Escribir es encontrar relaciones, crear sentido donde antes quizás no había nada.
Me gusta pensar que los diferentes años de mi vida están en constante conversación. A veces algo pasa y el ayer, siempre tan conocido, tan claro, se vuelve confuso. A veces el hoy trae respuestas que se esperan hace años. Quizás, pienso, es normal que ahora no lo entienda todo. Quizás faltan años para que la pregunta que hoy puedo nombrar encuentre su respuesta.
Me fui a Lisboa por una semana y descubrí, estando ahí, que era la primera vez en cinco años que me iba de vacaciones. En el medio me fui de viaje, visité mi casa, las casas de mis amigos, me sumé al viaje de mi papá, la acompañé a mi mamá a visitar los pueblos de sus ancestros en Alemania, me tomé días en el trabajo, pero la última vez que me fui de vacaciones de esta manera fue cuando vivía en la casa de mis padres. Así me fui a Nueva York, Londres y California: siempre con un par, planeando un itinerario de forma relajada, alquilando un departamento, eligiendo de forma conjunta qué hacer. Así me fui a Lisboa y me hizo bien. Me hizo bien respirar y también me hizo bien sentir por un rato eso que siempre sentí yéndome de vacaciones: mi vida real está en pausa y eso está bien, puede esperar mientras yo juego por un rato a vivir en una realidad paralela.
Decía que los eventos de mi vida están en constante conversación y este viaje fue la respuesta esperada de una pregunta que me animé a formular en 2018. En el primer día en San Francisco me encontré escribiendo, sin saber por qué, un párrafo largo en el epígrafe de una foto que había sacado ese día. Hasta entonces, en Instagram solo había subido fotos aesthetic acompañadas de frases de canciones, selfies seguidas de emojis, o el ocasional deseo genuino de feliz cumpleaños. Pero en el 2018 yo ya sabía que mis días viviendo la vida que había conocido hasta entonces estaban contados y yo necesitaba algo más. Necesitaba empezar a mostrar eso que siempre había existido en las sombras. En 2018 empecé a mostrar lo que escribía en redes y desde entonces no paré. En 2019 me animé a compartir textos de Medium en mis historias, en 2020 envié mi primer newsletter, en 2021 inauguré este espacio pago de Substack, en 2022 convertí mis pensamientos más personales y genuinos en material. Pensé que no quedaba nada nuevo por intentar en 2023, no porque sintiera que ya había hecho todo sino porque me parecía que no existía nada en el mundo digital que me llamara la atención y yo no hubiese todavía probado. Pero el año empezó distinto a todos los demás. Me agarró enamorada de forma correspondida, con un contrato para publicar un libro, con preguntas realmente difíciles de contestar, y de pronto la idea de escribir de forma masiva en redes sociales me pareció imposible. Me refugié en este espacio privado, compartí de forma pública algunas de las cosas con las que me sentía cómoda, y de a poco perdí el hábito de mostrar lo que hago en mi día a día. Durante mis vacaciones usé Instagram pero solo esporádicamente para ver un poco las vidas ajenas. Todavía soy proclive a sentirme incómoda cuando veo que existen vidas alternativas que yo no tengo y no elijo, pero cada vez me afecta menos. Ahora puedo tener la app en mi teléfono y elegir no usarla. Puedo, sobre todo, irme ocho días de vacaciones y no sentir la necesidad de subir nada. Solo lo hice cuando volví, días más tarde, y no acompañé la publicación de ningún epígrafe narrativo. Esta forma de habitar el mundo digital es la que hoy me sirve. Sé que no sería lo mismo si no estuviera en una relación porque la soltería me inspira a salir de forma física y virtual. De hecho, después de casi un año viviendo de esta manera estoy llegando a la conclusión de que siempre usé las redes y los bares para buscar el amor. Ahora que lo tengo, mi mayor motivación se perdió. La compulsión que antes sentía, esa maravilla frente a la posibilidad que siempre me mantuvo despierta, ocupaba muchísimo lugar. Ahora me siento ligera, tengo espacio. Puedo habitar el mundo digital desde un lugar que nada tiene que ver con mi vida amorosa y se siente parecido a dormir en una cama de dos plazas por primera vez.
Lo que quiero decir con todo esto es que siento que una etapa se está cerrando. Durante cinco años usé mis historias para escribir, y muchas veces terminé forzándome a vivir historias para quedarme sin palabras. Tomé todas las redes sociales existentes como barras de bares en los que podía conocer al amor de mi vida y cada foto fue una pick up line distinta. Me gustó, me divertí, fueron grandes años, pero en este momento siento que quiero dejar de ser esa persona. Existen canales alternativos para llevarle mis palabras a aquellos que quieran leerlas, y las fotos más lindas en las que aparezco son esas que me saca la persona con la que elijo compartir mi tiempo. No planeo irme de Instagram, sino todo lo contrario. Quiero poder estar en las redes sociales como una persona sin una motivación. Quiero subir un álbum de mis vacaciones y no contar nada al respecto. Quiero sacar muchas fotos con la cámara de WhatsApp porque lo que busco es compartirlas rápido con mis seres queridos. Quiero subir fotos en las que quizás no salgo perfecta pero no me importa porque me gusta quien aparece al lado mío. Quiero tener un feed simpático pero aburrido. Quiero que las personas que saben de marketing digital me digan qué estoy haciendo todo mal y que no me importe. Quiero tener la app de Instagram en mi teléfono y olvidarme de abrirla, quiero que no sea necesario para mí borrarla para estar en paz.
Hace cinco años empecé a escribir de forma pública en redes y hace unos meses que decidí intentar dejar de hacerlo, y ahora puedo decir que tomé la decisión correcta. Quién sabe, quizás esta sea solo una etapa. Quizás este presente esté conversando con un futuro que no conozco, un futuro en el cual existe una red social nueva que me tiene captiva. Quizás el amor no alcance y yo vuelva a estar soltera y necesite recurrir a las selfies para comunicarle a esos exes que todavía respeto que pueden escribirme para que tengamos un encuentro fugaz. Pero por ahora, así son las cosas. No quiero contarle a Instagram las anécdotas de mis vacaciones, no quiero exponer mi vida de forma gratuita, no quiero tomar mis momentos más preciados como promoción.
Supongo que por estas cosas celebro tanto ser escritora. Nunca me pregunto el qué, solo me cuestiono el cómo. Sé que quiero seguir escribiendo, eso nunca entra en duda. Sé que quiero tener un lugar al que puedo caer cuando quiero darle forma a mis pensamientos, sé que quiero que haya una persona del otro lado leyendo lo que tengo para decir. Ahora mismo, el cómo es este lugar. Es el diario de cada lunes, que nunca planeo y siempre termina diciendo algo de mí. Es lo que publico cada jueves, que no busca responder sino seguir preguntando. Es la comunidad que existe y que busco hacer crecer (*más novedades sobre eso coming up*). Es este espacio que quizás mañana sea otro pero hoy me da la libertad y el espacio para decir lo que quiero, construir una carrera, cosechar una audiencia, conectar con gente como yo, pero sobre todo mantener mi preciada vida personal a salvo de miradas que siempre me condicionaron.
Por lo general el diario de los lunes es cerrado para mis suscriptores, y privado será lo que sigue a continuación, pero quería compartir esta reflexión con todas las personas que reciben mi newsletter porque sé que no soy la única intentando existir en el mundo digital de forma sana. Sé que no existe una manera de usar el sistema sin ser parte de él entonces no creo que mi postura sea necesariamente contra cultural o revolucionaria. Querer soltar Instagram no es cool, tampoco es poco cool estar en él. Substack es un negocio, como cualquier otro. Hoy por hoy lo elijo porque me permite expresarme como quiero condicionándome solo de una forma leve. Quizás en unos años tenga que escribir también sobre por qué elijo abandonar esta forma de compartirme. Por ahora, sin embargo, es acá donde voy a estar. Querido Instagram, no quiero hablarte de mis vacaciones.
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