Resulta extraño escribir sobre los miedos de día, en verano, en un día soleado. Uno pensaría que los miedos no existen en este espacio temporal. Las películas de terror suelen situarse a la noche en casas abandonadas, llenas de tierra y arañas, llenas de un vacío que te llama. Pero existen varios tipos de miedos.
Están los conocidos, los clasificables, los justificados. Son por lo general estereotipados, compartidos, a veces incluso rozan lo simpático. Están tan metidos en el inconsciente colectivo que no necesitamos dar explicaciones interminables para que el otro entienda de qué manera esos miedos dominan o comandan nuestra vida. El miedo a las arañas, a las enfermedades, a la muerte, a que nos roben, nos ataquen, nos engañen o nos dejen. Alcanza con nombrar el miedo para que el otro entienda gran parte del panorama. A veces ni siquiera es necesario o educado preguntar por qué eso nos atemoriza. Qué se yo por qué me da miedo morirme, porque es un miedo que tenemos todos. Cómo no voy a tener miedo a que me roben a punta de pistola cuando sé que pasa tan seguido. Explicame vos cómo puedo animarme a querer sin temer que ese objeto de amor se vaya y me abandone cuando hay tantas historias que encienden mi miedo.
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Distintos son los miedos que no necesitan de la noche para aparecer. Son, también, los que nos hacen sentir solos. Son miedos personales, propios, casi hechos a medida. Mi escritura se está viendo altamente condicionada por Elena Ferrante y sus personajes. Pienso ahora en Elena Greco y sus miedos íntimos: empezar a renguear, exponer sus sentimientos, no alcanzar el prestigio. Para entender estos miedos hay que conocer su historia, saber que fue maltratada por madre renga, que nunca se habilitó a ser quien acciona en pos de un deseo, que su vida gira en torno a una competencia silenciosa con su mejor amiga. Yo tengo miedos así, y para entenderlos de verdad, en su entereza, deberías conocerme. Yo también tengo que conocerte para entender los tuyos. Quizás, si hablamos, logremos descubrir que aunque menos comunes, estos miedos también son compartidos.
Sería imposible para mí sentarme en una mesa a compartir una charla con todas las personas que imagino valen la pena, pero existen las palabras. Por eso leo y por eso escribo. Y hoy me toca escribir sobre los miedos que no existen solo en las películas de terror o en la oscuridad. Quizás los míos sean también los tuyos.
Para esta edición voy a pensar en voz alta. También voy a responder algunas preguntas que ustedes me dejaron como entrevistadores anónimos. Como hace algunos meses, les traigo las palabras de una escritora amiga admirada, una receta de la casa y un club de cine por escrito.
Pensando en voz alta
Siempre le tuve miedo a cosas ridículas e ignoré por completo los miedos racionales. Prefiero que vengan a apuntarme con una pistola y no que un perro me persiga por la calle, digo con convicción. Estoy convencida de que puedo persuadir a un asesino de que no me mate, pero sé que no puedo negociar con un perro. Este ejemplo es real y abarcativo. Así me siento con todo. Estoy segura de que la racionalidad puede salvarme la vida. Por eso mis mayores miedos son cosas que se imponen más allá de mi voluntad o mi don de la palabra: las palomas, los perros, el viento, las profundidades. No puedo pedirles que no me hagan mal, que no me ataquen. Habría que preguntarse si realmente puedo detener a todos mis otros miedos hablando. Quizás es solo una ilusión. Si es así, prefiero no saberlo. Necesito sentirme a salvo de algunas cosas.
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Algunos de mis miedos se disfrazan de respeto. Al mar lo respeto más que a mis mayores, más que al amor. Sé que puede tragarme viva y escupirme si quiere. Por eso no me impongo caprichosamente a las olas. Si ellas están movidas, yo me mantengo lejos. Lo mismo me pasa con consumir algunas sustancias, viajar a destinos exóticos o usar la tarjeta de crédito. Sé que me estoy perdiendo de mucho si no me entrego a probar estas experiencias aunque sea una vez, pero no puedo soltarme ni intentándolo. El miedo me impediría disfrutar. Solo podría pensarme siendo arrastrada por las olas, abriendo espacios terribles en mi cabeza que después no puedo cerrar, perdiéndome en un lugar aislado o acumulando deudas. Sé que algunas personas creen que drogarse está mal o que deber dinero es irresponsable, pero yo no lo veo tan así. Creo que todo en la vida puede ser beneficioso si uno sabe que realmente ahí existe un beneficio personal. Podés probar algunas sustancias para destrabar traumas, podés comprar ese lavarropas que necesitás en 12 cuotas. El beneficio casi siempre aparece cuando uno siente el disfrute o el alivio. Y estos no existen cuando aparece el miedo, lamentablemente.
Algunos de mis miedos son solo prudencia. No me limitan sino que me recuerdan cómo se supone que tengo que hacer las cosas. Vuelvo temprano, camino por calles principales iluminadas, evito a toda costa gastos innecesarios, googleo antes de visitar un país. Esto me evita problemas. A veces la gente que me rodea me quiere convencer de que sea menos temerosa pero yo veo cómo ese miedo mío, que es prudencia, les hace la vida más fácil. Si entiendo esto, entiendo también que mi vida es fundamentalmente más fácil gracias a la prudencia ajena. Entonces trato de no enojarme cuando mi mamá me da un consejo que quizás no necesito, o mi novio investiga con atención obsesiva qué carpa comprar para ir de campamento. Esos consejos resultan ser muy útiles tres años después en una situación distinta, y dormir en una carpa diseñada para soportar vientos fuertes puede salvar tu fin de semana.
“Le tuve miedo a cosas que no pasaron,” anoto en mi bloc de notas antes de sentarme a escribir. Fueron tantas que ya perdí la cuenta. Algunos de estos miedos eran terribles, como caerme del péndulo de Winter Wonderland o morirme antes de conocer el amor. Sin embargo, no hice mucho por evitarlos. Me subí a ese péndulo y rechacé invitaciones a citas teniendo como única justificación un presentimiento. Esos miedos, frente a la realidad, se esfumaron. Lo peor que podía pasar no pasó, y ya no pasará. No tengo interés en volverme a subir al péndulo, es una de esas cosas que alcanza con hacer una sola vez, y sé que incluso si el amor que tengo ahora se pierde yo voy a tener la certeza de que sé lo que se siente haberlo tenido.
Algunos miedos no se han ido porque todavía no les tocó el momento de hacerlo. Solo el tiempo dirá si hice bien en temer o no. Creo que son miedos compartidos, o por lo menos eso siento después de hablar con mis amigas. En menor o mayor medida, de diferentes maneras, todas tenemos miedo de que la vida que buscamos no llegue, que las puertas no se abran cuando nos llegue el turno de tocarlas. Para algunas el miedo es no poder tener hijos, para otras no conseguir trabajos que les gusten. En el fondo el miedo es el mismo: no poder cumplir un sueño que nos llena de ilusión.
También tengo miedos que evito enfrentar a toda costa. Son, por lo general, desprendimientos del miedo a lo desconocido, a empeorar una situación, a ser culpable de mi propia infelicidad. Por lo general estos miedos se imponen ante mi voluntad y me obligan a que tenga que trabajarlos aunque yo no quiera. Y en el fondo descubro que al final no había nada que temer.
Durante toda mi adolescencia y joven juventud le tuve muchísimo miedo a que la gente vea que tengo deseos. Nunca le dije a los chicos que me gustaban que quería salir con ellos, al menos no de formas claras. Siempre me guardaba una parte de la confesión para poder alegar un malentendido si me rechazaban. Tampoco era de anunciar con ganas que quería escribir y vivir de algo creativo. Lo mantenía en el reino de los pasatiempos, siempre dispuesta a negar mi interés si me sentía expuesta. Me gustaría decir que me cansé o que mi deseo se cansó por mí, pero la verdad es que todavía guardo algunos de estos miedos. Mientras estuve soltera, mostré siempre un desinterés mentiroso. Sé que si hubiese conocido a mi novio en un bar no habría tenido el coraje de caminar hacia él y pedirle su número. Incluso ahora que escribo de forma pública me guardo la profundidad de mi deseo de convertir esta disciplina en mi trabajo. Dejo pasar oportunidades que podría aprovechar porque no soportaría que me rechazaran. Digo la verdad pero a medias. Y sé que es prudencia pero también es por miedo. Es más seguro habitar este espacio donde uno no terminó de intentarlo, cuando la esperanza se mezcla con la fantasía de lo que podría ser, que reunir los pedazos de un sueño que se rompió.
No tengo muchas certezas pero sí sé qué es lo que quiero. Sé que quiero aprender a vivir con mis miedos, soltar la necesidad de erradicarlos. Ellos son tan parte de mí cómo mi creatividad, mi deseo y mi coraje. Son mi identidad, aunque no me guste admitirlo. Vivir sin mis miedos es una fantasía irrealizable y peligrosa.
Te pregunto, entonces:
Entrevistadores anónimos
Todas las preguntas de esta sección fueron enviadas de forma anónima. El newsletter del mes que viene va a tratar sobre la originalidad. ¿Me dejás una pregunta referida al tema para que yo escriba algo al respecto? No prometo contestar todas, pero sí leerlas con atención.
E: ¿El miedo y la libertad son necesariamente antónimos?
Me cuesta definir el sinónimo o el antónimo de palabras tan enormes. No sé qué es el miedo, tampoco la libertad. Todo depende de quién o cómo se sienta.
Hay miedos que te hacen libre. Son miedos que te protegen de cosas que pueden atraparte en lugares de los que cuesta salir. Sé que siempre fui demasiado temerosa como para disfrutar algunos placeres de la juventud, pero ahora en la adultez me encuentro bastante libre de vicios.
Lo que puedo decir es que hace unos años aprendí que el miedo debe ser tratado cuando afecta y limita tu vida. Cuando dejé de caminar por ciertas cuadras para no cruzarme con palomas, decidí que tenía que hacer algo. Tener una fobia concreta como la que yo tengo por los pájaros es horrible pero se hace fácil de tratar. Otros miedos saben esconderse mejor. El miedo al compromiso, al éxito, al fracaso. La llamada de atención debería venir de esa falta de libertad. Cuando tu miedo no te permite ser sin fricción, hay que hacer algo.
E: ¿Hace poco leí que en realidad a lo que más le tememos no es a nuestra sombra sino a nuestra luz. Siento que me aterra ser yo en todo mi esplendor. A vos, ¿te da miedo ser?
La respuesta más inmediata es sí, me da miedo ser. Creo que a todos, en mayor o menor medida, nos cuesta ser lo que somos, darle una oportunidad a nuestra esencia. A veces es por vergüenza, pero muchas veces es por miedo. Miedo, sobre todo, a lo desconocido. Mostrarse como uno es, dejar de reprimir los impulsos naturales, rendirse frente a eso que te llama de forma primaria, todo eso puede cambiar tu vida. Creo que de ahí sale el miedo muchas veces.
No sé qué cosas de mí me da miedo ser ahora. Siempre puedo distinguir estas cosas en retrospectiva. Supongo que es porque cuando el miedo se anuncia en voz alta sentís que es bastante ridículo y terminás haciendo cosas, quieras o no, para salir de su control. Sí sé en qué momentos pasados sentía miedo de ser más yo. Quien haya leído mis columnas semanales en 2022 lo sabe, pero el año pasado transité meses de mucho miedo a ser suficiente sola, sin un hombre a quien querer. Es medio difícil de explicar y quizás suene tonto si lo digo en pocas palabras, como un resumen, pero creo que entendí, después de mucho tiempo, que a pesar de haber sido siempre soltera nunca me había permitido estar del todo sola. Mis planes a futuro siempre incluían a un otro y estaba dispuesta a poner a cualquiera que me diera algo de cariño en ese lugar. A comienzos del verano una pequeña frustración me hizo darme cuenta de esto, y entre noches escribiendo en mi diario y sesiones de terapia entendí que era momento de darle paso a la idea de bancarme sola y ser suficiente para mi vida. Sentí muchísimo miedo en ese momento. Estaba segura de que, si hacía el esfuerzo de repensar patrones, iba a sentir que no necesitaba una pareja. La iba a seguir queriendo siempre, porque el deseo nunca se apaga, pero ya no sentiría el vacío que hasta entonces había sentido. Y mi miedo nacía, entonces, de ese mundo desconocido. No sabía qué podía pasar pero entendía que la gente satisfecha tolera menos. Lo venía experimentando hacía años de a poquito. Mis relaciones habían sido siempre mejores que las anteriores. Cada hombre con el que salía superaba al que había venido antes, y mis intereses se reducían. Me daba cuenta de que cada vez pedía más, o quizás me interesaban menos personas. ¿Qué iba a pasar, entonces, cuando yo lograra sentirme bien sola, completamente satisfecha, sin hacer concesiones? Mi mayor miedo era perder para siempre el deseo de estar con un otro, o, peor, seguir con el deseo intacto pero no encontrar a nadie alrededor mío que pudiera darme lo que estaba dispuesta a recibir.
No me quedó otra que hacer la prueba. El verano fue largo, las citas aburridas, y me encontré necesitando mi propia compañía más que nunca antes. Llegando a septiembre había adquirido una relación muy cómoda conmigo misma. Mis miedos demostraron ser bastante reales. La idea de conocer gente nueva me empezó a dar cada vez más fiaca. A mi novio lo conocí así, cansada. Resultó ser lo mejor que podía pasarme. Solo tenía energía para algo bueno, y él lo fue.
Hay algunos miedos presentes que se parecen a este. Son miedos que todavía no resolví. El miedo, por ejemplo, de escribir desde mi lugar más honesto, sin priorizar lo que puedan llegar a pensar los demás. Es un miedo que estoy trabajando en privado en mi columna de todas las semanas. Creo que es un miedo a que se me rompa para siempre la perilla que me obliga a proteger mi reputación. Pueden pasar cosas terribles, pero quizás, otra vez, estoy frente a un miedo que anuncia cosas maravillosas.
Mi objetivo primordial, hace tres años, es el de unir escritores y darles una plataforma para que puedan expresarse. Hoy les traigo el miedo como despertador, el miedo en la comida, el miedo en el cine. Todas nuestras palabras, para ustedes.
CRis es alumna de mi taller hace tanto que me cuesta recordar clases en las que ella no estuvo. Sin embargo, en sus primeros meses sus participaciones eran más escasas, silenciosas, limitadas quizás al chat o al comentario ocasional. Como siempre pasa con la gente que se queda en Terapia Creativa por el tiempo suficiente, ella se empezó a abrir, y nos dejó conocer sus palabras. Elegí a CRis para esta edición porque me parece el ejemplo perfecto de por qué el miedo achica no solo el mundo de quién lo carga, sino de quién está enfrente. Mi mundo era más chico antes de las palabras de CRis, por eso le agradezco haber dejado atrás el miedo a ser leída.
Pensé que era experta en el miedo, por CRis Rosales
Cuando le conté a Pau que me habían invitado a escribir sobre el miedo me dijo: “Ah, vos sos experta en eso, te va a salir re fácil”. Nos reímos en complicidad, porque siempre le digo que si algo me detiene de hacer cualquier cosa, es que “me da miedo”. Sobre todo exponer lo que siento y pienso cuando escribo. Intentando hacer sentido de esto, me di cuenta que me estaba confundiendo el miedo con otros sentimientos.
Me llevó tiempo entender que lo que me genera que otra persona me lea es un poco de vergüenza y vulnerabilidad. Mucho de lo que siento que soy está muy enterrado en mi porque temo. Todo el tiempo temo a que mis palabras lastimen a alguien cercano. Me pasó de contar una anécdota escolar y que la persona involucrada en la historia, con quien supimos ser buenas amigas por muchos años, se sintió dolida y expuesta, aunque no haya dicho su nombre, porque su accionar en la historia había sido cruel conmigo. Desde ese momento, me freno al querer contar ciertas historias.
A mí me mueve lo que siento y siento mucho, todo el tiempo, todo. Siempre le digo a mi psicólogo que tengo que fingir demencia todos los días al menos un momento para que el mundo no me resulte tan hostil.
Un día, por un tuit, sentí miedo de algún día olvidarme de la voz de mi mamá. Decía algo así como que nos olvidamos de las personas cuando no podemos recordar su voz. En ese momento sentí pánico y me largué a llorar. Reflexionando, me di cuenta que no era miedo lo que sentía sino dolor y tristeza de saber que aunque yo le haya pedido a mi mamá que viva para siempre, eso no iba a suceder.
Otra vez leí, por esta canción, que FEAR (miedo en inglés) es False Evidence Appearing Real (algo como: Falsa Evidencia Aparentando ser Real). Es lo que tu cabeza inventa para inmovilizarte, un mecanismo de defensa prehistórico y animal de cuando el hombre de las cavernas tenía que estar alerta para que no se lo coma un depredador y el instinto de supervivencia que tienen todos los animales que se hacen los muertos para que no se los coman. El miedo y la disociación. El cerebro primitivo salvándonos de la única manera que sabe. ¿Y después? Después hay que seguir, pero a qué costo.
No soy fan de la idea de “tener miedo pero hacerlo igual, con miedo”. Pienso que hacer las cosas con miedo es similar a hacer las cosas en un mal día, nada va a salir bien porque lo estas haciendo desde un lugar re choto. Por eso, me gustaría compartir lo que hace el miedo conmigo, o como aprendí a interpretarlo. A mí el miedo me empuja a prestar atención. Es como una especie de recordatorio que me habilita a explorar mis opciones, mis variables, mis deseos, mis sueños. Y bueno, sí, mis amigues me dicen que vivo en una nube rosa (o de pedos) y que soy muy inocente o soñadora para este mundo, pero yo sigo creyendo en que con la atención correcta podemos crear una realidad en la que sea todo un poco más justo. ¿Por qué o cómo llegué hasta acá? Porque últimamente muchas de las personas que amo tienen miedo de un potencial futuro.
Al parecer, desde mi visión, estuvimos distraídos mucho tiempo y no es para menos, pasaron muchas cosas. ¿Se acuerdan de la pandemia? A mi me generó ansiedad, terror y una profunda incertidumbre. Me obligó a prestar atención y pedir ayuda. A hablar de a montones, a escuchar y observarme, a observar otras realidades, intentar interpretarlas, entenderlas. Prestar atención era algo que hacía de manera cotidiana, algo hasta natural. Pasar desapercibida, ser observadora y rara vez participante. La distancia me dio perspectiva, pero fragmentó la lectura de la realidad a lo que los participantes estabas listos para compartirme.
No fue intencional el dejar de prestar atención, pero sí trajo sus consecuencias. Y el miedo apareció para recordarme que hay algo que se está por autodestruir, desaparecer y que habría que evaluar cuales son las opciones: ¿Hacerse el muerto o pararse y pelear? Una vez más, tal vez aquí peco de inocente, pero elijo creer —así como en nuestra Termo Messi Mundialista Era— que mis pares, esa sociedad en la que yo crecí y encuentro mi más profunda identidad, no se va a hacer la muerta y se va a levantar a pelear. A veces pienso en San Martín y siento que probablemente no se hizo un pingo el muerto, por el contrario, se levantó hecho verga como estaba y fue a liberar países, sacó cagando al rey y plantó la celeste y blanca con convicción. No sé de donde sale esa frase de “no esta muerto quien pelea” pero acá siento que aplica perfecto.
¿Está dentro de nuestra idiosincrasia quedarnos en casa sin hacer nada mientras todo alrededor se prende fuego, o somos esos que tomamos las calles y damos batalla con las herramientas que tenemos? A veces, leyendo algunos desesperanzados, siento que hasta tienen ganas de que al país le vaya mal, “para que la gente aprenda”. ¿Pensarán que ellos no son “la gente” y lo que suceda no los afectará? ¿Es tan inmenso el odio entre pares que vamos a auto-castigarnos por una lección de la que probablemente no solo no aprendamos nada, sino que es evitable? Podremos no ponernos de acuerdo en todo, pero es mi más profundo deseo que nos pongamos de acuerdo en que cuidar lo construido, nuestras vidas y las del conjunto de la sociedad, es ponerse a prestar atención para disipar el miedo.
Cuando sentí miedo de compartir lo que escribo porque a alguien podía no gustarle, pensé en que no conozco a todas las personas del mundo y está perfecto que no les guste lo que pienso. Leo a personas con las que no acuerdo para entender mejor el mundo y cuestionarme la interpretación que hago de la realidad que me toca.
Cuando sentí miedo de algún día olvidarme de mi mamá, empecé a grabar su voz sin que ella supiera. Guardo sus audios de Whatsapp, planifico visitarla en cada oportunidad que tengo y la observo, la escucho, agradezco tener la chance de abrazarla.
Cuando me da miedo de que Argentina se vaya al carajo, recuerdo que siempre nos estamos yendo un poco a la mierda y que somos 47 millones de chiflados que se pusieron de acuerdo para ganar un mundial metiendo papelitos al freezer, prendiendo velas, rezando y creyendo en las brujas. O que 5 millones de personas fueron a recibir a un grupo de pibes y cortaron las autopistas mas grandes de la capital hasta que el caos fue tal que estos muchachos tuvieron que salir en helicóptero. Ja, que ironía el helicóptero.
Entonces, ¿habrá ganas de no jugar a hacernos los muertos porque el miedo nos paraliza? ¿Podremos mover algo en lo que creemos para promover el bien común sin importar la identidad partidaria? Al final, el juego no se gana teniendo razón, sino poniéndonos de acuerdo. Y si es el miedo lo que nos va a movilizar a cambiar la historia, entonces estemos cagados bien en las patas.
Luján.mv nos regala una receta que nos quita el miedo a los temerosos de la cocina. Siempre admiré a las personas que te reciben en su casa con el olor de unas galletitas recién horneadas, y ahora, gracias a Lu, puedo ser una de ellas. Quizás vos también te animes a pelearle a tu miedo con su receta.
La democratización de las hornallas
Contrario a la creencia popular, cocinar es inherentemente sencillo. Aquelles que lo hacemos mejor que otres tan solo hemos dedicado más tiempo a repetir incasablemente una serie de procedimientos y métodos. Después está la magia de la mano, claro, pero todes nacemos con la capacidad innata de prepararnos el alimento.
La sobreoferta de recetas en cada vez más plataformas puede saturar nuestra percepción y hacernos temerle a esta tarea tan mundana. Cocinar no necesariamente implica llevar adelante procedimientos complejos y larguísimos. Este enfoque abunda en la cocina profesional, que relacionamos con los restaurantes y sus platos grandilocuentes. Sin embargo, no es el único saber culinario que existe.
Democratizar las hornallas es entender que podemos encararlas sin miedo. Algunas preparaciones parecen complejas si las analizamos a partir del producto terminado, pero en realidad lo único que requieren es que sigamos ciertos pasos. Este es el caso de la receta que quiero compartirte hoy. El impacto que causará en tus comensales será inversamente proporcional a lo difícil que resulta llevarla a cabo.
Estas galletas son ideales para quienes aman comer la masa cruda que queda en el batidor o la cuchara cuando se prepara alguna torta. Al hornearlas, su corteza queda crocante y acaramelada; el centro, crudo y blandito. Este contraste de texturas es una fiesta en la boca. Podés incluso congelar la masa y tenerla en un recipiente hermético apto freezer. Cuando lleguen visitas, metés las cookies freezadas en el horno… ¡y tu casa olerá a galletas recién horneadas mágicamente!
COOKIE DOUGH COOKIES
INGREDIENTES
· 200 gr de manteca derretida FRÍA
· 3/4 de taza de azúcar rubia
· 1/4 de taza de azúcar común
· 1 huevo
· 2 cdtas. de esencia de vainilla
· 1 y 3/4 tazas de harina 0000
· 2 cdas. de leche en polvo descremada
· 1 cdta. de sal
· 1/2 cdta. de polvo de hornear
· 1/2 cdta. de bicarbonato de sodio
· 100 gr de chips de chocolate semiamargo
PROCEDIMIENTO:
Batir la manteca derretida fría con los azúcares. Incorporar el huevo y la esencia de vainilla. Agregar los ingredientes secos, mezclar bien y añadir los chips de chocolate. Llevar a la heladera durante al menos 1 hora. Tomar porciones de masa y formar pelotas del tamaño de una bola de ping pong. Colocar en una placa con papel manteca, bien espaciadas porque crecerán, y hornear a temperatura máxima entre 4 y 5 minutos. No sobrecocinar para conservar el centro blandito. Remover las galletas de la placa con espátula inmediatamente y enfriar sobre una rejilla.
Anita Zeta nos trae un club de cine en comprimido con una película alusiva. Si sos parte de Patreon, vas a recibir una actividad completa para que uses esta película y conectes con tu deseo de escribir
Cha Cha Real Smooth (2022): el paso que sigue
Vi Cha Cha Real Smooth la noche del domingo anterior a que se publique este newsletter, cuando la idea era escribir (en un experimento bastante arriesgado) sobre Pesadilla en la calle Elm o “la de Freddy Krueger”. Una vez que dejé de llorar con el final (y sospecho que por otras cosas también), le escribí a Juana para decirle que había cambiado de opinión.
En Cha Cha Real Smooth seguimos a Andrew (Cooper Raiff, quien también escribió, dirigió y produjo la peli), que acaba de recibirse de la universidad y vuelve a casa de la madre hasta que consiga trabajo y pueda ahorrar para ir a Barcelona, donde cree que lo espera una novia. Como no tarda en darse cuenta, le va a llevar más tiempo del que cree. En esa espera, un espacio liminal tan típico de (principio de) los veinte, aparece la incertidumbre, ese miedo con el que empezamos a convivir en la adultez.
Pero Andrew no es el único en sentirse así. También está David, el hermano menor, que está enamorado de una compañera y no sabe qué hacer al respecto y mucho menos cómo. Andrew, igual de perdido que él, le imparte una sabiduría falsa, improvisada a fin de mantener la fachada de que los más grandes siempre sabemos qué hacer. Y está Domino (Dakota Johnson), madre de Lola (compañera de David), que tiene autismo. Los caminos de estos personajes se cruzan en una seguidilla de bar y bat mitzvás que se festejan en el grado de David, y esto es un aspecto que aporta a la fluidez y solidez de esta coming-of-age: centrales para la trama, estos ritos judíos celebran el pasaje a la madurez… a los 12 y 13 años.
Entre varias cosas que me gustaron de Cha Cha Real Smooth, es que además es sutil porque el guion no recurre a subrayar lo perceptible y, en una película que usa el diálogo como vehículo para avanzar, esto me parece un logro. Entendemos y conectamos con las cosas que sienten los personajes mediante gestos, movimientos, acciones y mediante todo lo que en realidad no dicen (todavía). ¿No es esa la esencia del miedo? ¿No dejarnos decir lo que queremos decir?
Los miedos que vemos acá son miedos arraigados, latentes, que existen y están presentes mientras los días pasan y lo único que se puede hacer es dejar que pasen. Son miedos que no les impiden a sus personajes vivir, pero sí dejarse llevar. La conexión entre Andrew y Domino es instantánea y genuina y esto les aterra
porque tener la vida por delante da miedo,
creer que no podés da miedo,
no saber qué sigue da miedo,
enamorarse da miedo,
ser feliz da miedo,
que las cosas no funcionen da miedo,
perder lo que querés da miedo.
Y nuestros personajes lo saben.
La resolución de Cha Cha Real Smooth es reconfortante y es que Raiff escribió una película sensible, que muestra piedad hacia sus personajes y también hacia el público (quiero creer que Raiff busca hablarle a cualquier ser humano). Tener miedo no es fácil. No existe una guía que nos diga qué pasos seguir, ni una edad en la que nos liberemos de él. Hacer frente a un miedo es elegir tu propia aventura constantemente y con páginas infinitas. Pero pienso que, si hoy llegamos hasta acá, muy posiblemente sin saber bien cómo, quizá podamos seguir un poco más.
Para que consideren su forma de ver la inocencia:
Algo para leer: Expectativas, de Anna Hope, es un gran libro para las chicas de 30 que tienen miedo de ver el futuro en su puerta.
Algo para ver: Profile, de Timur Bekmambetov. Es una película basada en una historia real, recomiendo ver el trailer para saber dónde se están metiendo.
Algo para escuchar: este podcast, que habla de algo que realmente da miedo.
Algo para que nosotros leamos tus palabras: te invitamos a participar de la convocatoria abierta escribiendo algo referido a la temática de este mes. Consultá las bases y condiciones y envianos tu texto antes del 20/09.
Algo para que sean parte de nuestra comunidad: en septiembre vamos a atravesar nuestros miedos a través de la escritura. Vamos a reivindicarlos, entenderlos y usarlos para crear. Todo esto a través de un club de lectura, un club de cine, una actividad especial y consignas para explorar este tema. En Patreon vamos a leer Tres luces, de Claire Keegan, una novela muy corta que explora a la perfección el miedo de una niña que no entiende qué está pasando a su alrededor. Además, vamos a tener consignas semanales inspiradas en la temática de este newsletter y voy a darte un consejo personal para que le hagas frente a un miedo creativo. Si quieren sumarse, pueden investigar cómo funciona Patreon y encontrar las propuestas del mes en este link.
Algo para que lleven la escritura al próximo nivel: la temática de este newsletter también se tocará en nuestros talleres de Terapia Creativa para Escritores. Cuatro clases de una hora (a veces más, a veces menos), la oportunidad de trabajar de forma individual y en parejas y debates abiertos sobre la temática mensual. Si es tu primera vez participando del taller, tenés un 30% de descuento y si venís con un amigo tenés un 2x1. Encontrás más info en nuestra página y te sumás al espacio contestando este mail.
Para cerrar, un mensaje que no puedo dejar de dar:
El miedo más urgente que veo dando vueltas en este momento tiene que ver con el futuro sociopolítico. No solo en Argentina sino también en Inglaterra, donde vivo, y en los países en los que viven mis amigas. Este es un miedo real y serio. A veces pienso que nosotros los argentinos estamos anestesiados ante la perspectiva de un futuro peor al presente que tenemos. Pensamos que nada puede ser peor, o quizás que si empeoran las cosas mágicamente vamos a salvarnos. Como antídoto, desde todos los lados nos bombardean con el mensaje de que podemos cambiar nuestra propia realidad solo con voluntad y esto es mayormente mentira. No creo que podamos cambiar nuestras vidas solo con ganas. Sí pienso, sin embargo, que podemos mejorar la vida de la persona que tenemos inmediatamente al lado con un poco de compasión y ternura. No vamos a hacer que el mundo deje de arder, pero será más fácil transitarlo si nos despegamos del individualismo y empezamos a pensar en alguien más. La figura del otro se nos hace muchas veces, obvio, ajena. Es difícil obrar en beneficio de alguien que no conocemos, pero todos sabemos de alguien concreto que necesita una mano más que uno. Si queremos cambiar el mundo con fuerza de voluntad, empecemos por alguien más. Quizás todavía tengamos el poder de sostener a un otro cercano.
En línea con eso, no quiero dejar de compartir un extracto de mi columna Terrible y necesario, que salió el jueves 17 de agosto:
El miedo existe siempre en relación a un futuro. Se teme a eso que no llegó, y se asume que es peor que lo que tenemos adelante. Y muchas veces tomamos decisiones para escapar de ese futuro posible. Son decisiones que quizás no nos representan, van incluso en contra de nuestros principios, pero nos prometen salvarnos de la amenaza. Es importante tener miedo pero también es importante saber mirar lo que ya es real, lo que no está esperando para venir porque ya llegó. A veces pienso que para no caer en la angustia de reconocer que el presente es espantoso elegimos caer en la desesperación de que el futuro será mucho peor si no cambiamos algo, lo que sea. Es necesario que las cosas cambien, porque quizás algunos estamos logrando asomar la cabeza pero muchísimas personas están a minutos de ahogarse para siempre, pero también es importante exigirle a los que sí pueden cambiar las cosas que nos ofrezcan un camino de acciones reales, positivas, sostenibles en el tiempo, ancladas en propuestas concretas. Y en la medida que sea posible, es esencial que dejemos de mirar el centro propio y pasemos a mirar al de al lado. No solo en los domingos en los que uno pone el voto en la urna, temiendo o soñando un futuro, sino en el resto de los días en los cuales hay cosas concretas que se pueden hacer en el presente, cosas que no van a cambiar el panorama por completo, porque no tenemos el poder individual de hacerlo, pero quizás pueden ayudar a que una sola persona, la más cercana que tengas, sienta aunque sea por un rato que no se está ahogando, que tiene tiempo.
Si tenés algo que decirme, ¿me escribís a txt.juana@gmail.com? Sería un honor leerte.
Si querés sumarte a la comunidad que tenemos en Substack y hacerte parte del equipo newsletter, sos bienvenido. Si no, nos veremos de vuelta en tan solo un mes.
Gracias por llegar hasta acá,
Juani
A continuación, te dejo algunos links útiles, que antes solías encontrar a lo largo del newsletter.
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Como siempre que termino de leerte, quedarán varias ideas resonando.
"No tengo muchas certezas pero sí sé qué es lo que quiero. Sé que quiero aprender a vivir con mis miedos, soltar la necesidad de erradicarlos. Ellos son tan parte de mí cómo mi creatividad, mi deseo y mi coraje. Son mi identidad, aunque no me guste admitirlo. Vivir sin mis miedos es una fantasía irrealizable y peligrosa."
Gracias <3