Ensayos Digitales, vol. 6
Un mes sin Instagram, existir en proceso, elecciones y celiaquía
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Tiempo estimado de lectura: 21 minutos
El mes de los ensayos digitales llega a su fin y a mí me convoca escribir este newsletter que es un resumen de todo lo que vengo diciendo en las últimas seis semanas. Como quizás notaron, esta columna es gratuita y pueden leerla aunque no tengan una membresía paga. Esto es porque el tema me parece lo suficientemente importante y universal como para compartirlo con la mayor cantidad de personas posibles. Además, si leen la columna entenderán que cargo con una desesperación un poco existencial de la que dudo salir sola. Creo que cuestionarnos nuestra forma de habitar espacios digitales es un trabajo importante, pero limitado en soledad. Esta columna habla sobre muchas cosas que no tienen solución de forma individual. Como persona singular solo puedo decidir si usar o no redes. Como comunidad colectiva podemos, sin embargo repensar nuestras conductas y cambiar los lugares en los cuales nos encontramos. Dudo tener todas las respuestas, y por eso te traigo mis preguntas.
En este mes sin Instagram descubrí muchas cosas. Van a leer sobre ellas a continuación. Una que ya conocía pero que se hizo presente con más fuerza en este mes es que muchos de nuestros problemas parten de la soledad. Necesitamos a los otros, necesitamos salirnos de nosotros para dejar de estar solos. Me pareció importante, por este motivo, habilitar este newsletter para toda la comunidad.
Antes de dejarlos con lo que tengo para decir hoy, les quiero recordar que durante el mes de abril, por cumplir dos años, Todas Nuestras Palabras tiene un descuento en sus suscripciones. No voy a ofrecer membresías en pesos argentinos hasta nuevo aviso, y tampoco voy a ofrecer descuentos en las membresías en libras hasta que una ocasión como esta me convoque. Si quieren acceder a la oferta del 20% de descuento que vence a las 23:59 del 30 de abril,
Entiendo la vida en retroactivo. Necesito distancia de un acontecimiento para poder darle un nombre, encontrarle una forma. Me castigué muchas veces por no haberme dado cuenta antes de algo que con el tiempo pude ver con claridad. Entiendo ahora que es imposible pedirle esa claridad al instante inmediato, cuando éste está lleno de sentimiento.
Pasé un mes lejos de Instagram y logré identificar algo que ahora me parece obvio. Repito lo imposible que hubiese sido atar esos cabos mientras estaba en la plataforma, pero sigo sintiendo vergüenza mientras escribo estas palabras. Siento que estoy viniendo acá a decirles que el cielo es azul y el mundo es injusto. Tengo miedo de exponerme como una persona lenta que tardó mucho tiempo en llegar a una conclusión a la que el resto de la gente llega enseguida. Y después pienso que incluso si ese fuera el caso, no puedo dejar de habitar mi realidad, tal cual es. Soy alguien que necesita alejarse de las cosas para poder verlas, porque cuando estoy adentro los sentimientos me confunden y me marean.
En las columnas de este último mes exploré conductas digitales. Le puse palabras a eso que me hacen sentir algunas personas en Instagram que elegí llamar influencers incómodas y me pregunté cómo se puede existir con honestidad en un lugar que nunca va a poder mostrar todo de nosotros. También hablé sobre los vínculos parasociales que se dan entre el creador y el receptor de la creación. Llegué a la página llena de preguntas y no llegué a responder todas pero sí logré sentirme mejor en las semanas que siguieron. Escribir me ordenó y me dio una sensación de claridad. Me siento a gusto sabiendo que hay cosas que no se pueden terminar de saber. Lo que quiero decir a continuación funcionaría como un epílogo de estas columnas pasadas. Es su conclusión que tampoco concluye del todo.
En palabras generales, mi descubrimiento es que el medio condiciona el mensaje y esto no es algo que se pueda cambiar con voluntad. En palabras concretas que giran en torno a estas temáticas, creo que Instagram es intrínsecamente exitista y limitado, y que lejos está de poder permitirnos existir cómodamente y con honestidad como personas multidimensionales. La palabra que me hizo llegar a esta conclusión es proceso. En el primer ensayo de esta serie dije que valorar el proceso, documentarlo, exponerlo y priorizarlo es la forma de salirse de la postura que tienen esas influencers incómodas que se despersonalizan para venderse como producto. En el ensayo sobre la honestidad dije que era imposible ser honestos en un espacio que no nos contiene. En la columna sobre las relaciones parasociales hablé sobre lo difícil que es mostrarse auténtico cuando las personas que nos observan se niegan a ver nuestra complejidad, y cómo nosotros hacemos lo mismo con las celebridades o creadores que conocemos. Ahora entiendo, y quiero traerlo a la mesa, que Instagram nunca nos va a proporcionar los medios para que documentemos ese proceso y nos mostremos como seres humanos en constante proceso de transformación.
Primero, mi teoría, que está basada en opiniones personales y no busca convencer a nadie. Alcanza con mirar las herramientas que tenemos a nuestro alcance para saber qué se espera que hagamos con ellas, independientemente de nuestra voluntad. Instagram se presenta frente a nosotros como una plataforma de libre expresión, pero lejos está de serlo. No respeta las dimensiones de las imágenes para los fotógrafos, nos da un límite de dos mil caracteres por epígrafe y nos castiga por expresarnos de formas que no benefician sus intereses, bajando nuestra exposición a la audiencia que con sudor y lágrimas conseguimos cuando nos negamos a subir un reel. El mensaje se premia cuando es preciso y limitado. Puedo decirlo usando mis propias estadísticas. Las publicaciones que mejor recepción tuvieron son esas en las que mi opinión o experiencia se recibe de forma instantánea, casi siempre a través de una frase corta. El comportamiento humano no es una elección personal. Yo puedo estar convencida de que estoy haciendo las cosas a mi manera, pero si no dejo de hacerlas dentro de un sistema, nunca voy a ser realmente dueña de mis formas. Mi mirada va a estar condicionada por mis expectativas como usuaria, mi voz va a estar condicionada por lo que sé son expectativas ajenas.
Creo que no hay nada más útil que mirarse a uno mismo con los ojos con los que uno mira a los demás. El pico más importante para mí en Instagram se dio entre el 2019 y el 2020, porque en ese momento me expresaba casi únicamente por epígrafe. Conociendo las limitaciones del espacio, me aseguraba de redactar cosas que entraran en los dos mil caracteres que la plataforma me proporcionaba. Escribir más, había descubierto, hacía que la gente no leyera. No es una falta de voluntad de parte del seguidor, sino una traición al común acuerdo. ¿Por qué mil doscientas palabras en un newsletter es aceptable y no lo es en Instagram? Porque el usuario de Instagram entra a la plataforma para ser distraído de forma rápida. Su paréntesis de atención es de dos mil caracteres, o ni siquiera eso. Como usuaria entiendo que yo no entro a Instagram buscando leer textos largos. Esto no es una cuestión de mis ganas, sino de expectativas sostenidas por el común acuerdo y la experiencia. Si voy a un bar, voy a querer tomar algo y hablar con amigos. Seguramente no esté buscando participar de una clase de yoga. Y yo amo el yoga, pero no me va a interesar hacer un saludo al sol en un momento y un lugar que había decidido habitar con otra motivación.
La limitación en los caracteres te obliga a tomar una decisión importante: ¿qué sacamos y qué mantenemos? Más por inercia que por elección, la mayoría de las veces recortamos oraciones y párrafos que están a mitad del texto. Dejamos el principio, porque marca un punto del cual partir, un punto que compartimos con nuestros seguidores. Dejamos el final, porque resuelve tensiones. Eliminamos el desarrollo, el proceso. Viendo mis publicaciones viejas entiendo que todas mis publicaciones solían empezar desde el mismo lugar, contando en más o menos palabras una misma historia: hace un tiempo me sentía sola, perdida, asustada o desmotivada. La atención del lector se captaba enseguida. ¿Quién no se sintió alguna vez de esa manera? La persona se siente vista, la conexión se establece enseguida. Usar el tiempo pasado demuestra evolución. Ya no me siento así, les digo entre líneas, y los lectores eligen leer porque quieren llegar al final de ese túnel.
En un newsletter normalmente se pasaría a explicar la particularidad de la situación. Yo explicaría de qué manera me siento sola, de qué forma mi vida se ve perjudicada por estar perdida, en qué se manifiesta mi miedo, qué síntomas trae esa desmotivación. Lo haría con palabras honestas, sabiendo que seguramente esas palabras solo llegarían a las personas interesadas. En Instagram, en cambio, cualquiera puede leer mis publicaciones sin tener que dedicarme más de dos minutos de su vida. Esa inversión no cuesta nada, y esto hace que yo sea consciente del riesgo: cualquiera podría estar leyendo mis palabras más sinceras, sin comprometerse a conocerme, tomándolas por su superficie, malinterpretándome en el camino. Las palabras honestas, entonces, se borran. Mejor no ser vulnerable ahí, frente a tanta gente, tan rápido, a cambio de nada.
En un newsletter pasaría luego al desarrollo. Contaría las diferentes ocasiones en las cuales me golpeé de frente con mis limitaciones y mis dolores, enumeraría la cantidad de veces que fallé en cambiar el curso de las cosas. Pero en Instagram no hay lugar, entonces uno hace un resumen. Uno dice con palabras vacías que se golpeó de frente con sus limitaciones y sus dolores, y menciona que falló algunas veces intentando cambiar el curso de las cosas. Pero el lector no puede ver al ser humano, no puede conocer la historia. Solo lee las notas limitadas que avanzan la trama, manteniéndola siempre en la superficie.
En un newsletter y en Instagram se llegaría después a una conclusión, pero esto no se hace nunca de la misma manera. En un newsletter el final se siente como un continuará. Es imposible anunciar, sin sentir que estás mintiendo, que uno cerró un tema complejo que acaba de desarrollar. Las conclusiones de los newsletters son, entonces, deseos de que las cosas mejoren, de que dejen de doler, que las lecciones lleguen a nosotros. Anunciar en Instagram, una red social donde mayormente nos siguen personas conocidas o desconocidos que sienten que nos conocen, que nuestros problemas no se solucionaron y nuestra duda existencial sigue estando tan presente como siempre, es una mala idea. La gente que nos quiere va a correr a consolarnos, cuando quizás solo necesitamos ser escuchados. La gente que tiene una relación parasocial con nosotros, gente no nos conoce pero nos lee buscando un poco de dirección para su vida, se va a desesperar. Esa gente necesita que estemos bien, que nos vaya bien, para creer que ellos también van a estar bien si siguen nuestros pasos. Reconocernos como personas a medio hacer en Instagram puede traerte consejos que no pediste y enojo de parte de aquellos que van a vos buscando soluciones que no querés darles.
¿Cómo nos salimos del lugar de comunicador incómodo, ese lugar que no queremos ocupar? Reconociendo el proceso, reconociendo que todavía estamos en él, que nuestros problemas no se solucionaron, que nuestra vida no es ni más fácil ni está más resuelta que la de las personas que nos leen. Dejando de prestar soluciones y regalando, en cambio, dudas propias. El problema, y esto es una opinión personal, es que Instagram nunca va a ser el lugar que nos permita hacer esto. No podemos expresarnos en la extensión que necesitamos y se nos exige llegar a una conclusión a la que raras veces llegamos con convicción. Como si esto fuera poco, tenemos que transformarla en un mantra de vida, hacerla slogan. Podemos luchar contra este sistema y escribir más, pero las reacciones no serán las que esperamos. Por un lado, la plataforma no prepara a quien está del otro lado para que nos de atención por más de quince segundos. Por el otro, seguramente nos encontremos con clientes enojados que no se sienten satisfechos con la calidad del producto que compraron (tus secretos para vivir).
Esto es un newsletter, y no tengo muchas respuestas, pero me quedan algunas preguntas. Si reconozco esa batalla como perdida, si dejo de pelear, ¿qué pasa? ¿Qué pasa si me dedico a existir en Instagram sabiendo que nadie va a conocerme ahí tal cual soy? ¿Sigo compartiendo lo que escribo aunque sepa que pocas personas van a elegir leer la historia completa que cuento en mis newsletters? Sé que no estar en Instagram se paga caro como creadora, pero ¿de qué sirve estar en un lugar de una forma que no me deja decir la verdad?
Me quedan algunos días de libertad, pienso cuando miro el calendario. Hice muchos retiros voluntarios de Instagram pero es la primera vez que siento rechazo cuando pienso en volver. No quiero ser consciente de la vida y obra de tantas personas, no estoy preparada para nadar en esas aguas otra vez. Cuanto más me alejo de las redes más descubro que Instagram y yo somos un mal par. Yo dudo crónicamente de mis decisiones y actitudes. El último mes fue un testamento de eso. Hay situaciones en las que nadie tiene razón, pero yo estoy viviendo una de esas en las cuales todas las partes involucradas me dicen que la verdad está de mi lado. Todas menos una. Esa oposición es suficiente para que yo cuestione cuánto derecho tengo a hacer lo que quiero hacer, de la forma que quiero. Así de débil como estoy, la idea de volver a Instagram me da pavor. Si no puedo sentirme convencida de mi forma de hacer las cosas en algo tan casero, tan propio, algo tan vacío de alternativas o dobles interpretaciones, ¿cómo voy a sentirme lista para volver a ese mundo virtual donde las decisiones ajenas distintas a las mías son anunciadas de formas tan estruendosas? En marzo pude identificar al menos cinco oportunidades en las cuales ver a alguien existiendo a su manera me hizo sentir mal por existir en mis términos. Identifico que esto no me pasa en Twitter ni en Substack ni en Facebook ni en las conversaciones de la vida real. Por lo general, tiene que venir alguien a oponerse abierta y claramente a mi manera de hacer las cosas para que yo sienta esta vergüenza por mis formas. Pero Instagram es distinto. En Instagram todo alcanza para que yo piense que todos saben lo que están haciendo menos yo. Supongo que es porque todos estamos obligados a convertir nuestras historias en mantras, nuestros procesos en conclusiones cerradas con un moñito.
Quiero adelantarme y decir que entiendo que esto es problema mío. Es así, es problema mío. Hay mecanismos de Instagram que serán más o menos malos, más o menos adictivos, pero esta reacción personal que tengo cuando soy testigo de la vida de los demás es algo de lo que yo tengo que ocuparme. Entiendo que hay muchísimas personas que no se sienten de esta manera. Mientras escribo esto, pienso mucho en una columna de Recovering sobre la posibilidad de beber con moderación. Holly Whitaker dice, palabras más palabras menos, que algunas personas no pueden vincularse con el alcohol con moderación. Ella habla de un ex novio suyo que llama George que dejó el alcohol sin problemas por la duración de su relación. Ella entendió entonces que la gente como George existe. Son personas que pueden tomar o no alcohol, de la misma manera en la ella elige o no comer una ciruela. Holly, en cambio, jamás tendría la posibilidad de entender las sustancias como algo opcional y divertido. Lo mismo me pasa a mí con el gluten, aunque mi problema sea la intolerancia y no la adicción. No existe para mí una manera de consumir cosas que tengan gluten en moderación. Cualquiera sea la cantidad, va a existir un daño que destruya el progreso que estoy haciendo. Cuando me dieron el diagnóstico de mi celiaquía lo que más me angustió fue el carácter de eternidad de la situación. Para siempre, nunca más. Tengo que alejarme del gluten para siempre. Nunca más voy a poder comer sin pensar dos veces en lo que me estoy metiendo en el cuerpo. No existe una cura, por el momento, aunque me dedique a googlear sobre el tema una vez por semana. Si quiero tener una vida plena y sana, tengo que adaptar mi vida a mis circunstancias, poniendo límites y respetándolos.
Necesito entender si esto es lo que generan en mí las redes sociales. Tengo mis dudas. A veces creo que para mí existir en Instagram nunca va a dejar de traerme angustias y ansiedades. Es la forma en la que mi cerebro está configurado, o quizás es una debilidad personal. Quizás es algo momentáneo que puede cambiar con el tiempo. Cuando tengo la aplicación en mi teléfono entro casi siempre por inercia, y puedo pasar horas ahí. Los primeros meses después de un break como el que estoy haciendo ahora logro controlarme un poco, pero eventualmente vuelvo al mismo mecanismo. No me interesa nada de lo que veo, pero me quedo, un poco por costumbre y un poco por masoquismo. Todo el contenido de esa red explota de alguna manera mis mecanismos más nocivos. La sospecha de que no aprendí todavía a vivir se confirma en cada publicación o historia. Son cosas que estoy trabajando en terapia, pero que todavía no logro dominar del todo. Estoy tratando de entender la extensión del daño de mi psiquis en esta red. Me pregunto si para mí estar en Instagram mientras investigo las causas de mis sentimientos de inferioridad e inseguridad es como tomar cerveza una vez por semana siendo celíaca. No va a matarme, pero va a hacer la recuperación mucho más difícil. O quizás es menos grave, quizás es una contaminación cruzada a la que siempre estoy expuesta. ¿Qué hago? ¿Cuántos límites me pongo?
Quiero hablar sobre el privilegio que es poder elegir. A mi hermana le diagnosticaron celiaquía unos años antes que a mí. Esto significa que yo estaba informada y preparada cuando llegó mi hora. Entendía la seriedad del asunto. Supongo que por eso me molestó siempre, desde el primer momento, que algunas personas compararan mi condición con una preferencia alimenticia. Ser celíaca no es lo mismo que ser vegana. Es verdad que una dieta sin lácteos, huevos y cualquier tipo de carne puede ser mucho más restrictiva que mi dieta en la que tengo que reemplazar la harina de trigo por la de arroz y la cerveza por la sidra, pero el veganismo siempre va a ser una elección. Entiendo que muchas veces el componente moral hace que no se sienta una elección, casi de la misma manera en la cual el amor o el dolor no son elecciones. Una persona que elige ser vegana por su compasión hacia el reino animal lo siente de una forma tan profunda que, imagino, su elección se termina sintiendo como la única posible. Hace un año y medio que estoy explorando esto en carne propia, creánme cuando digo que intenté muchas veces ponerme en sus zapatos. El sentimiento no cambia las cosas. Ser vegano es una elección. La comida vegana puede habitar la misma cocina que una comida con carne, huevo o lácteos. No existe la contaminación cruzada porque la salud del vegano no corre riesgo por lo que consume. El vegano no va a morirse de cáncer de estómago si no se toma su dieta en serio y decide comer queso cuando está de viaje en Francia. Y sí, sé que hay veganos que no se dan permitidos, pero esto no cambia el hecho de que el vegano no va a terminar en el hospital si le sirvieron queso de vaca en lugar de queso de papa. Una mujer vegana de mi edad no tiene que pensar en su fertilidad a la hora de elegir dónde comer, porque no necesita una dieta libre de cualquier rastro de producto animal, porque lo que se mete en el cuerpo no afecta sus posibilidades de quedar embarazada. Una persona vegana no tiene que preocuparse por la posibilidad de pasarle una enfermedad propia a sus hijos, y que esto traiga complicaciones a largo plazo. Lo que es más importante, un vegano no tiene que pasar por el insulto por el que pasamos los celíacos cuando la gente nos intenta convencer de que podemos comer algo con gluten porque “total es vegano”. Podría seguir pero no quiero, creo que el punto se entiende.
Ustedes pensarán que esto no tiene nada que ver con el tema, pero un poco sí. Es importante entender qué es una elección y qué es una única alternativa posible. Para las personas con alcoholismo, no existe la posibilidad de beber con moderación. Para mí, el gluten siempre va a estar prohibido. Mientras evalúo mi relación con las redes sociales me doy el espacio de pensar que quizás son otra cosa. Estar o no en ellas es una elección. Es una elección que tiene que tomar en cuenta mis privilegios y mis posibilidades, mis deseos y mi fortaleza. Cuando abril se termine, volveré a Instagram con moderación. Lo voy a hacer principalmente porque mi trabajo lo necesita (las suscripciones pagas a este newsletter bajaron muchísimo en mi mes sin redes). Por primera vez, puedo decir que si no fuera por el aspecto laboral que llevan las redes para mí, me borraría de ellas por tiempo indeterminado. Quizás en un futuro cercano lo haga, pero hoy puedo reconocer que las consecuencias de estar en redes de forma controlada y moderada se pagan con los beneficios de hacer llegar mis palabras a otras personas. Mis posibilidades me permiten instalar la aplicación en un teléfono secundario, trabajar los sentimientos que salgan a la luz en terapia y explorar los puntos que me llamen la atención en esta plataforma. Quizás para muchos de ustedes esto les parezca extremo, pero existen situaciones más extremas que la mía. Para algunas personas, sobre todo personas públicas que han tenido mucha exposición, la idea de estar en Instagram atenta directamente contra su bienestar emocional. Somos una generación experimental. Todos corrimos a mostrar o consumir realidades en línea y muchos estamos empezando a descubrir que quizás no estamos hechos para eso. En las semanas que pasaron estuve explorando estos temas y dando ejemplos concretos de influencers que dejaron sus plataformas para siempre porque no podían existir en Instagram sin caer en la despersonalización, la ansiedad aguda y la depresión. Agradezco que este no sea mi caso. Mi plataforma es chica, mi exposición es controlada. Mi problema no es que me vean, sino ver a los demás. Y sé que el problema es mucho más profundo que esto que planteo en este texto, que tengo que resolver temas personales si pretendo dejar de sentirme así. Lo estoy haciendo y sé que por ahora puedo elegir cuidarme y no descuidar mi trabajo. Puedo, por ahora, existir en las redes con moderación. Esta elección, como todas, es al mismo tiempo una responsabilidad y un privilegio.
Igual que con el alcohol, creo que todos debemos preguntarnos cuál es nuestra relación con las redes sociales. ¿Podrías dejarlas si quisieras? ¿De qué forma, si es que hay una, te afectan? ¿Cuáles son los beneficios que encontrás en ellas? La gran mayoría de las personas pueden usar Instagram con moderación. Algunos de nosotros sabemos que la línea es fina pero podemos hacer concesiones y elegimos inventar nuestra propia dieta informática. Otros, y quizás yo sea parte de este grupo en un tiempo, identificaron una necesidad de alejarse de forma absoluta. No debería existir vergüenza en esto. No somos todos iguales, no tenemos el mismo mecanismo mental. No existe obligación alguna de formar parte de ningún tipo de práctica que atente contra tu salud mental y contra la posibilidad de vivir tu vida de forma plena.
Si para vos estar en Instagram es como comer ciruelas para Holly o como tomar alcohol para George, te celebro.
Si para vos, como para mí, la línea es muy fina pero creés que podés hacer algunos sacrificios para acceder a los beneficios, te mando paciencia para descubrir tu propia dieta moderada.
Si para vos existir en Instagram te hace sentir menos, o demasiado, o de cualquier forma que no te gusta sentir y considerás que eso que obtenés a cambio (exposición, inclusión en el mundo, conexión con los demás, información) no es suficiente, no estás solo. No es tu culpa, de la misma manera en la cual no es mi culpa no poder tolerar el gluten. Cada cuerpo y cada mente es diferente. Sé que es excluyente y doloroso tener que existir separado del resto del mundo para cuidarte. Sé que es injusto que algunas personas puedan tener eso que a vos te hace tan mal y no sufran consecuencias. Creeme, lo siento todos los días de mi vida en pequeños o grandes momentos. Te puedo prometer que la gente que te quiere va a encontrar la forma de incluirte. Mis amigos lo hacen todo el tiempo cuando compran comida que puedo comer aunque no sea la más rica, y lo hicieron durante este mes mandándome sus fotos y novedades sabiendo que yo no iba a verlas si no se tomaban el trabajo de compartirlas conmigo. Es difícil pedir un trato preferencial, pero se hace más fácil cuando uno recuerda que todos somos diferentes, que todos necesitamos tratos preferenciales en circunstancias o momentos particulares.
Pertenecer y sentirse parte es importante. La soledad es dolorosa y peligrosa. Sin embargo, creo de verdad que no es necesario hacerse mal para seguir sintiéndose incluido. Sostener límites y acceder al cariño y la compañía no son cosas excluyentes.
La pregunta de hoy, para todos, es ¿qué es para vos expresarte de forma auténtica?
No se olviden las boludeces
¿Qué estoy leyendo?: Olive Kitteridge, de Elizabeth Strout
¿Qué estoy escuchando?: el nuevo álbum de Miley
¿Qué estoy viendo?: Feel Good
El momento más especial: cuando pedí ayuda y mis problemas se empezaron a resolver.
Comida favorita: pizza con salsa de trufas.
Un descubrimiento: la insatisfacción ajena no es mi culpa
Mejor cosa que leí:
Una pregunta para la que me gustaría tener respuesta: ¿cuál es mi lugar?
Algo que hice: robarme la salsa de trufas del supermercado sin querer.
Algo que no hice: culparme a mí.
Algo que me gustaría hacer: quedarme sin Instagram por otro mes.
Hola! llegue hace poco a tu newsletter y me encanta. Me pasa un poco lo que a vos con Instagram pero sin darme cuenta lo empecé a usar con menos frecuencia. Me aburre, no me interesa casi nada de lo que encuentro mas que memes y videos de gatos. Yo también tengo un newsletter donde puedo ser mas que 2200 caracteres y a la gente le esta copando. Obvio que es un porcentaje muy mínimo del total de los seguidores que tengo en Instagram, pero hoy elijo calidad que cantidad. Las redes sociales generan ansiedad y FOMO. Me pasaba eso cuando por trabajo no podía entrar por horas, hoy ya no siento esa culpa. Cada vez leo mas gente que dice estar en Instagram solo para ver contenido que no le gusta. O sea que encima es adictivo para ser infelices. Calculo como todo, caerá y nos pasaremos todos a una nueva red social, o no. Quizás llegue el fin de las redes sociales, y volveremos a conectarnos como en la vieja escuela. Y como decís, el que se preocupa por vos y quiere verte lo hará igual sin necesidad de una red social de por medio.