Los tiempos son delicados, pienso mientras escribo esto. Los tiempos son delicados y deben ser tratados con cuidado. Cada movimiento puede generar una serie de ecos que no podemos anticipar, causando estragos a su paso.
Dos deseos que pueden resultar opuestos me convocan: quiero hablar sobre la honestidad y quiero dejar de lado el moralismo. No me gusta pensarme condescendiente pero cualquiera que le hable al otro desde un lugar verticalista termina cayendo en esta trampa. Quiero sentir que mis lectores son mis amigos pero esto no es real. No los conozco, no los leo. ¿Cómo puedo hablarles sin predicar cuando el vínculo entre nosotros es tan parecido al monólogo? ¿Cómo puedo hablarse de honestidad sin sonar condescendiente cuando esta es naturalmente entendida como un valor noble?
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Quiero entender la honestidad como lo contrario a la fantasía. Es lo crudo, lo auténtico, lo genuino. Muchas veces se entiende a la honestidad como algo naturalmente bueno, a lo genuino como inofensivo. Y en realidad, la maldad puede ser también genuina. Pienso en la forma con la cual señalamos con el dedo a aquellos que no hacen las cosas como a nosotros nos gustaría. Más de una vez decimos que esa persona “no nos parece auténtica”. Es un enunciado que no nos corresponde. ¿Quién puede marcar la autenticidad sino aquel que la hacer carne?
No quiero seguir pensando que decir la verdad está siempre bien, que la mentira es lo contrario de la confianza, que aquel que no es como yo está despegado de su naturaleza.
Para mí, la honestidad es lo propio. Es eso que sale de adentro nuestro incluso a pesar de nuestros esfuerzo por reprimirlo. Es lo que deja el balance del miedo íntimo atravesado por el deseo ancestral. Es algo que nos toca definir a nosotros mismos, eso que nadie puede marcar por nosotros.
Para esta edición voy a pensar en voz alta. También voy a responder algunas preguntas que ustedes me dejaron como entrevistadores anónimos. Como hace algunos meses, les traigo una receta de la casa, un club de cine por escrito y un poco de escritura terapéutica.
Pensando en voz alta
Podría escribir estas palabras de otra manera. Con más tiempo, con más atención. Si tengo que ser honesta, son las ocho y media de la noche de un jueves, y yo estoy bajando palabras a un documento de Word mientras de fondo veo The Holiday por tercera o cuarta vez. Me acuerdo del dato que leí una vez, ese que decía que Jude Law había estado en California antes de empezar a filmar la película y por eso se lo nota bronceado, dorado, a pesar de que en teoría su personaje venía pasando meses viviendo en el invierno. Me gustan esos datos sinceros que rompen un poco el hechizo pero de alguna forma lo hacen funcionar con incluso más efectividad. Es imposible para mí ver esta película y no convencerme de que esa historia existe. Creo que el bronceado de Jude Law incluso ayuda. Sé que me estás mintiendo y sin embargo no puedo dejar de creerte, y en ese movimiento de comprar con convencimiento lo que entiendo falso, la mentira se vuelve real.
Elegí hablar de honestidad porque fue mi palabra de este año. No la busqué yo, me encontró a mí. Quizás hice algo para convocarla. Quizás tiene que ver con ese ritual, alrededor de dos años atrás, en el que prendí y apagué velas, manifesté cosas y sostuve cristales en mis manos. El mantra era uno: ser la mejor versión de mí misma. Sabía en lo que me metía porque me lo habían advertido, pero yo estaba cegada por el futuro. Quería convertirme en esa persona que, estaba segura, podía ser. No importaba qué pasara en el medio, el sacrificio valdría la pena cuando pudiera llegar al final, cuando tuviera en mis manos los frutos. Además, si tengo que ser honesta, estaba casi segura de que no me quedaban tantos sacrificios por delante. O mejor dicho, creía que los aprendizajes serían más superficiales. Las bases de lo que soy ya se habían roto para mí. Las había vuelto a armar con paciencia. Me acompañaban buenas amigas, una familia sostén, un gusto claro por lo que quiero hacer. ¿Qué cosa tan mala podía pasar? Entonces hice ese ritual, en algún momento indefinido del pasado cercano, y todo este 2023 me la pasé aprendiendo, haciendo sacrificios, convirtiéndome en una mejor versión de la que fui pero también en una mucho más absorta en sí misma, ahogada por mis propios problemas y realidades.
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La verdad más honesta es que no pasó nada muy malo, pero yo me pasé meses enteros sintiéndome mal. Cada mes por un motivo distinto, sin terminar de poder señalar lo que realmente era la causa del problema. Había muchas y a la vez una sola, y puedo verla ahora, que estoy más cerca de destrabarla: no soy necesariamente una persona que mienta mucho, pero me alejo de la realidad cuando no termina de gustarme. Cuando era chica este hábito era adorable. Me gustaba adornar las historias y los adultos que me rodeaban se daban cuenta de eso, pero no decían mucho. A veces me creían, imagino. Con el tiempo esto se volvió complicado. Confieso que tengo un vínculo mucho más ameno con la fantasía que con lo real. Escribí una vez sobre el hecho de que prefiero ver películas que pasan en lugares estéticos o frenéticos de la ciudad donde vivo antes que salir a la calle y existir en esos mismos lugares. Cuando voy a mis calles favoritas, me molesta entenderme como sujeto que tiene que tomar decisiones, sentarse en una mesa, leer, caminar o hacer algo con su cuerpo. No me gusta, me siento inadecuada, como si ese mundo no se hubiese construido para que yo esté en él. Por eso prefiero las películas, porque puedo absorber todo sin tener que pelearme conmigo para sentirme digna de un lugar, puedo rodearme de belleza sin tener que exponerme a descubrir que muchas veces no sé qué hacer conmigo.
Este año fue difícil porque me tocó ser honesta en todos los aspectos de mi vida que hasta ahora habían estado sostenidos por la fantasía. Escribí sobre algunos de ellos en los newsletters de cada semana, y me guardé otros para mí. Cada golpe trajo su dolor. Lo que nadie te dice sobre sincerarte con vos mismo es que cuando lo hacés descubrís cuán trasparentes fueron tus mentiras, cuán expuesta estuviste siempre, cuánto supieron ver los demás antes de que vos te animaras a posar la mirada.
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No sé cuál será la palabra que me sostenga en 2024. No me animo a invocarla. Sé que me toca seguir creciendo y que hacerlo será doloroso y que tengo gente que va a estar conmigo. Es la historia de cada año. El que sigue será igual, y el otro, y el otro. Y a su manera, también será distinto, porque el presente siempre se está muriendo apenas termina de nacer. Lo que sí sé es que hay algunos movimientos sísmicos que no voy a tener que volver a hacer, porque los hice todos juntos durante doce meses y, aunque ningún proceso humano logre alguna vez estar del todo terminado, sí puedo sentir que la brecha entre la vida que tengo y la que hasta ahora creí tener está cada vez más cerrada. Arranco el año siendo sincera con lo que me da miedo, con lo que no entiendo, con lo que me genera inseguridad, con los dolores que no logré erradicar. Ya no me decoro ni a mí ni a mis circunstancias para poder enfrentarme a lo que habita en el fondo. Lo miro, a veces con rechazo, siempre tal cual es.
Termino de escribir esto con los pies cerca del fuego y la mirada dividida entre este documento y la película que sigue avanzando en el televisor. Reviso las columnas que fui escribiendo este año, sin escaparme de ningún tema, y pienso que algo tiene que haber cambiado de a un año a esta parte para que mi voz cargue ahora con esta asertividad, esta confianza de que puedo seguir escribiendo cosas bellas incluso si me animo a admitir mi espanto. Algo tiene que haber cambiado porque este diciembre solo miré películas de noche, cuando ya no se podía salir, pero de día le hice frente al hielo y la niebla. Varias veces salí de mi casa y respiré el aire característico del invierno que logra, no sé cómo, sentirse directo en los pulmones. “Huele a frío,” digo, y empiezo a caminar hacia esos lugares pintorescos o frenéticos que antes dudaba habitar. Ya no me importa no saber qué hacer, dónde pararme, cómo actuar. Me miro menos, y observo más. Lo que importa es ir. Lo que importa es estar.
Te pregunto, entonces:
¿Qué realidades tapás con fantasía? - ¿Dónde evitás estar? - ¿Cuánto te pesa el no saber qué hacer?
Entrevistadores anónimos
Todas las preguntas de esta sección fueron enviadas de forma anónima. El newsletter del mes que viene va a tratar sobre los espejos. ¿Me dejás una pregunta referida al tema para que yo escriba algo al respecto? No prometo contestar todas, pero sí leerlas con atención.
E: ¿Hay algo que no le hayas dicho a nadie nadie?
Sí, seguramente. Hay muchas cosas que nunca le dije a nadie porque las viví por dentro. No es que sean cosas secretas, es que ahora que me alcanza con mi propia compañía, puedo permitirme quedarme en silencio. A veces me da miedo saber que cuando yo no esté, o si pierdo la memoria, no voy a tener forma de recuperarlas. Pero supongo que esto es la vida, también. No hay forma de negar que las cosas se terminan, que vamos a dejar de estar. Y guardármelas para mí es una forma de confiar en que alcanza con vivir algo solo por eso, por haberlo vivido.
E: ¿Cómo hacemos para ser honestos sin miedo?
No sé si se puede, y sé que yo no lo logré aún. Este año fui muy honesta y tuve mucho miedo. El miedo es inseguridad y vergüenza pero también es eso, miedo. No sé a qué pero sé que existe y sé que muchas veces nos impide ser honestos, decir la verdad, huir de la mentira, ser nosotros mismos.
Yo suscribo más a la idea cliché de que las cosas se pueden hacer con miedo, que no valen menos cuando las atravesamos temblando. Tampoco creo que valgan necesariamente más. No soy muy meritocrática en ese sentido. Uno no elige cómo le toca transitar la vida, te toca y ya. A mí me toca con miedo, a veces espanto. Y estoy bien igual.
Cuando puedo, soy honesta con miedo. A veces no puedo, pero nunca me doy cuenta de que no estoy pudiendo. Disfrazo o miento o me escapo, y solo me hago consciente de esto más tarde, cuando el miedo se calma y me permito ver que la honestidad no estuvo ahí desde un principio. Supongo que lo que quiero decir es que en realidad, siempre estamos siendo todo lo honestos que podemos ser de la forma que nuestra consciencia nos lo permite. Y cuando podamos más, podremos más. Y cuando podamos menos, podremos menos.
Mi objetivo primordial, hace tres años, es el de unir escritores y darles una plataforma para que puedan expresarse. Hoy les traigo una receta, una reseña y un ejercicio de escritura terapéutica. Todas nuestras palabras, para ustedes.
Ante el individualismo, un plato de olla
Cuando disponemos de un presupuesto abultado, cocinar rico no presenta grandes dificultades. Procedemos a juntar unos cuantos ingredientes de buena calidad y les permitimos lucirse, sin intervenir demasiado. En este sentido, no hará falta laburar un pedazo de lomo; bastará con tirarlo a la parrilla para que resulte un manjar. Sabemos que pocas cosas son más ricas que un pan estilo francés con corteza crujiente y miga aireada, embebido en oliva extra virgen. Reconocemos que una taza de café colombiano no necesita leche para sentirse suave en el paladar, al igual que un queso artesanal excelso se saborea mejor sin acompañamientos. La cuenta es simple: partiendo de una buena cantidad de guita en el bolsillo, las posibilidades de alcanzar el éxito aumentan exponencialmente.
Si bien la mayoría no se alimenta de este modo en la vida diaria, cuando invitamos a un otre a la mesa aparece el imperativo de la ostentación como sinónimo de agasajo. Ocurre que mi bolsillo, honestamente, no está en condiciones de comprar lomo, ni café colombiano, ni queso artesanal. En el presente contexto geopolítico, mi realidad es la de muches. De hecho, el nuevo gobierno argentino propone no comer como estrategia para bajar los precios de los alimentos. Hoy, más que nunca, reunirnos alrededor de la mesa se vuelve trascendental. Alimentarnos mutuamente constituye uno de los caminos más viables para combatir el individualismo recalcitrante que nos atraviesa como sociedad. Comer juntes suaviza nuestras diferencias, en un contexto complejo donde reina la incertidumbre, el miedo y el desinterés por el bienestar del otre.
Ahora bien, la honestidad conlleva un costo: no agradarle a todo el mundo. Cuanto más honesto sea un enfoque, una idea o una comida, más posibilidades de que aparezcan detractores, críticos y haters. La honestidad y la popularidad masiva no conviven últimamente, víctimas de los algoritmos y la cultura de la inmediatez.
Soy consciente de que mis recetas podrían viralizarse si presumiese de ingredientes aspiracionales y vajilla de cerámica aesthetic. Contraculturalmente, te propongo un plato de olla honrado que no sale bien en fotos: el guiso, conjunción de ingredientes nobles que resulta mucho más que la suma de sus partes. La receta a continuación sirve meramente a modo de inspiración, pues la forma más honesta de encarar el plato tendrá en cuenta tus gustos y recursos disponibles. Adaptala todo lo que quieras, sin explicaciones.
Guiso de lentejas, calabaza y patacones (para 4 personas)
· Lentejas secas y remojadas la noche anterior, 350 gr
· Puerro picado, 3 tazas
· Ajo, 3 dientes
· Zanahoria picada, 1 taza
· Panceta ahumada, 150 gr.
· Calabaza, 3 tazas
· Tomate perita, 1 lata
· Perejil, 1 puñado
· Pimentón, laurel, pimienta negra, c/n
· Plátano macho verde, 2 unidades
· Aceite neutro para freír, c/n
1. En una olla grande, de fondo grueso preferentemente, dorar la panceta cortada en trozos pequeños. No hace falta agregar aceite porque va a desprender su materia grasa. Retirar cuando la notemos bien crujiente. Reservar
2. En la misma olla con la grasa de la panceta, transparentar el puerro con un poco de sal para que suelte el agua. Cuando lo veamos blandito, añadir la zanahoria y la calabaza rallada o picada finamente. Cocinar unos 7’ más.
3. Agregar el ajo picado y dorar unos minutos. Sumar la hoja de laurel, 1 cdta de pimentón, pimienta y sal a gusto. Cocinar un par de minutos hasta que las especias desprendan sus aromas.
4. Sumar la lata de tomate, la panceta previamente dorada, las lentejas y agua caliente hasta cubrir (a mí me gusta que el guiso quede espeso, como el de la foto, así que no agrego mucho líquido). Cocinar hasta que las lentejas estén tiernas.
5. Para los patacones, primero vas a mirar este video que explica cómo pelar el plátano. Luego lo vas a cortar en rodajas de 2 o 3 cm.
6. En una sartén con aceite a fuego medio, freír las rebanadas hasta que estén apenas doradas. Escurrir sobre papel de cocina.
7. Para darle al patacón su forma característica, mojar bien la parte de abajo de un vaso y aplastar cada trozo de plátano cocido sobre una tabla.
8. Freír por segunda vez estos círculos de plátano a fuego fuerte, hasta que queden bien dorados. Retirar y salpimentar justo antes de servir.
9. Para emplatar, colocar unos regios cucharones de guiso en un bowl hondo. Coronar con los patacones fritos y abundante perejil picado.
They Live (1988): cuando el cine hace política
Estamos llegando a fin de año como podemos y con lo que tenemos. Y que en diciembre en Buenos Aires haga tanto calor realza el hastío de las caras largas. Las elecciones, cualquiera, a mí me agobian. En los últimos dos meses vi más películas que en el resto del año, algunas por primera vez y otras por segunda o tercera. Entre estas últimas, está They Live, una película de John Carpenter.
Uno de los géneros con mayor interés en la vida política del ser humano es la ciencia ficción que, entre fantasía y distopía, critica la realidad de la que la película supuestamente está alejada. Más allá de entretener, Star Wars es la lucha del pueblo contra un gobierno totalitario, Mad Max transcurre en un mundo con recursos agotados, Ex-Machina cuestiona el uso que esperamos de la IA. ¿V de Venganza? ¿Los juegos del hambre? Se entiende la idea.
They Live estrenó en 1988, cuando en Estados Unidos gobernaba la política neoliberal de Reagan, y como Carpenter fue siempre un contestatario, nos pone la crítica sociopolítica en la cara. Nos muestra un país sumido en un consumismo voraz que profundiza la pobreza y la desigualdad y nadie dice nada. Es capitalismo duro y puro: mientras más consumís, mejor funciona el sistema. Sucede que detrás de cada producto o programa de TV hay un mensaje subliminal que mantiene al pueblo callado. Film meets politics.
La película es a color, pero lo subliminal aparece en imágenes en blanco y negro y esto no es capricho, sino un claro homenaje a las películas de ciencia ficción de los años 50 de Estados Unidos, donde reinaba la paranoia, la persecución y el anticomunismo. Este miedo a lo foráneo se tradujo a la pantalla grande en invasiones alienígenas de todo tipo, como en Vinieron del espacio de 1953 o La invasión de los usurpadores de cuerpos de 1956. Film meets politics Vol II.
Hoy hablo de They Live porque el consumismo que muestra lo veo en las redes sociales, más precisamente en las cuentas de creación de contenido, donde parece que por contrato implícito el contenido aesthetic (tan favorecido por el algoritmo) nunca va a cruzar líneas con lo estrictamente político, y esa omisión es política. No soy quien para exigirles a influencers o creadores de contenido que digan algo, pero sí cuestiono su postura de no decir nada y preocuparse más por publicitar su vida de forma bonita y tener likes, porque hay un mensaje detrás de eso. Ignorar deliberadamente la realidad del mundo que te rodea es reflejo de privilegio, ese lugar acolchonado en el que podés seguir existiendo (y vendiendo) sin que el afuera te afecte, y esa es una postura política.
Sé que a muchas personas les enoja que “se meta” la política en todo, pero las películas no existen en una esfera externa. Las películas son política. Ver películas, ese inocuo pasatiempo, es un acto político. No es casual que cuando sentimos que nos cuesta más lidiar con el día a día veamos pelis feel good que nos devuelven la ilusión, aunque sea por un rato. Nos refugiamos en esas pelis porque el mayor de los problemas es sufrir de amor, no una guerra civil, un gobierno fascista, el desabastecimiento, o la falta de trabajo.
En los últimos meses de incertidumbre, además de ver películas, busqué hablar con amigas y amigos y nunca faltó el aliento. También leí sobre la necesidad de reforzar los lazos comunitarios y creo que va por ahí, por acompañarnos, buscar mensajes que sean una invitación activa y honesta a reflexionar y pronunciarnos. Hace falta que dialoguemos. Como dije en mis historias, todo lo que tenemos y no tenemos forma opinión. Así que, si está a nuestro alcance, busquemos tener referentes que nos inviten a reflexionar y hablar, no a escapar.
En la nueva incorporación de este espacio,
nos trae un poquito de escritura terapéutica para que no nos quedemos solo en el saber y pasemos al hacer a través de las palabras.En caso de emergencia, rompa el vínculo rol que le pide ese vínculo
Un momento culmine de la adultez es cuando descubrís que tus papás son personas además de papás. A veces pasa cuando llega el divorcio y te encontrás incómodo con ellos saliendo con amigos o diciéndote no, hoy no puedo; a veces pasa cuando las diferencias generacionales se achican y la relación trasciende a la horizontalidad. Ya somos todos adultos o, como les gusta decir a ellos, el trabajo ya está hecho.
Ahora queda en nuestras manos, nos pasan la papa caliente. La mayoría de nosotros llega a lo que un día nos dijeron que era el punto máximo de la vida recién empezando a entender algunas cosas. Los 30 y sus años circundantes dejaron de ser la edad para la casa propia, el auto y los hijos para muchos, y la falta de recursos económicos, seguridad y estabilidad que, en muchos casos, es lo que retrasa esos deseos que lo ocuparán todo una vez lleguen, dejan espacio para quedarnos con nosotros.
Ya estamos grandes, decimos siempre, y todavía no sabemos quiénes somos. El vacío que deja la crisis mundial nos permite empezar (o seguir, en el mejor de los casos) revisando nuestras identidades, eligiendo cuál de todas las que tenemos y habitamos nos sienta mejor. Pero no hay identidad verdadera sin honestidad radical, y, para eso, tenemos que ser capaces de mirar de frente todos esos espacios que ocupamos y des-cubrir cuáles son propios, cuáles ajenos, y, sobre todo, cuáles queremos seguir habitando (y cómo).
Ejercitemos la escritura personal pensando en los roles que solemos habitar sin ni siquiera darnos cuenta. A veces somos el hermano que media, la hija que siempre dice que sí, la compañera de trabajo que se la pasa salvándole las papas a los demás, la mitad de la pareja que pone las necesidades del otro por encima de las propias.
Te invito, entonces, a:
Hacer una lista de, al menos, 10 roles que ocupás en tu vida.
Elegí entre 1 y 3 de los que más incomodidad te generan e indagá a partir de las preguntas:
¿Quién está detrás de ese rol? ¿En qué te beneficia sostenerlo? ¿De qué te protege?
La honestidad, en pedacitos:
Algo que me tocó vivir: en diciembre me tocó dar la noticia a mis alumnos de que Tamara Postorivo, una compañera nuestra, falleció después de tres años atravesando un cáncer hostil. No estoy en condiciones de escribir algo digno de ella todavía, me voy a volcar a esta tarea en enero, pero no quiero dejar de recordar a esta persona excepcional que tuve la suerte de llamar alumna, compañera y amiga. Si quieren conocer su versión más auténtica, pueden leer su Substack:
Algo que disfruté leer: ¡¡¡ADENTRO!!! por Ciro Korol, el balotaje desde el Hospital de salud mental Dr. Agudo Ávila: ¿qué votan los pacientes, qué los enfermeros? Encuesta, crónica y reflexión de uno de los internos. Me pareció un texto fantástico y auténtico, de esos que solo podrían haber sido escritos por la persona que los escribió.
Algo que disfruté ver: la serie de fotos The Adventures of Guille and Belinda and The Enigmatic Meaning of Their Dreams de Alessandra Sanguinetti, que acompañaron esta edición.
Algo que disfruté escuchar: siempre me gusta escuchar a Dolly Alderton porque es de las pocas personas que logran sostener una imagen de belleza y glamour que se asocian a ser una escritora icónica sin dejar de lado la autenticidad.
Algo para que sean parte de nuestra comunidad: en enero vamos a explorar la honestidad a través de la escritura. Van a recibir consejos para trabajar su propia voz y van a recibir cuatro consignas para trabajar la temática a través de un ensayo, un texto hilado, un relato de ficción y una propuesta de conexión con tu diario. En el club de lectura, nos juntaremos a debatir La vida mentirosa de los adultos, de Elena Ferrante. Si quieren sumarse, pueden investigar cómo funciona Patreon y encontrar las propuestas del mes en este link.
Algo para que lleven la escritura al próximo nivel: la temática de este newsletter también se tocará en nuestros talleres de Terapia Creativa para Escritores. Cuatro clases de una hora (a veces más, a veces menos), la oportunidad de trabajar de forma individual y en parejas y debates abiertos sobre la temática mensual. Encontrás más info en nuestra página y te sumás al espacio contestando este mail.
Se termina el año y yo ya dejé honestidades en el newsletter pasado y ahora no sé cómo cerrar estas palabras. Lo que me sale decir es que apuesto a seguir existiendo así, de la forma más auténtica que me sale, que es mucho menos auténtica de la que llegaré a abrazar cuando sea más grande, tenga menos miedo, y me duela menos la realidad, pero es mucho más auténtica de la que pude hacer carne hasta ahora.
Que la honestidad tome la forma que cada uno sienta. Para alguien será un guiso, para otros un vínculo sin resentimiento, para mí es un conjunto de palabras que no buscan cambiar la realidad sino dejar registro de ella.
Este año fue difícil y fue hermoso. Me sentí inmensamente querida y valorada por momentos e incomprendida y detestada por otros. La mayoría de las veces, sentí ambas cosas al mismo tiempo. La honestidad también es el gris. Para que haya equilibro es necesario que exista una fuerza que nos mueve en contra de nuestra voluntad. Este año bailé entre altos muy altos y bajos muy bajos. Lo que me sostuvo todo el tiempo fue la palabra y el amor. Mientras escriba, me consta que soy lo más auténtica que puedo.
Deseo que todos abracemos la idea de que la autenticidad no tiene por qué ser una tarea, un desafío, sino la forma más liviana que se presenta en todo momento. La honestidad está donde no existe un esfuerzo. Tu opinión más natural, tu accionar más instintivo, tus sentimientos más automáticos. Ahí reside la autenticidad. No en una versión futura libre de filtros, sino en una versión presente libre de juicio propio.
Si querés trabajar conmigo para cerrar el 2023 y encarar el 2024, conocé mi espacio Propósitos Pacientes.
Si tenés algo que decirme, ¿me escribís a txt.juana@gmail.com? Sería un honor leerte.
Si querés sumarte a la comunidad que tenemos en Substack y hacerte parte del equipo newsletter, sos bienvenido. Si no, nos veremos de vuelta en tan solo un mes.
Gracias por llegar hasta acá,
Juani
A continuación, te dejo algunos links útiles, que antes solías encontrar a lo largo del newsletter.
No es necesario tener mucho tiempo o energía para cultivar tu amor por la escritura. Si te acercás a nuestro Patreon vas a encontrar diferentes opciones para seguir creciendo en este campo. Este mes, vamos a seguir explorando la temática del newsletter. Si te interesó leerme hablando sobre el tema, imaginate qué interesante va a ser escribir.
Todas Nuestras Palabras tiene varias secciones que llegan a vos con diferente frecuencia. Para entender un poco más, pasá por nuestra página de presentación.
Si querés convertirte en parte de esta familia de desconocidos que ahora comparten una vida, sumate a nuestros talleres. Tenemos clases grupales, individuales y talleres asincrónicos. Conocé las distintas opciones.
Conocé nuestra casa vieja y leé los newsletters del 2020.
Este espacio funciona a base de amor por la propuesta, libros que leo para crecer todos los días un poco más y Coca Cola que me acompaña cuando tengo sueño. Si quieren ayudarme a solventar esos libritos y coquitas, pueden hacerlo desde cualquier parte del mundo o desde Argentina.