Donde hay una molestia, hay una identificación. No es este un mantra popular ni el mensaje que me gustarÃa predicar, pero sà es la vara que necesito para evaluar lo que aparece en mi cuerpo cuando me encuentro sintiendo un rechazo fÃsico hacia las palabras de alguien más. Esos ensayos con epifanÃas recién nacidas, o los comprimidos consejos inspiradores de las redes sociales. Esas expresiones creativas me generan ganas de salir corriendo. Son, lo sé, obvio que lo sé, ecos de una forma de escribir, y por ende de existir, que yo sostuve públicamente por mucho tiempo, hace no mucho tiempo.
Hay muchas cosas que no me veo haciendo jamás. Algunas por preferencia personal, como vivir en una van, y otras por falta de acceso a las circunstancias o talentos necesarios, como crear contenido en el que limpio mi casa para mis seguidores (recién ahora tengo una casa que podrÃa quedar linda en redes sociales, pero sigo sin tener ese ojo estético y mañas tecnológicas que admiro de las girlies de TikTok). Que estas vidas no me representen a mà no me detiene de poder involucrarme con ellas. Trato de no pasar mucho tiempo mirando videos cortos porque me convierte en un caniche ansioso, pero cuando lo hago mis preferidos son los que muestran experiencias que nada tienen que ver conmigo, experiencias que preferirÃa no tener que vivir yo misma jamás: parejas que acampan en la montaña por semanas, chicas que corren ultramaratones y mi preferida, una mujer apicultora que se dedica a rescatar abejas que hacen panales en lugares peligrosos.
No me pasa lo mismo cuando me encuentro con expresiones de vidas cercanas a las mÃas, vidas que ya vivà o intenté vivir y elegà no vivir más. Durante un tiempo hace poco tiempo me dediqué a analizar mi rechazo personal a las personas que actúan versiones irreales de sà mismas para vender un bienestar inspirador a través de consejos creativos (escribà tanto sobre el tema que linkear un solo newsletter me resulta imposible). No me interesa escribir otro ensayo en el que llego a una conclusión a la que ya llegué: es una práctica deshonesta (fuera de cualquier percepción personal, en el momento en el que entra un trÃpode en la ecuación, lo que estamos viendo es una performance) que funciona, pero tiene un costo alto (la pérdida de la privacidad, una tendencia a ver y evaluar tu propia vida a través de los ojos de extraños, el sentimiento de inferioridad que tu yo real experimenta cuando se compara con tu yo virtual). Lo que me interesa, en cambio, es preguntarme por qué me sigue molestando ser testigo de estas vidas, cuando racionalmente sé por qué yo elegirÃa no tomarlas. Por qué no puedo dejar que sean como los videos de mi apicultora favorita o esa gente que pasa una semana en la montaña y se limpia con piedras después de hacer sus necesidades: muestras de existencias que puedo observar sin omitir juicio ni sentirme parte.
Me pasa algo similar cuando me encuentro con otras expresiones que también fueron en algún momento propias. Hablo de los ensayos que mencioné al principio, esos en los cuales la escritora parece haber digerido algo trascendental en las últimas tres horas y se convence de que compartirlo para una audiencia es la mejor idea. En estos casos siento angustia y no enojo. Quiero detenerlas y pedirles que lo piensen, porque uno nunca sabe quién está leyendo. Quiero explicarles que esa psicoanalización pública es muy interesante, adictiva por momentos por parte de los lectores, pero te deja desprotegida frente a las interpretaciones ajenas. Quiero recordarles que las interpretaciones ajenas no vienen solo de la mano de desconocidos que no nos importan, sino a veces de parte de gente cercana, gente que va a formar opiniones en base a esas palabras. Quiero mostrarles que existe otra manera de explorar estas vivencias, que es posible tomarse el tiempo de procesar la situación en privado, con palabras escritas solo a mano, y contar la historia completa cuando sabemos exactamente quienes somos. Quiero decirles que no hay intimidad más preciada que la de una persona en plena transformación, y que no todo el mundo merece tener acceso a ese mundo interior.
Donde hay molestia, hay una identificación, me repito. Me molestan estas expresiones porque son recordatorios, y yo preferirÃa olvidarme. PreferirÃa negar que existió un momento en el que daba consejos simples para estimular el desarrollo personal. PreferirÃa ignorar que hay gente ahà afuera que sabe mucho más de mà de lo que deberÃa. PreferirÃa no haber caminado esos caminos de una forma tan pública. PreferirÃa que no existiese el archivo. Hoy, del otro lado de la experiencia, conociendo a fondo los motivos por los cuales estas formas de presentarme frente al otro son tan nocivas para mÃ, me parece ridÃculo haber sido parte alguna vez de esas prácticas. Cómo puedo haber sido tan ciega, tan inocente, tan optimista. Cómo pude haber ignorado el hecho de que nada viene gratis, que no es necesario ser mundialmente famosa para sentirte limitada por tu propia exposición. Cómo confundà lo que habÃa querido hacer toda mi vida, que es contar historias, con el deseo, nacido de casualidad, de convertir mi propia historia en un sueño.
Soy consciente de la contradicción que genera este ensayo. Estoy acá, psicoanalizándome en la hoja, dando sutiles consejos ocultos para quien quiera tomarlos: reclamá tu privacidad, no caigas en la trampa de ficcionalizar tu propia vida. Hay vicios que quedan guardados y desprenderme de ellos no me sale fácil, pero valoro los avances. Hace meses que no miro hacia una cámara frontal, hace meses que no escribo en ningún lado público, ni siquiera en este newsletter, lo que voy descubriendo de mà misma. Cuando caigo en la trampa, como hoy, me cuido de usar no usar los tonos de siempre. No le hablo directamente a nadie, no escribo listas, no me extiendo por fuera del punto. Cuento la historia que vengo a contar, que es que durante mucho tiempo, hace no mucho tiempo, rompà mi entendimiento de mà misma por vivir mirando hacia afuera. Es una historia que preferirÃa olvidar, pero hay demasiados recordatorios dando vueltas. Y si no puedo ignorarla, me toca contarla, para que deje de sentirse mÃa.
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25 certezas para llevarme al 2025 es una lista de conclusiones que aparecieron durante el último diciembre, después de meses de mucha reflexión hecha en privado.
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Yo soy Juana Riepenhausen, o Juana.txt, y En Borrador es mi espacio de exploración. Quizás me conozcas por mi libro Tu amiga, la escritura. Quizás hayas tomado clases conmigo a través de mi escuela online Todo Nuestro, Todo Suyo. Quizás hayas leÃdo retazos de mis newsletters anteriores en mi Instagram, ahora inactivo. Quizás sea este newsletter tu forma de acercarte a mÃ.
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