En noviembre del año pasado elegí hablar sobre balances y entendí que era un tema acertado. Mi cumpleaños es este mes y de alguna manera esto marca mi año más que cualquier despliegue de fuegos artificiales al final del calendario. Es en noviembre cuando bajo todo a la hoja, es en noviembre cuando doy vuelta a la página.
La gente vive el año de muchas maneras. Algunos, los organizados, se preparan para lo que vendrá, teniendo en cuenta lo que pasó antes. Hacen, entonces, listas largas de objetivos, rituales donde piden deseos, planes a conciencia de qué harán en cada mes del año. Yo intenté vivir así mis años y no me sentí cómoda. Hay cosas que no están mal pero no van con uno. Yo me adelanto a todo porque soy un poco neurótica pero me llevo muy mal con las promesas. Decidir de antemano las cosas me ahoga. Solo puedo llegar a la orilla si me permito nadar por gusto para donde me lleve la corriente. Y es la corriente la que termina decidiendo qué tipo de año me toca tener, qué cosas puedo incorporar y cuáles dejo atrás, qué objetivos cumplo y cuáles tengo que aprender a resignar.
Links útiles: mis talleres de escritura, mentorías individuales, Patreon, recursos de escritura gratuitos, las mejores 15 ediciones de Todas Nuestras Palabras, membresía a precio subsidiado.
En foco: Propósitos Pacientes, un espacio de individual para cerrar el 2023 y darle inicio al 2024. El Arte del Newsletter, un taller on demand para que te desarrolles en el oficio de la escritura y construiyas una audiencia online
Solo por este mes: encuentro grupal del 💌 equipo newsletter 💌 , estás a tiempo de ver la grabación!
Podría medir mi año en logros y fallas, clasificarlo como bueno o malo, convertirlo en una lista de aprendizajes. No sería nada que no haya intentado y hecho antes. Pero me aburre, y me parece un desperdicio. La historia de este año ya está contada de una manera mucho más interesante. Alcanza con leer los newsletters que fui enviando mes a mes y descubrir el hilo que los une. Pero los escritores no podemos pedirle a los lectores que hagan el trabajo sucio. Eso es de holgazán y no tiene sentido ser holgazán en algo que uno elige hacer por gusto. Me embarco, entonces, en entender este año a partir de las palabras que me fueron convocando. El balance entonces no es realmente un balance de esos que terminan dando números verdes o rojos. Ni gané ni perdí. El balance es equilibrio, y solo se puede hacer equilibrio sobre una cuerda floja, no cuenta realmente si se hace en tierra firme. El balance es seguir acá, a pesar de los tambaleos. Es celebrar que otro año se fue y no se llevó consigo mis ganas de seguir escribiendo, ni sus ganas de leer lo que tengo para decir.
Para esta edición voy a pensar en voz alta. También voy a responder algunas preguntas que ustedes me dejaron como entrevistadores anónimos. Como hace algunos meses, les traigo una receta de la casa y un club de cine por escrito y un poco de escritura terapéutica a cargo de una escritora sorpresa
Pensando en voz alta
Empecé mi año en diciembre, con suerte. Lo dijeron mis palabras y mis circunstancias. Volví a una ciudad fría con alegría, porque había pasado muchas semanas ahogada de calor. Apreciar lo que uno siempre creyó rechazar es una fortuna que llega con la edad y la experiencia. Por primera vez volví de un largo viaje y fui esperada. Extrañé esto, dijimos cuando volvimos a vernos. Tuvimos nuestro reencuentro congelados, por dentro y por fuera. Nos fuimos ablandando con el correr de las horas y a la mañana siguiente parecía que nunca me había ido. Unas semanas más tarde Argentina ganó el mundial y todo pareció ser posible. Crucé el calendario hacia un nuevo año con miedo a que la suerte me abandonara pero entendiendo que era momento de confiar en que no lo haría.
En enero decidí escribir sobre el amor incluso antes de saber que ese mes me pondría de novia. Envié el newsletter desde su sillón, viendo como entraba el sol de invierno por la ventana. Ese mes abracé a mi amiga embarazada y miré su panza crecer dos milímetros en los días que estuvo en mi ciudad. Lo festejamos como si fuera el mayor acontecimiento, porque lo era. Porque habíamos estado esperando que el amor se materializara en nuestras vidas de esa forma por mucho tiempo. Ese mes me reencontré con amigos y descubrí lo que es sentirse elegida y pareció suceder a propósito y quizás así fue. Enero fue el mes del amor por fuera de este newsletter, pero también fue el mes de la esperanza y la fe, porque para transitar las cosas que recibimos en enero (una relación, una familia) fue necesario creer que las cosas iban a salir bien y que no iban a salir mal, que son dos posturas distintas y mutualmente incluyentes. En enero empecé a sospechar que el amor no pierde el brillo cuando se alcanza, sino que crece cada día más cuando se sostiene. Me quedarían meses por delante para comprobarlo.
En febrero escribí sobre el silencio y pienso que quizás ahí fue que las cosas empezaron a envolverme adentro de mí misma. También fue el mes en el que empecé a tener problemas en mi propia casa y la dificultad para hablar de esto me hizo volverme un poco más misteriosa. Este año fue un año de mucha confusión, de esos en los que no sabés qué decir porque ni siquiera sabés qué te pasa. El silencio llegó en febrero pero yo lo tomé como un descanso. Aprendí que no es necesario comunicar todo de forma inmediata. Podía, si quería, dejar que otros eligieran llenar el vacío con sus palabras. Así me mantuve durante muchos meses. El silencio llegó en febrero pero me acompañó durante todo el año, y espero que siga haciéndolo. El que calla no siempre otorga, a veces sobrevive.
En marzo elegí escribir sobre miradas y una vez más pensé que las temáticas aparecían en mi vida como presagios. En marzo me sentí observada, y esto pocas veces es ameno. Me puse a pensar en qué estarían diciendo de mí algunas personas y mi cerebro fue, sin escalas, derecho a las hipótesis terribles. Le otorgué a las miradas ajenas el peso de la mía propia. Fue en marzo que empecé a sentirme debajo de una lupa que magnificaba lo terrible y quemaba la vida cuando el sol se posaba sobre ella. Me escondí en las sombras, el silencio ya me había enseñado cómo hacerlo. Pero empecé a mirar mejor a los otros. No fue un año ameno para mi mirada interna pero me consta que supe ver en los demás la belleza más pura y simple.
En abril escribí sobre la culpa que me venía pisando los talones hace tiempo. Dejé que me alcanzara. Me senté con ella, la examiné, le indiqué los lugares en los cuales podía sentarse y en cuáles no era bienvenida. Separé la responsabilidad de la carga. Lloré de miedo y de angustia. Me sentí querida y lo viví como una tarea, una llamada a estar a la altura. Me sentí diminuta, presionada bajo esa culpa que abarcaba todo y nada a la vez. Me sentí aturdida por mí misma, dejé de entender lo que me pasaba adentro. Me convencí de que había problemas que existían solo porque ahí, donde yo ponía el ojo, ponía la molestia. Celebré que abril se terminara y pedí por un descanso. El clima me lo dio. Yo misma, no tanto.
En mayo usé el deseo para hacerle frente a lo que había venido antes. Estaba convencida de que conectarme con lo que quería podía rescatarme, pero no fue tan fácil. Si pasaste demasiado tiempo prestándole atención a lo que quieren los otros, el camino se vuelve escabroso. Sin embargo, el mes fue gentil conmigo. Pasé tardes enteras con mi papá y dejé que cuidara de mí como cuando era una nena. Viajé a ver a mi amiga que estaba aún más embarazada que en enero y sentí a su hija nadar en su panza. Lloré en los brazos de mi novio diciéndole que tenía miedo de que algo terrible sucediera y lo dejé prometerme que iba a cuidarme. Con el diario del lunes, reconozco que fue este el momento en el que empecé a desmoronarme. Creía que el mes del deseo me encontraría haciendo cosas brillantes, inspiradoras. En lugar de esto, el deseo me encontró soltando las barreras que hasta entonces me habían sostenido. Me dejé caer y le pedí a los que tenía cerca que me sostuvieran. Y así lo hicieron, todos y cada uno.
¿Querés conocer nuestra comunidad? Este mes Terapia Creativa tiene clases temáticas para que cierres el año y encares el que sigue dentro de una comunidad inclusiva y compañera. Te esperamos, si querés sumarte.
En junio escribí sobre la comunidad como quien grita para que vengan a su rescate. Escribí sobre no existir siendo una isla, sobre negarse a poder con todo sola. Empecé a ofrecer clases abiertas de mis talleres, le saqué las llaves a las puertas de mi casa más preciada. Quería que vinieran quienes sintieran ganas. Quería dejar de enfocarme en mí para poder pensar en los demás, y para eso necesitaba que existiesen otros cerca mío. En junio visité el País Vasco y descubrí que todas las mujeres tenían la cara de mi abuela. La extrañé más y la extrañé menos. Comimos el mejor pescado que comí en toda mi vida y descubrí que el mejor acompañamiento para una cerveza es aceitunas con anchoas. Volví a mi ciudad y la descubrí llena de turistas y la sentí más mía que nunca. Caminé muchos kilómetros con uno de mis mejores amigos, recordando el pasado y soñando con el futuro. Cuando mi hogar dejó de sentirse uno, corrí a refugiarme en la casa de mi novio, y jugamos a convivir por algunas semanas. Me aferré a los que me rodean más que en ningún otro mes. Entré a una iglesia a rezar y más tarde le pedí un abrazo a mi padre. Acepté los tragos que me compró mi amigo y las cenas que cocinó el hombre que me acompaña. No me sentí inmediatamente mejor, pero sentí que el momento llegaría.
El julio escribí sobre la inocencia como quien abre una ventana. Algunas de las cosas que entendí ese mes tardaron mucho en sentirse en el cuerpo, pero la teoría supo ayudar. Empecé a hacer el experimento de sentirme niña. Decidí que iba a dejar que la curiosidad me guiara cuando fuera necesario. Descubrí que era necesario la mayoría del tiempo. No pasó mucho en julio. El clima fue hostil, casi no hubo visitas. Lo importante fue que recuperé mi casa, incluso si las circunstancias no habían cambiado. Volví a imponer mi presencia en el espacio. La pasé muy mal porque no soy alguien que se sienta dueña de nada. Delimitar los alcances de lo que estaba dispuesta a aceptar y lo que no podía ni quería resolver fue difícil. Defenderme a mí misma se hizo necesario y agotador. Por primera vez me permití sentirme dueña de mis espacios y los defendí de a un paso a la vez. Mi cuerpo no lo disfrutó. Está acostumbrado a pedir permiso, no sabe hacerse lugar. Seguí aunque me costara. En algún momento me iba a tocar pasar por ese aprendizaje, dejar atrás esa incocencia. Con el tiempo se volvió más fácil.
Agosto fue un mes tan gris como luminoso, pareció contener dos meses enteros en uno solo. Escribí sobre el miedo, lógicamente, y le di palabras a lo que no había querido mirar a la cara hasta entonces. Empecé a tener una serie de conversaciones difíciles que me hacían llorar en bares. Mi mayor miedo, entiendo ahora, era perder todo lo preciado que construí por culpa de un pasado que no puedo borrar. Pero en agosto terminé de leer las novelas napolitanas de Elena Ferrante y entendí que el futuro no existe para cambiar la historia sino para honrarla. Nunca voy a dejar de contener todas las personas que fui. En agosto traje a mis peores pasados a la mesa y me permití imaginar una vida donde ellos siguen igual de vivos que cuando fueron presentes. Descubrí que no eran tan malos. Supongo que me ayudó el cambio de aire. En agosto dormí a la luz de la luna en una carpa individual, en Gales en una carpa para dos personas y en la casa de mis amigos mientras cuidaba a su gata. Salirme de mi espacio siempre me ayuda a salirme de mí. Y a veces esto es contraproducente, pero a veces es necesario.
Vuelve, por tiempo limitado, El Semillero, edición Balances, un taller para que entiendas el año que se fue dejando registro de él y encares el que sigue con la palabra como faro. Estará disponible hasta marzo de 2024 y podés acceder a él en pesos argentinos!
En septiembre invoqué a la originalidad como fuerza creadora. Me sirvió enmarcar mis creencias alrededor de este tema este mes. Sentí que, mientras en este país donde vivo llegaba el otoño, a mi alma le llegaba la primavera. Faltaba un tiempo todavía para sentirme definitivamente mejor, pero en este mes en el que me fui de vacaciones y cuidé a la gata de mis amigos por segunda vez, el aire se volvió más respirable, más ameno. Me cuestioné, no por primera ni última vez, el valor de lo que hago y su forma de llevarlo a cabo. Entendí que descansar renueva mi mente pero también mi alma. Reconocí que quiero vivir mejor que todos estos años. Durante esa semana en la que me permití gustos que hacía mucho tiempo consideraba lujos, hice la prueba de invitar a mi mente a soñar con la abundancia. Las cosas no estaban aún resueltas, y no pasó tanto tiempo como para que pueda entender el mes de septiembre con la claridad con la que puedo entender a los otros, pero desde un lado narrativo sé que este mes fue ese intento de hacer algo distinto de maneras parecidas. Lo sé porque lo que siguió fue lo que terminó de romperme y me permitió armarme de nuevo. En septiembre, sin embargo, estaba segura de que estaba yendo por un buen camino. Me seguía sintiendo mal, llorando sin razón, pero lo estaba intentando. Estaba mejor, y eso alcanzaba.
En octubre hablé de la paciencia y fui muy paciente conmigo. Ese mes pareció contener un año entero y, como todos los octubres, ya lo extraño. Tuvimos una ola de calor que me permitió salir de noche con solo una camisa y también viví una ola de angustias que me duele recordar. No fue un mes fácil. Una noche en particular, y su subsiguiente mañana, me enseñaron que tenía que frenar. Tenía que parar con muchas cosas pero sobre todo tenía que parar con esta carrera por alcanzar un éxito capaz de convencerme a mí misma de que estaba haciendo las cosas bien. Algunos momentos son trascendentales y octubre lo fue para mí. Dejé de tratarme mal por estar donde estoy, dejé de compararme con el lugar donde me gustaría estar, dejé de tomar alcohol. Esta última decisión demostró ser la correcta y no puedo dejar de agradecerme a la persona que fui hace un mes por dar ese paso. En los más de treinta días que pasaron desde ese día, solo tomé media copa de vino en una cena, un vermut liviano que me hizo mi amigo y dos gin and tonics de festejo que cerraron un día muy especial. Y pienso seguir así, tomando solo en moderación y en momentos especiales, manteniendo siempre mis pies en la tierra. También aproveché ese mes para permitirme no aprovechar las cosas. Reconocí que me había pasado mucho tiempo poniéndome a mí misma bajo una presión insoportable y entendí que la única manera de sentirme mejor era considerar, aunque sea por un rato, que me correspondía perseguir el derecho a sentirme mejor. Cambié algunas prácticas pero sobre todo me permití ir despacio. La manera de aprender a tenerme paciencia en mi largo camino como ser humano es teniéndome paciencia en mi día a día, mi hora a hora.
Noviembre llegó y me tocó hacer este balance. Entendí que no quiero pensar este año como uno bueno o malo sino como uno texturado. Sucedieron muchas cosas y no todas fueron buenas pero hoy, en este día en el que la lluvia atosiga mi ventana y yo me preparo para el fin de año frío y oscuro que antes me atormentaba, me alegra mucho haber vivido este 2023. Todavía queda un último acto y sé que va a ser amable incluso si es terrible porque las bases sólidas de mi vida van a estar ahí, tal y como estuvieron en cada uno de los momentos en los que de alguna manera me sentí caer. Y si tengo que ser sincera, no me acuerdo tanto de las ansiedades y el peligro que creí sentir, sino los brazos que me sostuvieron con fuerza y me hicieron volver a sentirme entera. Este mes trajo, además, un festejo inesperado. Recibí la confirmación de que haber venido a este país fue no solo bueno para mi carrera como docente o mi crecimiento personal sino también para mi carrera como escritora. Y en los días dorados en los que este pequeño triunfo borra del todo las angustias, intento prometerme a mí misma mesura. No quiero tener que necesitar esta validación para estar bien, no quiero creer que existe un éxito que todavía no toqué. En noviembre aprendí que la alegría de los éxitos de ahora es la misma que esa que sentía en mi infancia cuando Papá Noel me traía los regalos que quería. No existe un cielo que podamos tocar con las manos en la adultez que no hayamos tocado antes cuando éramos niños. Esto hace que la carrera se mueva despacio, que la paciencia llegue sola.
Este año reconocí con pudor que me considero una persona de mucha suerte, y esto me llena de miedos y culpa. Frente a las miradas que no siempre sentí amigables, me refugié en el silencio y la comunidad. Llegaron al rescate la originalidad, el deseo y la paciencia, para enseñarme que siempre hay tiempo para crear un propósito desde un lugar genuino si uno se lo permite. Cuando las aguas se volvieron hostiles, mantuve la vista firme en mi faro, la inocencia, y calmé la marea interna recordándome que está bien sentirse poco adulto, poco persona, poco resuelto. Y como cada año, volví siempre al amor, que es más que todo y hace que por momentos, aunque estés muy golpeado, no te duela nada.
En diciembre voy a escribir sobre la palabra que marcó mi año, esa que no busqué pero me encontró a mí: honestidad. Los pensamientos de cierre aparecen al final de este newsletter, pero antes te pregunto: ¿qué palabra atravesó todos tus meses?
Entrevistadores anónimos
Todas las preguntas de esta sección fueron enviadas de forma anónima. El newsletter del mes que viene va a tratar sobre la honestidad. ¿Me dejás una pregunta referida al tema para que yo escriba algo al respecto? No prometo contestar todas, pero sí leerlas con atención.
E: ¿Existe el balance en la pareja? ¿Realmente uno puede vincularse amorosamente de modo que haya un 50% y 50%? Ni hablar de términos familiares, ¿puede existir una familia donde la mujer haga la misma cantidad que el hombre?
Existe balance en todos lados, si lo buscamos. Creo, sin embargo que tiene una forma muy distinta a lo que pensamos que es. Por ejemplo, dicen que los vínculos en general deberían ser 50/50, y yo coincido con Brené Brown, que dice que no. Para mí el balance es más bien un equilibro, y el equilibro siempre es un desafío. No se puede hacer equilibro en tierra firme, solo se puede hacer en la cuerda floja, con el riesgo de caerse. Para encontrar ese balance, ese equilibro, es necesario aceptar que el trabajo es constante, que el viento propio o del otro te puede inclinar hacia un lado, y es responsabilidad tuya volver al centro. Y no creo que se alcance una vez y listo. Creo que se busca, todo el tiempo, y a veces por un rato se siente, y en seguida algo te desequilibra, a vos y a tu pareja o vínculo, y el desafío vuelve a establecerse.
En términos familiares, creo que hay muchas instancias en las cuales la sociabilización nos desbalancea. Sí, las mujeres estamos empujadas desde afuera y adentro a hacer más que los hombres, pero los hombres están empujados a ser los proveedores, y no sé qué es más desgastante la verdad.
Para mí, en cualquier vínculo, el valor está en hacer lo que uno sabe que puede hacer, de forma generosa y desinteresada, y confiar en que el otro hará lo mismo. Pedir ayuda cuando la necesitamos y ofrecerla incluso cuando no tenemos ganas si entendemos que el otro la necesita. Pienso que muchas veces hay vínculos que consideramos “desbalanceados” porque alguien hace más o menos, pero es una dinámica horrible que implica estar midiendo siempre lo que uno da y recibe. Quizás esto da como resultado una relación justa, pero en mi experiencia nunca se es feliz haciendo cálculos.
E: ¿Se puede balancear la vida que queremos con la vida que tenemos?
Se supone que solo así se alcanza la felicidad, así que diría que no solo se puede sino que se debe. Cada vida y cada persona es diferente, y hay circunstancias más o menos amenas, pero a veces pienso que encaramos este balance desde el lado equivocado. El foco para muchos está en conseguir, con lo que tenemos, eso que queremos. Por definición algo que se quiere es algo que no se tiene, y si algo no se tiene no se conoce, y me parece un poco deprimente que vayamos por la vida anhelado algo que no conocemos. Lo hacemos todos, eh, y entiendo que de ahí sale la pulsión de vida que nos hace ir a la búsqueda de experiencias, pero pienso que quizás seríamos un poco más felices si pusiéramos el foco en encontrar un atisbo de lo que queremos en lo que ya tenemos.
¿Como encontras el balance entre el tiempo en soledad y el tiempo en compañía?
Rindiéndome ante las circunstancias. En lugar de planearlo o buscarlo, dejo que la vida decida mis espacios, y los acepto incluso cuando no me gusta. Vivo en una ciudad grande, a una hora en tren de mi pareja, a miles de kilómetros de mi familia. Tengo un trabajo que muchas veces requiere que esté sola para poder hacerlo bien, mis vínculos más significativos son con gente que tiene estas mismas circunstancias. Entonces las acepto y hago con ellas lo mejor que puedo. No sé, es algo bastante natural. Si no puedo ver a mis amigos porque trabajo no los veo, si no puedo ver a mi novio porque no estamos en esa ciudad no lo veo. Y si me toca estar en compañía un fin de semana, también lo acepto. Soy bastante selectiva con la gente con la que elijo pasar mi tiempo, algo que creo que pasa naturalmente cuando alcanzás cierta edad. Entonces, si quiero ver a alguien, entiendo que es porque esa persona me hace bien, y la veo, y listo.
No sé, hay una corriente que anda dando vueltas que te empuja a priorizar tu tiempo a solas para poder enfocarte en vos, pero creo que esto solo cosecha egocentrismo. Yo solo puedo crecer en compañía, entonces la busco, y acepto la soledad cuando me toca, algo que también pasa seguido.
Mi objetivo primordial, hace tres años, es el de unir escritores y darles una plataforma para que puedan expresarse. Hoy les traigo una receta, una receña y un ejercicio de escritura terapéutica. Todas nuestras palabras, para ustedes.
Tarda en llegar y al final hay recompensa
Diciembre este año me lleva a un inexorable ánimo mundialista. Creo que no hay argentine a quien le haya sido indiferente ganar la tercera estrella en Qatar, no necesariamente porque el fútbol lo fanatice sino por el arduo recorrido hasta, finalmente, vencer. Se lo conoce popularmente como El camino del héroe: la evolución del personaje, la superación del desafío. ¿A quién no le interpela este arco narrativo?
Escribo hoy sobre balances desde la comodidad de mi hogar en Londres, con mis planes encaminados hacia donde hace rato quiero llevarlos. Por fin me encuentro donde deseaba y comienzo a cosechar los frutos de tanta siembra paciente. En la línea temporal de mi vida, he conquistado el objetivo que tanto anhelaba. Veinte veintitrés fue un año difícil pero, con los resultados a la vista, confirmo que el esfuerzo valió la pena.
En mi cocina también enfrenté desafíos notables. Me animé a desarrollar tortas complejas sin grandes conocimientos, sin utensilios clave, y sin la prolijidad y la paciencia que ostentan los pasteleros. Fue parte del proceso de amigarme con los espacios de lo que supo ser la casa de Mamá; en este caso, su cocina. Ella fue famosa tanto por sus platos salados como por sus pasteles de cumpleaños.
A mitad de año escribí en mi newsletter gastro, Guarnición: “Me imaginé entrando triunfal con una representación comestible de mi amor, encima de una fuente. Me ilusionó convertirme en la Tía de las Tortas, de acá para siempre”.
Encarar un proyecto culinario de esta magnitud implica organizarse muy bien, enumerar los pasos necesarios y actuar sin prisa, pero sin pausa. Semejante planificación contribuye a mejores resultados, aunque en la cocina ―como en la vida― siempre ocurren imprevistos que debemos sortear. Allí demostraremos de qué madera estamos hechos, si nos hunden las vicisitudes o si salimos airosos gracias a nuestra flexibilidad y creatividad.
Mi año fue un Doctorado en improvisar, recalcular, resolver, continuar, reimaginar, inventar y crear.
Los últimos doce meses pusieron a prueba mi capacidad de esperar, confiar y entregarme. Debí aprender a convivir con la incertidumbre como realidad ineludible. Me sirvió para atreverme a hornear pasteles para 50 personas y también para calmar la cabeza mientras esperaba que mi visa inglesa fuese aprobada. Lo puse en práctica cuando se me rompió un trozo importante de bizcocho y tuve que recauchutarlo con buttercream. También cuando me percaté de que los meses lejos de mi marido no serían cuatro, como creíamos, sino el doble. Como canta la Negra Sosa, aprendí que tarda en llegar y al final hay recompensa. Las mías son las sonrisas de familiares y amigues al comer mi torta laboriosa, y la vida que ahora puedo construir en Londres, como soñaba.
En cuanto a la receta del pastel, que seguramente estés esperando porque al fin y al cabo esta es una columna de cocina, se me complica detallarla en pocos caracteres. Te propongo dejarte los pasos para el curd de limón más aterciopelado que hayas probado. En este Tiktok , es lo que coloco en “botoncitos” al final sobre cada porción de torta marcada individualmente. No lleva fécula ni gelatina así que su consistencia no se sostiene como la del corazón del lemon pie. Te recomiendo esta versión delicadísima para armar triffles, rellenar panqueques o salsear helado.
CURD DE LIMÓN
Ingredientes
· 3 huevos
· Ralladura de 1 limón
· 3/4 taza de jugo de limón colado
· 3/4 taza de azúcar
· 2 cdas de manteca
1. Mezclar todos los ingredientes en una olla pequeña, preferentemente de fondo grueso.
2. Cocinar a fuego bajo sin que hierva, revolviendo constantemente con cuchara de madera.
3. Estará listo apenas nape la cuchara, es decir, cuando pases el dedo por la parte posterior de la cuchara y la preparación deje un surco.
4. Antes de transferir la mezcla a un bowl, pasarla por un colador fino para eliminar cualquier rastro de huevo cocido. Este paso es opcional, pero te lo recomiendo para que te quede un curd bien liso y suntuoso.
5. Tapar con film en contacto con la crema, así no forma costra. Enfriar muy bien en la heladera antes de usar.
Retrospectiva: Retrato de una mujer en llamas (2019)
No soy una persona a la que le salga hacer balances o manifestar intenciones a fin de año. Creo que lo que más se acerca a esta experiencia es que a esta altura del año ya estoy cansada y quiero que el año termine para ver qué sigue. No obstante, en los últimos años noté que después del invierno siento el impulso del movimiento, ganas de brotar para salir del encierro que me abriga del frío y me resguarda de la noche prematura. El año pasado lo sentí en noviembre puntualmente, cuando según el calendario se acercaba el verano, pero el invierno parecía todavía no querer dejarnos.
Había ido a ver Retrato de una mujer en llamas, escrita y dirigida por la francesa Céline Sciamma (Tomboy, Petite Maman). La entrada era gratuita así que llegué temprano para asegurarme un buen lugar (al medio). El cine de Sciamma siempre me conmueve porque es simple, pero penetrante, sublime sin ser grandioso. Es como si no tuviera la necesidad de recurrir a grandes artificios para contar una historia, sino que confía plenamente en cada palabra que deja en el guion y en la capacidad de sus, en este caso, actrices de interpretarlas.
En Retrato, Sciamma nos invita a la intimidad de Marianne, quien fue contratada para acompañar a Héloïse, una joven burguesa, y retratarla en secreto. El amor que surge entre las dos resplandece a la luz del día y se palpita en la oscuridad de la noche.
Cuando terminó la película, con un epílogo agridulce cargado de dramatismo, las personas empezaron a abandonar la sala, comentando lo que acababan de ver mientras yo permanecía inmóvil, presa de la pantalla y emocionada hasta las lágrimas. Todo en Retrato de una mujer en llamas es una obra de arte, cada pincelada una emoción, cada fotograma una pintura.
En el subte a casa, pensaba todas las cosas que podría escribir sobre la película si escribiera sobre cine. Por ejemplo, hubiera escrito sobre cómo Retrato es una película que cautiva miradas, sobre cómo el elenco compuesto casi íntegramente por mujeres celebra el poder de la amistad femenina, sobre cómo las mujeres de siglos pasados tuvieron que callar para que las mujeres de hoy podamos hablar, sobre la belleza que existe en la cercanía de dos cuerpos desnudos, sobre cómo las historias de amor con principio y fin son las que calan hondo y no podemos dejar ir, sobre el valor de las películas “únicas” en una cartelera de universos y secuelas. Tantas cosas y no escribí sobre ninguna porque era noviembre y ya no tenía ganas.
Hasta hoy, que finalmente pude escribir sobre Retrato, pero no porque pensé cosas en el subte. La manifestación, por circunstancia o convicción, no está entre mis creencias personales. Pienso que para que algo suceda, no basta con solo querer, hay que hacer también (y, letra chica, tener varias cosas a tu favor). Yo veo cine, sé de cine y hablé muchos meses de cine, y tuve la suerte de que Juana en algún momento prestó atención.
Al igual que el año pasado, este noviembre me encuentra cansada, pero reflexiva, con ganas de moverme y brotar. Entre tantas cosas, quiero hacer canto le dije a un amigo hace unos días. Veremos qué sucede el año que viene.
En la nueva incorporación de este espacio,
nos trae un poquito de escritura terapéutica para que no nos quedemos solo en el saber y pasemos al hacer a través de las palabras.Dejar los objetivos, abrazar la sensación
El año pasado trabajé los objetivos de forma muy diferente. Para ser sincera, hacía años ya había dejado de usar métodos SMART o similares, esos que aprendí en mis primeros y cuestionables años como emprendedora en marketing, porque ya había tenido suficiente como para entender que no eran para mí. Cada diciembre solo encontraba frustración en esas palabras, o porque no había conseguido todo eso incansable o bien porque lo había hecho de otra forma y había cambiado en el camino.
El año pasado algo cambió, en una clase de terapia creativa, Juana propuso un ejercicio diferente. Ese fue el puntapié para empezar a buscar mi forma de buscar un enfoque para los meses que vendrán. Haciendo el ejercicio descubrí el nivel de privilegio que tengo en mi vida (y no de los que heredé, que también los tengo, sino de los que me forjé) y entendí, sencillamente, que lo que había estado haciendo hasta ese momento había sido un acto tan poco yo y tan en detrimento de mi autenticidad, que me prometí no volver a caer.
2023 fue igualito en mi vida personal y profesional. Me aferré a un faro y le pedí por favor que apareciera cada vez que estaba por desviarme del camino que quería transitar. Dejé de esperar que la inspiración por tachar números llegara y empecé a jugar, a probar, a descansar, a dejarme estar, a habilitarme, a hacerme cargo, a vivir como lo que soy: una humana en constante construcción.
En Filosofía en 11 frases, Darío Z dice:
Si el río es el tiempo, todo consiste en distinguir entre una interpretación que haga del fluir del tiempo recorridos entre momentos absolutos, los instantes-, o por otro lado, una interpretación que entienda que esos instantes no son más que ilusiones creadas para detener aunque sea conceptualmente el irreverente y despiadado paso de un tiempo que nunca se detiene porque la detención misma es otra ilusión. El instante, una ilusión, si no hay otra cosa que tiempo yéndose.
Te invito, entonces, a dejar de lado los objetivos y los datos duros, y habilitate a pensar en el año que se nos viene encima en términos de cómo te querés sentir a lo largo del paso del tiempo, esa ilusión a la que tanto nos aferramos: ¿liviana, grande, invisible, atenta, desplumada? Cerrá, cerrá los ojos y pensá, permitite imaginar cómo te querés sentir.
El balance, en pedacitos:
Algo que disfruté leer: mi año fue atravesado directamente por mujeres adultas que escriben desde la sabiduría las cosas más simples. Natalia Ginzburg, Annie Ernaux y, sobre todo, Elena Ferrante.
Algo que disfruté ver: series que ya había visto, para conectarme con lo reconfortante de lo conocido; muchos documentales, para evadir mi realidad con más realidad y Aftersun en el cine, sola, conmigo.
Algo que disfruté escuchar: estas canciones
Algo para que sean parte de nuestra comunidad: en diciembre vamos a explorar los balances a través de la escritura. Vamos a armar nuestra propia lista de libros para dejar en la mesita de luz, vamos a poner este año en palabras y vamos a jugar con personajes que tuvieron años distintos al nuestro. Todas las personas que forman parte activa de la comunidad van a estar invitadas el 13/12 a un encuentro de fin de año para compartir lo que leímos y vivimos este año. Además, vamos a tener consignas semanales inspiradas en la temática de este newsletter y voy a darte algunos consejos para que armes una lista de libros que quieras leer en 2024. Si quieren sumarse, pueden investigar cómo funciona Patreon y encontrar las propuestas del mes en este link.
Algo para que lleven la escritura al próximo nivel: la temática de este newsletter también se tocará en nuestros talleres de Terapia Creativa para Escritores. Cuatro clases de una hora (a veces más, a veces menos), la oportunidad de trabajar de forma individual y en parejas y debates abiertos sobre la temática mensual. Encontrás más info en nuestra página y te sumás al espacio contestando este mail.
Este año, una palabra supo meterse en todos mis meses, dejándome algo, despojándome de todo. No la busqué, ella me encontró. Creo en dejar que la temática del año te encuentre cuando llega a su final. Este año fue la honestidad lo que tejió mis meses y los transformó en parte de una misma historia. Por eso, quiero dejar algunas honestidades que logré cosechar en estos meses:
Tengo mis manos casi llenas de todo lo que alguna vez pedí, pero este año, en mi cumpleaños, me voy a animar a pedir un poco más, y voy a confiar en que no tengo que perder nada que ya sea mío para recibirlo.
Siempre que pienso que ya entiendo el amor, aparece una situación que me enseña que todavía queda mucho para aprender. En los momentos en los que la experiencia no se convirtió aún en lección, la comunicación fallida abre una distancia entre las almas, pero el amor bueno siempre se encuentra de nuevo.
Soy lo demasiado adulta como para responder a los chismes que no me incumben con cualquier cosa que no sea silencio.
Es imposible convencerse de que nadie te está mirando cuando te pasás mucho tiempo mirando a los demás. El mundo que creés que te rodea es muy parecido a ese que elegís habitar.
La culpa es más femenina que masculina, pero creo que por eso sabemos cargar mejor con ella. Quizás no sea realista pedir un mundo donde no exista, pero una puede soñar.
Es muy difícil conectar con lo que uno quiere cuando el mayor deseo que guía tus días es ser aceptada y querida por los demás.
El camino no se entiende pero me consta que se camina en conjunto.
No sé muchas cosas que creía que iba a saber a esta altura de mi vida y esto me da vergüenza pero estoy trabajando para que aprender vuelva a ser un placer.
La mayoría de mis miedos no son miedos sino circunstancias posibles en las cuales las cosas que me dan vergüenza salen a la luz. Cuanto más me acepto, menos miedo tengo.
Quizás todo lo que nos toca crear es una copia y eso está bien.
Me gustaría estar cinco pasos más adelante en mi vida, pero vivir así me está matando. Aunque me cueste convencerme de que tengo el derecho a ir a mi ritmo, tengo que intentarlo.
Este no fue el año que imaginaba, pero fue el año que me tocó a mí y a nadie más, y elijo ver en eso un regalo.
Si querés trabajar conmigo en tu paciencia para cerrar el 2023 y encarar el 2024, conocé mi espacio Propósitos Pacientes.
Si tenés algo que decirme, ¿me escribís a txt.juana@gmail.com? Sería un honor leerte.
Si querés sumarte a la comunidad que tenemos en Substack y hacerte parte del equipo newsletter, sos bienvenido. Si no, nos veremos de vuelta en tan solo un mes.
Gracias por llegar hasta acá,
Juani
A continuación, te dejo algunos links útiles, que antes solías encontrar a lo largo del newsletter.
No es necesario tener mucho tiempo o energía para cultivar tu amor por la escritura. Si te acercás a nuestro Patreon vas a encontrar diferentes opciones para seguir creciendo en este campo. Este mes, vamos a seguir explorando la temática del newsletter. Si te interesó leerme hablando sobre el tema, imaginate qué interesante va a ser escribir.
Todas Nuestras Palabras tiene varias secciones que llegan a vos con diferente frecuencia. Para entender un poco más, pasá por nuestra página de presentación.
Si querés convertirte en parte de esta familia de desconocidos que ahora comparten una vida, sumate a nuestros talleres. Tenemos clases grupales, individuales y talleres asincrónicos. Conocé las distintas opciones.
Conocé nuestra casa vieja y leé los newsletters del 2020.
Este espacio funciona a base de amor por la propuesta, libros que leo para crecer todos los días un poco más y Coca Cola que me acompaña cuando tengo sueño. Si quieren ayudarme a solventar esos libritos y coquitas, pueden hacerlo desde cualquier parte del mundo o desde Argentina.