Soy muy argentina, tanto que (…) siento, en mis huesos, que mi patria es el otro. Sé que es eso lo que me salvó de caer profundamente en los pozos ciegos del desarrollo personal, esas aguas internacionales donde todo vale, donde la patria es uno mismo. Siempre me costó comprometerme con las costumbres que rigen las reglas de estos mundos: explotar mi potencial, derribar mis creencias limitantes, proteger mi paz. Quizás no entendí la teoría tan bien como otros, quizás es una cuestión de no saber aplicarla. Lo que sé es que siempre me resultó incómodo lanzarme de lleno a seguir estas directivas, como si hubiesen sido diseñadas para alguien con otro cuerpo. Mi cuerpo está unido a los cuerpos que me rodean, y estirarme por fuera de esas uniones me resulta doloroso. No doloroso como la extracción necesaria de una muela de juicio. Doloroso como la amputación de una pierna sana. Quiero explotar mi potencial hasta (…) conseguir cinco alumnas que vienen a mi clase todas las semanas y diez lectores que realmente conectan con lo que escribo. No me molesta acarrear las creencias limitantes que comparto con mis seres queridos y me hacen sentir parte del mismo clan. Quiero sacrificar mi paz con gusto si eso me permite amar a un otro en todas sus formas. Sé que elegir esta forma de vida es, según muchos, lo que trae infelicidad, pero yo soy feliz así. Contenida, limitada, interrumpida. Lo que me hizo sentir miserable fue intentar cambiarlo.