Cuando me vine a vivir a Londres, mi hermano me regalo una foto de cuando éramos chicos que hasta entonces había tenido en su habitación, enmarcada en un portarretrato austero de vidrio. “Para que nos lleves” me había dicho en nuestra despedida. Desde el día en que llegué, el portarretratos estuvo en mi escritorio, hasta que un día se cayó al piso y se estalló. Cuando lo abrí para salvar la foto, descubrí que ésta estaba pegada al vidrio, y que sacarla intacta iba a ser imposible. Entonces pegué el vidrio con un poco de cinta scotch y dejé la foto en mi escritorio como había estado desde el comienzo de mi vida en este nuevo país, nuestras caras sonriendo entre flores detrás del vidrio que ahora estaba estallado.
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En foco: El Arte del Newsletter, un taller on demand para que te desarrolles en el oficio de la escritura y construyas una audiencia online
Especial de este mes: ¿Cómo te comprometés con la escritura? - mirá el quinto encuentro grupal de 💌 equipo newsletter 💌
Las temáticas de los meses pasados están pegadas en el vidrio de este newsletter. No puedo escribir sobre lo que hoy vine a escribir, que es naturaleza, sin tener en cuenta todo lo que vino antes. Porque no estoy pensando en la naturaleza como esas flores que enmarcaron la imagen que tengo con mi hermano, sino en nuestras caras concretas, la suya pícara y la mía entusiasmada. Estoy pensando en la naturaleza como eso que uno es y lleva a todos lados, eso que no se puede despegar del vidrio que nos separa del mundo sin romper con una parte esencial de nuestra identidad. Y digo que las temáticas están todas pegoteadas entre sí, que no puedo hablar de naturaleza sin hablar de honestidad, de espejos y de movimiento, porque realmente lo intenté y fallé y esta edición no es más que eso: el reporte de un fracaso. Y supongo que tiene sentido, que de alguna manera cementa el mensaje. Porque uno no puede escapar de su propia naturaleza, y tampoco puede escapar de lo que es real y verdadero, ni puede escapar de lo que refleja en los demás, y menos que menos puede escapar de las olas que hacen con su cuerpo lo que quieren. Y si vamos al caso, los escritores no pueden tampoco escapar de la decepción de descubrir que la oración que buscabas no estaba entre las palabras que tenés en tus manos. El texto no es sino una reescritura de todo lo que se intentó antes y falló o no estuvo a la altura de lo que sentíamos que queríamos decir.
En marzo, entonces, me toca hablar de la historia de un escape de mí que nunca se pudo concretar y del reencuentro con algo que siempre había estado ahí.
Para esta edición voy a pensar en voz alta y dejarles algunos retazos de lo que me convoca alrededor de esta temática. Además, Sofía Dómine Fantasía, coordinadora de Terapia Creativa nos trae su interpretación de la temática. Como hace algunos meses, les traigo una receta de la casa, un club de cine por escrito y un poco de escritura terapéutica.
Pensando en voz alta
Comencemos por un principio que este mes se conmemora. Hace cuatro años mi vida era un caos. No esos caos terribles y angustiantes de los que uno prefiere no hablar, no. Era un caos de esos de los que se puede sacar belleza, como dice la canción. Había renunciado a mi trabajo días antes de descubrir que se venía una pandemia, me había obsesionado con un hombre que no me quería y al que tampoco podía ver y mi plan de vivir por un tiempo haciendo trabajos temporales se había caído porque ningún lugar estaba abierto. Entonces hice lo que hizo todo el mundo en ese momento y fingí demencia convirtiendo mi pasatiempo en mi trabajo. Hace cuatro años que existe este newsletter, mis talleres de escritura, este lado mío que sube cosas a redes como si estuviera hablando a una audiencia de amigos que en realidad no conozco. Hace cuatro años que mis tiempos son míos y también lo son las responsabilidades. Hace cuatro años que hablo de escritura todas las semanas y escribo sobre escritura aunque sea una vez por mes. Hace cuatro años que una parte de lo que soy se comió todas las otras que alguna vez supe ser, y cuatro años es mucho tiempo, y siento con la seguridad que sienten las mujeres que hacen el duelo durante una relación que esto llegó a su límite, que no sé si estoy lista para algo tan serio, que mejor si la dejamos acá y somos solo amigos.
Decía en la introducción que las temáticas de los meses anteriores se pegan con la de este, naturaleza, de una forma incómoda. No quiero hablar de honestidad otra vez, pero no me queda otra que hacerlo. Porque así como febrero fue el mes en el que un tsunami barrió con mi vida como la conocía y no me quedó otra que armarla de vuelta con los restos de palmera y las cinco toallas que encontré en la orilla, marzo viene siendo el mes en que el descubrí que me estuve mintiendo a mí misma por mucho tiempo. Porque si me preguntaban hace unos meses, yo hubiese jurado que este era mi trabajo ideal. Sus únicos puntos débiles eran circunstanciales y se resolverían con el tiempo. Pensaba que el problema era una cuestión de dimensiones. Mis talleres necesitaban ser más grandes, mi alcance necesitaba ser más abarcativo, yo necesitaba ser más conocida. Si lograba ejecutar mi plan maestro, podría juntar los frutos de ingresos pasivos, usando mi tiempo a mi antojo, viajando para todos lados con mi computadora.
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Acá es cuando entran los espejos. Dicen que la comparación te mata pero cuando no sabés lo que estás haciendo, compararte es tu única salida. Hace cuatro años mi experiencia sobre ser mi propia jefa era nula. Hasta entonces había usado las redes como si fuesen hojas sueltas de una carpeta de secundaria, dando como resultado un collage de música y poesía, fotos recortadas y deseos. Todo muy lindo, todo muy lindo, pero con lo lindo no se llega a fin de mes. Aunque, si somos sinceras, cuando sos freelance no existe el fin de mes sino el principio, cuando tenés que hacer cuentas de lo que pasó el mes anterior y juntar lo suficiente para pagar un alquiler. El resto del tiempo te convertís en recolectora de tus propias limosnas y llegás al día treinta de cada calendario y le preguntás a la vida, como en la primaria le preguntabas al kiosquero, “¿con esto qué me alcanza?”. Pero no viene al caso, de los espejos hablaba. Durante estos cuatro años las personas que existieron para mí como guías sobre cómo hacer las cosas fueron las colegas o amigas que hacía tiempo trabajaban moviendo la batuta de esa orquesta de tareas infinitas que las marcas personales requieren. De ellas aprendí y gracias a ellas llegué a donde llegué, que no es la cima de ninguna montaña pero sí me encuentra con un libro en librerías. Soy una inconforme pero todo tiene un límite, así que digamos que gracias a mostrarme como aprendí que se mostraban ellas llegué hasta acá, que es un buen lugar. Digamos también que lo que no te dicen de publicar un libro es que después de que pasa ese momento fantástico del lanzamiento la vida sigue. Lo que yo les puedo decir sobre publicar un libro en un país mientras vivís en otro es que a veces sentís que ni siquiera pasó. Entonces digamos que llegué a donde llegué, que es un lugar que me cuesta sentir propio y cercano porque la geografía lo hizo ajeno y lejano. Y quizás si hubiese llegado acá a los ochenta años diría bueno, hasta acá llegamos, buenas noches y mucha suerte, pero tengo apenas más de treinta, y llegar no me habilitó a más que un descanso corto antes de volver a preguntarme para donde hay que ir.
Decía que gracias a copiar mis espejos llegué a dónde estoy y es porque mi trayectoria es bastante clara. Para publicar mi libro necesité escribir un newsletter todas las semanas por tres años, dar clases de escritura, convertir este pasatiempo en mi carrera, esperar, tener suerte. El último punto es el más complicado de abarcar y hoy no tengo ganas de darle mucho espacio. Que alcance con decir que puedo tener ideas, talento y tenacidad pero sin suerte no habría llegado acá, a ese lugar que, reconozco, es el más alto al que llegué alguna vez. Que alcance con saber que con la suerte sola no se hace nada pero con el talento solo tampoco. Si no, pregúntenle a mi papá que conoció un cuidacoches que recita poesía como nadie. Lo pueden encontrar todos los días con un libro leído y releído, trabajando en sus poemas propios en el aire o en algún cuaderno que se guarda en el bolsillo. A ese tipo le sobran ideas, talento y tenacidad. A ver si alguien me viene a decir que de haber tenido suerte no estaría recitando sus poemas en las librerías, siendo un poeta reconocido como los que él lleva de acá para allá en los libros que lee una y otra vez. Pero, de vuelta, no es el punto. Hablaba de los espejos. Es difícil hablar de los espejos porque cuando uno dice que prefiere evitar ser como alguien lo que se escucha es una crítica. Y yo muchas veces critiqué el mundo freelance pero en este caso vengo a hacer lo contrario. Yo admiro y valoro a mis colegas y amigas que siguen conduciendo orquestas monotributistas con sus batutas plateadas. Por mucho tiempo las vi vender sus cursos o mentorías en tiempo récord y pensaba que se lo merecían, que algo estaban haciendo para llegar a donde estaban llegando, que es un lugar al que yo no llegué nunca. Muchas de ellas, publicistas de profesión y generosas de vocación, me ofrecieron ayuda para que yo también pudiera trabajar en esa marca personal que ellas habían dibujado de una forma tan clara. Algunas veces la tomé pero muchas otras les dije que no, que gracias, que cuando tuviera más ganas de inyectarle compromiso al área de marketing de mi orquesta lo haría. Las ganas no llegaron nunca, y tampoco llegaron los talleres vendidos en una hora o las mentorías individuales agotadas.
Cuando trabajaba como profesora de inglés, tuve una jefa mala. Fue mala conmigo pero también fue históricamente mala. Mi papá conocía a su hermano y cuando le comentó que yo trabajaba para ella la respuesta que recibió fue “uh, es jodida mi hermana”. El consenso es general, eso quiero decir. Renuncié a mi puesto dos meses después de empezar porque mi hermano me dijo que basta, que no podía estar tan estresada porque un grupo de nenes de ocho años no sabía escribir bien la palabra “rubber”. Pero, pero, pero, le dije yo intentando llegar a cualquier otra conclusión que no se sintiera como rendirse. Pero es el mejor instituto de la ciudad. Pero ella sabe mucho. Pero recién empiezo y quién sabe quizás todavía estoy a tiempo de acostumbrarme. Mi hermano me dijo que no tenía sentido acostumbrarme porque yo no quería ser profesora de inglés toda la vida. Entonces renuncié al día siguiente, y esta jefa mala me dijo que parecía que me estaba rindiendo, y yo le dije que para ella enseñar inglés era tan importante como tener un brazo pero no lo era para mí, porque otras cosas lo eran. La metáfora debe haber sido débil porque ella pasó a decirle a mis colegas y futuras jefas que no se podía confiar en mí como profesora, que no me gustaba trabajar, que no tenía entusiasmo. Por un tiempo esto me dio vergüenza y ahora me da un poco de gracia. Se equivocaba pero tampoco tanto. Y en cualquiera caso, nadie le creyó mucho, porque sabían que era una jefa mala.
¿Conocés nuestro espacio digital inclusivo para aquellos que buscan formar comunidad y desarrollarse en el oficio de la escritura sin depender de las redes sociales? Te ofrecemos una variedad de propuestas que buscan adaptarse a tu interés, tu compromiso y tu bolsillo: contenido gratuito, reuniones mensuales, un taller y más.
Esta historia pertenece a otra vida pero de alguna forma se vuelve a hacer presente en esta. Porque si tengo que ser sincera, ser una mujer a cargo de un pequeño o gran emprendimiento de talleres y mentorías que cuenta con un ingreso pasivo y una lista de clientes es el gran sueño de muchas, pero no es el mío. Tengo mejores metáforas después de años escribiendo pero esta vez me quedo con esa que usé alguna vez: este sueño no es tan importante para mí como tener un brazo. Mis dos brazos fueron, son y serán siempre los mismos: mis amores y mis palabras. Y sé que podría seguir insistiendo con esta vida absolutamente freelance, que si tan solo intentara usar las redes sociales como sé que funcionan, si invirtiera en los mecanismos de difusión que entiendo mis amigas y colegas han usado, si me dignara a crear un programa más concreto que apuntara a trabajar el bloqueo creativo o la concreción de proyectos o todas esas cosas que sé hacer pero me aburre enseñar, quizás podría vivir siempre de esto. Quizás podría ganar mucha más plata de la que gano ahora y quizás esto me ayudaría a acostumbrarme a todo eso que no me gusta de esta vida. Porque la verdad es que no me gusta no saber cuánta plata voy a tener a fin de mes, y no me gusta tener que usar mi identidad como herramienta para vender mis propuestas, y no me gusta empaquetar mis conocimientos para poder ofrecer talleres de objetivos claros a una audiencia masiva. A mí lo que me gusta es trabajar con escritores de una forma lenta, me gusta cobrar lo que yo podría haber pagado cuando era una profesora de inglés intentando encontrar un lugar para la escritura y no más, me gusta decir que no existen soluciones y que la recompensa es el camino. Me gusta no contar qué pasa en mi vida excepto en mis newsletters cuando un ejemplo lo hace estrictamente necesario, me gusta poder pasarme días sin decir nada en redes, me gusta separar de una forma clara a mis alumnos, mis amigos y mis seguidores. Durante estos cuatro años repetí una y otra vez que podía acostumbrarme a todo lo que no me gustaba, y tenía que hacerlo porque quería llegar a esos lugares a los que vi llegar a mis amigas y colegas espejos. Y es recién ahora, después de que pasé por el mes del movimiento y el movimiento pasó por mí, que descubro que en realidad esto es mentira. Lo que quiero es llegar alguna vez a un lugar donde mis amores y la escritura sean mi prioridad y es momento de reconocer que no voy a llegar a ese pico coordinando talleres y mentorías a tiempo completo, que con todo este sacrificio y esta entrega estuve en realidad escalando otra montaña. Porque si tengo que ser honesta, y desde que empecé a escribir esto lo vengo siendo, a veces dejo audios de mi hermano sin escuchar por días porque no tengo espacio en la cabeza, y sentarme a escribir la novela por la que fui reconocida hace unos meses siempre está al fondo de mi lista de actividades. La mayoría de mi tiempo está ocupado haciendo proyectos para hacer crecer esa marca personal de la que reniego pero indefectiblemente cuido y mantengo. Y no sería un problema si no fuera porque, en el fondo, no me importa tanto, porque una vida sin dirigir esta batuta no se siente como si me fueran a arrancar un brazo.
Este es el mes de la naturaleza y juro que tengo un punto. El punto es que, como dije al principio, la naturaleza enmarcada en este newsletter es eso que yo no puedo evitar ser, esa parte de la foto pegada al vidrio que no puedo separar sin romper. Y yo no me puedo despegar de la escritura pero sí puedo despegarme de mi marca personal en redes y de esta parte de mi identidad que coordina talleres y mentorías a tiempo completo. No es cuestión de ser solamente eso que uno siente íntimamente que nació siendo, pero sí me toca reconocer que mi rol como ¿tallerista? ¿coordinadora de un pequeño emprendimiento? no merece la atención que le di hasta ahora. Porque quizás estoy a tiempo de acostumbrarme, pero no quiero hacerlo. Intenté tener esa vida y me gustó pero no me pertenece. Fake it till you make it dice la frase pero yo no estoy tan segura. Pienso que eso que es antinatural y poco genuino se vuelve demasiado pesado y en el camino lo terminamos soltando. Y yo estoy dispuesta a soltar de a poco ese peso. Estoy dispuesta a pararme frente a mi propia jefa mala, esa que por momentos me dice que me estoy rindiendo, y decirle que la vida freelance de mujer tallerista y emprendedora es muy linda pero yo no la elijo, que hay algo que me interesa más, que me gusta trabajar pero no así, que los puntos a favor no alcanzan para contrarrestar el esfuerzo.
En 2016 tomé la decisión de dejar de trabajar para esa jefa mala. Volví a dormir a la noche, de a poco dejé de sentir que me temblaban las manos. Unos meses después me enamoré, y de ese amor nació una novela que me acompañó muchos años. No hice plata con la escritura y seguí trabajando de profesora, pero puse mis prioridades en orden. No fue un año fácil, tampoco lo fue el que siguió. La foto perfecta de mi vida se podía ver solo a través de un vidrio estallado. Intenté separarme de él, cambiar de perspectiva, pero ese vidrio, mi punto más bajo, era lo más honesto de mí, y la escritura estaba pegada directamente a él. Mi escritura, esa que cuando me falta se siente como si me estuvieran arrancando un brazo, depende de esta foto estallada que nada tiene que ver con mi marca personal o mi imagen curada. Cada golpe y cada caída me aferró más y más a las palabras. Son ellas las que quedan cuando el movimiento se lleva todo lo demás. Mi naturaleza son las personas que amo y las historias que escribo.
Cuando se abre un nuevo camino es necesario buscar nuevos espejos. Existen los obvios, escritores clásicos y modernos que me marcan con su historia una sugerencia de cómo puede ser la mía. Existen los cercanos, mi novio que trabaja todos los días en algo que le gusta y a veces lo agota pero le permite saber con seguridad que puede proyectar una vida a futuro y le deja suficiente tiempo para correr y cocinar todos los días. Existen también los inesperados, como ese cuidacoches poeta que conoció mi papá y que tiene más que ver conmigo que eso que intenté ser todos estos años. A todos los une la entrega, el orden claro de prioridades, la construcción de la identidad alrededor del amor por lo que te constituye íntimamente y no por la imagen que ve el mundo. Cada espejo me recuerda que uno no se puede escapar de eso que por cuestiones azarosas de la vida lo terminó movilizando. Yo no elegí conmoverme con las palabras, pero tengo que reconocer que, además de amar a quienes tengo cerca, es lo único que me imagino haciendo durante toda mi vida. Los trabajos pasarán, los proyectos morirán, pero yo voy a seguir leyendo y escribiendo. Quizás gratis, quizás por plata, con amor y compromiso siempre. Como si no me quedara otra. Como si dejar de hacerlo me hiciese sentir que me están arrancando un brazo.
Equipo Newsletter - edición gratuita
Una de mis metas de 2024 es utilizar Substack de una manera más efectiva. No quiero generar ruido, sino dar sentido. Por eso, la sección gratuita de Equipo Newsletter se muda a este newsletter, reemplazando a los entrevistadores anónimos que tuvimos el año anterior.
Para los lectores
Elegir qué newsletters seguir es difícil, y Substack como plataforma beneficia a los escritores en inglés. Si querés leer algunos newsletters en español, podés conocer las publicaciones que dejaron su aporte en Equipo Newsletter (dejá tu publicación en comentarios si querés que te agreguemos al equipo!)
Para los escritores
Convocatorias abiertas:
La idea detrás de formar un equipo newsletter fue la de conectar, amplificar voces y generar comunidad. En el pasado, el taller de Terapia Creativa que coordino solía tener su competencia interna, y extraño darle ese espacio a los creativos que me leen y me acompañan. Ahora, este newsletter tiene convocatorias abiertas para que ustedes puedan ser leídos.
La próxima convocatoria tiene como temática NATURALEZA, el tema de este newsletter. Tenés tiempo de participar con tu texto hasta el 15/04. Leé la información completa para saber más.
Encuentros grupales en Zoom:
Nuestro archivo completo incluye la grabación de cinco encuentro grupales donde debatimos algunas temáticas como ¿cómo definirías tu práctica?, ¿buscás la inspiración o dejás que ella te encuentre?, ¿qué rol tienen tus palabras?, ¿dónde encontrás la confianza para publicar y ¿cómo te comprometés con la escritura? Podés acceder a todos estos encuentros y sumarte a los que sigan por solo £5 al mes o £40 al año, y podés cancelar tu suscripción en cualquier momento.
Nuestro próximo encuentro es el 22/04 y vamos a debatir la pregunta ¿qué decisiones tomás como escritor? pensando las distintas personas que nos toca ser como artistas digitales modernos: publicistas, contadores, secretarios.
El Arte del Newsletter, un taller on demand:
Quizás tu estilo es más bien autodidacta y no querés necesariamente trabajar en equipo. Está bien! Ahora tenemos un taller on demand llamado El Arte del Newsletter, y todos sus módulos ya están disponibles.
En palabras de una persona que ya pasó por este taller:
“Compartiste conceptos muy importantes. Y siempre hay comentarios que, quizás parecerían obvios, pero a veces una necesita escucharlos para empezar a ponerlos en práctica.
Yo siento que leerte acrecientan mis ganas de escribir y me hace escribir mejor. Haciendo este taller esas ganas aumentan aún más y la confianza en lo que estoy haciendo también.”
¿Tenés alguna pregunta sobre cómo funciona este espacio? Escribinos a info@todonuestrots.com y te contamos más.
Mi objetivo primordial, hace cuatro años, es el de unir escritores y darles una plataforma para que puedan expresarse. Hoy les traigo un texto de mi colega Sofía Dómine Fantasía, coordinadora de Terapia Creativa, una receta, una reseña y un ejercicio de escritura terapéutica. Todas nuestras palabras, para ustedes.
La más flamante incorporación a este espacio es
, que forma parte de mis talleres desde hace años y n marzo abrió su propio grupo de Terapia Creativa. Después de tomar mentorías conmigo por mucho tiempo, y cargando años de docencia encima, Sofi se acerca a nosotros incorporando esta faceta nueva que puede acompañar a escritores en su proceso. Pueden sumarse a tomar clases con ella el martes 9 de abril a las 18:30 (tenemos clase abierta disponible!) en este horario ideal de after office argentino o los sábados a las 10 AM o leer a continuación su interpretación de esta temática, a través de un texto que captura su esencia y su brillante mente.Multitudes singulares
El caminito mental es el siguiente. Pienso en mi naturaleza e intento definirme, rápidamente, en una oración, como si eso fuera posible. Como si no lo hubieran intentado incontables autores a lo largo del tiempo. Pienso en Walt Whitman, un fragmento de su poema Song of Myself está siempre en mi cabeza. Do I contradict myself? Very well then I contradict myself, (I am large, I contain multitudes.) Por supuesto que somos multitudes. Somos una persona en nuestro hogar, otra en nuestro trabajo, una diferente al estar entre amigos. Si quisiera definirme como una sola, me sería imposible, sin embargo yo sé que hay algo detrás de todas las que soy. Voy a intentar averiguarlo. El camino se recorre de atrás hacia adelante.
Tengo cinco años. Mis papás cuentan con orgullo que a los cuatro ya sabía leer. Esto me dará vergüenza cada vez que lo cuenten. Junto tres rectángulos de papel, los pego, agarro una fibra y empiezo a escribir. Lo que más me gusta en el mundo son los gatos, así que escribo un cuento, le hago dibujitos y le pongo un título. La primera y única edición de Un Gato Loco sale un peso. Parece que a los cinco ya sé escribir.
Los grandes ya preguntan qué quiero ser cuando sea grande. Yo, sin dudarlo, digo que quiero ser escritora, y luego entierro el deseo durante 25 años. Paniquearé ante la pregunta hasta que me anime a enfrentarlo. En mi cabeza tiene el mismo sentido que soñar con ser cantante o actriz.
Tengo ocho años. Estamos viajando en avión por primera vez. El vuelo está retrasado, y lo estará por dos horas más. Saco de mi mochila un anotador azul, y empiezo a escribirles cartas a mis amigas contándoles lo que me está pasando. El viaje no empezó y yo ya quiero registrarlo todo, quiero contarlo, sacarlo de mí. Cuando llego a destino escribo algunas postales y, a diferencia de las cartas, éstas sí las mando. Años después, el anotador azul estará junto a mis cuadernos y mis amigas aún conservarán esas postales.
Tengo 11 años. Empiezo gimnasia artística. Voy un mes, y dejo. Empiezo hockey. Voy un mes, y dejo. Cuando quiera empezar patín, no me querrán comprar los patines por si dejo. Duraré seis años, pero no importa, cuando deje la primera carrera me convenceré de que siempre fui una persona que abandona. Luego entenderé que no tiene nada de malo hacerlo. Más adelante, que siempre hubo algo que nunca dejé. Escribo en mi diario íntimo todas las noches sobre lo que sea que me pase. Años más tarde arrancaré las hojas y no habrá registro de quién fui.
Tengo 17 años. El momento de definir qué quiero ser se acerca y todas las certezas que tenía se caen. De un momento para otro descubro que no sé quién quiero ser, y elijo una carrera sin pensarlo demasiado. Escribo lo que me pasa a la madrugada y a veces lo subo a notas de Facebook, pero no vuelvo a considerar mi sueño de niña.
Tengo 20 años. Estoy a punto de dejar mi primera carrera y enseguida dejaré una más. Ya nadie me pregunta qué quiero ser cuando sea grande porque ya soy grande y se supone que ya lo tendría que saber. Escribo en un blog que nunca le mostraré a nadie.
Tengo 28 años. Trabajo de lo que me gusta, pero me cuesta definirme como tal. Como no tengo un título, y no lo tendré por más tiempo del que hubiera creído, digo que soy profesora pero siempre aclaro que aún no me recibí. Me empiezo a replantear si es correcto dejar que un trabajo me defina. También pienso que si no tengo un título que me habilite, ¿cómo puedo decir que soy algo? No escribo en ningún lado pero incentivo a mis alumnos a que lo hagan y descubro que las clases que más disfruto son aquellas en las que ellos inventan historias.
Tengo 30 años. Hace un tiempo que me gusta lo que escribo. Empiezo un taller de escritura venciendo mi timidez y encuentro una comunidad en la que siento que pertenezco. Escribo ficción por primera vez y me divierte hacerlo. Me animo a mostrarlo y se siente bien. Nos dicen que escritores somos quienes escribimos y ahora sí descubro que no le fallé a la Sofita de cinco años.
Tengo 32 años. Soy la que siempre quise ser. Soy la que siempre fui.
Como todos los meses,
nos trae una receta narrativa para que incorpores la temática de este newsletter en tu cocina y reclames las hornallas como un espacio creativo.El hambre primitivo
“Un ser humano tiene una raíz en virtud de su participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad que conserva vivos ciertos tesoros del pasado y ciertos presentimientos del futuro”.
(Simone Weil)
Que cocinar resuelve la necesidad primigenia de combustible corporal lo sabemos todes. Sin embargo, la definición meramente biológica sabe a poco cuando nos remontamos a los recuerdos que asociamos con la mesa. Es que, según el contexto, la comida también alimenta el alma.
La sopa instantánea que sorbés en el escritorio de la oficina no se parece en nada a la de fideítos que te prepara tu compañere cuando llegás agotada a casa. El choripán que aterriza en tu plato mediante app de delivery ni se acerca al que comés en la cancha con tu familia (de sangre o elegida). La pasta instantánea industrial puede llenar la panza, pero fracasa en satisfacer el hambre primitivo de conexión.
La colectividad marca la diferencia. Comer es un acto social sumamente íntimo.
Cuando Mamá murió se llevó con ella procedimientos y recetas que hoy reconstruyo en ausencia, en pos de entender de dónde vengo y a dónde voy. En principio intenté recuperar su memoria a partir de lo más tangible: utensilios, ollas y libros de cocina amarillentos con anotaciones al margen. Entonces, inesperadamente, cobró vida un proyecto más grande que la suma de sus partes: Raíces . Por encontrarse en pleno desarrollo, aún no soy consciente de las profundidades que alcanzan las ramas que crecen bajo tierra. Me atrae su naturaleza oculta y misteriosa, solo aprehensible desde una traducción concreta, es decir, un plato ancestral.
Los ñoquis de Mamá son los mismos que preparaba mi abuela Licha a ojímetro. Esto significa que una balanza no me acercará al sabor que mis papilas gustativas añoran. Para este plato, por ejemplo, no me enseñaron con cantidades específicas, sino con relatos poéticos: “Calculá una papa por persona y una para la olla”. Tampoco me indicaron que pese la harina, sino que vaya viendo cuánta necesita el menjunje porque “depende de cuánto absorba la papa”. Lo que hoy me magnetiza de la cocina es su naturaleza fundamentalmente anarquista.
En este mundo prescriptivo y rebosante de fórmulas para no fallar, te regalo una de las recetas fundamentales de las mujeres de mi vida. En particular, te propongo el Método que me enseñaron: falible y largoplacista. Si escuchás a tus instintos, la elaboración se grabará en el disco rígido de tus habilidades imprescindibles. Aunque no te salgan perfectos la primera vez, si insistís vas a aprender para siempre cómo preparar los ñoquis de tus sueños, con la textura justa para deshacerse en la boca como una pequeña nube de papa.
Ingredientes (para 4 porciones):
· 4 papas medianas por cabeza + 1 papa para la olla
· Harina 0000, c/n para formar una masa tierna
· Queso rallado, la cantidad que el bolsillo aguante
· 1 yema si el huevo es grande, o un huevo entero si es una unidad chica
· Sal, pimienta, nuez moscada (o solo sal, como mi abuela)
Pelar las papas y cascarlas en trozos pequeños dentro de una olla con agua fría y abundante sal gruesa. Hervir hasta que, al pincharlas con un cuchillo, este entre sin resistencia. Colar bien y pisar directo en la mesada cuando la papa aún está tibia, formando una corona. En el centro agregar el queso rallado, la yema o huevo, y (si usás) pimienta y nuez moscada. Espolvorear harina alrededor de la corona, a ojo, formando un anillo delgado que contenga la papa. Recordá que cuanta más harina, más duros los ñoquis. Integrar todo desde el centro con un tenedor y, de a poco, sumar la harina periférica. Armar un bollo suave sin amasar, solo uniendo.
Estirar con las manos cilindros finos de masa y cortar los ñoquis. El tamaño es a gusto: si los hacés pequeñitos serán gnocchetti, pero en mi casa nos gustaban grandotes y contundentes. Podés dejarlos así, darles forma redondeada, o pasarlos por una tablita especial o tenedor, para marcarles la textura rugosa típica de donde se agarra la salsa. Cocinar en abundante agua hirviendo con sal. Retirar con espumadera a medida que suben a la superficie, cuando están listos.
El Perro (2004): Un hermoso ejemplar
Es novedoso encarar una reseña con una película que esta vez no fue idea mía, sino sugerencia de Juana. Empezó a correr la película y anoté ideas que espero tengan sentido. Escribir esta reseña me da la sensación de estar en una búsqueda del tesoro, viendo si voy siguiendo las pistas correctas que me dieron. Hoy voy a escribir sobre El Perro es una película argentina –con todas las letras— del 2004, dirigida por Carlos Sorín.
El Perro narra la historia de Juan Villegas, un hombre mayor del sur al que le sobra tiempo, dicho por él, y bondad, dicho por mí. Mecánico y artesano, busca trabajo sin suerte. Hasta que un día, un buen gesto de corazón lleva a que le regalen un perro de exposición, un hermoso ejemplar de dogo argentino. Con el perro al lado, a Juan Villegas se le abren puertas que nunca pensó que para él podía haber.
Sin adelantar mucho, nada demasiado terrible pasa en El Perro. Su impacto yace en la simpleza de lo cotidiano y la sutileza de un gesto que basta. Los primeros planos íntimos que busca Sorín nos ponen cara a cara con el rostro gentil y sereno de Juan Villegas, quien en la vida real no es actor y se llama Juan Villegas. No es Darín, no es Francella, y no es el hijo de ninguno de esos dos. Es por eso que el Juan Villegas de la pantalla es un argentino muy fácil de reconocer: es ese que se levanta todos los días, se ceba unos mates y sale a andar a la busca de un mejor porvenir. Juan Villegas entiende las penurias de una vida que ha dado poco y cobrado mucho, por lo tanto, no señala ni echa culpas.
Por otro lado, cuando pienso en lo narrativo, la premisa de El Perro es universal: a hombre le cambia la vida un evento inesperado sucede. Sin embargo, es una película emblemática del argentinismo: la buena costumbre del mate con salamín, de ofrecer un cafecito, de sacarle conversación a quien sea, de ponerle humor a la incertidumbre, la viveza criolla de querer sacar ventaja, el rebusque (esa necesidad tan argenta de reinventarse), o el remate del final, que me hizo soltar una carcajada entre tanta lágrima.
Todo esto que acabo de enumerar, me gusta pensar, son pequeños guiños que Sorín nos hace a nosotros los argentinos y que pasan desapercibidos al ojo extranjero. Además del impulso natural de hacer arte, creo que esta búsqueda nace del orgullo de identidad y origen, y de la necesidad de compartir un lenguaje común. Sorín, junto a Santiago Calori y Salvador Roselli, escribió una historia auténtica e idiosincrática. En Todo Nuestro, estoy segura de que podemos hacer lo mismo.
Como hace algunos meses,
nos trae un poquito de escritura terapéutica para que no nos quedemos solo en el saber y pasemos al hacer a través de las palabras.¿Y si nos armamos de valor para reclamar(nos) lo que realmente somos?
Durante muchos años me dijeron que estaba mal ser observadora. Que a la gente le molestaba sentirse observada, que no es de buena educación, que hay que hacer las cosas con más cierta falsedad, detrás de una pantalla, para no incomodar a los demás. Mis miradas siempre fueron cautelosas, respetuosas, curiosas e inocentes, y aún así entendí que había que esconder ciertas cosas de la autenticidad de uno, ser más disimulado. Este comportamiento se fue acoplando a otras áreas de mi vida, porque lo que me quedó grabado es, como pasa muchas veces, el patrón: disimular para no molestar, dejar de ser para no incomodar. Sin embargo, nunca dejé de observar. Desarrollé un método interno para tomar notas mentales, afiné mi capacidad de recordar aquello que me llamaba la atención. Pero no fue hasta que me animé a compartir con otros que pude entender cuánto había coartado parte de mi autenticidad. Cuando descubrí que mis amigas me buscaban para consejos, cuando encontré en los ojos de quien tenía enfrente una ilusión por una pregunta que nunca se habían planteado, fue que entendí que yo no tenía que aprender a mirar, sino a dejarme ver, porque aunque la hubiera escondido durante años, mi naturaleza seguía ahí, metida en todas mis decisiones, vínculos e ideas.
No hay mejor forma de pensar en nuestra propia naturaleza que mirar la que vemos fuera. Ya lo dije hace poco en mi último newsletter: la forma de los árboles en la placenta de un recién nacido o cómo se ven las lágrimas con un microscopio son solo algunos ejemplos que demuestran somos intrínsecamente naturaleza, y, por consiguiente, intrínsecamente auténticos: no existen dos árboles iguales, tampoco dos huellas dactilares, tampoco dos humanos. Me pregunto, entonces, por qué damos por ciertos tantos caminos diseñados por otros.
Para saber qué estamos reprimiendo de nuestra propia naturaleza, hay que reconocer cuál es la raíz de esa autenticidad encorsetada. Así que, jugando un poco con la temática de hoy, te propongo que dibujes una figura de un árbol: las raíces van a ser cuantas quieras, y cada una será un pequeño o gran aspecto de vos, que considerás parte de tu versión más auténtica, pero que en tu presente, por diferentes razones, no conseguís sacar a la luz. Del otro lado, por encima de la tierra, donde llega la luz, cada hoja que sale de esa raíz puede ser una de las tantas formas de dejar florecer ese aspecto de vos que te cuesta aceptar o dejar fluir, sí, con naturalidad: decir que no a ciertos planes, cambiar el vínculo que tenés con alguien, aprender a gestionar cierta emoción, buscar trascender la vergüenza. Cuanto más concreto, mejor: la naturaleza necesita de ciertos elementos específicos para desarrollar su ciclo, para seguir su curso, para seguir con la vida.
La naturaleza, en pedacitos:
Algo que me tocó vivir: la despedida gradual de algunos de mis talleres, mientras me preparo para un abril más tranquilo, lento, con menos obligaciones que me alejan de la escritura y de la gente que amo.
Algo que disfruté leer: Me está gustando mucho Arrangements in Blue de Amy Key, un libro que no fue escrito antes sobre vivir la vida en soledad, escrito por alguien que sabe de lo que está hablando.
Algo que disfruté ver: lo único que vi este mes fue la última temporada Married at First Sight y me confirmó que no hay mejor lugar para observar la naturaleza humana que los reality shows.
Algo que disfruté escuchar: siguiendo con el tema, este podcast me divirtió mucho y me hizo pensar por qué disfruto tanto los realities de citas.
Algo que te quiero compartir:
La última edición de Conversaciones en Borrador, donde hablo sobre por qué quiero despegarme de las relaciones parasociales que generé como creadora:
Los newsletters de los últimos jueves que complementan el tema sobre el que escribí hoy:
Algo para que nos contestes:
Algo para que sean parte de nuestra comunidad: en abril vamos a explorar la naturaleza a través de la escritura. Van a recibir set de consejos para confiar en su instinto como escritores y cuatro consignas para trabajar la temática a través de un ensayo, un texto hilado, un relato de ficción y una propuesta de conexión con tu diario. En el club de lectura, nos juntaremos a debatir Tres mujeres, de Lisa Taddeo. Si quieren sumarse, pueden investigar cómo funciona Patreon y encontrar las propuestas del mes en este link.
Algo para que lleven la escritura al próximo nivel: la temática de este newsletter también se tocará en nuestros talleres de Terapia Creativa para Escritores. Cuatro clases de una hora (a veces más, a veces menos), la oportunidad de trabajar de forma individual y en parejas y debates abiertos sobre la temática mensual. AHORA TENEMOS UN GRUPO NUEVO LOS MARTES 18:30hs ARG - NO FALTES! Encontrás más info en nuestra página y te sumás al espacio contestando este mail.
EL 2024 no está siendo lo que esperaba. Yo tenía otros planes, otros tiempos, otras expectativas. Como sucede siempre, una cosa dio lugar a otra, y así, como si estuviera constituida por fichas de dominó, la vida que conocía se empezó a caer y en el medio me encontré con la tarea de armar otra nueva con los pedazos. Experimentar de cerca la fragilidad del momento presente siempre me dio miedo, pero esta vez es la excepción. Haber descubierto, cuando todavía estaba a tiempo, que lo que me urge es conectarme con la naturaleza de lo que soy me señala un camino claro.
Durante cuatro años juraba que había descubierto qué era lo que quería hacer con mi vida, y que mi preocupación era descubrir el cómo. Cómo hacer crecer a Todo Nuestro para que se convierta en algo más que un emprendimiento personal, cómo difundir mis proyectos para que me sostengan económicamente no solo en la vida chica que me alcanza ahora sino en la más demandante que busco formar en los años que siguen, cómo ser como mis amigas y colegas que saben ser sus propias jefas sin sufrir en el camino. Pero resulta que si el qué está equivocado, el cómo deja de importar. Ya no quiero que Todo Nuestro siga creciendo, me alcanza con que sea lo que es, y de hecho entiendo que necesito achicarlo para darle mi tiempo a otras cosas. Ya no quiero que mis proyectos me sostengan económicamente, porque es momento de reconocer que por una mezcla de miedos generacionales y particularidades de mi personalidad, yo prefiero tener un jefe que a fin de mes me pague un sueldo, se ocupe de mis aportes y sobre todo de conseguir clientes. Ya entendí que la manera de dejar de sufrir es dejar de intentar ser mi propia jefa.
Estoy lista para que mi identidad como creadora-tallerista-coordinadora-todóloga de un emprendimiento deje de ocupar el lugar que ocupa. Quiero volver a esas épocas en las que estos pequeños proyectos eran pasatiempos, quiero que mi trabajo principal pase a ser secundario, quiero cambiarme de montaña y empezar a subir esa que me va a llevar a donde realmente quiero estar: un lugar en el que mis ideas y mi creatividad estén mayormente al servicio de la escritura artística, donde la mayoría de mi tiempo transcurra hablando con gente que amo, donde pueda dejar de hacer el esfuerzo por acostumbrarme a cosas que no son para mí. Quiero tener más lectores y menos clientes, quiero dejar de pensar cuánta plata vale mi tiempo, quiero que mis palabras existan porque necesito decirlas y no porque es conveniente para mi negocio. Quiero enterrar mi marca personal y volver a ser una persona.
No tengo miedo, porque el camino está iluminado por mi propia naturaleza. Las decisiones van a dejar de ser estratégicas y pasarán a ser personales, íntimas, coincidentes con quien siempre fui. Puedo renunciar a la construcción de esta vida y la escala de esta montaña sabiendo que no me estoy rindiendo, estoy eligiendo lo que es para mí. Y en el camino, seguiré mandando newsletters, escribiendo todas las semanas, porque no hacerlo no es una opción, porque si me falta esta práctica me falta, perdonen la metáfora, un brazo.
Si tenés algo que decirme, ¿me escribís a txt.juana@gmail.com? Sería un honor leerte.
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Gracias por llegar hasta acá,
Juani
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