va a tratar sobre COMUNIDAD. ¿Me dejás una pregunta referida al tema para que yo escriba algo al respecto? No prometo contestar todas, pero prometo leerlas con atención.
E: ¿Qué lugar ocupa el deseo en tu vida? ¿Qué tan presente está el deseo en tu vida cotidiana? ¿Qué lugar creés que “debería” ocupar el deseo? ¿Le encontrás algo negativo a desear constantemente?
El deseo ocupa un lugar protagónico en mi vida. Creo que esto pasa en la vida de todos. Hay temporadas en las cuales se vuelve el héroe, el que triunfa por encima de cualquier adversidad. A veces es el villano que complica todo, ese que querés sacarte de encima para poder seguir con tu vida sin tensión. Creo que el deseo está al frente de todo, independientemente de nuestra actitud o nuestras ganas de verlo. Actualmente es ese co-protagonista que transforma mi vida y me deja una enseñanza.
En mi vida cotidiana el deseo se hace obvio y presente en pequeños actos que van en contra de lo que siento que debería estar haciendo: dormir hasta que mi cuerpo se siente descansado, mirar una serie en lugar de trabajar en la hora del almuerzo. Creo que persigo el deseo en muchas maneras, pero en estas ocasiones es cuando más segura estoy de estar accionando 100% desde ese lugar.No creo la palabra deseo vaya de la mano con el deber. Es conveniente escuchar al deseo, creo que te ahorrás un montón de problemas así, pero también pienso que del conflicto se aprende, y mis mayores enseñanzas vinieron a partir de momentos en los cuales actué desde el deber y no el querer.
Desear constantemente es agotador. Muchas veces el acto de cargar con un deseo no puede convivir con el acto de apreciar lo que ya se tiene porque no nos da la energía para ambas cosas. Creo que por eso es tan difícil mirar a nuestros anhelos y no observar en ellos lo que nos hace falta. Pero creo que desear es un acto humano natural e involuntario, y no creo que la tarea sea reprimirlo, sino intentar habitar ese tira y afloje.
¿Como conectar con nuestros deseos y priorizarlos sin sentirnos egoístas?
En el caso de los deseos que podemos perseguir gracias a nuestros privilegios y otras personas no, creo que conectamos recordando que renunciar a ellos no hace que otros puedan acceder. Hacerlo generosamente incluye apoyar la lucha para que más personas puedan estar en tu posición sin dejar tu deseo de lado. La misión, en cualquier caso, es asumir tu posición privilegiada y desde ese lugar de, asumo, satisfacción, entregar parte de tu esfuerzo a una pelea colectiva para que tu privilegio personal se convierta, algún día, en un derecho universal.
En el caso de los deseos que se contradicen con los deseos ajenos, creo que podés conectar sosteniendo tu parte del trato y soltar el control para que la otra persona haga lo suyo. Pienso que muchas veces nos sentimos egoístas porque perseguir nuestro deseo (quedarnos durmiendo) anula el deseo ajeno (salir con un amigo que quería vernos), pero lo que quiere el otro no es que hagamos algo contra nuestra voluntad. Lo que tu amigo quiere es pasarla bien con vos esa noche, y tu falta de deseo anula el suyo, porque incluso si accedés a desconectarte de tu deseo y salís, vas a fallarle a su deseo porque no va a ser una noche divertida.
Si somos honestos con nuestros deseos, el otro tendrá que buscar una forma creativa de poder ser honesto con los suyos. A veces es simple y otras es muy difícil. Dejar a tu pareja porque tu deseo es estar solo es un caso clásico. Estás haciendo lo que tu deseo te indica, pero lastimando a alguien que querés mucho en el camino. Creo que lo único que podés hacer es honrar tu deseo apenas lo reconozcas como válido y sincero, decir tu verdad con compasión y tacto y permitirle al otro lidiar con la situación como le salga, sin intentar controlar su reacción. Podés trabajar en no sentirte egoísta, pero no podés hacerlo invalidando los sentimientos ajenos. Parte del duelo es enojarse, y la persona que no priorizaste por sobre tu deseo tiene derecho a pensar que sos egoísta, si eso le ayuda.
En cualquier caso, creo que lo principal es asumir el deseo con honestidad, sostener el espacio que el otro necesita y reconocer que las buenas intenciones también pueden lastimar. Supongo que lo que quiero decir es que lo que no hay que hacer es relativizar todo y justificarse a uno anulando así el dolor ajeno. ¿Tenés derecho a conectar con tu deseo? Sí. ¿Tenés la obligación de hacerlo con honestidad, sin mentirle a nadie? Sí. ¿Puede el otro sentirse dolido, enojado, sorprendido, decepcionado, incluso si hiciste todo lo que estaba en tus manos para suavizar el golpe? Absolutamente sí. Y si el dolor, el enojo, la sorpresa o la decepción lo llevan a decirte egoísta, bueno, es parte de su proceso.
¿A quien le contás las cosas que deseás? ¿Hay algún deseo muy fuerte que no le hayas contado nunca a nadie y solo lo sepas vos?
A María, a mi mamá y a mi novio, con mayor regularidad que a cualquier otra persona solo porque hablamos más seguido. A mis personas de confianza, si me lo preguntan. Creo que no hay ningún deseo que no le haya dicho a nadie. Sí pienso que hay deseos que existen solo adentro mío, sin palabras, porque todavía no logré procesarlos, pero cuando lo logre hacer sé que van a ser compartidos con la gente que me quiere. Me resulta mucho más fácil compartir mis deseos que mis vergüenzas.
Mi objetivo primordial, hace tres años, es el de unir escritores y darles una plataforma para que puedan expresarse. Hoy les traigo el deseo en la búsqueda, el deseo en la comida, el deseo en el cine. Todas nuestras palabras, para ustedes.
Luchinés, amiga y colega, nos habla del deseo como máquina transformadora y salvadora que te puede hacer volver a tu esencia. Voy a llevarme la idea de que el deseo es una cosa básica que se necesita para vivir. Te invito a que la leas, y te lleves algo vos.
Volver al deseo, volver a mí, por Luchinés
Tengo esa nota escrita en un post-it adelante de mis ojos desde fines del 2021.
No es casualidad que esté en un post-it.
No es casualidad que esté a la vista.
No es casualidad que sea de fines del 2021.
Esa frase la anoté después de un buen llanto post-terapia.
Me la dijo la psicóloga.
Me dijo que iba a estar bien.
Que iba a salir de ese pozo oscuro, muy oscuro en el que estaba.
Me dijo que era momento de re-construirme.
Que ahora todo era escombros pero que ella veía un buen momento para armar con esos restos, una mejor versión de mí.
Y me dijo que no me olvide de volver a lo que yo realmente quería, de volver a lo que me hacía sentir bien, volver a esa versión no actualizada del sistema en donde me sentía mejor. “Enfocate en volver al deseo, volver a vos” me dijo.
Y lo anoté para no olvidarlo.
Lo puse bien a la altura de los ojos para que pueda leerla, aún cuando el polvo de esos escombros me nublaran la vista.
Y ahí estuvo, anotada en un papel simple que uno normalmente usa para no olvidarse de lo básico que se necesita para vivir:
bananas
manzanas
1kg pollo
trapo de piso
lechuga mantecosa
Y resulta que esa frase, ese post it, ese auto-recordatorio, también estuvo ahí para que no me olvide de las otras cosas básicas que aparentemente necesitaba para vivir.
Estuvo ahí para que no me olvide de mi deseo y no me olvide nunca más de mí.
Luján.mv nos regala una receta que reivindica el placer de comer y nos separa del pecado de sucumbir al deseo con el paladar. Luján amasa palabras que nutren el alma, y estoy feliz de que mis lectores puedan conocerla y cocinar con ella.
Cuando DESEO y COMIDA se funden: Apetito y Gula
A diferencia del hambre, el apetito no manifiesta una necesidad fisiológica. En este caso, el deseo interviene en la elección de la ingesta, más vinculada a las emociones que a la correcta nutrición. Nuestro impulso psicológico busca el placer y lo obtiene a través de platos específicos que generan bienestar.
La gula, por otro lado, constituye uno de los pecados capitales para la religión cristiana. Se la describe como vicio del deseo desordenado por el placer conectado con la comida o la bebida. Bajo este marco, deberíamos rechazar cualquier alimento que nos provoque un apetito insaciable para no apartarnos de nuestras obligaciones morales.
No recomiendo que el deseo descarnado guíe todas nuestras decisiones, pero de vez en cuando deberíamos permitirnos sucumbir a comer por el placer mismo de comer. En la receta que te comparto hoy, la clave es la textura cremosa y húmeda del bizcocho. El sabor a chocolate intenso impregna la boca para luego sorprendernos con tropezones de dulce de leche a medida que lo devoramos. En pocas palabras, un mordisco tímido de este postre garantiza un viaje sin escalas a la felicidad más golosa.
HÚMEDO DE CHOCOLATE Y DULCE DE LECHE
Ingredientes
· 250 gr. de manteca
· 250 gr. de chocolate semiamargo (puede ser chocolate de taza)
· 200 gr. de azúcar
· 4 huevos
· ½ cdta de sal
· 4 cucharadas de harina
· 1 cdta de esencia de vainilla
· 400 gr de dulce de leche (o Nutella, si te gusta más)
· ½ taza de nueces o almendras (opcional)
· c/n azúcar impalpable
Preparación
Precalentar el horno. Derretir la manteca en el microondas o a baño María. En caliente agregarle el chocolate picado chiquito. Dejar 5’ sin tocar. Mientras tanto, en un bowl mezclar bien los huevos con el azúcar y la esencia de vainilla. Integrar la manteca con el chocolate hasta que se fundan bien y no queden pedacitos sin derretir. Volcar esta mezcla en el bowl de los huevos. Cuando la preparación luzca uniforme, añadir la harina, la sal y las nueces o almendras (si es que usas) y revolver sin batir. Forrar un molde cuadrado de 25 x 25 cm con papel manteca. Volcar la mitad de la preparación en el molde y llevar a horno fuerte a 200° durante 10’. ¡Poné el cronómetro y que no se te pase! Transcurrido ese tiempo, retirar del horno y cubrir la superficie con cucharadas de dulce de leche, sin esparcirlo; deben quedar montoncitos que iremos encontrando en cada bocado. Cubrir con el resto de la masa de chocolate y llevar al horno otros 10’. Apagar el horno y dejar la fuente adentro 5’ más. Retirar. Enfriar bien en heladera y cortar en cuadrados. Terminar con azúcar impalpable a gusto.
Anita Zeta nos trae un club de cine en comprimido con una película alusiva. Si sos parte de Patreon, vas a recibir una actividad completa para que uses esta película y conectes con tu deseo de escribir
Belleza Americana (1999)
“Desear" es una palabra que abarca muchos significados y, como vivo de traducir, no puedo evitar comparar la palabra con el inglés, un idioma en el que cada significado del verbo tiene su propia forma, como wish, want, o desire. El verbo que se usa en inglés depende de qué se desee. I want you so bad exclama John Lennon o How I wish you were here se lamenta David Gilmour. En español, “desear” engloba todos estos sentires. Y en este segmento, podría hablar de deseo a través de muchas películas, pero creo que estaría dejando de lado su abanico de significados. No con Belleza Americana, la película de la que voy a escribir hoy.
Deseamos ser lo que no somos, aquello que vemos en otras personas; deseamos tener una vida diferente o recuperar la que tuvimos; deseamos tener (cada vez) más cosas, más plata, más trabajo; deseamos que nuestros sueños y metas se hagan realidad; deseamos poseer objetos tanto como personas; deseamos sentir, deseamos vivir, deseamos amar y que nos amen, satisfacer y que nos satisfagan. Belleza Americana (1999) es una película que captura todas estas aristas del deseo y las personifica en los seres desdichados y aburridos que protagonizan la historia: Lester, un padre de familia autopercibido fracasado, despreciado por su mujer Carolyn, una agente de bienes raíces consumida por el sueño americano, y detestado por su hija Jane, una casi misfit que se enamora del vecino, Ricky, un aficionado de las grabaciones caseras, cuyo padre es abusivo física y verbalmente, y cuya madre ya no es una madre. Por último, tenemos a Angela, la mejor amiga de Jane, quien sin querer revive el deseo en Lester y pone en marcha la historia.
Sam Mendes dirige un elenco reducido en espacios reducidos: durante su mayor parte, la historia tiene lugar en una cuadra, principalmente en la casa de Lester (el caído en desgracia Kevin Spacey) y su familia y la de sus vecinos. Esto genera un microclima de incomodidad que se sostiene durante las dos horas de metraje. Por lo general, en este tipo de películas, el estado mental de los personajes pende de un hilo y el conflicto suele estar tan contenido que en cualquier momento explota y salpica para todas partes. Lester desea a Angela. Angela desea ser deseada. Jane desea ser amada y comprendida (y quizá también desea que su padre muera). Carolyn desea vender casas y tener un jardín de rosas perfecto. Ricky desea capturar toda la belleza que hay en el mundo, y su padre desea tener un hijo más “normal”. En Belleza Americana, los personajes interactúan de tal manera que el deseo reprimido de cada uno de ellos conduce de forma más o menos directa al destino del protagonista principal, quien, apenas empieza la película, nos anticipa que va a morir. Esto, lejos de ser un spoiler (como si en el cine solo importara el final), nos permite enfocarnos en otros aspectos más allá del desenlace de la historia, como el uso del color.
La ironía del título es bastante obvia, porque el espectador no tarda en entender que la pulcritud brillante e impecable que se muestra en la pantalla es la fachada de una vida árida, oscura y monótona. La paleta de colores que abarca toda la pantalla, similar a la de Psicópata Americano (una película del 2000 que exhibe de otra manera la desesperación por alcanzar y conservar un estilo de vida impuesto), se mantiene en la palidez de los blancos, los grises o el beige, reflejo de la pasión sosegada que predomina en esta historia. A los personajes les lleva tiempo expresar de forma explícita el deseo que sienten, pero mientras, se filtra en pequeños símbolos de color rojo que contrastan con el resto de la pantalla: jarrones de rosas rojas (de la clase “belleza americana” que le da nombre a la película) que adornan distintas partes de la casa, un auto deportivo y uno de juguete, un color de lápiz labial, una pollera y un blazer, una herida con sangre. El rojo está ahí para recordarnos que hay un deseo, solo que está aplacado. Salvo en las fantasías inundadas de pétalos de rosa que hicieron de esta una película icónica, el deseo no tiene la fuerza suficiente como para dominar la pantalla ni para guiar la vida de estos personajes. Pero al final, revienta hacia afuera con la misma fuerza que se ejerció para enmudecerlo.
Aunque quizá para un primer espectador contemporáneo cruce los límites de la moralidad y lo aceptable (y sí, los cruza), Belleza Americana es una obra cinematográfica que trasciende los años. Hoy en día puede no resultar tan novedosa como 24 años atrás cuando estrenó, quizá porque ya sabemos que no todo es lo que aparenta ser, o quizá porque las redes sociales ya nos acostumbraron a ver como normal la curaduría que hay detrás de la exhibición constante de la vida privada y personal, o quizá también porque somos una generación que, ante la falta de un futuro más prometedor, deseamos poco, menos o lo suficiente. En lo personal, creo que lo más grande que podemos desear es tener la vida que cada uno quiera crear sin dejarse llevar por los demás.
Para que consideren su forma de ver la culpa:
Algo para leer: Three Women, de Lisa Taddeo. Es uno de los mejores libros que leí en años por lo cual no me sorprendería haberlo recomendado antes pero es mi deseo que más gente lo lea.
Algo para ver: Little Women de Greta Gerwig, una película que me tocó el corazón de escritora.
Algo para escuchar: esta canción de este hombre que ahora es famoso en TikTok pero yo conocí porque mi amiga italiana me llevó a escuchar sus canciones interpretadas por músicos clásicos a la luz de las velas. Lloré porque me costaba cargar con algunos deseos y esta canción me hacía sentir en evidencia, pero me alegra saber que pude cargarlos un tiempo más, porque hoy son realidades.
Algo para que sean parte de nuestra comunidad: en junio vamos a explorar el deseo a través de la escritura. En Patreon vamos a analizar nuestro deseo lector en un club de lectura distinto pero necesario. Vos vas a elegir qué libro querés leer, y vamos a juntarnos a debatir sobre el deseo (y el hábito) de leer. Además, vamos a tener consignas semanales inspiradas en la temática de este newsletter y voy a darles una guía para que transformen (de a poco) sus deseos en objetivos creativos, usando mi experiencia como persona que este mes entregó el primer borrador de un libro que se publicará pronto. Si quieren sumarse, pueden investigar cómo funciona Patreon y encontrar las propuestas del mes en este link.
Algo para que lleven la escritura al próximo nivel: la temática de este newsletter también se tocará en nuestros talleres de Terapia Creativa para Escritores. Cuatro clases de una hora (a veces más, a veces menos), la oportunidad de trabajar de forma individual y en parejas, debates abiertos sobre la temática mensual y la oportunidad de participar de nuestro mundialito regional para poner lo aprendido en práctica. Si es tu primera vez participando del taller, tenés un 30% de descuento y si venís con un amigo tenés un 2x1. Encontrás más info en nuestra página y te sumás al espacio contestando este mail.
Dicen que los deseos no se dicen en voz alta. La superstición indica que manteniéndolos en secreto nos aseguramos de que se cumplan. Mi experiencia me demostró lo contrario. Solo llegó a mí eso que me permití reconocer como anhelo. Ojalá todo eso que apareció hoy en esta edición corra con la misma suerte. Ojalá vos también le des palabras a ese agujero que quema adentro tuyo.
Imagino que mi vínculo con el deseo seguirá siendo complicado. Me costará distinguir entre qué es lo que deseo hacer y qué es lo que pienso que deseo hacer. Voy a tener que pelearme contra mí misma para perseguir esa llama. Voy a sentir culpa cuando la busque y culpa cuando no. Pero cuento con la certeza de que es la dirección que tengo que seguir, la flecha que apunta hacia el norte, aunque no sepa qué me espera en ese norte. Y recuerdo que siempre es más fácil cargar con la insoportable constancia del deseo cuando tengo personas cerca que alivianan el peso.
Si tenés algo que decirme, ¿me escribís a txt.juana@gmail.com? Sería un honor leerte.
Si querés sumarte a la comunidad que tenemos en Substack y hacerte parte del equipo newsletter, sos bienvenido. Si no, nos veremos de vuelta en tan solo un mes.
A continuación, te dejo algunos links útiles, que antes solías encontrar a lo largo del newsletter.
No es necesario tener mucho tiempo o energía para cultivar tu amor por la escritura. Si te acercás a nuestro Patreon vas a encontrar diferentes opciones para seguir creciendo en este campo. Este mes, vamos a seguir explorando la temática del newsletter. Si te interesó leerme hablando sobre el tema, imaginate qué interesante va a ser escribir.
Todas Nuestras Palabras tiene varias secciones que llegan a vos con diferente frecuencia. Para entender un poco más, pasá por nuestra página de presentación.
Si querés convertirte en parte de esta familia de desconocidos que ahora comparten una vida, sumate a nuestros talleres. Tenemos clases grupales, individuales y talleres asincrónicos. Conocé las distintas opciones.
Conocé nuestra casa vieja y leé los newsletters del 2020.
Este espacio funciona a base de amor por la propuesta, libros que leo para crecer todos los días un poco más y Coca Cola que me acompaña cuando tengo sueño. Si quieren ayudarme a solventar esos libritos y coquitas, pueden hacerlo desde cualquier parte del mundo o desde Argentina.