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Muchas cosas pasaron este año. Si miro para atrás, nunca un octubre fue tan distinto al otro. En estos doce meses cambié cosas fundamentales, viví eventos canónicos, firmé un contrato importante, dije te amo. Y sin embargo, si tuviera que hacer una lista de las cosas que más impactaron en mi realidad, esas que seguramente seguirán haciendo eco en los años que siguen, pocos momentos o situaciones fueron tan trascendentales como leer a Elena Ferrante por primera vez. Hacía mucho tiempo que venía postergando sus libros, después de escuchar mil recomendaciones y tener incluso uno de sus libros en mi biblioteca, pero finalmente gracias a mi madre decidí darle una oportunidad. Algunas recomendaciones son más importantes que otras. Y pienso que es hermoso que haya sido mi mamá, una mujer, la primera que conocí y amé, la que me empujó finalmente a leer las palabras de otra mujer que logré amar gracias a sus palabras, aunque no la conozca ni yo ni nadie porque su nombre es un pseudónimo. Pasé la mayoría de mi tiempo este año con un hombre pero mi conexión con el género femenino está más activa que nunca gracias a las palabras de esta italiana que entiende tan bien, tanto mejor que cualquier otra persona, lo que es existir en un cuerpo como el nuestro. Y es muy difícil no sentirte sola cuando una vive muy lejos de la gran mayoría de las mujeres que ama, pero gracias a Lenù y Lila yo me sentí conectada no solo con mis mujeres sino con todas las que existieron alguna vez.
Este año se habló mucho de los eventos canónicos en el mundo digital y yo creo que no existe evento canónico tan fuerte para una mujer como cumplir la edad que tenías cuando tu mamá se embarazó de vos. Creo que tenemos una relación compleja con nuestras madres porque ellas son el arquetipo de lo que seremos. Nos vemos en ellas, las vemos en nosotras. Queremos ser como ellas y no sabemos cómo y queremos a toda costa evitar ser cómo ellas pero no entendemos si es posible. Sabemos que nuestras madres son iguales a nuestras abuelas y ellas eran también iguales a sus madres entonces sabemos que, nos guste o no, vamos a terminar en algún momento siendo casi copias de esas mujeres que nos dieron a luz. Y no queremos. Incluso cuando queremos, no queremos. No queremos ser como nuestras madres porque nuestras madres nunca quieren que seamos como ellas. Algunas quieren que seamos mejores, otras nos quieren más libres, incluso existen las madres que nos quieren más lindas o más flacas. Si tenemos la suerte de tener madres que nos abren su corazón y nos dicen con honestidad cómo se sienten, cómo fueron sus vidas, por qué están dónde están, qué momentos nunca se permitieron vivir, nos entendemos portadoras de una sabiduría invaluable. Nos quedamos sin excusas. Si queremos ser mejores, más libres, más lindas o más flacas, entonces no tenemos más que estudiar a esas mujeres que vinieron antes que nosotras para hacer todo lo que ellas no hicieron, o evitar eso que no deberían haber hecho. No es fácil. La sangre de la alianza es más fuerte que el agua del útero, dice la cita famosa en su forma completa, pero yo no estoy de acuerdo. Creo que, de alguna manera, nunca salimos de ahí. Todo lo que hacemos y todo lo que vivimos y todo lo que sentimos se ve teñido de un recuerdo que en realidad no recordamos, una unión que no elegimos. Somos el eco de un sonido que no escuchamos, porque cuando nuestras madres se convierten en madres dejan de ser para nosotras mujeres, dejan de ser personas, dejan de tener nombre y pasan a ser simplemente mamá. Y así somos por años: criaturas que corren lejos de algo que no entienden, hacia una idea que ni siquiera pueden terminar de formular, empecinadas en no darle la razón a una profecía que, tememos, nos está persiguiendo. Eso es, claro, hasta que cumplimos esa edad definitoria.
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Para mí la bisagra se dio a los 27, una edad que amé vivir pero me costó sentir propia. Pensé por mucho tiempo que tenía que ver con los cambios que pasé y las transiciones que viví: dejar de trabajar de forma tradicional, superar una pandemia lejos de casa, cambiar mi forma de vincularme con hombres. Ya no pienso que sea eso. Creo que fue el momento en que vi en mi cuerpo la figura de mi mamá estando embarazada de mí a esa misma edad, llena de miedos que me hicieron sentir compasión por ella pero sobre todo llena de un propósito más grande que cualquier otro que yo pudiera tener. Ese fue el momento en que empezó a correr el reloj y la urgencia empezó a llamarme. Mi mamá y yo somos muy distintas y por eso siempre me pareció imposible convertirme en una adulta exactamente igual a ella, y en cualquier caso si sucedía no me daba pánico porque mi mamá es una de las mujeres más decentes que conozco. Supongo que por eso no me había sentido, hasta ese entonces, tan convocada por la sombra de su vida que existió antes de la mía casi como una promesa. Pero a los 27 cambió todo. A los 27 empecé a sentir que la posibilidad de ser mi mamá se me estaba escurriendo. Porque mi mamá es una de las mujeres más decentes que conozco pero es, sobre todo, la mejor mamá que me podría haber tocado a mí. Sus virtudes me abrazaron, sus defectos me hicieron fuerte. No es perfecta porque ningún ser humano lo es, pero es la madre que necesitaba para poder convertirme en la persona que soy, y a mí me gusta mucho en quién me convertí. Y yo nunca busqué activamente ser como ella pero imaginé que sucedería. Imaginé que quizás como mujeres la vida nos vería siendo muy distintas, pero como madres seríamos parecidas. Tuve un buen ejemplo y no se me ocurrió jamás cambiarlo. Y entonces cumplí 27. Cumplí 27 y me encontré sola, sin conocer el amor. Cumplí 27 sin un plan concreto de qué quería hacer con mi vida. Cumplí 27 viviendo en una casa compartida con desconocidas. Cumplí 27 careciendo de algunas cosas esenciales para poder tener hijos y creo que es por eso que me corre la urgencia desde ese momento. Porque si no puedo ser madre, no voy a poder ser mi mamá, y si no puedo ser mi mamá, entonces no sé cuál es el camino, y la oscuridad que ya siente cualquier ser humano de forma sostenida en el día a día se vuelve incluso más oscura. Se siente como la pérdida del sentido. Se siente como estar viviendo sin saber para qué.
Hace unos días leí la última entrega del newsletter de Elizabeth Day, una mujer que durante años escribió abiertamente sobre su búsqueda de la maternidad en tiempo real. Escribió sobre sus pérdidas de embarazo, su fertilidad asistida, la frustración de no poder y el pánico de una vida llena de ausencia. Siempre me sorprendió su forma de hablar de sus anhelos con honestidad y constancia. Me pareció admirable. Yo admiro mucho a la gente que puede hacer lo que yo no y yo jamás pude mostrar abiertamente todo lo que siento que me hace falta. Tardé años en reconocer sin hacer chistes que me dolía inmensamente no estar en una relación, tardé incluso más en mostrar este lado de mí que siente que no tiene el dinero que se necesita para existir de forma segura en el mundo. Si algún día empiezo a buscar tener hijos y no puedo, no sé si podría seguir escribiendo. Sé que sería un tema que comandaría la mayoría de mis sentimientos, y a la vez sé que no podría jamás exponer eso a un lector. No es una situación que tenga que ver con cuidar lo que es mío, como me pasa con mi relación, sino con esconder lo que me gustaría que fuese ajeno. No me gusta escribir sobre eso que no me gusta de mi vida, y lo que más me cuesta aceptar de mi vida son las ausencias. Pero la leo a Elizabeth Day explicando que por fin está bien con la idea de no tener hijos, que se siente en paz con un futuro en el cual no le toca ser madre, y me parece tan inspiradora. Mi forma de ver la maternidad es extraña. Estoy abierta a la posibilidad de no poder tenerlos, no me parece imposible imaginar una vida en la que eso simplemente no me toque, pero me corre la urgencia de hacer todo lo que está en mis manos para poder. Creo que si fuese mi cuerpo el que dicta ese destino, me sentiría profundamente triste pero no tan culpable. Lo que me asusta es nunca llegar a un momento en el cual puedo permitirme hacer ese intento. No tener una relación que se sienta lo suficientemente estable como para hacer ese paso, no tener los ingresos que me permitan darle lo mejor a mi hijo. De alguna manera, ser responsable o incluso culpable de no poder cumplir con mi propio destino.
Mi historia con mi deseo de ser madre es distinta a la de muchas. Vengo de una familia muy numerosa, tengo cuatro tíos y 17 primos y por mucho tiempo creí que así tenían que ser las cosas. Quería tener cinco hijos, ni más ni menos. Esto imaginaba cuando todavía estaba muy lejos de considerar este sueño como un proyecto. Tenía tiempo para tener esos cinco hijos, tenía tiempo para no pensar en ellos. En la primera parte de mis veintes las cosas cambiaron un poco. Empecé a entender lo complejo que es crecer y estar vivo, y vi en mis padres un talento que hasta entonces había pasado desapercibido para mí: la versatilidad para acompañar el crecimiento de tres seres humanos distintos, sabiendo siempre qué decir y cómo apoyar. Entendí que incluso madurando como persona y cambiando mis patrones no iba a poder ser alguien que está a la altura de la crianza plena de cinco personas distintas. Empecé a ver a mi alrededor que las familias que más admiraba tenían tres hijos como máximo, muchas solo dos, algunas uno. Y yo no quiero ser una madre más, yo quiero ser como mi mamá. Quiero ser esa mamá que sabe qué decir y cómo apoyar, entonces pensé que era mejor tener metas realistas. Bajé los números de mis sueños. Idealmente tendría tres, pero dos seguro, porque es importante que un chico tenga hermanos. Eso pensé por años. Es lo que sigo pensando, aunque soy consciente de que si siguen pasando los años las cuentas no estarán de mi lado. Yo amé tener dos hermanos, un varón y una mujer, dos espacios donde guardo mi alma.
Si puedo, quiero tener tres hijos, dije una vez, y lo sigo pensando. Pero por muchos años este fue un sueño al que no tuve acceso. Mi mamá es como es como madre porque tiene al lado suyo a un hombre que siempre quiso tener hijos. Yo quiero lo mismo. Quiero una familia. Sé que no me interesa tanto la maternidad como para buscar donantes de esperma, no me puedo imaginar pasando voluntariamente por un embarazo en soledad. Y yo tardé muchos años en encontrar a una persona que compartiera mis sueños y amara mis formas. Y ahora puedo hablar sobre tener hijos, pero ninguno de nosotros dos quiere hacerlo aún en términos reales. No quiero dejar de ser novia, no quiero abandonar ya mismo esta vida que tanto tiempo tardé en conocer. Quiero poder experimentar el amor antes de tener que pasar a otra etapa y sé que a él le pasa lo mismo. Entonces tenemos conversaciones que no nos hacen sentir presionados. Sabemos que podemos jugar con las predicciones de qué tipos de hijos tendríamos porque ninguno está esperando que el otro proponga convertir ese sueño en una realidad inmediatamente. Y es hermoso vivir así, pero a veces siento culpa. Soy consciente de que no me estoy volviendo más joven. Hace poco hice cuentas. A los 32 llevaría dos años de novia y para ese entonces seguramente estemos viviendo juntos, nos podemos tomar dos años de convivencia, a los 34 empezaríamos a buscar, y quizás si tenemos suerte llegamos a tener dos o incluso tres. Pero quizás para ese entonces sea demasiado tarde. Quizás mi cuerpo puede pero solo ahora. No lo puedo saber hasta no quererlo. Y todavía no quiero. Y quizás cuando quiera ya no pueda, y si pasa esto no voy a poder decir que no se me dio, voy a tener que decir que lo dejé pasar. Sé que no busqué conocer el amor a los 30, sé que muchas cosas que me angustian con este tema escapan a mi control, pero me cuesta recordarme que no es mi culpa.
Por unos meses después de cumplir 30 sentí que tenía tiempo para lograrlo todo, para saber si lo que sueño concluye en algo, decía Luis. Ya no me siento así. Mi edad deja de ser solo mi edad para convertirse en una urgencia. Me corre el tiempo porque así está pensado el mundo. Incluso si no quisiera tener hijos me sentiría apurada. Tendría amigas y colegas que sí quieren ser madres, mujeres a mi alrededor con la urgencia bien instalada. Y uno aprende a ser humano mirando a sus pares. Mi mamá no vivió sus treintas en 2023, no puedo copiar su vida para asegurarme de estar viviendo bien la mía. Entonces me toca mirar a mi alrededor. Y a mi alrededor las mujeres están apuradas. Todas están logrando cosas increíbles en edades más increíblemente jóvenes. Son fantásticas. Son fantásticas y lo son ya, ahora mismo. Muchas de ellas porque saben que, si quieren tener hijos, tendrán que tomarse un tiempo lejos de sus carreras y para eso tienen que lograr lo más que puedan antes de ese momento. Muchas otras porque no saben si quieren o no ser madres y necesitan cuanto antes conseguir las herramientas para entenderse y tomar una decisión. Muchas porque jamás quisieron tener hijos y entendieron que su vida personal y profesional es lo que les dará sueños interminables por el resto de su vida, lo que encenderá la llama, y estas mujeres vienen trabajando desde hace años en sus carreras, luchando contra la injusticia de ganar siempre menos y tener que hacer más que un hombre, y están cansadas y por eso se apuran, porque quieren llegar cuanto antes a un lugar en el cual puedan estar tranquilas. Y también están las que no quieren ser madres pero tuvieron que pasarse mucho tiempo dando explicaciones, las que tuvieron que luchar por legitimizar su lugar en un mundo que quiere que tengan descendencia, esas que por consecuencia tardaron mucho tiempo en conectarse con su deseo real y animarse a sentirlo propio, y ahora ven que todas las mujeres a su alrededor corren y sienten la presión de tener que correr también, aunque no necesiten hacerlo porque al lugar donde quieren estar llegaron hace rato.
Esta urgencia femenina lo tiñe todo. Lo ensucia. En los años después de cumplir 27 me sentí ahogada por la necesidad de tener un trabajo que me hiciera feliz y me pagara bien. Quería estar emocionalmente entera y ser financieramente independiente porque pensaba que solo así podía merecer el amor de un hombre bueno. Medirte todo el tiempo contra vos misma es terrible. Pasé mucho tiempo sintiéndome mal sin entender por qué. Si me quiero mucho, pensaba, por qué me siento tan inadecuada. Eventualmente descubrí que en realidad estaba esperando ansiosa a convertirme en otra versión de mí. Una versión más amable, más exitosa, una versión más querible. Creía que era por esto que el amor se me escapaba pero ahora pienso que quizás funcionaba al revés. Quizás se me escapaba porque cuando no te gustás no querés que te miren, y si no te dejás ver es imposible que alguien aprenda a quererte. Encontré el amor en un momento bueno para mí. Me sentí suficiente por un periodo corto pero dulce. Después de salir un tiempo sin presiones nos enamoramos, y eso cambió todo. Me cuesta mucho saber de dónde sale mi angustia ahora, pero creo que es porque el sueño se volvió más posible y real. Cuando me imagino teniendo hijos me imagino siendo parte de una familia puntual. Esos hijos tienen un apellido concreto, un padre real. La responsabilidad por estar a la altura de ese sueño se me hace entonces más grande. Quiero sentirme lo suficientemente realizada en mi profesión como para no resentir después a mi familia si dejo cosas de lado y quiero tener una carrera rentable para darle a mis hijos lo mejor y quiero hacer todo eso cuanto antes porque los años no vuelven. Y todo esto se mezcla con los sentimientos de inseguridad que todos tenemos, con sentir que no somos lo que deberíamos ser, pero mayormente lo que siento es que depende de mí estirar la mano para agarrar la vida que quiero, esa que ahora está volando muy cerca de mi ventana pero algún día puede escaparse. Y yo vivo muy bien la resignación de las cosas que no se dan pero nunca supe cómo cargar en el cuerpo la culpa de saber que existen cosas que yo dejé ir.
Encuentro consuelo en recordar que mi vida es en gran parte lo que es por eventos o situaciones que nada tuvieron que ver con mi voluntad. Yo no elegí que el amor me encuentre a los 30, no elegí que mi talento y mis capacidades se puedan traducir en algo que no siempre da dinero y si lo da tarda un tiempo. Y si me permito por un momento sacarme esta culpa, reconozco entonces que al final me gusta que estas sean mis circunstancias. Me gusta haber conocido a mi novio a los 30 porque estoy más equipada que antes para poder construir algo bueno. Me gusta saber que no tengo dudas de que es la persona para mí porque conocí mucha gente y dormí en muchas camas y escuché todas las canciones cantadas a la madrugada en una guitarra seductora y sé que nada ni nadie es mejor que estar en el sillón con él después de comer pasta. Me gusta que mi trabajo esté tardando tanto tiempo en sostenerme económicamente. Me gusta saber con certeza que hago lo que hago porque amo lo que hago, que no es el dinero lo que decide mis próximos movimientos sino la brújula afilada de lo que me dice mi intuición. Me gusta estar donde estoy porque me obliga a enfrentarme a mi necesidad de ser perfecta mucho antes de tener hijos. Si me toca ser madre, sé que todo este proceso que estoy viviendo ahora, que me está enseñando a separarme de las expectativas para acercarme a la realidad, va a hacerme la maternidad un poquito más fácil.
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Pienso que quizás el sueño no llegue. Esto es también posible. Quizás me pasen cosas en estos años que no me permitan nunca estar en una posición de intentarlo. Quizás cuando sea el momento de dar el paso sea tarde. Pero no va a ser mi culpa. Trato de recordarme que estoy haciendo todo lo que puedo. Si eso no alcanza para concederme la oportunidad de intentar tener hijos en unos años, será una pena. Haré el duelo que seguramente me toque. Quizás nunca escriba sobre el tema o quizás sí. Solo espero poder tratarme con compasión. Espero que estos años que tengo por delante, esos en los que no puedo ni quiero todavía sacar la mano por la ventana y agarrar lo que sueño, me permitan construir una vida que me alcance incluso sin eso. Pasé todos estos años pensando en que si no daba todo de mí entonces podía pasar lo peor: me quedaría sin el destino que siempre imaginé. Y quizás lo peor ya estaba pasando. Quizás lo peor es esto, vivir tan presionada que al final me termino quedando sin la vida que ya tengo y pierdo contacto con las cosas buenas que ya me gané, esas que sí conseguí cuando saqué la mano por la ventana a tiempo.
Soy muy diferente a mi mamá. Tengo las piernas de mi padre, el nombre de mi bisabuela, la nariz de mi abuela Martha. Pero tengo a mi mamá en mí. Uno no puede escaparse de su propio destino. Si no me toca tener hijos, al menos me consta saber que ya juego a ser ella con mis alumnos, con los hijos de mis amigos, con la gente que amo. Sé qué decir y cómo apoyar. Entiendo ahora que me conviene pensar que el propósito no es ser madre, sino ser una buena persona, y creo que eso ya está cumplido.
Esta semana le pedí fotos de ella con pelo corto. Los treinta son el momento para hacer ese cambio en mí, porque estoy más conectada con la comodidad que con el glamour y todavía tengo el autoestima que la juventud otorga. No sé cuándo lo voy a hacer, no sé si realmente me voy a animar, pero me gusta la idea. Hay muchas formas de cumplir una profecía, hay muchas formas de acercarnos a nuestro propósito.
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Un descubrimiento: tuve demasiados esta semana y todos tienen que ver conmigo y mi forma de existir y solo quiero dejar de pensar para que me deje de doler la cabeza
Mejor cosa que leí: particularmente este newsletter que habla justamente de lo opuesto que siento yo
Una pregunta para la que me gustaría tener respuesta: ¿cómo dejo de vivir apurada?
Algo que hice: llorar con más fuerza y llegar a la claridad
Algo que no hice: resolver todo este problema
Algo que me gustaría hacer: estar conforme con lo que soy y lo que tengo
Uff lo identificada que me sentí con esta columna! Desde hace meses estoy obsesionada con esto nivel una hater de tuiter que no sé quién es pero anda siempre tirando hate a gente de la vuelta un día me respondió "Estas obsesionada con tema hijos. Que pesada, por favor" y no le respondí pero de haberlo hecho le hubiera dicho LA VERDAD QUE SÍ. Pasé unos meses no aceptando que yo re quería hijos y la razón por la que en un momento decidí que mejor no quería era en realidad porque sentía que no iba a pasar entonces era mejor matar ese deseo.
Ahora el deseo revivió pero tampoco quiero ya, pero tampoco quiero dentro de mucho porque no quiero ser demasiado grande.
Y algo que no mencionaste acá y que me da curiosidad saber si está en tus pensamientos es lo de ser madre migrante. Es decir, para empezar, lo más probable es que tengas a tus hijos lejos de tu mamá.
Yo pienso mucho en eso por un lado. Y por otro lado: si todo sale bien, lo más duro es eso, la distancia con mi familia, pero qué pasa si eventualmente algo no sale del todo bien y nos separamos? Estoy atada para siempre a estar acá porque una cosa es la pareja, y otra es que no quisiera separar a mi(s) hijx(s) de su padre. Este pensamiento me destruye así que intento no pensarlo mucho, pero hay que ser realista.